Son muchas las personas que sufren analfabetismo emocional.
Son hábiles en el dominio de múltiples competencias, disponen de un
sinfín de títulos y maestrías, pero hacen la misma gestión emocional que
un niño de tres años. Ese aprendizaje no viene de fábrica y es lo
queramos o no, una asignatura pendiente a la que deberíamos dedicar más
recursos…
La mayoría de nosotros sabemos cuáles son los principios de una buena
salud física, a saber: una alimentación equilibrada y lo más natural
posible, algo de ejercicio, dormir cada noche entre 7 y 9 horas y
realizarnos revisiones médicas periódicas para asegurarnos que todo va
bien.
“Cuando escuchas con empatía a otra persona, le das a esa persona aire psicológico”.
-Stephen R. Covey-
Sin embargo, si hay algo que descuidamos casi de forma alarmante es eso que se contiene entre nuestros oídos: el cerebro. Ahora bien, no nos referimos a ese conjunto de células nerviosas, estructuras y circunvoluciones. Hay que centrar la atención en los indicadores de nuestra salud emocional,
es decir, en esa capacidad para sentir la vida y nuestras relaciones,
en el estado de esa facultad para entender, controlar y modificar
estados anímicos propios y ajenos…
El ser humano es mucho más que una serie de competencias lingüísticas, matemáticas o tecnológicas. Somos, por encima de todo, seres sociales y emocionales, dimensiones estas que quedan a menudo descuidadas,
y hasta infravaloradas en las instituciones educativas. Porque,
admitámoslo, de poco nos va a servir saber resolver una ecuación de
segundo grado si somos incapaces, por ejemplo, de comunicarnos con
eficacia y de empatizar con aquellos que nos rodean.
¿Qué es el analfabetismo emocional?
Sabemos que el término “analfabetismo” tiene una connotación
negativa. Sin embargo, no podemos llamar de otro modo a una realidad
psicosocial más que evidente. Pongamos un ejemplo, en la
actualidad se habla mucho de la figura de los líderes transformadores.
De personas capaces de dinamizar una organización gracias a su buen
manejo de la inteligencia emocional,
de la motivación, de su don para producir impacto en los demás y crear
entornos donde las personas pueden hacer uso de su creatividad.
En ocasiones se venden ideas que en la realidad, brillan por su
ausencia. Así, es bastante común encontrarnos con directivos o líderes
empresariales incapaces, no solo de infundir inspiración a los demás,
sino con una nula capacidad para controlar sus emociones, su
frustración, su enfado… Son como niños de 3 años enfadados por no obtener aquello que desean, situados por completo en ese pensamiento egocéntrico definido por Piaget en su momento.
Veamos no obstante, qué dimensiones caracterizan el analfabetismo emocional.
- Incapacidad para entender y manejar las propias emociones.
- Dificultad para comprender las de los demás.
- Esa falta de autoconciencia emocional los sitúa a menudo en terrenos muy sensibles. Reaccionan de forma desmedida ante cualquier problema, se sienten agobiados y superados ante cualquier dificultad, sea pequeña o grande.
- No empatizan, son incapaces de situarse en la mirada ajena, de comprender realidades diferentes a la suya.
- Sus habilidades sociales son muy rígidas y aunque en ocasiones pueden desenvolverse, les falta sensibilidad, asertividad y esa cercanía auténtica con la que crear lazos significativos y no solo relaciones motivadas por el interés personal.
- Por otro lado, los costes del analfabetismo emocional pueden ser enormes: pensamiento polarizado, represión, racismo o sexismo, narcisismo, necesidad obsesiva por tener la razón…
Asimismo, hay un dato no menos importante que conviene recordar. El analfabatismo emocional, es decir, esa falta de recursos psicológicos y mecanismos emocionales con los que manejar mejor dimensiones como la tristeza, la rabia, el miedo o la decepción, nos hace a su vez mucho más vulnerables a una serie de trastornos mentales.
Así, condiciones como la depresión o los estados de ansiedad crónica
son muy comunes en perfiles con poca o nula habilidad para gestionar
mejor esos estados internos.
La importancia de educar en Inteligencia Emocional
Sabemos que es ya como un eslogan: “hay que educar en Inteligencia Emocional”, debemos entrenarnos en estas habilidades, ser más aptos en materia de emociones.
Lo hemos oído hasta la saciedad, hemos leído libros, hemos hecho cursos
y decimos que sí con la cabeza cada vez que se nos recuerda la
importancia de tener una mayor competencia en esta habilidad.
Sin embargo, las lagunas siguen existiendo. Así, y
aunque en algunos currículums educativos de ciertas escuelas ya aparece
este objetivo, no podemos pasar por alto algo igual o más importante.
Antes de que maestros y profesores entrenen a los niños en el dominio de
sus pensamientos y emociones, también ellos deberían ser entrenados previamente.
A menudo, nosotros mismos llegamos a nuestra etapa adulta con un mundo de inseguridades.
También nosotros nos levantamos cada día conscientes de que nos faltan
herramientas para dominar nuestras emociones, así como ciertas
habilidades para encarar mejor la adversidad. De este modo, si no
empezamos en primer lugar por nosotros mismos haciendo autoconciencia de
nuestro analfabetismo emocional, difícilmente tendremos ese talento
para motivar a los más pequeños, para entrenarlos en empatía, asertividad o en habilidades sociales…
Una buena “alfabetización emocional” nos dota de grandes beneficios.
Así, algo que aprenderemos en primer lugar es que cada emoción tiene su
espacio y su utilidad, que diferenciar entre emociones “negativas” y
“positivas” no siempre es acertado, porque en realidad, esos
estados que a menudo tanto evitamos sentir como es la tristeza o la
decepción, tienen sus espacios de conocimiento, su utilidad y su valioso
significado.
De las emociones por tanto no se huye, se encaran para saber qué
quieren decirnos. Es un modo sensacional de autoconocimiento que nos
dota de fortalezas, que ofrece a nuestra mirada
un prisma más amplio… a la vez que flexible. Por tanto, no apartemos o
despreciemos la necesidad de estar “al día” en materia de emociones. Atendamos
a esos mundos interiores donde saber reconocer, expresar, gestionar y
transformar esos sentimientos para que fluyan siempre a nuestro favor y
no en nuestra contra…
Por Valeria Sabater para La Mente es Maravillosa
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