Dicen que hay trenes que pasan una vez en la vida, pero…
¿Cómo aprovecharlos si nos incitan a bajarnos en cada parada que tenemos
a la vista? Muchas personas se esmeran en adquirir una
formación sólida, incluso buscan y encuentran un buen trabajo
relacionado con aquello que les gusta, sin embargo su atención se centra
en aquello que les falta, sintiendo una insatisfacción perpetua,
enraizada en la idea de que podían tener algo mejor.
Se encuentran en el eterno dilema de elegir luchando por vivir la
vida que desean, pero se olvidan de que las personas raramente
encuentran un medio idóneo para llevarlo a cabo. Es el eterno lamento de
“esto no es para mí”, “no era esto lo que soñé”. Empiezan la jornada
aligerando los pies, pero con una inmensa losa de frustración mental.
El filósofo José Ortega y Gasset nos advertía en su libro “La rebelión de las masas” de la catástrofe de la especialización.
Mujeres y hombres altamente cualificados en un dominio concreto, pero
incapaces de adquirir una visión del mundo general que les ayude a
desenvolverse en la realidad en la que se mueven, no en la que
desearían.
Les pasa a estas personas y nos pasa a nosotros, ¿cuántas veces
contar con una gran cantidad de oportunidades nos ha paralizado,
sintiendo en la piel ese miedo que produce tener que renunciar
necesariamente a algo bueno? Lo cierto es que a veces hay que situarse
en un punto, agarrar con fuerza la única oportunidad presente y obviar
las potenciales. En este mundo actual, a veces cuando se agotan las oportunidades surge la mejor opción: vivir la vida tal y como viene.
La diferencia entre aceptación y resignación
En la línea que estamos trazando, una pregunta aparece en el horizonte:
¿Cual es la diferencia entre aceptar y resignarse? En el fondo son
términos tan incompatibles como el aceite y el agua, pero nos empeñamos
en agitarlos y mezclarlos. La aceptación
es el primer paso para el cambio. Tiene que ver con situar en el mapa
el punto en el que nos encontramos, con independencia de si nos gusta o
no.
La aceptación también es el primer paso para la adaptación en el caso de que no exista posibilidad de cambio.
En este sentido tiene que ver con integrar en nuestra historia eso a lo
que tanto nos resistimos. Por ejemplo, para alguien que ha sufrido un
accidente y ha perdido una pierna, la aceptación supone un enorme paso
hacia la re-adaptación y hacia los cambios que va a tener que realizar
en su vida. También supone un paso enorme a la hora de integrar en su
historia personal aquello que le ha ocurrido.
La resignación sin embargo tiene un componente de frustración y de inhabilitación, más allá de la aceptación. El
componente de frustración es importante ya que suele degenerar en un
inmovilismo o en la insistencia, mucho más esporádica que antes, en los
intentos de utilizar los mismos medios y las mismas formas para lograr
un fin.
En este sentido, a veces nos encontramos
con mil oportunidades para salir de una mala situación, pero ninguna de
las alternativas nos parece perfecta. En muchas ocasiones podemos
intentar crearla, pero en otras muchas solo cuando llegamos al límite del sufrimiento aceptamos elegir entre las opciones posibles, aunque ninguna de ellas sea la ideal.
Por supuesto, para la persona que ha perdido la pierna, su alternativa
ideal sería recuperarla, pero desgraciadamente muchas veces la medicina
no ofrece esta opción.
Cuando se agotan todas las oportunidades
ideales, surge la mejor opción: un cambio de actitud que pasa por la
revalorización de una opción, que sin duda, no es perfecta. Así, toda alternativa recupera su dignidad y nos dignifica si nos saca de una situación de dolor, rutina y resignación.
Si nos encontramos exhaustos y sin motivación diaria no hay caminos
posibles. Cada paso se hace en el aquí y ahora, poco a poco y
disfrutando de algún momento cada día. El esfuerzo suele tener
recompensa; un “premio” que suele necesitar de un motivación para
encontrar en lo cotidiano algún resquicio de lo que deseamos.
Quizás sin aspirar tan alto y acogiéndonos a un plan más honesto y sencillo, nos haga la travesía más amable. Quizá
las condiciones que impone la realidad no complazcan del todo a lo que
nuestra imaginación anticipó, pero eso no quita que nos haga sentir
bien.
La lluvia de lo que no existe no debería empañar el momento
Conozco infinidad de personas que trabajan en algo que nunca habían pensado y son felices.
Disfrutan de su situación, aceptan los cambios temporales y no hacen
caso de comentarios abusivos acerca de su supuesto “fracaso”. Chanzas
que muchas veces parten de personas sin la menor aspiración y con la
única afición de juzgar lo que hacen los demás.
Estas personas que han hecho fruto dulce de la fruta que les ha tocado son personas que
se encargan de ellas mismas, que toman las riendas de su vida sin
pretender ir a galope, solo disfrutando de los pequeños placeres de la
vida.
No es un autómata el que trabaja mucho, sino el que trabaja gastando demasiado energía en maldecir su situación.
La línea que separa la lucha por una vida digna y la crítica eterna
de lo que se vive a veces es muy fina. Sin embargo, por fina no deja de
ser importante: separa a las personas que se han cansado de desear para
obtener AHORA
un pequeño placer ocasional, ganado a pulso y sintiéndose activos. No
existen los trabajos, viviendas o relaciones indignas de por sí. Existen
actitudes y acciones que las convierten en eso. En el deseo del ideal, lo supuestamente convencional siempre colapsa en amargo cuando se trasforma en obsesión.
Por suerte, algunos han aprendido que la diferencia la marca tomar un
poco de tiempo de cada día para tomar un café más despacio y con vistas
a la eternidad que les aporta vivir en el presente, construyendo un
futuro. Se quedaron sin las oportunidades ideales y solo les quedó elegir entre las opciones que quedaban. Sin embargo, frente a lo que deseaban y no existía, eligieron la actitud de vivir y no la de sobrevivir.
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