La idea que frecuentemente se tiene de la Meditación en Occidente, es que se trata de una técnica que proporciona al practicante sobre todo calma, sin embargo las posibilidades de esta práctica son mucho más amplias y uno de los aspectos que podemos considerar sobre la Meditación es el terapéutico.
En el contexto terapéutico tendremos en cuenta dos posibilidades, la Meditación como práctica que aporta claros beneficios en la recuperación de la salud y la Meditación como medio preventivo de desequilibrios que nos llevan a la enfermedad.
La experiencia de gran parte de los meditadores habituales confirma la mejora en la salud física, emocional y mental. Lo más popular es el efecto que tiene sobre el estrés precisamente por su contribución a ubicar a la persona en un estado de calma mayor. En todo caso esto no es lo único que ofrece la práctica meditativa, pues estudios empíricos contrastados han demostrado diversos campos de mejora relacionados con la salud como: incremento de los niveles de melatonina, mejoría del asma bronquial, disminución de la presión sanguínea, disminución de los niveles de colesterol, disminución del insomnio, mejoría en pacientes con epilepsia, con fibromialgia y con enfermedad arterial coronaria.
Es muy sencillo entender las fuentes de la eficacia de la Meditación sobre las cuales nos proponemos reflexionar ahora. El individuo es un compendio específico de elementos que se expresan según tres categorías de manifestación básicas: cuerpo, emoción y mente, todo ello sostenido desde su interior por una «fuerza» que estando ordinariamente velada para la percepción humana, no por ello deja de estar presente, y que podemos llamar principio anímico. Así que lo material, lo emotivo, lo mental y lo anímico, o espiritual si se quiere, que conforma nuestro yo completo están en una continua interrelación, y la enfermedad que se manifiesta en lo físico puede -y de hecho suele- tener su origen en desequilibrios de otros niveles.
Así que la enfermedad tiene un origen interno, y las causas que pueden promoverla son múltiples y tales como: una emoción violenta, una actitud emocional insana sostenida en el tiempo, formas de pensamiento negativas o la disputa interior entre partes de uno mismo. Todo esto afecta a las funciones biológicas del organismo y las distorsiona.
La Meditación, cuando está bien orientada, saca hacia fuera la causa del desequilibrio y la pone en contacto con la solución inherente al mismo. Porque meditar no es, como a veces se escucha, vaciar la mente, si no que entre otras muchas cosas, pero en principio, es alcanzar un orden interno que en general trae como consecuencia el popular estado de paz al que esta técnica es asociada.
Conocer una dificultad no es la única cosa necesaria para combatirla, es precisa una acción interna o externa que la neutralice o la elimine. Por eso la técnica meditativa no es un método fundamentalmente analítico, al menos no como base del mismo, si no que es un método resolutivo mediante el cual lo que está en desequilibrio puede ser movido a un equilibrio.
La forma de conocimiento que promueva la Meditación es de naturaleza directa, puesto que la práctica habitual y bien estructurada despierta la capacidad intuitiva del meditador que ofrece información completa de las cosas sin derivar en una reflexión específica de ellas. Y dado el alto valor terapéutico que le estamos confiriendo a la herramienta meditativa, veamos qué elementos ha de considerar una práctica sólida y bien estructurada.
Por una parte está la capacidad de percibir los movimientos de la vida desde una posición de observador, lo cual se hace colocándose ante los propios pensamientos, emociones y sensaciones con una distancia que confirma que «yo no soy eso». Para encontrar esta posición no es preciso realizar un esfuerzo, ni someterse a una inmunidad ante los estímulos que se perciben, es mucho más simple y como dijo el buda consiste en mirar lo que tenemos delante de los ojos. Solo este movimiento de toma de distancia facilita que la virulencia de ciertas emociones o incluso el dolor físico disminuyan de intensidad.
Otro elemento imprescindible de la Meditación es el aprendizaje del manejo con la atención. Puesto que la atención es el timón que marca la dirección de nuestra fuerza vital, es perentorio ejercer sobre esta voluntad un dominio suficiente que nos facilite llevar la atención hacia algo externo o interno, sobre todo interno, y también retirar esa fuerza cuando así lo consideremos. El valor de este entrenamiento es altísimo para manejarnos con los conflictos más íntimos, pues si logramos sacar la atención del sufrimiento y dirigirla hacia la posibilidad de curación, por la propia naturaleza de las cosas estaremos focalizando nuestra fuerza vital en una dirección de mejoría.
Con estos dos elementos, aprender a observar con distancia y sin intervención, por lo menos inicialmente, y aprender a manejarnos con la atención, los resultados ya serán considerables, pero todavía podemos ir más allá. Recordemos el principio anímico del que hablamos al principio, de eso que sostiene todo, algo en lo que no tenemos que creer a priori, aunque sí considerarlo como una posibilidad, puesto que la propia práctica meditativa, si tenemos ánimo indagador, nos facilitará el contacto con dicho principio.
Pues bien, de esa fuerza de las profundidades del ser podemos obtener el más valioso de los recursos para corregir aquéllo que está en distorsión en nosotros, de tal manera que encontrándonos con esa sabiduría esencial y abriendo nuestra voluntad a que actúe sobre la enfermedad, habremos encontrado la piedra angular que nos permite recuperar la salud. Esta es la magia de la Meditación, desde la adquisición de un orden en nuestros instrumentos hasta la intervención de lo que los excede, realizándose esto no por una fe ciega si no por la realidad de la propia experiencia más íntima.
Además no solo somos receptores pasivos de eso que nos resulta inaprensible con la razón, si no que nos podemos convertir en partícipes activos de las posibilidades que el campo intuitivo nos ofrece, recibiendo las inspiraciones que nos facilitan recuperarnos de la enfermedad, la cual finalmente es la representación de un sufrimiento que está en nuestra vida para marcar la dirección de un cambio.
A veces reconocemos la necesidad de ese cambio, y desconocemos la dirección a tomar, por eso acudimos al terapeuta, que al fin y al cabo actúa sustituyendo a nuestra capacidad de orientación interna atrofiada, pero si disponemos de la vía directa de acceso, tal como logramos disponer a través de la práctica meditativa, progresivamente desarrollamos una conexión directa mucho más efectiva.
Sin duda la mejor de la terapias es aquélla que previene la enfermedad, y éste es el punto fuerte de la Meditación, pues al promover la consciencia de nosotros mismos tanto como los medios para vivir en el equilibrio, nos mantiene dentro de una dimensión de bienestar aceptable en la vida cotidiana. Eso sí, es preciso permitir que la práctica meditativa no se quede en un entrenamiento solitario sentados, y que todo lo que ensayamos en ese laboratorio pueda ser aplicado al dinamismo de la vida.
Savitri
www.escuelamahashakti.com
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