jueves, 18 de mayo de 2017

Las alergias y la Bioneuroemoción


Las alergias representan una patología muy común.
Desde el punto de vista tradicional se define alergia como una reacción excesiva e inadaptada, como resultado de una disfunción de la regulación del sistema inmunitario de nuestro organismo, frente a una sustancia exterior, llamado generalmente antígeno o alérgeno.
Consta de dos etapas: La primera etapa es la fase silenciosa, llamada de sensibilización o de identificación del agresor donde el sistema inmunitario identifica un cuerpo extraño y ciertas células se encargan de analizarlo y fabricar anticuerpos específicos y silenciosos, memorizando simplemente las características del intruso.
La segunda etapa, la fase de hipersensibilidad alérgica o fase ruidosa de detención y neutralización del agresor. Es cuando en un segundo contacto con el mismo alérgeno, estos anticuerpos, silenciosos hasta ahora, se vuelven reactivos y desencadenan una respuesta desmedida “reacción alérgica”.
Desde el punto de vista de la Bioneuroemoción – Biodescodificación se buscan circunstancias y causas mas psicosomáticas para explicar este fenómeno.
Durante la primera etapa silenciosa de la que hablábamos antes, se busca un episodio inicial muy preciso, sacado de la vida del individuo, es frecuentemente un psico-shock emocional desestabilizador que ha ocurrido en el mismo momento en el que entrabamos en contacto con el alérgeno (fase silenciosa).
Un psico-shock o impacto emocional es un acontecimiento desestabilizante que: Nos coge desprevenidos, cuando menos se espera; es vivido en soledad y sobrepasa el umbral de tolerancia particular. No se encuentra una solución satisfactoria. Ademas este incidente posee la particularidad de haber sido más o menos soterrado en el inconsciente de la persona alérgica.
Nuestros sentidos graban la huella de ese instante, de la situación desestabilizante (vista, oído, tacto, olfato y gusto). En este momento el inconsciente asocia el episodio impactante y el alérgeno para formar un dúo indisociable.
Durante la segunda etapa, de la crisis alérgica propiamente dicha, hay una nueva toma de contacto con ese alérgeno, que podríamos calificar de simple representante del episodio desestabilizador inicial. En otras palabras el alérgeno es una simple advertencia de un peligro inminente, conocido pero ocultado, es el “aviso del recuerdo desagradable de la primera vez”.
Un ejemplo de Alergia al polen y las gramíneas para aclarar conceptos:
Imaginaos sentados en un banco, debajo de un árbol con una persona de la que estáis muy enamorados. Estáis tranquilos, en el ambiente hay polen que se adhiere a la piel a las mucosas de la nariz, los ojos… esta ahí, aunque no lo veis. De pronto el bio-shock, la otra persona te dice: Hoy es el ultimo día que nos veremos, mañana me voy a otro país a vivir. En ese momento nuestro cerebro registra y asocia el polen del ambiente con el bio-shock emocional, es la fase muda, no pasa nada, pero al año siguiente al entrar en contacto de nuevo con el polen, voy a sufrir una crisis alérgica, a estornudar y tener problemas respiratorios, pues el inconsciente prefiere que me preocupe de los síntomas a recordar la agresión, el drama y el dolor de la separación.
►La metodología para el tratamiento de las alergias es ir a buscar al inconsciente, esta situación desestabilizante para identificar la emoción y el resentir ocultos y descodificarlas.
http://www.saulperez.com
Fuentes: Enric Corbera  y  Libro- Las alergias no existen del Dr. Salomón Sellam.

miércoles, 17 de mayo de 2017

La culpa y sus dos grandes amigas: la duda y la inseguridad


La culpa nunca llega sola, puede presentarse por multitud de razones en nuestra vida. En ocasiones nos tortura por aquello que hemos hecho pero que no dio el resultado que esperábamos. Otras, nos persigue por no haber tenido el valor de hacer o decir algo que ahora nos corroe desde el interior. Es en este segundo caso en el que la culpa se presenta en nuestra vida acompañada por sus dos grandes amigas, la duda y la inseguridad.

Nunca dejes de hacer algo por miedo, más vale arrepentirse de lo hecho que culparse por aquello que podría haber sido.

Es entonces, cuando la duda toma el mando de nuestras decisiones y la inseguridad decide que es mejor no hacer nada por miedo a perder lo que tenemos, cuando la culpa se instala en nuestra vida. Esto hace que nos quedemos tristes y paralizados viviendo en nuestra imaginación lo que hubiera sucedido, en lugar de aceptar la realidad de nuestro inmovilismo.


La duda, la capitana de nuestro ejército de miedos

El miedo pasa, lo que dejas de vivir por miedo, no vuelve.

La duda nos observa día a día y nos recuerda, de manera estratégica, esas situaciones en las que hicimos algo que salió mal. Esas situaciones en las que herimos a alguien sin querer o en las que hicimos el ridículo. En definitiva, la duda se encarga de multiplicar nuestro malestar hasta hacernos dudar de todo lo que somos o hemos hecho.
Pero eso no es todo, cuando nuestro malestar se incrementa, la duda llama a su ejército, ese que recoge nuestros miedos y los manda desfilar. Y es entonces cuando las imágenes de todo lo malo que puede ocurrir nublan nuestra mente y nos impiden decidir lo que realmente queremos.
Pero, no solo queremos ser felices, buscar nuestro bienestar, sino que queremos vivir sin sufrir y aprovechándose de eso, la duda nos ataca de nuevo. Así es como caemos de nuevo en el miedo y la culpa, así es como la inseguridad se alía con la duda y nos ata con sus cadenas intentando aliviar ese malestar que sentimos y que sabemos que forma parte de la vida, aunque lo queramos evitar.

La inseguridad, esas cadenas que nos impiden avanzar

“Se puede huir de todo menos de lo que se pierde”
                                                                           Marwan

Entonces la inseguridad se muestra con toda su crudeza, haciéndonos dudar de nosotros mismos y de nuestras acciones. Nos encadena en el inmovilismo, en el miedo a fracasar de nuevo si hacemos algo más o lo volvemos a intentar.
Con la inseguridad perdemos nuestro punto de apoyo, nuestra autoconfianza. Perdemos el equilibrio emocional y nos arraigamos a un lugar hostil con nosotros mismos. Ese lugar es donde nuestra propia imagen se desdibuja en una amalgama de miedos que reflejan lo que no somos, sino lo que tememos ser.
Así nos arraigamos en los posibles de un futuro aciago pero que no es real, aunque nos comportamos como si lo fuera. Demostrando así que nuestra autoconfianza nos puede llevar lejos, pero que la falta de ella nos encadena a la autoevaluación negativa continua, dirigida a todo lo que podríamos hacer.
Por eso, cuando la culpa aparezca en tu vida acompañada por la duda y la inseguridad, centrarte en lo presente, en lo real, te ayudará a superarla. Además, hará que des la mejor versión de ti, tu potencial, porque los límites dejan de ser mentales y se convierten en reales.

Psicología/Lorena Vara Gionzález

martes, 16 de mayo de 2017

Shantideva demuestra por qué preocuparte es siempre absurdo

Las palabras del sendero del bodhisattva de Shantideva sobre la paciencia son invaluables herramientas para dejar de perder energía en frustración y preocupación

El budismo, en tanto una religión o una ciencia espiritual de la mente, reconoció tempranamente que siempre el enojo y el odio producen sufrimiento. Shantideva, el gran maestro indio que fue tan influyente en el budismo tibetano, escribe en el capítulo sobre la paciencia en su Camino del Bodhisattva:

El enojo destruye toda buena conducta, tal com la generosidad o la devoción a los maestros iluminados, que ha sido adquirida por miles de eones... No hay un vicio como el odio, y no hay austeridad como la paciencia... la mente no encuentra paz, ni encuentra placer y dicha, ni siquiera descanso y fortaleza cuando la espina del odio reside en el corazón.

En los versos que quizás son los más famosos actualmente de este texto que ha inspirado a miles de maestros budistas, se dice con una lógica impecable:

Si hay un remedio, ¿de qué sirve entonces la frustración? Si no hay remedio, ¿de qué sirve entonces la frustración?

Esta es la traducción de Alan Wallace, pero alternativamente ha sido traducido el término frustración por "preocupación" o "abatimiento". Se lee a veces: "Si hay un remedio, ¿de qué sirve entonces la preocupación? Si no hay remedio, ¿de qué sirve entonces la preocupación?". Esta es la forma correcta y desapegada de ver las cosas. La frase hace referencia al hecho de que las cosas no serán nunca resueltas en el pasado ni en el futuro y dedicar nuestra energía a anticiparlas o a lamentarnos por ellas es simplemente absurdo. Podemos simplemente relajarnos y no luchar contra el mundo. Al preocuparnos y luego frustrarnos somos víctimas de nuestra propia mente desbocada, que vive en la irrealidad del miedo y la esperanza, y perdemos presencia y la atención indivisa que nos da atender a lo presente, a lo real inmediato. Al perder esta atención presente, perdemos también energía y recursos para resolver cualquier cosa. La preocupación es siempre un multitasking, una forma de estar sin estar del todo. Al preocuparnos y anticipar sucesos (desear que ocurran o que no ocurran) aumentamos siempre la posibilidad de generar más frustración o insatisfacción, ya que evidentemente nuestra preocupación poco control tiene sobre los resultados de los cuales se pre-ocupa. Incluso la imaginación que tanto nos puede servir para resolver alguna cuestión, y que en cierta forma es una actividad mental que se aleja de la observación de lo inmediato, obtiene su verdadera fertilidad cuando se dispara de la presencia, de un estar observando el mundo en su frescura y no del obsesivo diálogo interno de la preocupación y de la angustia.

Merece hacer una breve digresión para recuperar cómo encontramos esta sabiduría milenaria también en la tradición occidental bajo una enigmática frase atribuida a Pitágoras en el texto “Sobre la educación de los hijos”, atribuido a Pseudo Plutarco. Se cita ahí el consejo de vida: “no devorar el corazón”, mejor conocido por el fraseo en latín: Cor ne edito. El mismo Pseudo Plutarco (autor desconocido que se agrupa en el genérico Pseudo Plutarco) explica de manera muy práctica que “No te comas el corazón” significa simplemente “no dañar el alma consumiéndola con preocupaciones”. La frase funciona por su poder gráfico: la angustia, la preocupación nos hacen autodevorarnos, el estrés es un asesino silencioso, diríamos en la modernidad. El estrés es también un asesino fantasmagórico, ya que nos excitamos y angustiamos por cosas que no están realmente ahí, por cosas que no han llegado aún. Pero nos cuesta trabajo ver esta simple realidad: la inexistencia de nuestros enemigos y la inutilidad de nuestras preocupaciones. Por supuesto, la clave yace en la paciencia. Parece evidente que las tradiciones antiguas tenían algo más parecido a una ciencia de la paciencia que nosotros. Pero somos nosotros, en un mundo cada vez más saturado de pequeños estímulos y estrés, los que la necesitamos más. 
La esencia de la paciencia es la correcta comprensión de la realidad, el entendimiento por una parte de que las emociones tóxicas que el budismo llama kleshas (aquello que nos mantiene en la ilusión del samsara) tienen efectos reales en nuestra mente y en nuestra vida y por lo tanto debemos cortarlas en su raíz, utilizar antídotos para evitar que se impongan a nosotros (o en prácticas más avanzadas emplearlas como energía en un proceso alquímico); y, por otra parte, la comprensión de los principios básicos de la realidad, que para el budismo son la impermanencia y la ausencia de una existencia inherente o de un yo estable y separado que es lo mismo a la total independencia de todas las cosas y la ausencia de absolutismos. Una vez que estos principios son comprendidos, la paciencia se establece de manera natural.

El Dalái Lama glosa este famoso capítulo, señalando que la tradición budista mahayana considera que la perfección de la paciencia es el antídoto del enojo. Para cultivar la paciencia ayuda contemplar la profunda negatividad que significa enojarse. Enojarse, en la mayoría de los casos (salvo cuando estamos utilizando esta emoción en términos tántricos para aniquilar la ignorancia), produce por todos lados efectos destructivos. Simplemente el estado emocional del enojo (y del odio que Shantideva agrupa también aquí) es un semillero de malestar futuro (de semillas kármicas negativas), agrede a las personas que queremos y nos agrede a nosotros física y psicológicamente. Sabiendo esto, sabiendo que enojarse es un error, en tanto que produce situaciones que nos hacen y harán sentir mal en el futuro, es evidente que uno debe intentar evitar enojarse. Esto es lo más básico del conocimiento y dominio de la mente.

Shantideva explica que no obtener lo que queremos, la insatisfacción o la incomodidad mental (yi mi-dewa en tibetano), es el origen del enojo. Esta insatisfacción da origen a la frustración, y cuando esto sucede las condiciones para la irrupción del enojo están dadas. De aquí que lo más inteligente es ir a la raíz, notando que es esta insatisfacción, que da lugar a la frustración, lo que acaba produciendo enojo. La insatisfacción surge como consecuencia de no comprender la naturaleza de la realidad. Esto es, que todas las cosas son impermanentes y que el yo con el que nos identificamos y desde el cual confrontamos al mundo no tiene la importancia que le damos. Es más, según la psicología budista, este yo como lo concebimos no existe. Ni es sólido, ni existe por separado de los demás, ni lo podemos ubicar en algún lugar específico (no está en el cerebro, ni tampoco en el cuerpo, sino que surge de manera interdependiente, es un yo relativo y no absoluto). Ni existimos tampoco enfrentados a un universo de objetos, ni nosotros somos el único sujeto en una especie de castillo amurallado en el cual nos protegemos ante un mundo que no se somete ante nuestros deseos. En realidad lo que somos es mucho más fluido y abierto y conectado y por lo tanto no tiene sentido querer que el mundo satisfaga a este yo delirante en su castillo, como un dictador frustrado. Shantideva hace una muy sencilla y poderosa analogía, que nos puede ayudar a entender cómo, si bien nunca podremos controlar el mundo externo, hay algo que podemos hacer para evitar contrariedades:

¿Dónde podría yo encontrar tela suficiente  
Para cubrir la superficie de la tierra?
Pero (usando) tela solamente en las suelas de mis zapatos
Es equivalente a cubrir la tierra con ella.  
Asimismo, no es posible que yo logre  
controlar el curso externo de las cosas.
Pero puedo controlar mi propia mente 
¿Qué necesidad tendría entonces de controlar lo demás?

No podremos controlar o restringir la manifestación de los fenómenos externos y sus sucesos indeseados, menos aún cuando vivimos un caos interno. Pero si controlamos y somos capaces de domar nuestra mente, entonces lo que sucede afuera nos nos afectará de tal forma que nos haga padecer enojo, odio, ambición, confusión y demás emociones negativas. Tendremos ecuanimidad. Y, con el tiempo, ya que el budismo mantiene que todos los fenómenos proceden de la mente, al calmar nuestra mente calmaremos también los fenómenos que ocurren a nuestro alrededor, y podremos habitar de manera armónica, sin tal dicotomía entre nuestra realidad interna y externa, todo acoplándose en un mandala de orden, belleza y creatividad.

Merece hacer un reforzamiento del tema de la impermanencia, que es la condición básica de todas las cosas de este mundo: todo cambia y todo muere, todo surge y todo desaparece. Si entendemos esto verdaderamente, no a un nivel intelectual solamente, sino a un nivel visceral, no estaremos constantemente sintiendo malestar porque las cosas a nuestro alrededor están cambiando y comportándose de formas que van en contra de nuestros deseos (nunca nada pudo haber sido poseído). Como dice Suzuki Roshi, el verdadero entendimiento de la renuncia no es renunciar a todo lo que tenemos en el sentido de abandonar todas nuestras posesiones y vivir como vagabundos, es simplemente entender que todas las cosas (personas, fenómenos, conceptos) de todas maneras se están yendo, en este momento ya se están disolviendo y desapareciendo y eventualmente todo a lo que le tenemos apego dejará de existir. Esto significa, de hecho, que la renuncia, el desapego es la perspectiva correcta de la realidad. Es la visión panorámica, más amplia y más inteligente. 

A diferencia del psicoanálisis que permite llegar a un estado de aceptación de la condición humana en el cual la neurosis consustancial es paliada en un estado general de contentamiento, el budismo ofrece una perspectiva diferente y más radical: el sufrimiento y la insatisfacción pueden ser completamente erradicados. Esta es la tercera noble verdad del Buda (la cuarta es el sendero que lleva a la erradicación total del sufrimiento). El mundo no dejará de ser impermanente y todas las cosas se disolverán, pero es posible verlo desde otro lugar. El budismo propone que si uno deja de percibirse desde la cerrazón del yo individual en oposición al mundo, en la constricción dual sujeto-objeto, y se da cuenta de la vacuidad o la ausencia inherente de la existencia, entonces naturalmente deja de existir esta avidez y aversión ante las cosas. Descubrir la vacuidad es la solución a todos los problemas, porque no hay un alguien que los tenga. En otras palabras, si uno deja de fijar su conciencia en el yo, deja un punto de vista cerrado sobre sí mismo y extiende y distiende su mente a las relaciones, al conjunto entero de las interconexiones, puede experimentar la realidad como un proceso interdependiente, que nunca cesa, y en el cual todo está involucrado en todo (por lo cual no hay carencia ni deseo). Esta es la maravilla del estado búdico, según es descrito por los grandes maestros del zen y del vajrayana, en el cual la mente se experimenta a sí misma como la totalidad, sin disolverse como una gota en el océano, sino experimentando tanto la gota, la existencia particular, como el océano. Este es el misterio que propone el budismo (y también, a grandes rasgos, otras religiones como el hinduismo), que la cognición, o el acto de darse cuenta de la existencia, no se limita solamente a un cerebro y a un cuerpo material, sino que se extiende a todas las cosas, es como el espacio mismo, una luminosidad autocognitiva que se experimenta como todas las formas posibles, una de ellas es este ego que se siente atrapado y en perpetua lucha contra un feroz y seductor universo. Este principio de cognitividad impersonal, que no es una cosa, sino un proceso infinito, es la existencia misma, una vacuidad radiante que es la base de todos los fenómenos, lo único que no cambia en un mar de manifestación y disolución. Es por ello que se dice que, en su sentido más esencial, el universo no es nada más que sabiduría.



Por: Alejandro Martínez Gallardo para PijamaSurf