El hogar como un propósito ambicioso pero asequible o como una realidad de la que nunca tuvimos conciencia hasta que fue demasiado tarde: un contraste que encontramos en esta fábula de Rumi
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández
En una historia contada por Rumi,
el famoso poeta místico persa, tres peces toman distintas decisiones
cuando ven que un grupo de pescadores se acerca al lago donde viven. Uno
de ellos, el más inteligente, opta por tomar rumbo al mar y se va sin
enterar a los otros dos de su partida; el segundo, “medio inteligente”,
decide quedarse pero fingir que está muerto: al verlo flotar vientre
arriba, los pescadores se creen el engaño y lo descartan; finalmente, el
tercer pez, que en la historia se califica de tonto, confía en que su
habilidad y su astucia serán suficientes para evadir las redes de los
pescadores, pero se equivoca, y termina en una sartén, cocinándose a
fuego lento.
Como sucede con frecuencia en la
literatura religiosa o edificante, en este caso la narración sirve de
vehículo a una o varias enseñanzas. De manera general, se instruye al
lector en la multiplicidad de perspectivas que es posible adoptar ante
la vida y las circunstancias de las que está hecha, ese carácter
impredecible tan suyo y por el cual vivir puede parecer a veces tan
complicado (sobre todo para quienes quisieran que las cosas se
mantuvieran fijas o bajo su control).
En un sentido más específico, pero aún
como una interpretación, puede decirse que el tema central de la
historia es el hogar y la postura que cada uno de los peces asume ante
este. Aunque, al principio, parece que para los tres el lago es su
hogar, conforme la historia se desarrolla y se exponen las decisiones
que cada uno tomó, advertimos que no es así, que si acaso algo comparten
los tres con respecto al lago es tomarlo como el lugar donde vivían, un
punto en común que se ramifica de manera distinta para cada uno.
Si nos mantenemos en esta hipótesis, de
los tres peces los más interesantes son el primero y el último. El más
inteligente podría calificarse también de más ambicioso, arriesgado,
pues es el único que aprovecha la circunstancia para arrostrar un camino
que implica distancia y peligros, la soledad de un viaje que hace por
su propia cuenta y sin compañía, incluso la posibilidad de no retornar;
un poco como si el pez supiera del océano con anterioridad, lo anhelara,
pero solo en el momento de enfrentarse con los pescadores reconociera
que tenía que partir —eso o la muerte:
El pez inteligente decidió irse de inmediato, recorrer el largo y difícil camino hacia el mar.
Pensó: “No
consultaré con los otros dos. Harán vacilar mi decisión, pues aman
demasiado este lugar. Lo llaman su hogar. Su ignorancia los obligará a
quedarse aquí”.
Cuando viajes, pide consejo a un viajero, no a quien esté anclado a un lugar por su propia incapacidad. Mahoma dice:
“El amor por el terruño es parte de la fe”.
Pero el terruño es lugar hacia donde te diriges, no donde estás.
No leas mal ese hadith.
El hogar es en esa parte de la historia
menos un ideal que un propósito: algo para lo cual se va en pos de. Un
objetivo que se vislumbra a la distancia, quizá incluso en la
imaginación o en el deseo, pero que aun así se sabe asequible. Implica
enfrentar dificultades pero es posible que, después de todo, se consiga,
se llegue ahí. Por eso, poco más adelante pero todavía en este mismo
talante, Rumi escribe: “Amar el hogar es bueno pero pregúntate primero:
¿dónde está realmente el hogar?”.
El tercer pez, en contraste, vive
confiado en sus recursos y quizá podría decirse que no ve más allá de su
propio horizonte ni está interesado en ir más allá. Piensa que
escabullirse de los pescadores será tarea fácil, pero muere consumido
por su propia ignorancia. Al final de la historia se nos muestra por una
última vez a este pez, ya en la sartén, en un pensamiento de
componentes contradictorios:
Mientras, el tercer
pez tonto, brincaba agitado tratando de escapar por medio de su agilidad
y astucia. Por fin la red lo atrapó y ya en la terrible cama del sartén
para freír, pensó, “Si salgo de ésta nunca viviré otra vez en los
confines del lago. Para la próxima, el mar. Haré del Infinito mi hogar”.
Como vemos, la estrechez de juicio de
este tercer pez llega hasta el último minuto: aunque está a punto de ser
comido, todavía piensa que puede salir bien librado de la adversidad, y
al instante siguiente se dice: “Para la próxima, el mar. Haré del
Infinito mi hogar”, sin darse cuenta de que no existe tal cosa como una
próxima oportunidad. Al menos no para hacer del infinito el hogar
propio. Si eso es posible, no hay otro lugar más que aquí, ni otro
momento más que ahora.
Fuente: Pijamasurf
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