Integridad
es la consistencia interna que viene de una honestidad rigurosa y de
fuertes principios éticos. Supone reconocernos como un ser indiviso y
completo. La integridad surge de la comprensión de que tenemos la
capacidad de resistir debilidades tales como entrar bajo la influencia
de los demás, dudar de nosotros mismos o caer ante el influjo de
tentaciones o amenazas. Sabemos y experimentamos que nuestro espíritu no
se puede romper. Nuestra base es el coraje y el auto-respeto. Vivimos
nuestra vida siguiendo principios éticos claros y diáfanos, sobre los
que hemos reflexionado en profundidad y que expresamos a través de
nuestras palabras y comportamiento. Somos lo mismo interna que
externamente. Esto nos hace honestos y dignos de confianza.
La
integridad trae contentamiento. Contentamiento significa vivir una vida
en la que nos sentimos satisfechos, plenos y felices con aquello que
hemos conseguido y disponemos. Nos sentimos en armonía con nuestra vida y
logros. No somos avariciosos ni nos preocupamos por acumular sino que
somos generosos.
Se
dice: “Vive cada día como si fuera el último.” Se puede extender el
significado de esta máxima a cada momento del día a través de la
práctica de la honestidad y de un mayor reconocimiento de la importancia
del tiempo.
Desde
la integridad cambiamos nuestra visión del mundo y nuestra visión del
ser en el momento en que nos damos cuenta de que somos, en esencia, un
alma hermosa y llena de amor, y que todo depende de nuestra manera de
pensar. De esta manera transformamos la visión de todo lo que nos rodea y
la interpretación de los eventos y circunstancias. También cambian
nuestros sentimientos en relación a eventos del pasado.
Emergemos
la actitud y consciencia de integridad cuando repetidamente reconocemos
la verdad de que somos un alma pura, pacífica y llena de cualidades.
Nos valoramos desde la percepción que desarrollamos de ser seres
espirituales, nos valoramos desde la experiencia de nuestras cualidades
internas y dejamos de buscar fuentes externas de validación. Cuanto más
nos enfocamos en nuestra relación con el Ser Supremo divino, más
atraemos poder puro espiritual hacia nuestra alma. Esto nos capacita a
manejar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones e interpretar
nuestras percepciones sensoriales con sabiduría.
Necesitamos poder y fortaleza para tener integridad. El poder transformador positivo ha de provenir de una fuente externa a nosotros. No podemos ir hacia nuestro interior y encontrar suficiente poder para la transformación porque nuestro espíritu se ha vaciado. No podemos extraer poder de otro ser humano porque también están vacíos y lo único que conseguimos con esa actitud son relaciones desequilibradas. La fuente de bondad y de poder para mantener la integridad es el Ser Supremo, porque está más allá de este universo material y no está sujeto a ninguna corrupción, deterioro o decadencia. El Ser Supremo es inmutable, siempre lleno y su poder no se reduce nunca.
Meditación significa buscar y disfrutar la compañía del Ser Supremo a través de la mente, atraer poder espiritual hacia nosotros. La influencia divina que recibimos nos da fortaleza para emerger nuestra integridad. El recuerdo de Dios produce claridad en la conciencia y nos capacita para convertirnos en amos y soberanos de nuestro mundo interno, devolviéndonos nuestro auto-respeto original.
Necesitamos poder y fortaleza para tener integridad. El poder transformador positivo ha de provenir de una fuente externa a nosotros. No podemos ir hacia nuestro interior y encontrar suficiente poder para la transformación porque nuestro espíritu se ha vaciado. No podemos extraer poder de otro ser humano porque también están vacíos y lo único que conseguimos con esa actitud son relaciones desequilibradas. La fuente de bondad y de poder para mantener la integridad es el Ser Supremo, porque está más allá de este universo material y no está sujeto a ninguna corrupción, deterioro o decadencia. El Ser Supremo es inmutable, siempre lleno y su poder no se reduce nunca.
Meditación significa buscar y disfrutar la compañía del Ser Supremo a través de la mente, atraer poder espiritual hacia nosotros. La influencia divina que recibimos nos da fortaleza para emerger nuestra integridad. El recuerdo de Dios produce claridad en la conciencia y nos capacita para convertirnos en amos y soberanos de nuestro mundo interno, devolviéndonos nuestro auto-respeto original.
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