En mayor o menor medida, todos somos resilientes:
aunque ciertas situaciones resulten extremas, poseemos mecanismos
psicobiológicos que nos permiten soportar la presión y recuperar el
equilibrio cuerpo-mente.
Podemos enfrentar y superar la adversidad, hallando la calma en medio de la tormenta.
Las primeras investigaciones sobre la resiliencia aportaron frescura
al estudio clínico del trauma y los eventos negativos: en lugar de
centrarse únicamente en las llamadas áreas de vulnerabilidad, los investigadores (Garmezy, Werner, Manciaux, Saleebey, Coutu, Grotberg…) comenzaron a prestar atención a las fortalezas interiores de los individuos.
En estos primeros estudios encontraron a niñas y niños que
sobresalían a pesar de no ser especialmente dotados y, sobre todo, a
pesar de atravesar circunstancias increíblemente difíciles. Tenían lo
que los psicólogos llaman un “locus interno de control”: creían
que ellos, y no sus circunstancias, afectaron sus logros. Se veían como
los orquestadores de su propio destino y los constructores de un futuro
luminoso, y percibían el arduo presente como un paso necesario hacia el
éxito y la libertad.
Además, estos pequeños poseían una fuerte conexión existencial:
creían que todo lo que sucede tiene un profundo sentido y propósito, y
esto les permitía dotar de nuevo significado a las situaciones más
desfavorables, creando de este modo nuevas posibilidades.
¿Se puede aprender la resiliencia?
Si bien no existe ninguna prueba psicológica en particular que mida
la resiliencia, durante décadas multitud de investigadores han observado
que ciertas personas son capaces de enfrentarse a obstáculos, amenazas e
impedimentos sin sucumbir emocionalmente y sin mostrar comportamientos
victimistas y derrotistas.
Los acontecimientos no son traumáticos hasta que los experimentamos como traumáticos; es nuestra percepción
de lo que nos pasa lo que determina la forma en la que experimentamos
lo que nos pasa. Cuando percibimos la adversidad como un desafío y
encontramos seguridad interior, nuestras capacidades interiores emergen.
Cuando percibimos la adversidad como una amenaza o un evento
potencialmente traumático, anulamos nuestros mecanismos biológicos de
crecimiento y creamos un problema duradero que puede derivar en estados
depresivos.
Las personas resilientes se niegan a percibir los acontecimientos
como traumáticos: viven las adversidades y los eventos negativos sin
derrumbarse, por muy dolorosos que estos resulten.
Si no te consideras una persona resiliente, no es que no poseas esta capacidad. Lo que sucede es que la resiliencia se refuerza con el uso y se pierde con el desuso.
Cuanto más nos esforzamos por ser resilientes, más fomentamos la
flexibilidad cognitiva que nos permitirá abrirnos a nuevas
posibilidades; cuanto más nos sumimos en el derrotismo, más reforzamos
la neurorigidez que deriva en experiencias de sufrimiento.
Aunque nuestro enfoque inicial sea negativo, podemos aprender
a percibir los estímulos de forma diferente para replantearlos en
términos positivos, lo que por supuesto requiere de altas dosis de
conciencia, claridad y discernimiento.
A continuación hemos recopilado 7 estrategias que expertos en diversos campos recomiendan para desarrollar esa destreza que todos poseemos llamada resiliencia.
1. Cuéntate otra historia
Todos tenemos un narrador interno que tiende a exagerar. Cuando
vivimos tiempos difíciles, este narrador suele decirnos que será así por
siempre. Nada más lejos de la realidad.
Cuando se trata de imaginar nuestro bienestar y proyectarlo hacia el
futuro, tendemos a exagerar el impacto y la duración de los eventos
dolorosos. A esta conclusión han llegado los doctores Tim Wilson y Dan
Gilbert, que en sus estudios de “pronóstico afectivo” (affective forecasting)
han encontrado que las cosas malas nos hacen sentir mal, pero no por
tanto tiempo como pensamos ni con tanta intensidad: las personas solemos
aferrarnos a la desesperación con mucha facilidad, pero rara vez
llegamos a experimentar esos extremos que habíamos imaginado.
El Dr. Wilson explica que, del mismo modo que nuestro sistema inmunológico nos defiende de agentes infecciosos, poseemos un “sistema inmunológico psicológico”
que cura nuestras heridas emocionales. Según su investigación, nuestra
mente inconsciente utiliza este mecanismo para ayudar a la mente
consciente a relativizar nuestras vivencias dolorosas, de modo que con
el paso del tiempo el narrador interior comienza a contarnos una
historia más agradable.
Aunque la voz interior tienda al dramatismo, con el tiempo todo se va
reenfocando gracias a este sistema inmunológico psicológico, y la mejor
forma de favorecerlo es mantener siempre una actitud resiliente. Estas 4 sencillas estrategias del Dr. Schwartz también te serán de gran ayuda para encontrar una nueva voz en tu historia personal.
2. Cuestión de actitud
Si no adoptamos una actitud correcta, el camino a la resiliencia se
vuelve espinoso. Cuando nos negamos a considerar la posibilidad de
percibir los eventos negativos como oportunidades de crecimiento, y en
lugar de ello nos dedicamos a seguir victimizándonos, la resiliencia
sigue durmiendo en su guarida secreta.
La actitud es uno de los nutrientes principales que ayuda a que
nuestro equilibrio cuerpo-mente florezca. Para no extendernos aquí, te
recomendamos que leas este post en el que te mostramos 4 sencillos consejos para calibrar tu actitud.
3. ¿Quién creo que soy?
¿Somos lo que creemos que somos? ¿Está nuestra percepción de nosotros
mismos distorsionada, reflejando una imagen irreal pero familiar y
confortable?
Ya que la negatividad suele ser resultado de una percepción
desdibujada de la realidad, podemos comenzar por volvernos más objetivos
en nuestra autopercepción. Si evaluamos nuestra realidad –personalidad, comportamiento, relaciones sociales…- de una forma más imparcial y ecuánime, encontraremos que muchas de nuestras fortalezas siempre estuvieron ahí pero nuestra ceguera nos impedía verlas.
Las prácticas introspectivas como la atención plena son una excelente
forma de regresar a nosotros mismos y conocernos. Cuando nos volvemos
íntimos con nuestra vida interior (ya sean aspectos que aceptamos o aspectos que rechazamos de nosotros mismos), nos percibimos con mayor claridad, y capacidades que estaban en letargo como la resiliencia son redescubiertas.
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4. Crea un diario de gratitud
Nuestro cuerpo y nuestra mente responden
rápidamente a los cambios positivos que la gratitud pone en
funcionamiento. La gratitud abona el terreno para que nuestra
personalidad se vuelva más y más resiliente: se trata de una sencilla
pero excelente forma de transformar nuestras vidas avalada por multitud
de estudios científicos.
En este artículo
conocerás sus beneficios demostrados y aprenderás a crear y mantener tu
propio diario de gratitud paso a paso. Además, podrás participar en un
sencillo e inspirador reto que te ayudará a motivarte para incorporar
esta eficaz herramienta en tu día a día (miles de personas de más de 20 países ya lo están haciendo).5. Enfrenta tus miedos
Muchos profesionales utilizan la llamada “terapia de exposición” para ayudarnos a cambiar las asociaciones que en el pasado establecimos con determinados estímulos.Si hay algo que nos aterra, podemos dotarlo de nuevo significado dando pequeños pasos seguros: nos exponemos lenta y repetidamente a eso que tanto nos asusta. Por ejemplo, si nos aterra la opinión ajena y esto nos convierte en personas poco sociables y comunicativas, nos exponemos en pequeñas dosis a ese miedo que nos bloquea. Podemos acudir a reuniones e interactuar más de lo habitual. De este modo, vamos superando el miedo a través del acto sostenido de enfrentar las emociones que tanto nos molestan.
La idea de esta estrategia no es eliminar nuestros miedos de un plumazo, sino entrar en contacto con nuestro valor y nuestra resiliencia. No se trata de dejar de tener miedo, sino de seguir adelante a pesar del miedo.
6. Practica la compasión (y la autocompasión)
Lobsang Tenzin Negi, doctor en Budismo y creador del Cognitively-Based Compassion Training (CBCT), un programa de meditación que actualmente es utilizado en diversos estudios clínicos, expone en esta entrevista que “en este mundo tan complejo, lleno de estresantes psicosociales, lo que más necesitan las personas, y más las angustiadas y deprimidas, son maneras más sanas de forjar relaciones con quienes las rodean”.
“Sobrevaloramos
las amenazas. Yo vengo de una cultura que cree que cada ser humano
tiene un tremendo potencial, somos altamente resilientes, tenemos la
capacidad de mantener el optimismo, de no desfallecer, pero para ello lo
primero que debemos integrar es que todos los seres de este planeta
tenemos una aspiración común: todos queremos ser felices. Ser
conscientes de esa interconexión nos hace acercarnos a las personas con
un mayor grado de afecto, cercanía y ternura, de manera que nos
relacionamos con el mundo de una manera más saludable.”
7. Practica el perdón
Tal y como te mostramos en este artículo, cuando no perdonamos liberamos todos los neuroquímicos del estrés y la ansiedad. Además, el cerebro entra en lo que se conoce como “la zona de no-pensamiento”, un estado cognitivo en el que nuestras facultades mentales se ven seriamente limitadas: no podemos pensar con claridad, y nuestra capacidad de resiliencia corre el peligro de quedar anulada.Perdonar es salir al encuentro del otro, lo que nos permite al mismo tiempo salir al encuentro de nosotros mismos. Cuando nos volvemos conscientes de que nosotros también hemos errado y hemos sido perdonados en el pasado, relativizamos los fallos que todos cometemos, lo que nos permite reencontrarnos con nuestras fortalezas interiores. Dejar de asociar las equivocaciones -propias o de los demás- con estados de rencor y hostilidad permite que nuestro cuerpo-mente encuentre un punto de equilibrio óptimo en el que emerge lo mejor de nosotros mismos.
Resumiendo
1. Todos poseemos esa capacidad natural de superar adversidades llamada resiliencia.
2. La
resiliencia está íntimamente ligada a nuestra percepción: cuando
percibimos la adversidad como un desafío que podemos superar, nuestras
capacidades interiores emergen; cuando percibimos la adversidad como una
amenaza, anulamos los mecanismos psicobiológicos de la resiliencia.
3. La
resiliencia puede ser entrenada y desarrollada: podemos aprender a
percibir los estímulos de forma diferente para replantearlos en términos
positivos. Cuanto más nos esforzamos por ser resilientes, más
reforzamos esta capacidad; cuanto más caemos en actitudes victimistas y
derrotistas, más se atrofian nuestras fortalezas interiores.
4. Las
7 estrategias descritas anteriormente nos ayudan a desarrollar una
personalidad resiliente a través del reencuentro con las virtudes
innatas que todos poseemos.
5. Ser resiliente es, en definitiva, una decisión consciente.
“En las profundidades del invierno finalmente aprendí que en mi interior habitaba un verano invencible.” – Albert Camus
Por Jorge Benito - Mindfulsciencie
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