Mostrando entradas con la etiqueta esperanza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta esperanza. Mostrar todas las entradas

viernes, 17 de noviembre de 2017

El Profundo Mensaje de Marie Kondo y la Magia del Orden

Hoy hablaremos de uno de los libros que más me ha impactado recientemente: “La Magia del Orden”, de Marie Kondo.
Creo que vale la pena hacerlo porque, aunque es un libro muy famoso, no es fácil comprenderlo en toda su amplitud.
Si lo miramos superficialmente, habla de temas prácticos relacionados con el orden de la casa: cómo plegar la ropa, cómo ordenar los armarios, cómo seleccionar los libros, etc.
Pero en realidad no va de esto.
El mensaje de Marie Kondo es mucho más profundo. Es un mensaje con un gran poder transformador.
Y cuando lo comprendemos en toda su magnitud, se produce un gran cambio no solo en nuestro hogar, sino también en nuestro interior.

El Mensaje de Marie Kondo y la Magia del Orden

Si has leído “La Magia del Orden” o si has visto alguno de los videos que hay en Internet, habrás visto que Marie Kondo da consejos muy concretos sobre cómo ordenar la ropa, los libros y los demás objetos de la casa.
Y muchas personas se quedan con estos consejos y ya está.
Pero Marie Kondo insiste mucho en que esto no es lo más importante. Su objetivo no es tener una casa ordenada y nada más, sino utilizar el orden de la casa como un trampolín hacia una vida más plena y luminosa.
En realidad da igual cómo ordenemos las cosas. Lo que realmente importa es comprender la filosofía de una casa equilibrada.
Y esta filosofía se puede resumir en tres puntos:
  1. Ten únicamente cosas que te hagan feliz.
  2. Sé plenamente consciente de cada cosa que tienes.
  3. Ordena tu casa de manera que cada rincón te haga feliz.
La manera concreta de ordenar las cosas son simplemente sugerencias que Marie Kondo da a partir de su experiencia, pero no son normas cerradas ni mucho menos. Lo importante  es comprender estos tres puntos.

La Primera Regla de Marie Kondo: Ten Únicamente Cosas que Te Hagan Feliz

Cuando pensamos en ordenar nuestra casa, normalmente pensamos en cómo colocar nuestras cosas: dónde ponerlas y cómo ponerlas. Pero en realidad hay un paso previo que casi siempre nos saltamos: decidir qué cosas tener.
El acto de ordenar está directamente relacionado con el acto de poseer, porque solo tenemos que ordenar aquello que poseemos. Así que antes de ordenar, primero hay que decidir qué poseer.
Y respecto a esto, Marie Kondo tiene una regla muy simple: quédate solo con las cosas que te hagan feliz.
Esta regla es absolutamente maravillosa, porque pone la felicidad en el centro del proceso, que es donde debe estar.
Desde hace mucho tiempo, las personas regimos nuestros pasos por muchos factores que poco tienen que ver con la felicidad. Tomamos nuestras decisiones por temas prácticos, por dinero, por miedo, por el qué dirán… pero pocas veces pensando en la felicidad. Y por esto sufrimos tanto.
Hemos olvidado que la felicidad es lo que realmente importa en la vida. Nos hemos enredado en un círculo de responsabilidades y presiones sociales, y hemos perdido de vista que lo que le da verdadero sentido a la vida es la felicidad.
Lo que determina si nuestra vida va bien o no es la cantidad de felicidad que sentimos (puedes profundizar en este tema aquí).
Es posible que, al  oír esto pienses: sí, esto es muy bonito, pero es muy poco realista. Sería maravilloso centrar nuestra vida en la búsqueda de la felicidad, pero es imposible. Todos tenemos facturas que pagar y responsabilidades que atender, y si lo dejamos todo y nos preocupamos solo por la felicidad, podemos tener bastantes problemas.
Y es verdad. No es fácil hacer este cambio de un día para otro.
Pero podemos intentar hacerlo lentamente. Podemos empezar a escuchar a nuestro corazón con más atención, e ir haciéndole caso poco a poco.
Y un buen lugar para empezar este proceso es nuestra casa, porque aquí no hay ningún peligro. Dejar un trabajo que no te hace feliz puede ser arriesgado, pero deshacerte de un objeto que no te da felicidad no lo es en absoluto. Así que puedes usar tu casa como espacio de prácticas para mejorar tu capacidad de conectar con tu propia felicidad.
El proceso es simple: saca todos tus objetos del lugar donde los guardas, míralos bien y quédate solo con los que te aporten felicidad. No te quedes nada solo porque te da pena tirarlo, porque quizás lo necesitas dentro de diez años, o por cualquier otro motivo no relacionado con la felicidad. Quédatelo solo si te hace feliz tenerlo.
Marie Kondo propone un método concreto para hacer esta elección, y te recomiendo leer el libro para más detalles, pero la base es simplemente esta: repasa una por una todas tus posesiones y quédate solo las que te hagan feliz.
Es una muy buena manera de volver a situar la felicidad en el lugar del que nunca debería haber salido: el centro de nuestra vida.

Segunda Regla: Sé Consciente de Cada Cosa que Tienes

La segunda regla se deriva automáticamente de la primera, pues para poder quedarte solo con las cosas que te hacen feliz, primer tienes que ser muy consciente de todas las cosas que tienes. Pero es una regla tan importante que merece ser comentada por sí sola.
La gran mayoría de nosotros tenemos varias cosas en casa que ni siquiera recordamos que tenemos. Las guardamos en su momento en el fondo de un armario, y ya no recordamos que están allí.
De entrada, esto puede parecer un hecho sin importancia. En general creemos que los objetos no tienen ningún tipo de conciencia, así que pensamos que no pasa nada por olvidarnos de ellos.
Pero no es así. En este universo todo tiene un cierto grado de conciencia; los objetos también. Y también sufren a su manera.
¿Alguna vez has estado en una reunión sin que nadie te hiciera caso? Estabas solo en un rincón, sin que nadie te prestara atención…
Si has vivido esta situación, ya sabrás que es muy dolorosa. Sentirse solo e ignorado es una de las sensaciones más dolorosas que existen.
Pues así es cómo se sienten los objetos que no recordamos que tenemos. Y esto hace que la energía de la casa sea mucho menos luminosa.
Así que, si quieres mejorar la energía de tu hogar, sé muy consciente en todo momento de todo lo que tienes.
Cada una de tus posesiones es un compañero que vive contigo. Y vive contigo porque tú lo decidiste. Se merece un reconocimiento. Se merece que siempre tengas en cuenta que está allí.

Tercera Regla: que Cada Rincón de Tu Casa Te Haga Feliz

Por último, una vez ya somos plenamente conscientes de todo lo que tenemos en casa, y decidimos quedarnos únicamente con lo que nos hace feliz, el paso final es ordenarlo todo de manera que cada rincón de la casa nos despierte alegría y felicidad.
Personalmente, este es el punto que más me impactó del libro: ¿cada rincón? Parece lógico ordenar la casa de una manera que nos guste y nos haga felices, ¿pero es necesario que cada rincón cumpla este criterio? ¿No es demasiado exagerado?
Pues no, no lo es.
La gran mayoría de nosotros tenemos la parte principal de la casa bastante bonita y ordenada: el comedor, las habitaciones, la entrada… Pero casi siempre hay alguna zona olvidada: un trastero, el garaje, el cuarto de la lavadora, un armario… A nivel mental, creemos que no puede ser que todo sea bonito, y necesitamos algún espacio donde podernos despreocupar y tenerlo más descuidado.
Y esta visión tiene profundas implicaciones en nuestra vida.
Si te fijas, esto que pasa en casi todas las casas, pasa también a nivel global en la sociedad. Vivimos en un mundo bastante bonito y ordenado, pero hay muchas zonas que no lo son en absoluto. Tenemos parques y jardines en los pueblos, pero en las afueras hay vertederos y fábricas llenas de humo. Tenemos ciudades más o menos prósperas y abundantes, rodeadas de barrios marginados y pobres. Tenemos países con un nivel de vida bastante alto, al lado de otros que están en guerra y pasan hambre.
Todo esto es fruto de la misma creencia: no puede ser que todo sea bonito. No puede ser que todo esté bien. No puede ser que todo el mundo sea feliz.
Creemos que para que algo esté bien, otra cosa debe estar mal en otro lugar.
Creemos que para que unos ganen, otros tienen que perder.
Este es el mundo en el que creemos, y por lo tanto es el mundo que tenemos.
Por supuesto, es una creencia errónea. El universo donde vivimos no tiene ningún límite, y puede darnos todo lo que necesitamos y más.
Pero tenemos que abrirnos a ello. Nada puede llegar a nuestra vida si no lo creemos posible.
Y el cambio empieza en cada uno de nosotros, en nuestra propia casa.
Nuestra casa es un muy buen lugar para empezar a cambiar esta dinámica, y demostrarnos a nosotros mismos que sí es posible conseguir que cada rincón esté lleno de luz. Sí es posible que cada lugar sea hermoso y abundante, y que todo el mundo esté bien.
Y la mejor manera de ver que es posible es hacerlo: ponernos a trabajar y llenar de alegría cada cajón, cada armario y cada rincón de la casa.
Una vez nos demos cuenta de que realmente podemos crear una casa donde cada lugar sea hermoso, empezaremos a creer que podemos ir más allá, y crear un mundo donde cada lugar sea hermoso.
Y cuando creamos firmemente en un mundo así, lo veremos florecer delante de nuestros ojos.
Un gran abrazo.
Jan


          Jan Anguita
https://www.jananguita.es

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Plenitud



Plenitud es la circunstancia o situación de ser pleno.

Y pleno es estar completo, lleno, entero.

La plenitud es otro estado de equilibrio en el ser humano que nos ayuda a reconocer de forma íntegra los aspectos que mejoran la calidad de vida.

La plenitud es saber reconocer los estados emocionales, es poder discernir de forma sabia como nos sentimos mejor en diferentes circunstancias.

Por ejemplo si algún logro se alcanza por haberse esforzado, llega la plenitud de sentirse reconfortado por lo sucedido.

Si algún conflicto no se puede arreglar por el momento, llega  la plenitud de sentir y poder ser integro para discernir ante muchas posibles situaciones.

La plenitud, al igual que la humildad, son formas de llegar al equilibrio en cualquier circunstancia. Es por eso que para llegar al Dharma, es bueno aplicarlas.

Lo pleno hace que podamos reconocer los estados del cuerpo emocional, de reconocernos, de mirar el espejo del alma y reflejarlo con la pureza de la plenitud.

La plenitud, desde mi humilde opinión es neutral y mejor que la felicidad, porque puede percibir la felicidad y también la tristeza, son complementos que se juntan en la plenitud para poder estar lleno. Se pueden ver las dos caras. Pero no se manipula, se manifiesta, no se tapa la tristeza con la felicidad, se observa, se aceptan los estados y se fusiona la plenitud para discernir con amor. Es un estado sublime.

La plenitud es poder alcanzar la abundancia en todos los valores humanos.

Transcribo unas palabras de Amado Nervo: "Llénalo de amor"

Siempre que haya un hueco en tu vida llénalo de amor.

Adolescente, joven, viejo: siempre que haya un hueco en tu vida llénalo de amor.

En cuanto sepas que tienes delante de ti un tiempo baldío, ve a buscar el amor.

No pienses: “sufriré”.

No pienses: “me engañarán”.

No pienses: “dudaré”.

Ve, simplemente, diáfanamente, regocijadamente, en busca del amor.

¿Qué índole de amor? No importa: todo amor está lleno de excelencia y de nobleza.

Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas... pero ama siempre.

No te preocupes de la finalidad de tu amor.

El amor lleva en sí mismo su finalidad.

No te juzgues incompleto porque no se responden a tus ternuras: el amor lleva en si su propia plenitud.

Siempre que haya un hueco en tu vida, llénalo de amor.



Lorena Gintautas
 

Para Meditaciones para el alma

sábado, 7 de octubre de 2017

Sueños prestados


Nunca es nuevo lo que vemos, porque miramos siempre lo mismo y de la misma forma. No vemos lo que es, sino lo que esperamos ver, lo que hemos aprendido a ver y a imaginar… Lo que nos han dicho que debíamos. Vemos lo que somos y nos movemos poquito, para no hacer ruido y romper el mundo que nos mantiene en pie. Nos sentimos como un secreto guardado, como un álbum de fotos viejo, como un hogar en desuso de esos en los que ya sólo viven palomas… 
Pensamos que miramos al futuro, pero vemos el pasado.  Lo que creemos nos ha filtrado la realidad para que proyectemos siempre pasado cuando pisamos el presente, para repetir situaciones y atraer siempre las mismas circunstancias a nuestras vidas. No paramos de repetir, en bucle, porque no aprendemos, porque pensamos siempre lo mismo y encontramos las mismas soluciones a nuestros dilemas eternos . Es como si cuando éramos niños nos contaran siempre el mismo cuento y esperáramos que tuviera un final distinto. El pasado pesa y se prolonga, se arrastra, proyecta su sombra en nuestras pupilas, en nuestras relaciones, en nuestros calcetines… Nos espera al pasar por la fuente camino a casa y se acuesta con nosotros en la cama cada noche. Está en la rebanada de pan del desayuno y está en el asiento de al lado cuando subimos al tren. Nos sujeta las bolsas cuando regresamos del supermercado y nos acaricia la nuca cuando nos sentamos en el sofá después de un día largo… Siempre está porque no lo soltamos. Su recuerdo nos lastra cada paso… Nos ponemos zapatos nuevos, pero escogemos el mismo camino… Encontramos un nuevo amor, pero le amamos a la vieja usanza, como siempre, esperando que nos resucite y nos devuelva la vida que en realidad nunca tuvimos porque no nos soportamos. Iniciamos un nuevo juego, pero hacemos las trampas de siempre porque no soportamos la posibilidad de perder aunque sea como aprendizaje…
En un alarde de valentía, soltamos el equipaje más pesado y luego buscamos como locos en las estaciones y en los bares un nuevo fardo que abulte lo mismo para poder cargarlo y seguir lamentándonos…
Todas las canciones nos recuerdan que ya no nos ama, porque no nos amamos.
Todos los sueños que usamos para motivarnos son prestados o carecen de magia.
Hurgamos entre nuestros monstruos y sacamos alguno a pasear a ver si se va y nos deja tranquilos, pero luego buscamos otro que lo remplace, a poder ser aún más feroz y más feo.
Compramos ese vestido que nos tiene que cambiar la vida y lo dejamos en el armario. Leemos ese libro que nos han dicho que zarandea conciencias y lo dejamos a medias, como nuestra vida.
Viajamos a ese lugar apartado del mundo donde esperamos oír nuestra voz.
Nos perdemos usando palabras nuevas que hemos robado de un vídeo que cuenta cómo volver a empezar… No nos llegan, no nos invaden, sólo nos perturban porque arañan nuestros valores gastados que ya empezamos a ver que no nos definen pero no lo admitimos porque nos duele.
No acariciamos nuestros sueños, porque no son nuestros y pensamos que nos vienen grandes, porque somos pequeños y nos sentimos vacíos.
Alquilamos una sonrisa a ese personaje que soñamos que somos y la colgamos en facebook para que el miedo se pase, pero siempre se hace más grande a la espera de un like. No hay likes suficientes para quien necesita que el mundo le apruebe. 
Nos tatuamos algo que nadie comprende para tener una parcela que nadie pise ni se atreva a juzgar… Y luego criticamos sin piedad a los que como nosotros suplican compasión y llaman la atención contando sus miserias sin que nadie les pregunte…
Somos un amasijo de quejas siempre pendientes de lanzar al mar. Un milagro que no sabe que es milagro y sólo ve su sombra porque teme brillar.
Nos gusta creer que lo que deseamos es imposible, porque buscamos castigo por nuestra innata imperfección y nuestra culpa heredada ya nadie sabe por qué. Nos alejamos de lo que amamos porque nos asusta brillar. 
No hay tumbas para los amores imposibles y uno se ve obligado a llorarlos en silencio y eso los hace más idílicos, más platónicos, más grandes de lo que nunca fueron…
No podemos ir a llorar al niño que fuimos, porque no sabemos dónde le encerramos en nuestro afán por esconder nuestra oscuridad… Y cuando anochece, oímos que llora desconsolado y nos pide que vayamos a verle pero nunca le podemos encontrar. En el fondo, sabemos dónde… Está justo en ese recodo del pasado donde nunca miramos por miedo a no poderlo soportar.
Nos ahogamos en mares ficticios y nos olvidamos de que nacimos para volar.
Tenemos tanto miedo a no hacer la foto y poder mostrarla que nos perdemos el paisaje y el viento que nos cruza la cara y nos hace sentir vivos.
Nunca encontramos nada nuevo porque miramos al mismo rincón. Porque nuestros ojos cansados viven encerrados en un perpetuo ensayo general de la vida esperando empezar la función.
Somos autómatas que esperan la señal para ponerse a bailar. Nos arrastramos cansados buscando una oferta que nos calme la sed y nos ponemos tristes cuando solo encontramos saldos que no nos consuelan ni hacen vibrar. 
Esperamos tanto de todo que nunca llega, nunca llena, nunca está. Porque se supone que tiene que venir a ocupar un hueco que nos atraviesa por el que siempre se cuela el viento helado y nos recuerda que estamos incompletos y que somos diminutos… 
No podemos ir a llorar al adulto que ahora somos y que se atraganta buscando su felicidad porque le tenemos encerrado en el fondo de un abismo de mensajes y sentado en un sofá.
Siempre es de noche cuando no eres capaz de sacarte de dentro la noche.
Siempre es mentira si no eres capaz de decirte toda la verdad.
A veces, te ronda la extraña idea de que estás muerto, porque no te notas… Te mataste con silenciador para no molestar a este mundo que has inventado tú y que sólo quiere que te hagas selfies y consumas algo que te haga olvidar.
Ya lo sabes, pero no te gusta admitirlo. El mundo no calla por lejos que marches.
Los vestidos nunca te cambian la vida.
El antídoto a todo esto es tan sencillo que te hace desconfiar. Para y empieza a respirar. No hagas nada que no sientas. No calles nada que te corroa. No bailes ninguna música que no sea la tuya.
Empieza otra vez. Mira hacia otro lado. No des nada por hecho, nada por sabido, nada por dogma ni verdad. No te fies de tus ojos si ves lo de siempre. No te fies de tus oídos si siempre escuchan la misma voz… Olfatea la vida y toca sin pesadumbre, la vida está para manosearla y hacerla rodar…
Si te pones la misma ropa, soñarás el mismo sueño y volverás a decirte que no. Desnúdate y anda sin ataduras mientras todavía no sepas qué te quieres poner.
No te obsesiones por ser tú mientras no sepas si ese tú eres tú de verdad. 
No sueñes el sueño de otro, ni subas a sus cimas, ni bailes su música, ni camines por sus atajos porque para ti puede que sean un rodeo.
Sacúdete el miedo amando tu miedo. Sacúdete la rabia amando tu rabia, maestra suprema para poder conocer cuáles son las piedras en tu zapato y los muros en tu camino. Supera cada error con un error mayor. Besa tus debilidades y agradece tus demonios porque te llevarán adonde sueñas llegar.
Y cuando no sepas quién eres, entonces estarás en ese punto en el que puedes empezar a crear y sentir.
Lo que has vivido hasta ahora es el pasado, un tiempo prestado y remoto en el que te asustaba vivir.
No hay lugar donde llorar por los besos que no hemos dado ni por los que dimos a la persona equivocada… Será porque los errores son en realidad regalos por abrir y estrenar.
No hay milagros para quien no cree en milagros, no porque no estén a su alcance sino porque no podrá verlos.
No lo sabes, pero hasta ahora tus sueños eran prestados y viejos…
No lo sabes, pero has estado viviendo en círculo… 


Merce Roura
https://mercerou.wordpress.com

sábado, 30 de septiembre de 2017

5 pasos para sanar nuestras heridas emocionales


Las experiencias dolorosas que desarrollamos a lo largo de nuestra vida conforman nuestras heridas emocionales. Estas heridas pueden ser múltiples y podemos llamarlas de muchas formas: traición, humillación, desconfianza, abandono, injusticia…
No obstante, debemos de hacernos conscientes de nuestras heridas emocionales y evitar maquillarlas, pues cuanto más tiempo esperemos a sanarlas más se agravarán. Además, cuando estamos heridos, vivimos de forma constante situaciones que tocan nuestro dolor y hacen que nos pongamos múltiples máscaras por el miedo a revivir nuestro dolor.
Así es que, a continuación, os mostramos 5 etapas que necesitamos experimentar para sanar nuestras heridas emocionales:

1- Acepta la herida como parte de ti mismo

La herida existe, puedes estar o no de acuerdo con el hecho de que existe pero el primer paso es aceptar esa posibilidad.  Según Lisa Bourbeauraceptar una herida significa mirarla, observarla detenidamente y saber que tener situaciones que resolver forma parte de la experiencia del ser humano.
No somos mejores o peores solo porque algo nos haga daño. Haberte construido tu coraza de protección es un acto heroico, un acto de amor propio que tiene mucho mérito pero que ya ha cumplido su función.
Es decir, te protegió de los ambientes que te dañaron pero, una vez que la herida está abierta y la puedes ver es momento de pensar en sanarla. Aceptar nuestras heridas resulta muy beneficioso entre otras cosas porque nos ayudará a no querer cambiarnos a nosotros mismos.

2- Acepta el hecho de que lo que temes o reprochas, te lo haces a ti mismo y a los demás

La voluntad y la decisión de sobreponernos a nuestras heridas es el primer paso hacia la paciencia, la compasión y la comprensión con nosotros mismos. Estas cualidades que desarrollarás para ti mismo, irás desarrollándolas para con los demás, lo que alimentará tu bienestar.
A veces no nos damos cuenta de que ponemos nuestras expectativas vitales en los demás, esperando que suplan nuestras carencias y que colmen nuestras esperanzas. Lo cierto es que nuestro comportamiento lleva a anular nuestras relaciones y gran parte de nuestra vida, generando gran malestar porque los demás no responden como esperamos.

3- Darte el permiso para enfadarte con aquellas personas que alimentaron esa herida

Cuanto más nos dañen y más profundas sean nuestras heridas, más normal y humano resultará culpar y sentir enfado hacia quien nos perjudicó. Date permiso para enfadarte con ellos y perdónate a ti mismo.
De lo contrario, desahogarás todo ese rencor contigo mismo y con los demás, pues si lo haces es como si estuvieras arañando tus heridas de forma constante. Sentirse culpable dificulta el perdón pero liberarnos de esa culpa y el rencor es la única forma de sanar nuestras heridas.
También es necesario perdonar, pues debemos aceptar que las personas que hieren es probable que lleven dentro un profundo dolor. Nosotros mismos dañamos a los demás con las máscaras que nos ponemos para proteger nuestras heridas.

4- Ninguna transformación es posible si no se acepta previamente la herida

Estas heridas emocionales te van a enseñar algo, aunque es probable que te cueste aceptarlo porque nuestro ego crea una barrera de protección bastante eficaz para ocultar nuestros problemas.
Lo cierto es que, normalmente, el ego quiere y cree tomar el camino más fácil pero en realidad nos complica la vida. Son nuestros pensamientos, reflexiones y actuaciones los que nos la simplifican, aunque nos parezca demasiado complicado por el esfuerzo que requiere.
Intentamos esconder la herida que más nos hace sufrir porque tememos mirar de frente a nuestra herida y revivirla. Esto nos hace portar máscaras y agravar las consecuencias del problema que tenemos; pues, entre otras cosas, dejamos de ser nosotros mismos.

5- Darte tiempo para observar cómo te has apegado a tu herida en todos estos años. 

Lo ideal es deshacernos de estas máscaras cuanto antessin juzgarnos ni criticarnos, pues esto nos permitirá identificar cómo debemos tratar nuestras heridas para sanarlas.
Es posible cambiar de máscara en un mismo día o llevar la misma durante meses o días. Lo ideal es que seas capaz de decirte a ti mismo: Vale,  me he colocado esta máscara y la razón ha sido ésta. Entonces sabrás que estás en camino y que en el resto del viaje, tu guía será la inercia que te permita sentirte bien sin ocultarte.

Psicología/Raquel Aldana
Imágenes cortesía de bruniewska y natalia_maroz
https://lamenteesmaravillosa.com

lunes, 11 de septiembre de 2017

Hacia el encuentro de seres


En un mundo de incontables seres individuales, la comunicación permite enlazar y promover una interactuación necesaria para posiblitar el sustento de las distintas especies. El ser humano regido por su raciocinio, lógica y consciencia, parece el que más destaca en cuanto a la variedad de vías en las que puede expresarse.

    Entre nuestro modo de relacionarnos existe la comunicación verbal, la comunicación escrita, la no verbal a través de gestos y lecturas corporales, y modos de expresión que se recopilan en las numerosas maneras de enfocar el arte. Pero a veces la comunicación que entablamos parece un mero proceso mercantil, donde existe un protocolo, unos modales, unas formas, unos roles y cierto talante que nos posiciona ante nuestro interlocutor. Este tipo de comunicación sólo barniza un encuentro. Es superficial y estudiado, acompasado en turnos y supeditados a unos márgenes que restringen una comunicación más profunda. Sobre esa pose no hay escucha activa, sino la espera ansiada de un turno que parece no llegar para que podamos exponer nuestros argumentos.
    La comunicación entre seres -no sólo humanos- se expande mucho más. Entonces no se incluyen sólo las interpretaciones o las exposiciones a la hora de expresarnos, sino que una comunicación invisible se encarga de transmitir lo que no llega a traducirse en palabras. No nos referimos a la comunicación no verbal, de la cual hay mucho estudiado, sino de un lenguaje que no viene incluido en ningún diccionario, un lenguaje en el que no hay que analizar frases, oraciones, ni tiempos verbales.

Es un lenguaje que nace de la sensibilidad de seres, de la energía de un amor que puede llegar a eclosiones y expandirse. Es un lenguaje que no necesita subtítulos ni traductor porque es universal, acoge a todos los seres y va más allá del significado. Es la comunicación de una madre con su bebé en el vientre,  después al nacer, y como no, cuando le tiene en brazos. Es el lenguaje que implica un cariño que ninguna imprenta puede convertir en libro. Es la vía en la que nuestros hermanos los animales, reconocen cuando son queridos.
    Convertir esta comunicación en palabras es como hacer una firma en el agua; es imposible. Pero esta supracomunicación también se da a golpes de intuición, de corazonadas que traspasan las distancias, en la lejanía de los cuerpos físicos. Este tipo de comunicación hace que sobren las palabras, que el silencio se torne revelador. Una brisa, un lirio plegándose ante el viento, un paseo sintiendo la arena de la playa... Todo ello forma parte de un mensaje en el cual la existencia se puede expresar. La belleza, la armonía, la serenidad al contemplar las estrellas, todo ello, son vislumbres de un mensaje que está ahí, perenne, no reconocido ni a la espera de ser descifrado, sino vivido. Sus renglones no disponen de gramática, sino que se sitúan en nuestra consciencia.
    Abrir un libro es fácil; el espíritu o alma parece no serlo tanto. Si el ser humano se desprendiera de esa sensación de superioridad en el planeta, este hogar terrenal de tantas familias de seres sería muy distinto. El propio ritmo de la vida se encargaría de lo que no está bajo control, como sus propios ciclos o los desastres naturales, pero no impondríamos nuestra dudosa inteligencia sobre todo lo que conglomera el soporte existencial.

 Así es como hemos perdido el contacto con la naturaleza, hemos dejado de escuchar el canto de los pájaros, el susurro de los árboles cuando tratan de alcanzar las nubes. Más sordos que nunca en este sentido, hemos dejado de sentir el sufrimiento ajeno de otros seres, el grito de dolor cuando maltratamos animales, deforestamos bosques y contaminamos el océano.
    La codicia del hombre hace de cortocircuito entre la comunicación y relación de seres. Prepondera su orgullo ante las cuitas de cualquier otra criatura, y acaba debilitándose en él cualquier indicio de acercamiento a sentir el palpitar de un lenguaje que va más allá de sus sentidos.
    Pero esperemos que el privilegio de ser conscientes de que somos conscientes, nos haga de nuevo preescribir la historia. Entonces no habrá diferenciación de seres -aunque en términos especificativos, sí-, no existirá una superioridad ante lo débil y todo formará parte global de un Uno. Será cuando vuelva a vibrar esa energía que intermedia para que nos comuniquemos con nuestro entorno; será cuando sintamos en una brizna de hierba lo más sagrado que puede abarcar una mano; será cuando al mirar el cielo nos veamos reflejados en el espacio cósmico que nos envuelve. Entonces, sólo entonces, el llamado ser humano se verá como una pieza dentro de un puzzle universal, donde cada cual ocupará su propio espacio.

Todos estaremos formando parte de una inmensa familia donde con tan sólo mirarnos nos veremos formando una sola unidad, y en donde la consciencia, cuando se purifica, se comunica y ennoblece de manera natural, espontánea y por sí sola. El ser humano logrará abrazar a cada ser sintiente más allá de lo que consiguen abarcar sus brazos, dejando una huella impresa en lo más profundo de su ser interior.



Raúl Santos Caballero
http://raulsantoscaballero.blogspot.com.ar