Campo Mórfico
Todos tenemos dos cumpleaños. El día en el que nacemos, y el día en el que despierta nuestra conciencia. Maharishi.
Cuando nació nuestro cuerpo
físico en la forma de aquel bebé, no éramos conscientes de que comenzaba la
vida. Sin embargo, existe otro nacimiento posterior en el que nos damos cuenta
de algo extraordinario que abre avenidas insospechadas. Se trata de una
experiencia en la que, de pronto, atestiguamos que somos algo más que una mente
pensante. ¿Le ha sucedido a usted ya? En tal caso, ¿en qué momento sucedió ese
clic que abrió la puerta de una identidad más amplia?
En realidad, no sólo nacemos
físicamente, sino que también nacemos espiritualmente. En este segundo
nacimiento, devenimos conscientes de qué “somos esencia”. Una experiencia
chispeante a través de la cual comenzamos a desear realizarnos y tomamos
consciencia de la estupenda posibilidad de actualizar nuestras potencialidades
y de recrearnos en la plenitud perfecta de que somos y nos rodea. En ese día
irreversible, realmente, volvemos a nacer con mayúsculas.
El nacimiento físico conlleva el
acceso progresivo a nuestra persona física, emocional y mental. Sin embargo, el
llamado nacimiento espiritual anuncia la entrada en un Laberinto sin Retorno
por el que paso a paso, vivencia a vivencia, expandimos nuestro nivel de
consciencia. Hacer consciente la verdadera identidad es un camino que también
empieza con un primer “darse cuenta”. La diferencia entre el antes y el después
es algo parecido a vivir dormidos o despiertos a dimensiones internas
insospechadas. Lo espiritual está mas allá de los credos e ideologías más o
menos estrechas. Lo espiritual es una experiencia íntima y transracional por la
que el Yo Profundo aflora. Se trata de un nacimiento que, cuando en algún día
nos sucede, ya no tiene vuelta. Uno ya sabe que podrá cambiar sus ideas, pero
no podrá renunciar a esa consciencia del sí mismo que ya le ha sido revelada.
Un nivel que no se basa en la cantidad de información, sino en la capacidad de
darse cuenta. Hay personas que han nacido a esa experiencia y otras que todavía
no les llega. No es una cuestión de edad, inteligencia o tesón, sino de esa
misteriosa fuerza que abre a unas rosas antes que a otras.
Lo que sí es cierto es que dicho
nacimiento es un algo por lo que dar las gracias. Si sentimos que aún no ha
llegado, es el momento de aprovechar una buena circunstancia emocional para
abrirnos al Universo y abrirnos a una confiada espera. Todo llega en su
momento. Se dice que cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro. A
veces, éste adopta la forma de un libro, otras, de un cálido atardecer, otras
se esconde en el tacón de una bailarina o en la pupila de un lúcido. En
ocasiones, llega acompañado de amor irresistible y de acontecimientos de dolor,
cambio e inesperadas sorpresas.
Cuando uno despierta y accede a esa vivencia interna, sabe que ha vuelto
a nacer porque ya no vivirá más de lo mismo, tal vez porque siente que antes
deambulaba a ciegas. En realidad, darse cuenta de que uno vive en el sueño de
la mente es una forma de despertar. “La vida es sueño”, decía Calderón.
“Vivimos en una caverna y nos relacionamos con el mundo de las sombras”, decía
Platón. Salir de la “caverna” significa devenir consciente. ¿Consciente de qué?
De que, en esencia, uno es Observación, Infinitud, Océano de Conciencia. Un
estado mental que no depende del patrimonio acumulado ni del grado de
inteligencia. Ya sabemos que el camino del puro “tener” tiende a resultar
insaciable. Para él nunca es bastante, y una vez conseguidas las cosas
deseadas, nada nos garantiza la paz completa. El cultivo del “Ser” aquieta la
mente y permite vivir el regalo de la lucidez y la paz profunda del alma.
Extracto del libro Inteligencia del Alma - José
María Doria (pag.44)
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