martes, 3 de abril de 2018

El antídoto de Séneca para calmar la mente y deshacernos de las preocupaciones


La verdad es que sabemos muy poco sobre la vida, realmente no sabemos cuáles son las buenas y las malas noticias”, observó el escritor estadounidense Kurt Vonnegut refiriéndose a que, en cualquier momento, las buenas noticias se pueden convertir en malas y viceversa, ya que cada situación contiene la semilla opuesta. 

Alan Watts se refería a este fenómeno diciendo que “Todo el proceso de la naturaleza es un proceso integrado de inmensa complejidad, y es realmente imposible saber si algo de lo que sucede en él es bueno o malo”. 

Aún así, la mayoría de nosotros no podemos evitar pensar en términos de pérdidas o ganancias, de bueno o malo. Tenemos un pensamiento dicotómico y, como tal, necesitamos catalogarlo todo en fenómenos opuestos, a poder ser relacionados con nosotros mismos. Por tanto, pensamos que todos los sucesos pueden ser beneficiosos o perjudiciales. Por eso, pasamos la mayor parte del tiempo preocupándonos por la posibilidad de que ocurran eventos que consideramos negativos y perjudiciales, pérdidas potenciales impulsadas por lo que percibimos como “malas noticias”. 

La ansiedad moderna se sustenta, fundamentalmente, en preocupaciones por cosas que jamás sucederán 


Algunos psicólogos afirman que la ansiedad moderna se sustenta en cinco categorías de preocupaciones, cuatro de las cuales son imaginarias y solo la quinta se refiere a preocupaciones que tienen una base real, pero estas ocupan solamente el 8% del total de nuestras preocupaciones cotidianas. En otras palabras: somos auténticos maestros en el arte de preocuparnos por nada.
Y esas preocupaciones alimentan miedos presentes o augurados, manifiestos u ocultos, genuinos o supuestos... Internet ha agravado aún más esta situación. El hecho de estar permanentemente conectados, sabiendo lo que sucede en todos los rincones del mundo, genera una ansiedad difícil de soportar. ¿Cómo podemos estar seguros de que no seremos las próximas víctimas de un ataque terrorista? ¿Cómo garantizamos que no será nuestro edificio el próximo en arder? 

Estar al tanto de todas las catástrofes y adversidades que suceden en cada rincón del planeta sume a nuestra mente, ya de por sí propensa al catastrofismo, en un estado de auténtico delirio. Al respecto, el sociólogo Zygmunt Bauman explicó: "quizá el volumen de incertidumbre no ha crecido, pero el volumen de nuestras preocupaciones sí lo ha hecho". Esto nos revela una verdad tan evidente como difícil de asumir: la mayoría de nuestras preocupaciones no tiene una base real, pero eso no impide que sus efectos en nuestro día a día sean devastadores.

El antídoto de Séneca para liberarnos de las preocupaciones inútiles 


Séneca, el gran filósofo estoico, examinó hace siglos nuestra tendencia a centrarnos en los aspectos negativos de las situaciones y preocuparnos excesivamente. Explicaba: “los animales salvajes huyen de los peligros que encuentran en su realidad, y una vez que han escapado, no se preocupan más. Sin embargo, a nosotros nos atormenta el pasado y lo que está por venir. Nuestra 'bendición' nos hace daño ya que la memoria nos devuelve la agonía del miedo, mientras que la capacidad de previsión lo provoca prematuramente”

Se refería a que nuestra mente se encuentra a caballo continuamente entre el pasado y el futuro, entre los errores y desastres que vivimos y los errores y desastres que podrían acaecernos. De hecho, en su correspondencia con su amigo Lucilius, publicada más tarde como “Cartas de un Estoico” llegó a la conclusión de que: “Hay más cosas que pueden asustarnos que aplastarnos; sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad”. 

Luego, con la vista puesta en el hábito humano, a menudo autodestructivo y agotador de prepararnos para un desastre imaginario, nos aconseja:Algunas cosas nos atormentan más de lo que deberían; otras nos atormentan antes de llegar y otras nos atormentan cuando no deberían atormentarnos en absoluto. Tenemos el hábito de exagerar, imaginar o anticipar la tristeza. 

“No seas infeliz antes de que llegue la crisis pues puede ser que los peligros por los que sufres antes de que te amenacen, nunca te alcancen”. 

Por supuesto, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Séneca lo sabía, por eso también analizó la diferencia entre las preocupaciones razonables y las irracionales, mostrándonos la inutilidad de malgastar nuestra energía mental y emocional en estas últimas, perfilando además un camino a seguir:

Es probable que algunos problemas ocurran realmente, pero no es un hecho presente. ¡Cuántas veces sucedió lo inesperado! ¡Cuán a menudo lo esperado no ha sucedido! Y aunque pueda suceder, ¿de qué sirve agotar nuestros recursos para hacerle frente a su sufrimiento de antemano? Sufrirás cuando suceda, así que mientras tanto, mira hacia adelante para intentar mejorar las cosas. ¿Qué ganarás? Tiempo. Mientras tanto, ocurrirán muchos sucesos que servirán para posponer o eliminar el problema. Incluso la mala suerte es voluble. Tal vez viene, tal vez no; mientras tanto, no está. Así que concéntrate en cosas mejores”

Séneca se esmeró especialmente en advertirnos de que el mayor peligro de la preocupación permanente es que nos mantiene siempre tensos, en guardia contra una catástrofe imaginaria, impidiéndonos vivir plenamente el momento presente. Por eso, su antídoto para aliviar la ansiedad y deshacernos de las preocupaciones es: 

La verdadera felicidad es disfrutar del presente sin dependencia ansiosa del futuro, no divertirnos con esperanzas o miedos, sino descansar tranquilos, como el que no desea nada. Las mayores bendiciones de la humanidad están dentro de nosotros y se encuentran a nuestro alcance. Un hombre sabio está contento con su suerte, sea cual sea, sin desear lo que no tiene”. 

Por tanto, la clave está en vivir aquí y ahora, sin desarrollar deseos que nos vuelvan excesivamente expectantes y generen incertidumbre por el futuro. Si nos preocupamos hoy por convertirnos en personas más resilientes y echar en la mochila de la vida las herramientas psicológicas que podríamos necesitar, el futuro no debería preocuparnos demasiado, sea cual sea.


Psicología/Jennnifer Delgado
https://www.rinconpsicologia.com

lunes, 2 de abril de 2018

19 HÁBITOS MENTALES Y EMOCIONALES QUE NECESITAS DEJAR IR PARA ENCONTRAR LA PAZ

SOMOS LOS ARTÍFICES DE NUESTRA PAZ O DE NUESTRO SUFRIMIENTO: ¿QUÉ VAS A ELEGIR PARA TU VIDA?



John Milton, el poeta romántico inglés, escribió en su poema Paradise Lost que “la mente es su propio lugar: puede hacer del cielo un infierno o del infierno un cielo”. Esta idea la podemos encontrar también en distintas tradiciones espirituales y religiosas e incluso, para quienes son escépticos de estos acercamientos, en disciplinas como la psicología o la neurociencia, campos en los que se ha comprobado que la mente es capaz de enfermar a una persona o de fortalecerla. 

Así de poderosa es nuestra conciencia.

En este sentido, la fórmula de la tranquilidad mental no es muy enigmática que digamos. Por siglos se han sugerido ciertos caminos que el ser humano puede seguir si quiere vivir en paz consigo mismo y con lo que le rodea. Las indicaciones están ahí, pero a veces somos nosotros quienes no queremos escucharlas o no estamos listos para seguirlas.
Compartimos a continuación una lista de 19 hábitos que suelen impedir a una persona alcanzar dicha serenidad de mente. Nuestra intención no es señalar para juzgar sino sólo mostrar y, en todo caso, invitar a la reflexión sobre estos puntos. Para recuperar la palabra de otro poeta recordemos a Walt Whitman, que en Canto a mí mismo dijo: “Nadie más puede recorrer este camino. Tienes que recorrerlo por ti mismo”.

1. La necesidad de tener razón
¿Qué más te da tener o no tener razón? ¿Qué pasa si te equivocas? ¿Qué en ti se siente menguado o herido si sientes que no estás en lo correcto, que no sabes o que alguien sabe más que tú o es más hábil que tú? Atiende eso tuyo que se incomoda cuando no tienes razón para que, eventualmente, eso deje de importarte tanto como te importa ahora.

2. La necesidad de tener el control
La vida es azarosa, impredecible… y eso no te gusta, ¿no? ¿O pasa que estás habituado a ser el centro de atención y que sea hacia ti donde todas las miradas convergen? ¿Pero no es eso sumamente angustiante? ¿No te genera demasiada ansiedad querer siempre controlarlo todo? ¿Sigues estando dispuesto/a a pagar ese precio emocional? ¿Qué es lo peor que puede pasar si sueltas ese control? ¿Y si lo reduces sólo a aquello que sí puedes tener a la vista: tú mismo/a, tus propias emociones, tus reacciones, tus decisiones… y nada más?

3. La necesidad de culpar 
Culpar a otros de ciertas situaciones sólo evita que te hagas responsable de eso en tu vida sobre lo cual necesitas tomar las riendas.

4. El discurso autodestructivo
Hay personas que han pasado su vida creyendo que son “menos”: menos valientes, menos inteligentes, menos arriesgadas, menos hermosas, menos hábiles, etc. ¿Pero qué tanto es así y qué tanto son palabras que escucharon una y otra vez hasta que terminaron por aceptarlas como verdad inmutable? ¿Y si cuestionas eso que te dijeron que eras y te atreves a ser de otra manera?

5. Las creencias limitantes
De manera parecida, hay quien nunca se atreve a explorar los límites de su visión del mundo porque aprendió a temer dicha curiosidad. Sin embargo, nunca serás capaz de saber de qué eres capaz si antes no lo intentas. Nunca podrás salir de un lugar si antes no te atreves a dar los primeros pasos.

6. La idea de verdad
La verdad no existe: existen interpretaciones subjetivas y colectivas de hechos que aprendemos a codificar como “verdad”. Si te das cuenta de esto, verás con mayor flexibilidad la vida. Eso que tú crees cierto puede ser radicalmente inaceptable para otros, y viceversa. Además, cada persona forja su idea de verdad a partir de sus propias experiencias, lo cual hace todavía más complejo poder decir que algo es verdad. Comprender y escuchar es mucho menos desgastante que intentar imponer una verdad.

7. La necesidad de quejarse
Hay personas que no pueden vivir sin quejarse, y aunque esto puede considerarse necesario (pues hay mucho en nuestro mundo que se necesita mejorar y sanar), cuando la queja se convierte en hábito estéril es más dañina que útil: hace a las personas infelices, envicia el entorno y deja al mundo tal y como estaba antes de la queja. Si algo no te gusta o te molesta, haz lo necesario para cambiarlo. Si no está a tu alcance, piensa: ¿hay algo que podrías hacer, por ti mismo/a o con ayuda de otros, para transformar esas condiciones?

8. La necesidad de criticarlo todo
Como en el punto anterior, la crítica, cuando se excede, también puede envenenar la mente. Criticar constantemente hace que vivas en un mundo de insatisfacción permanente, donde nada es nunca de tu agrado. ¿Así es como quieres vivir?

9. La culpa 
Por la cultura en la que crecemos a veces nos acostumbramos a sentir culpa cada vez que disfrutamos de algo, que sentimos placer, que exploramos “lo prohibido” o simplemente que nos damos gusto. ¿Pero de qué sirve la culpa? ¿No es cierto que nada más es una tortura inútil que se impone a nuestra capacidad de disfrutar? ¿Imaginas una vida sin culpa?

10. La necesidad de validación externa
¿Haces lo que haces por ti o porque esperas el aplauso de los demás? ¿Actúas teniendo siempre en mente el juicio de los otros sobre tus decisiones y tus conductas? ¿A quién intentas impresionar? Si dejas de vivir para los demás y comienzas a vivir para encontrar tu propia plenitud, tu vida adquirirá otro rumbo, mucho más tranquilo y satisfactorio.

11. La resistencia al cambio
La vida está en cambio permanente. Esa es su naturaleza. Y resistirse a ello sólo da origen al sufrimiento, el dolor, la tensión, y todo para nada, pues al final la vida misma termina por encontrar su cauce, a pesar de nuestras oposiciones. En vez de querer combatir el cambio, aprende a navegarlo.

12. El dolor
Hay dolores que es necesario dejar ir si buscas traer paz a tu mente. A veces el dolor puede ser adictivo. A veces aprendemos a vivir en el dolor y después olvidamos cómo salir de ese medio. También puede pasar que creamos que el dolor es la única forma de honrar la memoria de un afecto –un padre o una madre perdidos, un hijo quizá, un amante–, y que dejar ese dolor será dejar también eso que amamos. Y aunque cada persona tiene su propia manera de atravesar un duelo, si al final quiere salir de esa tortura, deberá aprender a dejar el dolor y continuar con su propia vida, acaso encontrando otras formas de tener vivo ese afecto.

13. Las “etiquetas” que recibiste
Ciertos individuos nunca hacen ejercicio porque crecieron bajo la idea de que no son “personas de deportes”. O nunca abren un libro porque creen que eso es de “intelectuales” y ellos nunca han tenido “cabeza” para eso. Y así con todo. El amor, el saber, la comida, los entretenimientos, etc. Pensar que somos o no somos de tal o cual modo es sólo una etiqueta que recibimos en algún momento de nuestra vida, cuando no teníamos mucha oportunidad de elegir. Pero si de por sí es lamentable limitar a la gente, más aún lo es limitarnos a nosotros mismos dando esos límites por verdaderos.

14. El miedo
El miedo es una de las barreras más poderosas de la mente, pero también una de las más ilusorias. Sus raíces pueden parecer sólidas y profundas, pero a veces basta un examen atento para descubrir que es sencillo arrancarlas, y a veces basta con atrevernos a hacer eso que tanto tememos para darnos cuenta de que el miedo era como una sombra a la que bastaba echar luz para que desapareciera. Conoce tu miedo, explóralo, pregúntate sobre su origen, piensa en la posibilidad de actuar de otra manera.

15. Los pretextos
¿Qué tanto los obstáculos que te impiden continuar surgen de ti mismo/a? La procrastinación, el miedo, las críticas innecesarias, todo ello son pretextos que surgen de tu mente y te impiden avanzar. ¿Por qué sientes que necesitas crear una excusa para no hacer lo que realmente quieres?

16. El pasado
Todos tenemos una relación singular con nuestro pasado. En muchos casos, hay experiencias, situaciones y recuerdos que atesoramos con cariño o, a veces, con una cierta fidelidad engañosa. Cuando es así, puede ocurrir que nos cueste y aun nos duela dejar el pasado: aquello que vivimos con nuestra familia, con una relación amorosa, acaso incluso en una ciudad o alrededor de ciertas personas. Sin embargo, si deseas vivir realmente tu vida, llegará el momento en que necesites soltar el pasado, pues incluso desde su propio nombre está en contradicción con el tiempo presente, con el aquí y el ahora. Si vives añorando lo que fue, difícilmente podrás disfrutar lo que es o aprovechar las circunstancias que te presenta la vida.

17. El rencor
Nunca tendrás paz si vives torturando tu alma con resentimiento. A nadie le es útil ese veneno, y mucho menos a ti. ¿Alguien te lastimó? ¿Qué necesitas para dejar atrás ese dolor? ¿Reclamar justicia? ¿Perdonar? ¿Arreglar cuentas? ¿Pasar por un duelo? Como ves, las opciones son diversas. Reflexionar sobre las cualidades de tu resentimiento puede ser el primer paso para sanar esa herida.

18. Los apegos
En el budismo se dice que el apego es el origen del sufrimiento. Si bien esta idea merece explorarse por cuenta propia y con mayor detenimiento, por el momento basta decir que el apego suele ser una resistencia frente al flujo natural de la vida, sus cambios, su azar y su contingencia. Vivir apegados a ideas, hábitos de pensamiento y de conducta e incluso lugares o personas puede impedir que recibamos de lleno la existencia, en todas sus posibilidades y toda su riqueza.

19. Las expectativas
No esperes nada de nadie. Ni de la vida, ni de los demás e incluso ni siquiera de ti mismo. A cambio, ¡vive! Abandonar las expectativas te permitirá dejarte sorprender por la existencia, conocerte mejor a ti mismo y vivir las relaciones con los otros en naturalidad y armonía, sin ningún tipo de niebla que ensombrezca la relación. 

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domingo, 1 de abril de 2018

Tener esta habilidad es signo de la inteligencia más alta

Esta probablemente sea la inteligencia más alta, superior a lo que reflejan los examenes de IQ: una inteligencia holística y emocional, capaz de percibir la realidad y fluir 

El escritor F. Scott Fitzgerald, uno de los más grandes novelistas del siglo XX en lengua inglesa, dijo famosamente que: "la prueba de una inteligencia de primer orden es la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así mantener la habilidad de funcionar". En otras palabras, ser capaces de residir en la paradoja, en la ambivalencia, en la ambiguedad. Ir más allá de la lógica aristotélica de que algo es una cosa y por lo tanto no puede ser otra, es esto y por lo tanto no puede ser otra. Una mente que está libre de la polarización, del maniqueísmo, del fundamentalismo, de ver el mundo como blanco y negro o bueno y malo sin toda la riqueza de tonos intermedios. Esta capacidad, por otro lado, tiene que ver con la percepción o el entendimiento de la realidad, la cual es más compleja y ambivalente y no tiene un único significado, sino que es una construcción interdependiente. Esto fue bien descrito por Robert Anton Wilson:

Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido,  sin sentido y reales  en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido y sin sentido reales e irreales en algún sentido…

O como dijera Nagarjuna, el padre de la teoría de que las cosas no tienen existencia independiente en el budismo o que están vacías, concepto central del budismo mahayana:
En la verdadera naturaleza no hay ni permanencia ni impermanencia.
Ni ser ni no-ser, ni limpio ni no-limpio.
Ni felicidad ni sufrimiento.
Así los cuatro puntos de vista equivocados no existen.

O el sublime sendero de la más alta inteligencia del tao, que es un camino y sin embargo es un camino que no puede caminarse:
El camino que puede ser recorrido no es el eterno camino.
El nombre que puede ser nombrado no es el eterno nombre.

Llegamos a un sitio más allá de la lógica y de la dualidad. Y es que de hecho la realidad no tiene una definición única, ni las cosas existen por sí solas, y por lo tanto tienen múltiples valores y posibilidades. La física cuántica ha demostrado que la luz es onda y partícula (existe en superposición); las cosas existen y no existen a la vez. Ser y no ser, esa es la cuestión. Esto es muy difícil de entender y de contemplar (incluso de jugar con), ya que la mente busca seguridad, busca identificarse con algo (lo cual le da seguridad), busca definir las cosas para defenderse de la incertidumbre, pero, a la vez, entenderlo, o al menos darle el beneficio de la duda es altamente liberador, puesto que así no limitamos nuestro potencial y las posibilidades de la existencia. Así podemos acercarnos al misterio y desencadenar la creatividad. Sí, la ambigüedad nos puede producir una sensación de vértigo y de vacío, pero por otro lado es la verdadera sal de la existencia. Como dijo el filósofo budista Nagarjuna: "ya que todo está vacío, todo puede ser". Todo puede suceder, el mundo está abierto, fresco, vibrante; las cosas no están dadas, sino que tenemos que descubrirlas por nosotros mismos y aventurarnos a lo desconocido. Y de hecho es más interesante y estimulante que así lo sea, hay mucha más energía en existir de esta manera tan abierta e indefinida. Quien no se angustia por esto accede a la energía del caos, a la energía primordial que aún no toma forma.

Esto no sólo tiene una aplicación filosófica; también, en un sentido psicológico de utilidad mundana, poder sostener visiones contrastantes sin identificarse con una única visión es algo muy valioso. Por una parte, evita el fundamentalismo y nos permite el diálogo y la apertura a otras ideas. Una forma simplificada de los beneficios de esto puede atisbarse en el famoso experimento de los malvaviscos de la Universidad de Stanford en los años 70. Niños de 3 años fueron presentados con un malvavisco y una proposición. El investigador les presentaba la posibilidad de no comerse el malvavisco y en 15 minutos les daría dos o más, pero tenían que aguantar. Si el niño se comía el malvavisco, ya no habría más. Lo notable de esto es que, cuando los investigadores siguieron al grupo del experimento años después, notaron que aquellos que habían podido esperar en la habitación sin comerse el malvavisco mostraron tener mejores resultados en pruebas psicométricas, niveles de satisfacción, salud y demás.
Para un niño, este experimento básico representa sostener en la mente dos ideas en conflicto y una sensación de ambigüedad: el pensamiento "Quiero comerme el malvavisco" y "Si no me como el malvavisco, luego tendré más". Hay una cierta resiliencia, a la vez que una capacidad de ver más allá de lo inmediato. Contempla,, por ejemplo estas dos ideas: "Puedo morir en cualquier momento. La muerte es inevitable" y "La vida es maravillosa. Amo la vida". Aparentemente estas ideas se oponen, pero sostenerlas al mismo tiempo puede ser lo más provechoso.
En el adulto, generalmente este tipo de ocasiones se presentan en momentos en los que no tenemos certidumbre de lo que va suceder y en los cuales hay posibilidades que entran en conflicto sobre un desenlace. En estos momentos podemos ser presa de angustia, parálisis o falta de motivación y colapsar y bajar nuestra eficiencia, o podemos mantener la calma, seguir haciendo lo que nos compete o considerar un camino medio entre los posibles desenlaces. El signo de inteligencia --que es el poder estar a gusto con la ambigüedad y la ambivalencia-- es justamente no caer en los extremos, no apresurarse a definir y etiquetar, tener paciencia y contemplar las cosas sin proyectarles el deseo --que viene del miedo y la ansiedad-- de cierre, de que se revelen como algo definido y concluyente. Esta inteligencia es, a fin de cuentas, la capacidad de jugar con la naturaleza vacía de los fenómenos, esto es, con su potencial sin límites. 

Visto en: PijamaSurf