lunes, 23 de octubre de 2017

La pareja que escoges representa una relación proporcional al amor que te tienes


Las parejas que nos permitimos son el reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, hablan un poco de lo que somos, de lo que tememos, de lo que nos gusta y de lo que debemos trabajar. Siempre nuestras creencias en relación a lo que merecemos se manifiestan en nuestra vida, en nuestro entorno, en la congruencia entre lo que decimos querer y lo que realmente queremos.
Algunas veces no llegamos a decirlo, pero cada uno de nosotros, por más seguro que se proyecte, por más capaz y cómodo que se sienta, puede llevar consigo creencias que nos perjudiquen, complejos o limitaciones que se tornen en contra al momento de seleccionar una pareja.
Quizás nos sentimos mayores, no tan atractivos, gordos, poco inteligentes, malgeniados, intolerantes o cualquier otro atributo que sintamos que debamos bajar el nivel de las expectativas de lo que merecemos en el amor.

Probablemente carguemos a cuestas ideas distorsionadas que aunque carezcan de sentido si las racionalizamos, pero que de igual manera pueden influir de forma negativa en nuestras vidas en cualquier ámbito, especialmente en las relaciones que escogemos.
Todas las personas que tocan nuestras vidas lo hacen por algún motivo, nosotros nos quedamos con algo de ellas y ellas con algo nuestro, nadie lo hace de manera casual o aleatoria. A veces sentimos que alguien que está a nuestro lado es completamente inadecuado para nosotros y pensamos que nos hemos equivocado en la selección, pero lo que debemos hacer es justamente darnos cuenta de esa persona está mostrándonos algo y a veces ese algo es que no nos valoramos y nos estamos conformando con relaciones mediocres, con relaciones que dañan, con relaciones que nos avergüenzan, solo por albergar creencias que sí son inadecuadas en nuestras vidas.
A veces aspiramos poco por creernos poco, sentimos que lo que llamamos éxito, le pertenece a unos cuantos, que no tenemos las condiciones necesarias para llegar a donde queremos o simplemente no llegamos a arriesgarnos para ir por lo que queremos, generalmente por el miedo a fracasar.

Pero debemos considerar que el verdadero fracaso se materializa cuando nos conformamos, cuando no nos sentimos a gusto y no hacemos nada por cambiar esa realidad o al menos la manera de enfocar las cosas. El verdadero fracaso es llegar al fin de nuestros días sintiendo que desperdiciamos la vida en un sitio que nos correspondía, con las personas “equivocadas”, haciendo cosas diferentes a las que nos hacían vibrar el alma.
Ámate como a nadie, respétate, proyéctate y verás cómo tendrás a tu lado una persona tan especial que verás como la compañía perfecta para este trayecto llamado vida.

Sara Espejo
https://rincondeltibet.com

domingo, 22 de octubre de 2017

La dignidad es el lenguaje de la autoestima, nunca del orgullo


La dignidad no es cuestión de orgullo, sino un bien preciado que no podemos colocar en bolsillos ajenos ni perder a la ligera. Dignidad es autoestima, respeto por uno mismo y salud. Es también la fuerza que nos levanta del suelo cuando tenemos las alas rotas con la esperanza de llegar a un punto lejano donde nada duela, donde permitirnos mirar el mundo de nuevo con la cabeza alta.
Podríamos decir casi sin equivocarnos que pocas palabras tienen tanta importancia a día de hoy como la que encabeza en esta ocasión nuestro artículo. Fue Ernesto Sábato quien dijo no hace mucho que al parecer, la dignidad del ser humano no estaba prevista en este mundo globalizado. Todos lo vemos a diario, nuestra sociedad se articula cada vez más en una estructura donde vamos perdiendo poco a poco más derechos, más oportunidades e incluso libertades.
► Más allá del dolor y la alegría, está la dignidad de ser.
                                                                 Marguerite Yourcenar
Sin embargo, y esto es interesante tenerlo muy presente, son muchos los filósofos, sociólogos, psicólogos y escritores que intentan ofrecernos estrategias para dar forma a lo que ellos llaman “la era de la dignidad”. Consideran que es momento de definirse, de tener voz y trabajar en nuestras fortalezas personales para encontrar una mayor satisfacción en nuestros entornos más próximos, y generar así, un cambio relevante en esta sociedad cada vez más desigual.
Personalidades como Robert W. Fuller, físico, diplomático y educador, ha puesto sobre la mesa un término que sin duda vamos a empezar a escuchar con mayor frecuencia. Se trata del “rankismo”. En este término se incluyen todas esas conductas que día día van carcomiendo nuestra dignidad: ser intimidados por terceras personas (parejas, jefes, compañeros de trabajo), sufrir acoso, sexismo e incluso ser víctima de la jerarquía social.
Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido esa sensación de estar perdiendo la dignidad de algún modo. Ya sea por una relación abusiva o por desempeñar un trabajo mal renumerado, son situaciones con un alto coste personal. Exigir un cambio, posicionarnos a nuestro favor y luchar por los propios derechos nunca será un acto de orgullo, sino de atrevernos a ser valientes.

La dignidad en la obra de Kazuo Ishiguro

Hace muy poco nos levantamos con la noticia de que el escritor británico de origen japonés Kazuo Ishiguro iba a ser el premio Nobel de Literatura de este año. El gran público lo conoce sobre todo por una de sus novelas, “Lo que queda del día”, una obra que a su vez fue llevada al cine de manera excepcional. Lo más curioso de todo ello es que no todos atisban cuál es el tema central de ese libro tan meticuloso, desesperante a veces pero magnífico siempre.
Podríamos pensar que “Lo que queda del día” nos habla de una historia de amor. De un amor cobarde y de murallas, de esos donde los amantes jamás llegan a tocarse la piel y las pupilas quedan perdidas en cualquier otro lugar, menos en la persona que uno ama. Quizás deduzcamos que el libro es la historia de una casa y de sus habitantes, amos y sirvientes, y de cómo un noble, Lord Darlington, buscó la amistad de los nazis ante la pasividad de su mayordomo que vio cómo su señor traicionaba a la patria.
Podríamos decir esto y mucho más, porque esa es sin duda la magia de los libros. Sin embargo, “Lo que queda del día” habla de la dignidad. De la dignidad del personaje que hace de narrador y que a su vez, es el protagonista de la historia, el señor Stevens,  mayordomo de Darlington Hall.
Toda la novela es un puro mecanismo de defensa, un intento de justificación continua.Estamos ante una persona que se siente digna y honrada por el trabajo que realiza, pero tal labor no es más que el reflejo de la servidumbre más cruenta y absoluta, ahí donde no cabe espacio para la reflexión, la duda, el reconocimiento de las propias emociones y aún menos para el amor.
Sin embargo, llega un momento en que la imagen del “gran mayordomo” se desmorona. Durante una cena uno de los huéspedes de Lord Darlington le hace una serie de preguntas al señor Stevens para evidenciar la total ignorancia de las clases bajas. Un ataque directo a su “yo” donde el mayordomo queda a un lado para dejar paso al hombre herido que nunca tuvo dignidad y que vivía bajo una coraza. El hombre que se negó el amor verdadero por servir a los demás.

Recuperar y fortalecer nuestra dignidad

Resulta sin duda curioso cómo el observador externo e incluso el lector que navega página a página en libros como “Lo que queda del día”, sabe de inmediato cómo determinada persona está siendo manipulada o cómo teje un laborioso autoengaño para justificar cada acto a nuestros ojos inexplicable. Sin embargo, también nosotros podemos estar llevando a cabo determinadas labores muy similares a las del mayordomo de Darlington Hall.
► La dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos. 
                                                         Aristóteles
Puede que lo estemos dando todo por ese amor, por esa relación dañina, tóxica e incluso desgastante. A veces amamos con los ojos ciegos y el corazón abierto, sin percibir que en ese vínculo se nos va hebra a hebra todo el tejido de la autoestima. Puede también que llevemos tiempo en ese trabajo mal pagado, en el que no nos valoran, se nos va la vida y la dignidad… pero qué se le va a hacer, los tiempos son los que son y siempre será mejor lo malo conocido que una cuenta corriente vacía. . .
Debemos despertar, lo decíamos al inicio, esta debe ser la era de la dignidad, esa donde todos debemos recordar nuestra valía, nuestra fortaleza, nuestro derecho a tener una vida mejor, a ser merecedores de aquello que deseamos y necesitamos. Decirlo en voz alta, poner límites, cerrar puertas para abrir otras y definirnos ante los demás no es un acto de orgullo o egoísmo.
Evitemos perder nuestra individualidad, dejemos de justificar lo que es injustificable y evitemos formar parte de ese engranaje que apaga día a día nuestras virtudes y maravillosas personalidades. Aprendamos por tanto a dejar de ser súbditos de la infelicidad para crear la dignidad con nuestras propias manos y voluntades. 

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

sábado, 21 de octubre de 2017

Soltar no es decir adiós, sino gracias


Muchas veces cuando hablamos de soltar, nos viene a la mente un adiós, un desprendimiento o separación de algo o alguien que nos haya mantenido atados a una situación. Pero debemos considerar que el verdadero acto de soltar, cuando lo asumimos desde lo más profundo de nuestro ser, es aquel que viene cargado de agradecimiento.
El agradecer por una situación que no nos ha agradado, que aún nos duele o que sentimos nos ha generado de alguna manera alguna consecuencia negativa, requiere de mucha sabiduría, requiere aceptación, entendimiento e inclusive fe.
Lo primero que debemos hacer es tratar de concientizar que cada situación que se nos presenta en la vida, de una forma u otra la hemos atraído, la necesitamos para poder avanzar o sanar nuestras heridas pasadas. Cuando entendemos esto, se nos hace más sencillo encontrar la relación entre diferentes acontecimientos de nuestras vidas, los nexos con determinadas personas y los pasos dados.

Ciertamente los puntos se unen hacia atrás, a medida que avanzamos en la vida es que se nos hace posible hacer una relación  precisa entre las diferentes estaciones de nuestro trayecto. Inclusive esto solo sería posible si nos lo planteásemos justo en el fin de este recorrido.
No es necesario ir haciendo conjeturas, ni trabajando cómo detectives tratando de descifrar cómo ha influido en nuestras vidas alguien en particular, o quizás tratar de darle sentido a un viaje realizado o ese trabajo que no tomamos… Solo basta con entender que todo está ocurriendo por un motivo y que cada paso que damos es el que necesitamos en ese determinado momento.
Cuando algo acaba, acaba, no debemos darle más vueltas, no debemos perder más tiempo. Todos sabemos en el fondo cuándo hemos hecho suficiente, cuándo hemos dado todo lo que podíamos, cuándo hemos llegado a límites de tolerancia, de respeto, de tiempo o cualquier otro que acote nuestra permanencia en una situación.

El aferrarnos hace que vivamos con un sufrimiento potencial o activo a cuestas. Mientras que el soltar nos libera, descargamos esa carga emocional que venimos llevando para viajar un tanto más ligeros. Por lo general sustituimos una carga por otra, pero con el paso del tiempo vamos aprendiendo que quedarnos sin equipaje es lo mejor y nuestra práctica de soltar se vuelve cada vez más eficiente. Pero esto solo se logra con la práctica.
El agradecer siempre marcará la diferencia entre hacer algo desde el ego o hacerlo desde el corazón, lugar donde suceden las cosas más maravillosas y mágicas que puedan tener lugar en nuestras vidas. Aprende a agradecer de corazón y estarás cerrando realmente cualquier ciclo que haya resultado difícil para ti.

Sara Espejo
https://rincondeltibet.com