► Imaginemos que nuestro campo mental se densificara y tomara forma, se asemejaría a una especie de esfera alrededor nuestro, vamos a decir de un metro de distancia de cualquier punto de nuestra superficie corporal. En ese espacio están adheridas nuestras creencias, las emociones sentidas a lo largo de toda nuestra existencia y por supuesto nuestro querido inconsciente, que es tan sólo aquello que desconocemos de nosotros mismos, pero que tiene un gran peso en esa esfera.
Cada palabra que sale de nuestra boca, cada gesto de nuestro cuerpo es un reflejo de ese campo mental que nos sigue a todos lados, porque emana de nuestro interior. Si dentro de él hay miedo, incluso al pronunciar las sílabas, nuestra barbilla temblará; si portamos rabia, nuestras manos estarán apretadas, dispuestas a golpear en cualquier momento; y nuestro caminar será una metáfora de la manera que tenemos de estar en la vida.
Algunas personas van ligeras como el viento, sin apenas plantar los pies en el suelo y otras en cambio arrastran los zapatos, como si fuera demasiado equipaje el que llevan.Cualquier movimiento que hacemos, cualquier comentario expresa nuestro pasado, el contenido de ese campo mental. Y por si esto no fuera lo suficientemente asombroso, esa esfera se comporta como un imán atrayendo personas y circunstancias acordes con su contenido. Y el miedoso se topa con aquello que teme, y el rabioso con personas que despiertan esa rabia y aquel que arrastraba los zapatos, sólo encuentra nuevas cargas que transportar. Y el interior se va haciendo cada vez más denso, y cada vez hay menos espacio para algo nuevo, para nuevas creencias, para nuevas experiencias.
► Nuestra forma de comportarnos, la manera de estar en el mundo es sólo una prolongación de la información que porta nuestro campo mental.
Trabajo en una clínica veterinaria y a veces ocurre algo extremadamente curioso: cuando los clientes entran en la consulta y me cuentan a qué han venido, sus campos mentales se hacen nítidos gracias a la interacción con sus mascotas. Si no fuera por este pequeño detalle, no me sería posible ver su contenido.
Pero ahí está ese hombre de dos metros de altura, fornido, que sujeta un cachorro envuelto en una mantita con dibujos de fresas. Lo primero que me cuenta, sin yo preguntar, es que está muy pendiente del perrito porque está separado y sus hijos viven con su madre. Lo siguiente es que lleva dos noches durmiendo en el sofá porque nota triste a Kaytek y no quiere dejarle solo. Reviso al perrito y no le encuentro nada: tiene apetito, la temperatura es normal y sus cacas son perfectas, pero el dueño cree que está triste. Y no puedo dejar de pensar que en los libros de medicina interna no aparecía la tristeza como síntoma, en ninguno de los que estudié. Y me pregunto, ¿de quién está hablando este hombre?, ¿quién necesita cuidados?
Hay un anciano entrañable que me viene a ver, como mínimo cada tres meses, para desparasitar a Nala. Si no le aviso religiosamente para recordarle las vacunas, aparece en la sala de espera enfadado, muy enfadado y me explica que no quiere que le “falte de nada” a su perrita y que “es capaz de quedarse sin comer” para que ella tenga puestas todas sus vacunas. Usa siempre estas mismas palabras. Palabras que yo había escuchado en innumerables ocasiones, sin darles mayor importancia aunque me resultaba algo exagerado por su parte, que tuviese que quedarse sin comer para que su perrita no pasara ninguna necesidad. Sin embargo todo tuvo sentido cuando me enteré, por boca de su mujer, que había sido ingresado para operarle de cáncer de hígado. El hígado es el órgano de reserva, la carencia de comida vivida como estrés biológico pone en marcha la solución ganadora del cáncer de hígado. La falta y la carencia eran algo denso en su campo mental, tan denso, que sin querer, lo expresaba cada vez que hablaba de su preciosa Nala. En ese interactuar con el animal, interactuaba con su propio inconsciente, dejando salir el resentir que se filtraba por cada poro de su piel.
Y a pesar del fatal desenlace, a pesar de estar ciegos y sordos ante nuestra esfera mental, me alegra saber que al menos empezamos a comprender los síntomas, empezamos a responsabilizarnos de nuestras enfermedades y a tomarnos en serio nuestros conflictos emocionales . . .
. . . y tal vez algún día no será necesario descodificar tumores, no será necesario ir al terapeuta con un diagnóstico de enfermedad terminal porque mucho antes habremos visto nuestra barbilla temblar, sentido nuestras manos apretadas y habremos detenido nuestro caminar para preguntarnos por qué arrastramos los pies, si la vida es realmente maravillosa.
https://www.descodificacionbiologica.es
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