(IDEALIZAR, del diccionario: Elevar las cosas sobre la realidad sensible por medio de la inteligencia o la fantasía)
En mi opinión, es conveniente no idealizar excesivamente las cosas –ninguna- ya que si luego no suceden del modo en que las hemos construido en nuestra imaginación o fantasía nos conducirán inevitablemente a una decepción que puede llegar a ser inconsolable.
El precio de que no se cumpla aquello que se ha idealizado, o que cuando se compruebe su auténtica realidad quede lejos de nuestra idealización, es que se volverá contra nuestra Autoestima y contra nosotros mismos directamente; inevitablemente, nos dejará marcados y afectados para mal.
A veces esperamos demasiado de los demás, y esperamos algo que no se han comprometido a hacer o entregarnos, ya que eso sólo ha existido en nuestra imaginación sin ningún compromiso por parte de los demás. Si nos hemos ilusionado –que es despertar esperanzas atractivas pero sin garantía de cumplimiento- es seguro que después nos desilusionaremos cuando comprobemos que las cosas no salen tal como las imaginamos. Así que conviene ser muy objetivos y muy sensatos con las ilusiones que nos creamos.
Esto también nos puede suceder con nosotros mismos, que desarrollemos en nuestro deseo o imaginación un Yo Ideal –esa persona ideal, perfecta y maravillosa que nos gustaría ser- y cada vez que comprobemos que no lo estamos siendo, que no lo estamos logrando, se nos caerá el mundo encima y el concepto propio se verá claramente dañado porque no hemos querido conformarnos con lo que somos en este momento, o con alguien que vaya creciendo poco a poco, día a día, sino que hemos diseñado un imposible que, lógicamente, es imposible de hacer realidad.
La felicidad se va aposentando en cada uno en función de intereses o preferencias personales. Y es algo que se va elaborando poco a poco y a medio plazo. Los placeres tienen una parte que es buena y otra parte que es menos buena. Es bueno porque tener placeres y vivir momentos de alegría aportan la sensación de felicidad –aunque no es real-, y “ver” y apreciar que a menudo nos sentimos a gusto, alegres, disfrutando los placeres, reafirma la creencia en que somos felices, y si lo creemos es muy posible que lo seamos.
La parte menos agradable de los placeres, de los momentos fiesteros y divertidos, del éxito en cualquier aspecto, es que si acabamos asociándolos a que eso es la felicidad, en el momento en que se terminen –que todos se terminan- nos encontramos de bruces con la realidad de que no somos felices. Nos hemos hallado en un estado que se parece a la felicidad, pero no es la felicidad. Y es un golpe muy duro.
Cuando se acaba la fiesta, cuando se amaina la alegría, y cuando la diversión se extingue, uno se queda en su falta de rumbo e infeliz.
Y creer que uno es feliz si se encuentra en cualquiera de esas situaciones le obnubila la capacidad de darse cuenta de que eso no es la verdadera felicidad y eso aplaza el momento de ponerse a buscarla dentro de sí para fomentarla y reafirmarla.
Lo que hace que uno se sienta y sea feliz no tiene por qué hacer feliz a otro, ya que la felicidad es personal e intransferible. Es algo que tiene que descubrir y desarrollar uno mismo y en sí mismo.
La felicidad viene de dentro porque mora dentro. Lo que viene de fuera es la risa, el alborozo, la diversión… y son muy interesantes, y se deben disfrutar todo lo que se pueda, pero no hay que olvidar lo que ha de ser la verdadera vocación: el encuentro con el Ser Interior que habita en cada uno, que es el inagotable proveedor de felicidad.
No se trata de lograr algo parecido a “estar feliz” –que está muy bien pero es sólo una apariencia-, sino de ser feliz, verdaderamente, a todas horas, aunque no se demuestre con una sonrisa permanente en la boca; y aunque se vivan momentos de dolor y desesperación, aún en esos momentos, uno ha de ser consciente de que son pasajeras sus manifestaciones pero al mismo tiempo ha de saber y sentir que la felicidad está dentro y no le abandona.
La felicidad es lo que es. Y pretender modificarla, pintarrajéandola o disfrazándola de lo que no es, no servirá de nada.
El resultado final del balance de la vida, y la vivencia de la misma a lo largo de los años, va a depender en gran medida de la felicidad, así que conviene dedicarle el tiempo y la atención necesaria para lograr una relación con ella que sea continua y tan espléndida como inmejorable.
Ahora ya depende de ti.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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