Las palabras del sendero del bodhisattva de Shantideva sobre la paciencia son invaluables herramientas para dejar de perder energía en frustración y preocupación
El budismo, en tanto una religión o una
ciencia espiritual de la mente, reconoció tempranamente que siempre el
enojo y el odio producen sufrimiento. Shantideva, el gran maestro indio
que fue tan influyente en el budismo tibetano, escribe en el capítulo
sobre la paciencia en su Camino del Bodhisattva:
El enojo destruye
toda buena conducta, tal com la generosidad o la devoción a los maestros
iluminados, que ha sido adquirida por miles de eones... No hay un vicio
como el odio, y no hay austeridad como la paciencia... la mente no
encuentra paz, ni encuentra placer y dicha, ni siquiera descanso y
fortaleza cuando la espina del odio reside en el corazón.
En los versos que quizás son los más
famosos actualmente de este texto que ha inspirado a miles de maestros
budistas, se dice con una lógica impecable:
Si hay un remedio, ¿de qué sirve entonces la frustración? Si no hay remedio, ¿de qué sirve entonces la frustración?
Esta es la traducción de Alan Wallace, pero alternativamente ha sido traducido el término frustración
por "preocupación" o "abatimiento". Se lee a veces: "Si hay un remedio,
¿de qué sirve entonces la preocupación? Si no hay remedio, ¿de
qué sirve entonces la preocupación?". Esta es la forma correcta y
desapegada de ver las cosas. La frase hace referencia al hecho de que
las cosas no serán nunca resueltas en el pasado ni en el futuro y
dedicar nuestra energía a anticiparlas o a lamentarnos por ellas es
simplemente absurdo. Podemos simplemente relajarnos y no luchar contra
el mundo. Al preocuparnos y luego frustrarnos somos víctimas de nuestra
propia mente desbocada, que vive en la irrealidad del miedo y la
esperanza, y perdemos presencia y la atención indivisa que nos da
atender a lo presente, a lo real inmediato. Al perder esta atención
presente, perdemos también energía y recursos para resolver cualquier
cosa. La preocupación es siempre un multitasking, una forma de
estar sin estar del todo. Al preocuparnos y anticipar sucesos (desear
que ocurran o que no ocurran) aumentamos siempre la posibilidad de
generar más frustración o insatisfacción, ya que evidentemente nuestra
preocupación poco control tiene sobre los resultados de los cuales
se pre-ocupa. Incluso la imaginación que tanto nos puede servir para
resolver alguna cuestión, y que en cierta forma es una actividad mental
que se aleja de la observación de lo inmediato, obtiene su verdadera
fertilidad cuando se dispara de la presencia, de un estar observando el
mundo en su frescura y no del obsesivo diálogo interno de la
preocupación y de la angustia.
Merece hacer una breve digresión para
recuperar cómo encontramos esta sabiduría milenaria también en la
tradición occidental bajo una enigmática frase atribuida a Pitágoras en
el texto “Sobre la educación de los hijos”, atribuido a Pseudo Plutarco.
Se cita ahí el consejo de vida: “no devorar el corazón”, mejor conocido
por el fraseo en latín: Cor ne edito. El mismo Pseudo Plutarco
(autor desconocido que se agrupa en el genérico Pseudo Plutarco)
explica de manera muy práctica que “No te comas el corazón” significa
simplemente “no dañar el alma consumiéndola con preocupaciones”. La
frase funciona por su poder gráfico: la angustia, la preocupación nos
hacen autodevorarnos, el estrés es un asesino silencioso,
diríamos en la modernidad. El estrés es también un
asesino fantasmagórico, ya que nos excitamos y angustiamos por cosas que
no están realmente ahí, por cosas que no han llegado aún. Pero nos
cuesta trabajo ver esta simple realidad: la inexistencia de nuestros
enemigos y la inutilidad de nuestras preocupaciones. Por supuesto, la
clave yace en la paciencia. Parece evidente que las tradiciones antiguas
tenían algo más parecido a una ciencia de la paciencia que nosotros.
Pero somos nosotros, en un mundo cada vez más saturado de
pequeños estímulos y estrés, los que la necesitamos más.
La esencia de la paciencia es la
correcta comprensión de la realidad, el entendimiento por una parte de
que las emociones tóxicas que el budismo llama kleshas (aquello que nos
mantiene en la ilusión del samsara) tienen efectos reales en nuestra
mente y en nuestra vida y por lo tanto debemos cortarlas en su
raíz, utilizar antídotos para evitar que se impongan a nosotros (o en
prácticas más avanzadas emplearlas como energía en un proceso
alquímico); y, por otra parte, la comprensión de los principios básicos
de la realidad, que para el budismo son la impermanencia y la ausencia
de una existencia inherente o de un yo estable y separado que es lo
mismo a la total independencia de todas las cosas y la ausencia de
absolutismos. Una vez que estos principios son comprendidos, la
paciencia se establece de manera natural.
El Dalái Lama glosa este famoso capítulo,
señalando que la tradición budista mahayana considera que la perfección
de la paciencia es el antídoto del enojo. Para cultivar la paciencia
ayuda contemplar la profunda negatividad que significa enojarse.
Enojarse, en la mayoría de los casos (salvo cuando estamos utilizando
esta emoción en términos tántricos para aniquilar la ignorancia),
produce por todos lados efectos destructivos. Simplemente el estado
emocional del enojo (y del odio que Shantideva agrupa también aquí) es
un semillero de malestar futuro (de semillas kármicas negativas), agrede
a las personas que queremos y nos agrede a nosotros física y
psicológicamente. Sabiendo esto, sabiendo que enojarse es un error, en
tanto que produce situaciones que nos hacen y harán sentir mal en el
futuro, es evidente que uno debe intentar evitar enojarse. Esto es lo
más básico del conocimiento y dominio de la mente.
Shantideva explica que no obtener lo que queremos, la insatisfacción o la incomodidad mental (yi mi-dewa
en tibetano), es el origen del enojo. Esta insatisfacción da origen a
la frustración, y cuando esto sucede las condiciones para la irrupción
del enojo están dadas. De aquí que lo más inteligente es ir a la raíz,
notando que es esta insatisfacción, que da lugar a la frustración, lo
que acaba produciendo enojo. La insatisfacción surge como consecuencia
de no comprender la naturaleza de la realidad. Esto es, que todas las
cosas son impermanentes y que el yo con el que nos identificamos y desde
el cual confrontamos al mundo no tiene la importancia que le damos. Es
más, según la psicología budista, este yo como lo concebimos no existe.
Ni es sólido, ni existe por separado de los demás, ni lo podemos ubicar
en algún lugar específico (no está en el cerebro, ni tampoco en el
cuerpo, sino que surge de manera interdependiente, es un yo relativo y
no absoluto). Ni existimos tampoco enfrentados a un universo de objetos,
ni nosotros somos el único sujeto en una especie de castillo amurallado
en el cual nos protegemos ante un mundo que no se somete ante nuestros
deseos. En realidad lo que somos es mucho más fluido y abierto y
conectado y por lo tanto no tiene sentido querer que el mundo satisfaga a
este yo delirante en su castillo, como un dictador frustrado.
Shantideva hace una muy sencilla y poderosa analogía, que nos puede
ayudar a entender cómo, si bien nunca podremos controlar el mundo
externo, hay algo que podemos hacer para evitar contrariedades:
¿Dónde podría yo encontrar tela suficiente
Para cubrir la superficie de la tierra?
Pero (usando) tela solamente en las suelas de mis zapatos
Es equivalente a cubrir la tierra con ella.
Asimismo, no es posible que yo logre
controlar el curso externo de las cosas.
Pero puedo controlar mi propia mente
¿Qué necesidad tendría entonces de controlar lo demás?
No podremos controlar o restringir la
manifestación de los fenómenos externos y sus sucesos indeseados, menos
aún cuando vivimos un caos interno. Pero si controlamos y somos capaces
de domar nuestra mente, entonces lo que sucede afuera nos nos afectará
de tal forma que nos haga padecer enojo, odio, ambición, confusión y
demás emociones negativas. Tendremos ecuanimidad. Y, con el tiempo, ya
que el budismo mantiene que todos los fenómenos proceden de la mente, al
calmar nuestra mente calmaremos también los fenómenos que ocurren a
nuestro alrededor, y podremos habitar de manera armónica, sin tal
dicotomía entre nuestra realidad interna y externa, todo acoplándose en
un mandala de orden, belleza y creatividad.
Merece hacer un reforzamiento del
tema de la impermanencia, que es la condición básica de todas las cosas
de este mundo: todo cambia y todo muere, todo surge y todo desaparece.
Si entendemos esto verdaderamente, no a un nivel intelectual solamente,
sino a un nivel visceral, no estaremos constantemente sintiendo malestar
porque las cosas a nuestro alrededor están cambiando y comportándose de
formas que van en contra de nuestros deseos (nunca nada pudo haber sido
poseído). Como dice Suzuki Roshi, el verdadero entendimiento de la
renuncia no es renunciar a todo lo que tenemos en el
sentido de abandonar todas nuestras posesiones y vivir como
vagabundos, es simplemente entender que todas las cosas (personas,
fenómenos, conceptos) de todas maneras se están yendo, en este momento
ya se están disolviendo y desapareciendo y eventualmente todo a lo que
le tenemos apego dejará de existir. Esto significa, de hecho, que la
renuncia, el desapego es la perspectiva correcta de la realidad. Es la
visión panorámica, más amplia y más inteligente.
A diferencia del psicoanálisis que
permite llegar a un estado de aceptación de la condición humana en el
cual la neurosis consustancial es paliada en un estado general de
contentamiento, el budismo ofrece una perspectiva diferente y más
radical: el sufrimiento y la insatisfacción pueden ser completamente
erradicados. Esta es la tercera noble verdad del Buda (la cuarta es el
sendero que lleva a la erradicación total del sufrimiento). El mundo no
dejará de ser impermanente y todas las cosas se disolverán, pero es
posible verlo desde otro lugar. El budismo propone que si uno deja de
percibirse desde la cerrazón del yo individual en oposición al mundo, en
la constricción dual sujeto-objeto, y se da cuenta de la vacuidad o la
ausencia inherente de la existencia, entonces naturalmente deja de
existir esta avidez y aversión ante las cosas. Descubrir la vacuidad es
la solución a todos los problemas, porque no hay un alguien que
los tenga. En otras palabras, si uno deja de fijar su conciencia en el
yo, deja un punto de vista cerrado sobre sí mismo y extiende y
distiende su mente a las relaciones, al conjunto entero de las
interconexiones, puede experimentar la realidad como un proceso
interdependiente, que nunca cesa, y en el cual todo está involucrado en
todo (por lo cual no hay carencia ni deseo). Esta es la maravilla del
estado búdico, según es descrito por los grandes maestros del zen y del
vajrayana, en el cual la mente se experimenta a sí misma como la
totalidad, sin disolverse como una gota en el océano, sino
experimentando tanto la gota, la existencia particular, como el océano.
Este es el misterio que propone el budismo (y también, a grandes rasgos,
otras religiones como el hinduismo), que la cognición, o el acto de
darse cuenta de la existencia, no se limita solamente a un cerebro y a
un cuerpo material, sino que se extiende a todas las cosas, es como el
espacio mismo, una luminosidad autocognitiva que se experimenta
como todas las formas posibles, una de ellas es este ego que se siente
atrapado y en perpetua lucha contra un feroz y seductor universo. Este
principio de cognitividad impersonal, que no es una cosa, sino un
proceso infinito, es la existencia misma, una vacuidad radiante
que es la base de todos los fenómenos, lo único que no cambia en un mar
de manifestación y disolución. Es por ello que se dice que, en su
sentido más esencial, el universo no es nada más que sabiduría.
Por: Alejandro Martínez Gallardo para PijamaSurf
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