Los camaleones sociales son los campeones a la hora de causar una buena impresión. Para ello, no dudan en practicar ese tipo de mercantilismo emocional donde disimular los propios sentimientos, pensamientos y opiniones con el fin de ser aceptados y conseguir la aprobación de los demás. Es un tipo de práctica que ocasiona, cómo no, serios efectos secundarios en la propia dignidad.
Es muy probable que muchos de nuestros lectores recuerden una curiosa película de Woody Allen titulada “Zelig”. En ella, el protagonista presenta una curiosa habilidad sobrenatural: es capaz de cambiar su apariencia por completo para adaptarse a cualquier medio en el que se encuentre. Finalmente, una joven psicoanalista advierte el auténtico problema de Leonard Zelig, a saber, su extrema inseguridad le lleva a camuflarse entre las personas para sentirse aceptado, integrado.
► Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que ser.
Jean Paul Sartre
Este es sin duda un caso extremo, una divertida reflexión audiovisual que Allen llevó al cine para hablarnos de la psicología, los problemas de identidad y nuestra sociedad. Sin embargo, hay un hecho que no podemos pasar por alto: todos, en cierta manera, somos camaleones sociales.
Mostrarnos tal y como somos, sin fisura alguna y con total transparencia no siempre es fácil. Tememos “el qué dirán”, nos da miedo defraudar, llamar la atención o incluso no ser lo que otros esperan de nosotros. Vivir en sociedad nos obliga a encajar, todos lo tenemos claro. Sin embargo, conviene recordar que la clave está en aprender a ser personas, no personajes. Ser persona supone saber respetar a los demás con sus matices, sus opiniones, sus virtudes y rarezas. Supone también ser capaces de practicar esa honestidad donde no diluir nuestra identidad y valores a cambio de ser aceptados.
► La clave está en aprender a ser personas, no personajes.
Los camaleones sociales y el coste psicológico
Mark Snyder, un conocido psicólogo social de la Universidad de Minnesotta, es experto en el estudio de esta necesidad universal por ser socialmente aceptados. Un aspecto interesante que nos revela en primer lugar, es que los camaleones sociales son personas tremendamente infelices. Pensemos en ello durante un momento, imaginemos a alguien que se obliga a sí mismo a ser como aquellos de los que se rodea cada día.
Para conseguirlo, deberá a acostumbrarse a pensar y sentir una cosa y hacer la contraria, a malvivir entra la contradicción constante, a oscilar entre el rostro privado y la máscara pública, a reír cuando no lo siente, a mentir de forma compulsiva… Esta conducta casi adictiva donde causar siempre una buena impresión rara vez logra establecer vínculos duraderos y satisfactorios. Es más, lo que ocasiona en muchos casos es un auténtico agotamiento psicológico.
No podemos olvidar que, para “mimetizarse”, el camaleón social debe estar atento a los códigos sociales de cada contexto. Debe observar, leer los lenguajes implícitos y explícitos, debe imitar, pero por encima de todo, debe mostrar una extraordinaria plasticidad con la que ser siempre altamente convincente.
Ser la persona adecuada en cada momento nos exige además estar siempre sintonizados con el modo en que los demás reaccionan, de ahí que monitoreen a cada instante su desempeño social, ajustándolo para obtener el efecto deseado. Tal y como podemos deducir, el desgaste que supone todo ello a corto y largo plazo es inmenso.
► Para los auténticos camaleones sociales todo vale, pierden su dignidad, sus principios e incluso su escala de valores con tal de alcanzar el éxito, de sentirse integrados o lograr reconocimiento. Sin embargo, a fuerza de mimetizarse y de representar tantos y tantos roles jamás serán capaces de establecer relaciones auténticas, de tener amigos valiosos, parejas estables a las que mostrar su propio rostro, sin máscara alguna…
Camaleones sociales o cebras sociales, tú eliges
Hay profesiones para las que, lo queramos o no, se necesitan de este tipo de habilidades camaleónicas con las que crear impacto, con las que seducir, captar clientes, generar confianza e incluso, por qué no, hasta manipular. Así, trabajos como la política, el derecho, el mundo del marketing y publicidad, el teatro o la diplomacia exigen de esos malabarismos psicológicos donde mimetizarse es sinónimo de supervivencia y hasta de triunfo.
Tal y como hemos señalado al inicio, todos, en cierto modo, nos hemos visto en la obligación de ser camaleones sociales en algún momento. Sin embargo, especialistas en este tema, como el doctor Mark Snyder, nos indican que si de verdad queremos tener una auténtica salud emocional, sabiduría y equilibrio, deberíamos aprender a ser “cebras sociales”.
No importa dónde esté una cebra, no importa a quién o qué tenga a su lado, ellas siempre serán las mismas, sus rayas no cambiarán en ningún momento. Ello supone, cómo no, ser un blanco fácil para los depredadores y como ya sabemos, en nuestros contextos sociales también los hay. Así, puede que nuestras “rayas” no gusten, que nuestra piel, nuestro estilismo, carácter y tono de voz no agrade a todos, pero los pocos que queden cautivados por nuestra autenticidad y curiosos matices, serán nuestros mejores aliados.
Para concluir, pocas cosas pueden llegar a ser tan infructuosas y agotadoras como caer bien a todo el mundo, como ser esa pieza capaz de encajar en cada puzzle o esa tuerca que vale para todo engranaje. Tal habilidad no es creíble ni saludable. Aprendamos a vivir sin máscaras, a ser coherentes y valientes, criaturas únicas y excepcionales con cada una de nuestras “rayas”, de nuestros fabulosos pelajes…
Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com
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