lunes, 30 de noviembre de 2015

Imagina tu vida como un libro.



Imagina tu vida como un libro.

En cada página de este libro, sin importar aquello que esté pasando en la historia, sin importar lo que las palabras estén describiendo, sólo hay un papel en blanco.

Rara vez se toma en cuenta este papel, y todavía más raro es el hecho de apreciarlo, sin embargo, es completamente esencial. Sin él, las palabras no podrían existir.

Tú eres muy parecido al papel que hay detrás de las palabras de tu vidaTú no eres la historia de tu vida – tus fracasos, tus éxitos, tus pesares y tus esperanzas; tus memorias, tus expectativas, tus grandes logros y tus terribles pérdidas – tú eres la vida misma, esa expansión de consciencia completamente abierta y que todo lo abraza, eres ese espacio en donde la historia de tu vida se interpreta a sí misma. 

El papel de un libro jamás se ve afectado por la historia que se cuenta en élEl papel está ahí sólo para contener las palabras, abrazarlas, permitirlas ser, sin condición alguna. Las palabras aparecen y desaparecen del papel, tanto las felices como las tristes, tanto las sagradas como las profanas. Se luchan grandes batallas, se tienen aventuras increíbles, se representa el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento y, sin embargo, el papel siempre sigue estando allí, siempre presente, siempre íntegro.

Una historia de amor, una comedia, una historia de terror, una guerra épica, una larga y frustrante búsqueda de éxito o iluminación – al papel realmente no le importa.

Cualquiera que sea la historia, el papel nunca necesita saber cómo termina todo. Y en las páginas finales del libro, el papel no teme para nada el fin de las palabras, ni tampoco añora los viejos tiempos de la historia. Y si el personaje principal muere, el papel no llora. Incluso, la muerte es bien recibida por el papel. El papel no se da cuenta de que la historia ha “terminado”. El papel está más allá del ciclo de nacimiento y muerte de sus personajes.

Tú no sabes realmente cuántas páginas quedan de tu autobiografía. (De hecho, tu libro ni siquiera ha sido escrito – ¡se está escribiendo a sí mismo conforme todo se da!) Desde la perspectiva de las palabras, es decir, desde la perspectiva de la mente humana, tu historia aún no está completa.

Pasamos gran parte de nuestra vida tratando de averiguar cómo debemos terminar nuestra historia, cómo resolver todo de la mejor manera, cómo solucionar nuestros problemas pendientes, cómo “componer” y completarnos a nosotros mismos, cómo controlar un futuro incontrolable.

Pero, desde la perspectiva del papel, desde la perspectiva de la consciencia, no hay ninguna historia que resolver. Las cosas están bien exactamente como están, en este momentoEn este momento, todo ya ha sido aceptado tal y como es.

Este es el libro más amoroso que existe, y eso es lo que tú eres

Jeff Foster

Decálogo del autoengaño. ¿Te suena?‏


Según el psicólogo y escritor Daniel Goleman “Lo único que puede librarnos del poder hipnótico del autoengaño es el valor para buscar y afirmar la verdad”. Dejemos de vivir en la mentira y destapemos la verdad, dejemos de confundir lo que es con lo que nos gustaría que fuera. 
 Demóstenes dejó escrito “No hay nada más fácil que el autoengaño. Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree” y empecemos por nosotros mismos. Aquí presentamos diez mentiras frecuentes, ¿te reconoces en alguna de ellas?

1-Decir “comenzaré mañana”, cuando en realidad podrías hacerlo hoy. 

2-Ilusionarse con una suerte de iluminación que llegue de repente, sin constancia ni trabajo personal profundo.

3-Definirte por un sólo aspecto de lo que eres, cuando en realidad cada ser contiene multitudes.

4-Prometerte que “es la última vez que lo hago”, cuando ya lo has intentado dejar de hacer otras veces sin éxito.

5-Esperar que algo externo te dará la felicidad, mientras repites cada día las mismas rutinas insatisfactorias.

6-Dudar de si estás a gusto en una relación. Sencillamente, si se duda, la respuesta es que “no”.

7-Creer que la sabiduría se alcanza por un solo camino, descartando otras vías por pura ignorancia.

8-Aparentar una vida en pareja cuando en realidad esa relación se acabó hace tiempo.

9-Poner toda la esperanza y atención en lo seremos o tendremos mañana, viviendo disociados de lo que somos y tenemos en el presente.

10-Asegurar que amas a una persona, mientras esperas que cambie para demostrarle tu amor.

Carmen Guerrero/Plano sin fin

DEFENDER LA DIGNIDAD PERSONAL




DEFENDER LA DIGNIDAD PERSONAL 
(La dignidad humana)

 En mi opinión, una de las tareas primordiales de las personas es la de defender –cuando se ve vulnerada- su dignidad personal. Por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio.

La dignidad, humana y personal, es el derecho propio que tiene cada ser humano a ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, y, en principio, simplemente por el hecho de ser persona.

Este derecho, que ha de ser respetado innegociablemente por todas las personas, ha de ser acatado inexcusablemente, y en primer lugar, por uno mismo.

Si uno no se respeta no puede pedir que los otros sí lo hagan. Y uno ya no se está respetando si no exige que se le respete. 

Y ha de ser con una exigencia firme, innegociable, irreductible.

Exigir es pedir imperiosamente algo a lo que se tiene derecho. O sea, pedir autoritariamente, firmemente, del todo convencido, algo a lo que se tiene derecho. Pedirlo con asertividad.

Respetar los derechos propios, y hacer que los respeten, es el primer paso, y necesario, en el afianzamiento de la Autoestima y en el mejoramiento posterior de la relación con los otros.

Reconozco que este es un asunto que a mí me irrita especialmente.

En mi infancia acompañaba a mi padre a vender en los mercadillos. Recuerdo nítidamente un día que llovía bastante y hacía mucho frío. Por primera vez en varios años le pedí a mi padre que dejáramos de vender y nos fuéramos para casa. Una señora que me oyó pedirlo dijo: “Pobre niño”. Otra señora que escuchó el comentario me dijo: “Nunca permitas que te digan pobre niño”. Aquello me caló hondo. Allí fue donde se sublevó mi deseo de no permitir que nadie mancillara mi dignidad personal.

Yo era un niño necesitado de una palabra de consuelo, o de ánimo. O necesitado de irme a casa para no seguir pasando frío. Pero yo no era un niño necesitado de lástima.

 Toda persona de bien, repito: TODA PERSONA DE BIEN tiene el derecho innegable a preservar su dignidad y a ser respetado. 

Así que no tolero el maltrato físico o psicológico, no admito para alguien el desprecio ni la humillación, no consiento la violencia ni la dictadura, no permito el insulto ni la acusación de culpabilidad injusta. En estoy soy irreductible. Y te invito a que tú también lo seas.

Todos merecemos respeto y consideración sin que importe el nivel cultural o el sexo, sin que importen las circunstancias personales o el estatus social, sin que importe el país o las costumbres y tradiciones.

La exigencia del respeto hacia tu propia dignidad te aportará todo tipo de satisfacciones: el hermoso placer de sentirte tú mismo y sentirte íntegro, la delicia de saberte respetado y valorado como persona, el placer de andar con la cabeza alta y sintiendo el mejor y más sano de los orgullos, el goce de sentirte satisfecho con tu personalidad…


Si uno se sabe y se siente digno, podrá vivir de tal modo que aunque tenga errores, que los seguirá teniendo, o que no haga todas las cosas del mejor modo posible, por lo menos no se sentirá despreciable y no tolerará que los demás le traten de un modo denigrante o indigno. No creerá que todo “error” merece un castigo. No se considerará inepto, inútil, patán, despreciable.

Si uno se siente digno se mirará en el espejo de su conciencia y se sentirá bien.

Algunos seres humanos tienen la desdicha de estar en una vida en que las cosas agradables son escasas, o viven relaciones tormentosas cargadas de sufrimiento y adversidades. Aún en estos casos, casos en los que todo parece perdido, todo parece sucio y degradante, la dignidad personal ha de pervivir por encima de todo ello, lustrosa, impoluta, siempre respetada, virgen.

Y esto es tarea ineludible de cada persona.

Cada uno ha de defender su dignidad –por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio- como su más preciado tesoro. Porque lo es. 

Las circunstancias personales te podrán despojar de casi todo, y en algunos casos no podrás hacer nada para evitarlo, pero has de lograr, sea como sea, que la dignidad personal se mantenga inmaculada por encima de cualquier acontecimiento. Que mantengas intacta la paz y reluciente la leve sonrisa que provoca tener una dignidad considerada y a salvo.

El honor que ello aporta es impagable. 

Le permite a uno ver la vida de otro modo más amable y verse a sí mismo en su integridad con una indisimulada satisfacción.

La dignidad es un sello de distinción que Dios nos otorga. Y merece toda nuestra consideración, auténtica devoción y atención y cuidado.

Es cuanto tenemos de honor y de grandeza. 

Y es, en mi opinión, una porción de divinidad. 


Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales
www.buscandome.es

sábado, 28 de noviembre de 2015

Estrategia global para la paz y el progreso.




Deepak Chopra se involucra en la creación de una alianza estratégica global para la paz y el progreso humano.

Adjuntamos la carta de presentación de la iniciativa

“Necesitamos una masa crítica de personas que no participen o toleren más la cultura de violencia que está basada en una profunda indiferencia hacia el dolor... y la falta de respeto por la vida.... La única manera de crear una masa crítica de consciencia es creando una alianza estratégica global de personas y organizaciones que contribuyan con el crecimiento espiritual así como también con el mejoramiento de la humanidad y el medio ambiente...”

Queridos Amigos,

Me gustaría actualizarlos en varios asuntos en los cuales tanto El Centro Chopra para el Bienestar como La Fundación Chopra están involucrados. Recientemente atendí a una Conferencia sobre la Paz y el Progreso Humano, que fue organizada por Oscar Arias (Premio Nobel de la Paz) y el Senado de Puerto Rico. La Conferencia fue enriquecida por otros Premios Nobel y representantes de otros países. Tuve el privilegio de ofrecer un discurso en ésta Conferencia y en la sesión final acordé actuar como pivot en la creación de una alianza estratégica global para la paz y el progreso humano.

Creo que es muy importante y urgente que reconozcamos los temas morales de nuestros tiempos. Los mismos no son las aventuras extramaritales de nuestros políticos ni los banquetes que ofrecen las celebridades de Hollywood. Los temas morales importantes de nuestros tiempos son la guerra, las armas, la violencia en todas sus formas, las disparidades económicas, la pobreza extrema, la devastación ecológica, el prejuicio, el racismo y el sexismo. Cada 2 ½ segundos, en algún lugar del mundo, un niño muere de hambre o de otra enfermedad prevenible. Menos del 4% de los gastos mundiales anuales destinados a armamentos, solucionarían por completo el hambre infantil en el Planeta. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, más de 32.000.000 de civiles, la mayoría mujeres, ancianos y niños han muerto como resultado del odio y la ignorancia, y los comerciantes de la muerte y la destrucción. Para el año 2000, los gastos militares mundiales eran equivalentes al 35% del total anual de ingresos de casi 2 billones de personas. Nuestros corazones parecen ser inmunes a la procesión de imágenes televisadas que continuamente representan una extraña mezcla de ficción, noticias y publicidades que constantemente alimentan nuestras adicciones a la adrenalina.

La religión organizada ha fallado en el logro de su propósito más elevado, porque usualmente ha fomentado la división y la xenofobia, y al mismo tiempo ha manipulado a las personas a través del miedo y la violencia. Desafortunadamente, nuestras religiones son los legados de nuestros ancestros tribales cuyas ideologías y marcos conceptuales han generalmente fallado al progreso de nuestro entendimiento de la cosmología moderna o evolución. Similarmente, nuestro estado actual de evolución nos demanda la re-examinación de nuestras nociones de nacionalismo. El tribalismo ha tomado el lugar del nacionalismo, tanto al extremo de premiar con medallas de honor a las masas asesinas durante los tiempos de guerra. Einstein llamó “al nacionalismo una enfermedad infantil, el sarampión de la humanidad”. Erich Fromm dijo “el nacionalismo es nuestra forma de incesto, es nuestra idolatría, es nuestra insanidad. El patriotismo es su culto”. Estas son solo palabras duras, pero a menos que estemos preparados para mirar honestamente nuestras creencias obsoletas, nuestras ideologías incuestionables y a nosotros mismos, lamentablemente no habrá esperanza para nosotros.

En relación a la Fundación Chopra, el nuevo plan estratégico rápidamente está tomando lugar. Un número de notables metas y objetivos están siendo considerados. Por ejemplo, la Fundación Chopra va a tomar un rol líder en la creación de una Alianza Estratégica Global para la Paz y el Progreso Humano, para de ésta manera podamos influenciar a la opinión pública y en última instancia, a la política pública. Necesitamos una masa crítica de personas que no participen o toleren más la cultura de violencia que está basada en una profunda indiferencia hacia el dolor de nuestros queridos seres y la falta de respeto por la vida. Fue necesaria una masa crítica de consciencia para prohibir el hábito de fumar en los lugares públicos. En la actualidad, los familiares de personas que fallecieron por enfermedades aparejadas con el cigarrillo están demandando a las compañías tabaqueras. Es imaginable que llegará un día en el cual los manufacturadores de armas serán considerados culpables cuando un niño inocente muera como consecuencia de los disparos de un arma. En la actualidad, los gobiernos rotulan a las muertes de miles de inocentes como “daños colaterales”, para que nos tornemos insensibles a la angustia e imágenes del horror a través de las palabras. La única manera de crear una masa crítica de consciencia es creando una alianza estratégica global de personas y organizaciones que contribuyan con el crecimiento espiritual así como también con el mejoramiento de la humanidad y el medio ambiente. Muchos Premios Nobel, representantes de agencias humanitarias internacionales, y personalidades influyentes de gobiernos alrededor del mundo, han recibido ésta idea con gran entusiasmo. La masa crítica será creada a través de un compromiso muy concreto de instituciones educativas, de la industria del entretenimiento, de los medios y las redes de trabajo de información, incluyendo Internet.

Para refrescar nuestro objetivo – queremos crear una masa crítica de consciencia que influencie a la opinión pública y la polítca, para que podamos tomar medidas, remediar y crear una nueva cultura donde la violencia, las armas, la pobreza, la degradación y devastación ecológica y ambiental puedan ser identificadas como las epidemias mayores de nuestros tiempos. Y necesitan ser corregidas con urgencia. En éste proceso será importante no pensar en términos de nuestra psicología versus la de ellos. Existe solo uno de nosotros – somos un cuerpo en un mundo. En la jerarquía entrelazada, santo y pecador, divino y diabólico, sagrado y profano son diferentes caras de nuestro Ser colectivo. Por lo tanto, el fuerte activismo guiado por la ira, aunque parezca justificado, realmente no será exitoso. Considero que la jerarquía entrelazada quiere que nos desplacemos hacia el próximo nivel evolutivo, y fuertemente desea que alcancemos un salto cuántico de creatividad.

Hay muchas otras cosas excitantes en el horizonte. Espero que puedan participar de alguna manera, aunque sea convirtiéndose en voces de éstos mensajes. Si desean participar de alguna manera en ésta tarea, por favor envíen un email a: foundation@chopra.com con sus ideas y cómo les gustaría participar. La consciencia mundial está demandando una espiritualidad auténtica que está basada en la comprensión científica del dominio de consciencia donde experimentamos nuestra universalidad. Esto no es más que nuestro ser interno. Ha estado esperando pacientemente, invitándonos a entrar en el luminoso misterio en el cual todas las cosas son creadas, nutridas y renovadas. Cuando entramos en éste luminoso misterio de existencia, experimentamos gran maravilla, humildad y amor. Donde existe maravilla, humildad y amor, existe la oportunidad para la sanación.
Namasté,

Deepak Chopra

¡Despierta!



¿Se puede decir que en estos últimos días no te has sentido como un hombre libre y feliz, sin problemas ni preocupaciones? ¿No te has sentido así? Pues estás dormido. ¿Qué ocurre cuando estás despierto? No cambia nada, todo ocurre igual, pero tú eres el que ha cambiado para entrar en la realidad. Entonces lo ves todo claro.

Le preguntaron a un maestro oriental sus discípulos: "¿Qué te ha proporcionado la iluminación?" Y contestó: "Primero tenía depresión y ahora sigo con la misma depresión, pero la diferencia está en que ahora no me molesta la depresión."

Estar despierto es aceptarlo todo, no como ley, ni como sacrificio, ni como esfuerzo, sino por iluminación.
Aceptarlo todo porque lo ves claro y ya nada ni nadie te puede engañar. Es despertar a la luz. El dolor existe, y el sufrimiento sólo surge cuando te resistes al dolor. Si tú aceptas el dolor, el sufrimiento no existe. El dolor no es inaguantable, porque tiene un sentido comprensible en donde se remansa. Lo inaguantable es tener el cuerpo aquí y la mente en el pasado o en el futuro.

Lo insoportable es querer distorsionar la realidad, que es inamovible. Eso sí que es insoportable. Es una lucha inútil como es inútil su resultado: el sufrimiento. No se puede luchar por lo que no existe.

No hay que buscar la felicidad en donde no está, ni tomar la vida por lo que no es vida, porque entonces estaremos creando un sufrimiento que sólo es el resultado de nuestra ceguera y, con él, el desasosiego, la congoja, el miedo, la inseguridad... Nada de esto existe sino en nuestra mente dormida. Cuando despertemos, se acabó.

Anthony de Mello
Autoliberación interior

No eres Tú, soy Yo...


No eres Tú, soy Yo...

¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? 
¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? 
¿Quién controla tu vida?...
¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe?...

Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.
 
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad al menos que tú le permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida.
 
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del otro, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
 
Cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta. Muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir.
No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control a alguien ajeno a nosotros.
 
Si lo quisieras ver de forma más gráfica, es como si nos estuviéramos haciendo vudú voluntariamente, clavándonos las agujas cada vez que un tercero hace o deja de hacer algo que nos incomoda. Lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente.
 
Un claro ejemplo de la enorme dependencia que podemos llegar a tener con otra persona es cuando hace algunos años alguien me dijo:
"Necesito que Enrique me diga que me quiere aunque yo sepa que es mentira. Sólo quiero escucharlo de su boca y que me visite de vez en cuando aunque yo sé que tiene otra familia; te lo prometo que ya con eso puedo ser feliz y me conformo, pero si no lo hace... siento que me muero".
 
¡Wow! Yo me quedé de a cuatro ¿Realmente ésa será la auténtica felicidad? ¿No será un martirio constante que alguien se la pase decidiendo nuestro estado de ánimo y bienestar? Querer obligar a otra persona a sentir lo que no siente... ¿no será un calvario voluntario para nosotros?
 
No podemos pasarnos la vida cediendo el poder a alguien más, porque terminamos dependiendo de elecciones de otros, convertidos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
 
Las frases que normalmente se dicen los enamorados como: "Mi amor, me haces tan feliz", "Sin ti me muero", "No puedo pasar la vida sin ti", son completamente irreales y falsas. No porque esté en contra del amor, al contrario, me considero una persona bastante apasionada y romántica, sino porque realmente ninguna otra persona (hasta donde yo tengo entendido) tiene la capacidad de entrar en tu mente, modificar tus procesos bioquímicos y hacerte feliz o hacer que tu corazón deje de latir.
 
Definitivamente nadie puede decidir por nosotros. Nadie puede obligarnos a sentir o a hacer algo que no queremos, tenemos que vivir en libertad. No podemos estar donde no nos necesiten ni donde no quieran nuestra compañía. No podemos entregar el control de nuestra existencia, para que otros escriban nuestra historia. Tal vez tampoco podamos controlar lo que pasa, pero sí decidir cómo reaccionar e interpretar aquello que nos sucede.
 
La siguiente vez que pienses que alguien te lastima, te hace sufrir o controla tu vida, recuerda: No es él, no es ella... ERES TÚ quien lo permite y está en tus manos volver a recuperar el control.
"Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: 

La última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal 

que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino".


Viktor Frankl.
 Neurólogo, psiquiatra, sobreviviente del holocausto 
y fundador de la disciplina que conocemos hoy como Logoterapia.




 

viernes, 27 de noviembre de 2015

El sufrimiento emocional

Sufrimiento emocional, la asignatura pendiente

QUITAR LO QUE SOBRA 

“El anciano maestro Zen puso un hermoso y valioso jarrón, antiquísima y única herencia familiar, delante del cónclave a la espera de encontrar un sucesor entre los asistentes. Les indicó que aquel jarrón no era más que un problema y se sentó a esperar… Un alumno se levantó y con determinación destrozó el jarrón con su sable. El que a priori parecía un loco temerario, resultó ser el elegido. Un problema por muy antiguo, valioso y útil que sea seguirá siendo un problema y como tal debe ser eliminado, sentenció el maestro justificando así su elección y honrando el valor del nuevo abad…”      Cuento budista

Si, por las circunstancias, tuviésemos la posibilidad de conocer y entablar cercana relación con muchas personas, enseguida nos daríamos cuenta de que no hay más que arañar un poco en el corazón de cada una de ellas para descubrir que, en mayor o menor medida, todas padecen algún tipo de problema personal; de hecho, esto ya lo percibimos en nuestras relaciones habituales y, por supuesto, en nosotros mismos. Familia, trabajo, amigos, existencia… siempre hay algún ámbito de nuestra vida que nos genera sufrimiento, que nos genera dolor, que nos genera malestar. Las emociones, los síntomas de esta epidemia están tan extendido s en la raza humana que, de ser un virus, sería, inmediatamente, declarada la pandemia.

Es evidente que todavía no estamos lo suficientemente concienciados sobre esta cuestión como para que pueda despertar el necesario interés social que suscite el desarrollo de una nueva forma de educar en el seno familiar, basada -fundamentalmente- en una buena profilaxis traumática que permita al niño crecer feliz y con una buena salud emocional. Y, ¿por qué no?, también, una nueva asignatura educativa que nos aporte, especialmente desde la infancia, la información y herramientas necesarias para desarrollar todo nuestro potencial humano y evitar que tengamos que hacer uso de nuestros naturales mecanismos de resiliencia.

Lo cierto ahora es que podemos sufrir desde una leve insatisfacción existencial (“sufrimiento de baja intensidad”) a una grave manifestación emocional (“emotio-terrorismo”). Realmente, el grado en que suframos no es lo importante sino el problema en sí, y cualquier problema puede y debe ser abordado y solucionado, como bien transmitía el cuento de la presentación. Pero, para poder hacerlo, se hace imprescindible que antes aprendamos a reconocer el sufrimiento, y a reconocer quién tiene la responsabilidad sobre ese sufrimiento. Lamentablemente, abordar estas cuestiones se hace inviable debido a la falta de educación emocional y la adaptabilidad a las que aludía en el párrafo anterior. Esto, unido a que nuestra salud emocional está supeditada al actual paradigma psicológico caracterizado por sus temidas etiquetas y sus interminables y dudosos tratamientos, consigue que las procesiones sigan por dentro y nuestros “asuntos” permanezcan todavía en la carpeta de tabúes pendientes de airear.

Reconocer el sufrimiento
Nuestro marco educativo nos ha condicionado para creer que el sufrimiento es innato al ser humano y, en consecuencia, no hay nada que se pueda hacer salvo adaptarse a él, haciendo uso de nuestra resiliencia. Si prestamos atención, existen muchas frases que hemos heredado de nuestros padres y abuelos y repetimos inconscientemente como si fuesen una verdad inmutable: “la vida es la escuela del dolor” “soy como soy, y a mi edad ya no se puede cambiar”, “el amor es sufrimiento”, “la felicidad es una utopía”, "es el precio que hay que pagar", etc. Creencias que nos sitúan en el inmovilismo, la resignación y la desesperanza. No son sólo frases, es lo que se nos ha transmitido y forma parte de la personalidad con la que interpretamos la vida. El Dr. Miguel Ruiz lo define como “el libro de la ley”.

Hay personas que acuden a mi consulta con la intención de dar solución a algún pequeño problema recurrente que en ese momento le perturba; pero, cuando empiezo a profundizar en su corazón, pronto constato que lo que me cuenta no es más que algo que distrae su atención de lo verdaderamente importante, la punta de un iceberg que esconde debajo una cantidad inmensa de rabia y dolor que, por increíble que parezca, la persona está tan acostumbrada a él que no es capaz de identificarlo, y mucho menos calibrar sus efectos.
La actitud que mejor puede rescatar las oscuras sombras de nuestro corazón y sacarlas a la luz es la sinceridad, entendida como un hermoso acto de generosidad con uno mismo a través del cual reconocemos que algo no va bien y nos ponemos en disposición de averiguar qué. Y es en ellas, en nuestras sombras, donde están todas las respuestas que necesitamos. Un ejercicio meditativo muy eficaz para empezar a obtener respuestas es formularnos la pregunta ¿soy feliz? O también ¿estoy en paz? Es igual cómo definamos o justifiquemos todo lo que encontremos, lo que no sea felicidad o paz es sufrimiento. Si lo haces, recuerda que es solo un ejercicio de observación; no es necesario que lo cuantifiques, solo que lo identifiques.

Reconocer la responsabilidad
En párrafos anteriores revelaba una de las tres actitudes necesarias para abordar de manera adecuada un proceso de alquimia emocional, la sinceridad. Quiero exponer ahora otra de esas actitudes, se trata de la responsabilidad.
Que no nos hayan enseñado a plantearnos una solución de continuidad a nuestro sufrimiento y, menos aún, que tal posibilidad pudiera existir, perpetúa el hábito de nuestras exigencias emocionales que ineludiblemente nos hacen ver toros que no son, pero que parecen ser (como rezaba aquella cancioncilla de los setenta) Y es que el secuestro, al que nos someten nuestras emociones en el crucial instante en que el problema se manifiesta, nos lleva a confundir éste con las circunstancias que lo desatan y, sobre todo, con los actores presentes en ellas

El problema no está, por tanto, en nuestras vivencias, sino en cómo nuestro corazón las interpreta; si lo hace con dolor, tenemos el sufrimiento asegurado. Tenemos que aceptar –definitivamente- que la culpa no está en el otro, o en las circunstancias, o en la vida, o incluso en Dios, como acostumbramos a creer. La responsabilidad es solo nuestra, y esta es una actitud que, ajena al castigo que genera la culpa, nos invita a reconocer, con sinceridad, que todo lo que sentimos, ya sea de índole dolorosa o placentera, nos pertenece, es nuestro patrimonio emocional. Que solo a nosotros nos corresponde darle solución y no creer, equivocadamente, que otro lo pueda hacer por nosotros con sus actos o palabras.
Siempre estamos esperando que el otro repare el daño que creemos nos ha causado y esto, con el tiempo, se va convirtiendo en un parásito que se aferra firmemente a nuestro corazón, secuestrando nuestro raciocinio y decidiendo y actuando por nosotros. Esa culpa, que adjudicamos al otro, nos impide ejercer el sanador y necesario gesto de perdón que, si bien no pretende exonerarlo de su responsabilidad, nos permite cortar los lazos de exigencia que establecemos por doquier y que nos devolverán la responsabilidad y la libertad a nuestras, hasta ahora, dependientes vidas.

Hasta aquí, mi pretensión ha sido dejar aclaradas las dos cuestiones fundamentales que planteaba al inicio de este artículo, reconocer el problema y la responsabilidad sobre el mismo. Pero, no quiero terminarlo sin revelar la tercera actitud que debemos desarrollar para dejar de sufrir. Sí podemos dejar de sufrir, podemos aprender a hacerlo. Y este es, en definitiva, el objetivo hacia donde verdaderamente va dirigida esta disertación.

Cómo dejar de sufrir
La tercera y última de las actitudes necesarias para tal hito es el compromiso. Es, realmente, el elemento crucial en este proceso la “declaración de intenciones”, la energía iniciadora, continuadora y facilitadora de todos los procesos que se irán desarrollando a lo largo de nuestro periplo en pos de la libertad emocional, del poder bien entendido, el poder de elegir cómo me quiero sentir, cómo quiero decidir haciendo uso de mi libre albedrío. Tener compromiso significa tener intención, y esta no es más que el deseo consciente de solucionar los problemas que puedan estar manifiestos; significa tener decisión, que es la manifestación de la voluntad para continuar con el proceso hasta su conclusión; y significa tener enfoque, la motivación que surge de reconocer en el conflicto la oportunidad.

Llegados este punto, siempre surge una pregunta muy concreta entre los asistentes a mis conferencias “sí, eso está bien, pero… ¿cómo lo hago, cómo doy solución a mi sufrimiento?” La verdad es que la respuesta es tremendamente simple y, por eso, de orden superior (como dice la sabiduría oriental). Por comprensión. Y no olvidemos que la comprensión es la materia prima con la que se confecciona nuestra consciencia y, por ende, lo que impulsa nuestra evolución como seres humanos.

Para que la mente comprenda hemos de ofrecerle de forma ordenada, lógica y coherente toda la información emocional existente alrededor de un problema y, además, perfectamente relacionada con cada una de sus creencias, pensamientos y reacciones, e incluso con el dolor físico, con la somatización. Es un volcado al consciente de todo el material subconsciente que permanece oculto. Esto es lo se conoce como Satori en la tradición oriental, un término que no debería resultarnos tan ajeno…

Si reconocemos en nuestros corazones la vocación suficiente como para iniciar un camino de crecimiento, y la capacidad para desarrollar las actitudes que me van a ser útiles en él (sinceridad, responsabilidad y compromiso), entonces ya sólo nos queda comenzar a andar. Pero, antes de empezar, hemos de resolver dos cuestiones fundamentales ¿cuál es el destino de nuestros pasos? y ¿qué mapa será el adecuado para poder alcanzarlo?

Sanación, crecimiento, búsqueda… son algunos de los términos que hoy empleamos para intentar explicar nuestro proceso evolutivo consciente y comprometido, pero estos términos no definen un destino. Se basan en el viejo paradigma “hemos venido a aprender” que busca soluciones en la información, en el conocimiento, en el esfuerzo del aprendizaje. El nuevo paradigma “hemos venido a reconocernos”, al contrario que el viejo, nos invita a una tarea mucho más sencilla y hermosa: quitar lo que sobra. Conócete a ti mismo, tal y como rezaba el frontispicio del templo de Delfos, ese es, y no otro, nuestro destino. Ya ha llegado el momento de dejar de buscar “fuera” para comenzar a buscar “dentro”

La segunda cuestión se antoja más compleja; de hecho, no pocos buscadores se han perdido en el camino confundiendo –erróneamente- los medios con el fin. Lo que llamamos búsqueda no ha de ser más que una etapa, con fecha de caducidad, que nos permita discernir cuál es la herramienta más adecuada para alcanzar nuestro destino de las existentes en el amplio y confuso mercado espiritual. El método es necesario para mostrarnos el camino, sin saber qué hemos de hacer y cómo hemos de hacerlo no conseguiremos resultados, no llegaremos a nuestro destino. Sin mapa no puede haber singladura.

Poco a poco, empezamos a percibir que hay una íntima relación entre terapia y espiritualidad. Para poner un poco de luz en la confusión que todavía existe al respecto hemos de entender que la solución del sufrimiento es un paso más en el camino evolutivo, la fase inicial más urgente y -a la vez. la más difícil; pero, sin duda, la que más templará nuestro corazón. En esta fase es fácil perderse, tendemos a buscar fórmulas mágicas que aparten de nosotros el cruel cáliz emocional, atajos que eviten nuestra responsabilidad. Pero, lo cierto es que no somos conscientes de que el proceso de abordaje emocional desarrollará nuestra capacidad más maravillosa, la de comprender, y es ésta -y sólo ésta- la que pondrá todo en orden en nuestro corazón.

Tenemos demasiado miedo a nuestras emociones; tienen el poder absoluto sobre nuestros comportamientos, sobre nuestras vidas, sobre nuestra libertad de sentir. Y no son más que hábitos, costumbres, que se han asentado en el tiempo y que tienen origen en las vivencias que hemos asimilado con dolor en nuestra infancia. Comprender cómo sufrimos, por qué sufrimos y de dónde viene nuestro sufrimiento desactiva la energía que alimenta nuestros núcleos de conflicto, y nos devuelve el poder sobre nuestro sentir y nuestro actuar. Comprender desarrolla nuestra consciencia y nos enruta adecuadamente en nuestro propósito evolutivo.

Cuando nuestras emociones surgen tendemos a rechazarlas, esconderlas, evitarlas, disimularlas, reprimirlas, reprogramarlas… pero no a observarlas. Comprenderlas implica la necesidad de afrontarlas, enfrentarlas y utilizarlas. Ellas nos provocan el sufrimiento; por tanto, sólo en ellas está la respuesta al mismo, sólo ellas me pueden ofrecer lo que busco, el por qué. Y esta es la clave, saber el por qué. Todos sabemos qué nos hace sufrir, o quién nos hace sufrir, o cuándo sufrimos; pero no sabemos por qué sufrimos… De hecho, si lo supiéramos ya no lo haríamos.

Esto supone buscar donde no lo habíamos hecho y, por supuesto, hacer algo que no habíamos hecho antes: preguntarnos por qué. Cuando surge el problema o cuando lo reavivo observo mi interior y me formulo dos preguntas: de esto que está ocurriendo ahora ¿qué es lo que me duele?, aparto el “escenario” y a los “actores” del terreno emocional y me vuelvo a preguntar: ¿y por qué esto me duele? El resto es tirar del hilo…

El método en cuatro pasos
La clave del proceso, la primera etapa, ya la apuntaba en el párrafo anterior; consiste, simplemente, en aprender a observar. La observación es un gesto valiente y decisivo, que pretende esquivar las respuestas naturales de defensa y el asentamiento -en el tiempo- de esas reacciones (hábitos). La forma adecuada de establecerla es desdramatizar, para poder mantener la calma en la mente y en el corazón, y desapegarnos, para no sucumbir al secuestro de la exigencia emocional. Es el momento de formular a nuestro corazón las preguntas adecuadas…

El establecimiento de la observación nos lleva a la introspección, un mecanismo meditativo de nuestra mente, que facilita el anclaje de la atención sobre la manifestación emocional. Una vez que hemos conseguido situarnos en el “Espacio Sagrado” de la observación, la introspección nos permite “quedarnos a solas” con el sentir real. Es el momento en podemos identificar el por qué.
Llegados a este punto nos interesa saber qué es una emoción para poder, así, identificarla adecuadamente. El mecanismo de la emoción es el mismo para todos los seres humanos, y no existe diferencia entre unas emociones y otras; es el afán clasificatorio de nuestra mente consciente la que pretende distinguirlas, adjudicándoles diferentes adjetivos y esto es lo que nos causa tanta confusión. Pongamos luz a esta cuestión…

La emoción es resistencia.
La emoción, fundamentalmente, es dolor físico; primero, y antes de nada, dolor físico. Cuando nuestros dispositivos automáticos intuyen que va a ocurrir algo que no nos gusta, que no deseamos, salta la alarma en el cuerpo. Ya sentimos un dolor: presión en el plexo, nudo en la garganta, tripas revueltas, piernas bloqueadas, cabeza que estalla… y tantos otros. No nos hemos dado cuenta de la urgencia a la que nos somete ese dolor, queremos quitárnoslo de encima como sea. Y ese dolor surge por la resistencia, sencillamente NO ACEPTAMOS lo que va a ocurrir, como tampoco lo que vamos a sentir. Rechazamos esta situación, esta persona, este sentir, este ahora, y el dolor empieza… observa por qué te resistes, identifica la resistencia.

La emoción es culpa
Y el dolor físico se asoció a pensamientos, que toman forma de creencias y suposiciones, y nos hacen revivir una y otra vez el mismo drama. La culpa es la que las provoca, y mantiene la constante exigencia de reparación del daño que consideramos nos ha sido causado. Siempre hay alguien culpable de lo ocurrido, culpable de nuestro sufrimiento. El otro, como ya sabemos, bien puede ser una persona, o bien puede ser la suerte, la vida, Dios… Pero la faceta más cruel y dañina de la culpa es la que dirigimos hacia nosotros mismos, nos culpamos por consentir, por asumir, por no actuar, por no decir, por transgredir. Este es el cáncer que nos corroe por dentro… observa qué culpas, observa de qué te culpas, identifica esas culpas.

La emoción es autocastigo
Esta es la cruel consecuencia de la culpa, la verdadera razón del sufrimiento. Sufrimos porque nos castigamos por nuestras culpas. Como bien dice el Dr. Miguel Ruiz, en nuestro interior hay un juez y una víctima, y el resultado siempre es una condena. No somos conscientes de nuestro vocabulario pero, en un alto porcentaje que nos sorprendería, está encaminado a castigarnos, a menospreciarnos, a minusvalorarnos, a humillarnos. Un ejemplo sencillo, cuando digo: “¡qué cansado estoy de esto!…” ¿que crees que te estás diciendo a ti mismo? Esta persona o situación me supera, no soy capaz de darle solución, no valgo para esto, soy un inútil y un tonto por no acabar con esto… y surge la rabia, la culpa siempre genera rabia, rencor, resentimiento… Realmente no existen las emociones, este término nos confunde, existe un dolor físico urgente y existen cientos de pensamientos asociados en nuestra mente, creencias de culpa y castigo que se enredan unas con otras, generando círculos de pensamientos de los que es muy difícil salir… Observa tus pensamientos de castigo, identifica las condenas…

Martíne Libertino define cuatro fases en nuestra evolución y, curiosamente, están ligadas al manejo del sufrimiento. En la primera postula que “sufrimos por nuestras circunstancias, pero no sabemos por qué” y en la segunda que “sufrimos por nuestras circunstancias, pero ya sabemos por qué”. Es en la que nos encontraremos después de la identificación de nuestras emociones. Abordar el tercer paso, procesar, Libertino lo define como “decido dejar de sufrir por mis circunstancias”; es dejar que nuestro corazón, de forma natural, recupere las imágenes, los recuerdos, las vivencias de nuestra infancia que reverberan al meditar sobre nuestros pensamientos y están pidiendo ser recuperadas para terminar de montar el puzzle de nuestra emoción y vislumbrar así cómo ha empezado todo…

Llegado este momento, la comprensión se dispara, ya estamos en condiciones de constatar que somos niños y niñas que todavía cargamos con las heridas, que nuestros problemas tienen un esquema definido y repetitivo, que podemos identificar los lastres que arrastramos, que podemos desmitificar nuestro sufrimiento, que podemos abordar nuestra vida desde el lenguaje de la intuición y la percepción… Pero, para que esas emociones no se vuelvan a activar, todavía queda una cosa por hacer: hay que cancelar las deudas, reconciliarnos con aquellas situaciones y con las personas presentes en ellas. Debemos ponernos en disposición de realizar el gesto más hermoso y más grande del que es capaz un Ser Humano, desplegar nuestro amor hacia todos y Perdonar. Sólo así podremos decidir dejar de sufrir.

El perdón no pretende exonerar a los otros de su responsabilidad, sino liberarnos nosotros de ella y cortar el lazo de exigencia que todavía nos une a esas personas y a todas las demás que han despertado lo mismo en nosotros. El perdón no es algo que necesitemos aprender. Si, en ese instante, nos permitimos sintonizar con el otro descubriremos que no era consciente de lo que hacía o, simplemente, que respondía a sus propios patrones de dolor, a sus creencias, por las que nos vimos afectados. Cuando descubrimos que no ha habido culpables en esa situación, sino sólo inconsciencia, entonces nos permitiremos apartar de nosotros el rencor y el resentimiento y liberaremos el ansia que nos invita al amor, al abrazo, a la fusión. Eso es perdón. Pero, el más importante será el que nos dirijamos a nosotros mismos por haber tenido que consentir, que vivir, que omitir… o, simplemente, por lo que nuestra reacción provocó en el otro. No pudimos hacer otra cosa.

… Seguro que ya has adivinado la cuarta fase, eliminar, ¡claro que sí! ¿qué, si no?… Libertino la define como “soy feliz en mis circunstancias”. Sé feliz, es lo único que se te pide.


Fernando Rivadulla Iglesias