por complacer, o peor aún, por evitar un conflicto…”
Mahatma Gandhi
Hay cierta inteligencia que sabe cómo no mantener una mano en el fuego. No se trata de una guerra ni de una lucha dramática entre la mano y el fuego, entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre la luz y la oscuridad, entre Dios y el diablo, entre la dualidad y la no dualidad, se trata tan sólo de un movimiento inteligente y espontáneo, el hecho de retirar una mano sin una historia de por medio. La mano nunca juzga al fuego, ni antes, ni durante, ni después del movimiento. Cuando todo se vuelve demasiado caliente, simplemente se retira sin tener que pensarlo. No hay guerra. No hay juicio. No hay división psicológica. Tan sólo una acción natural. Esto es un SÍ a la vida, una alineación total con todas las cosas, incluso si desde fuera pareciera haber un “no” al fuego.
El juicio, a diferencia del discernimiento, siempre divide, y siempre es acerca de un “yo” en determinado tiempo y espacio. El juicio me posiciona a “mí” como superior o como inferior. Es una comparación entre dos entidades aparentemente separadas. Juzgar que el fuego es malo o inadecuado, enfermo o malo, convirtiéndome a mí en la buena, pura, santa e inocente víctima, estableciendo una guerra contra el fuego y contando historias interminables acerca de lo horroroso que es, tratando de que los demás apoyen mi historia, es justamente, el mecanismo del juicio. Esto me separa a “mí” de la vida y entonces, la guerra comienza con su batalla entre lo correcto, por un lado, y lo incorrecto por el otro. Esto proviene de un “no” interior a la vida.
Puede haber discernimiento honesto e inteligente, sin guerra, sin una historia, sin la intervención del pensamiento. La mano se retira del fuego, sin convertirlo en su enemigo mortal, sin tener que repetir la historia acerca de su maldad, sin tener que repetir la historia de una herida profunda, sin involucrar ninguna identidad. No se necesitan Diez Mandamientos para explicar porqué el fuego es malo. La lección se aprende sin un drama de por medio, sin karma, sin separación, sin guerra. Es como cuando un niño pequeño está jugando en un columpio y se cae, se raspa la rodilla, llora por un momento, y después se levanta para seguir adelante con su serio negocio de jugar. Después de un rato se deja absorber nuevamente por la vida. Puede ser que incluso haya olvidado que se cayó del columpio. El karma nunca se creó ni tampoco se destruyó. Y puede aprender a estar un poco más atento la próxima vez que juegue…
El juicio dice “esto está bien, esto está mal”, “yo estoy en lo correcto, ellos no”, “yo estoy despierto, ellos aún no” y así sucesiva e ilimitadamente. El juicio separa y divide, y es el origen de todo conflicto y violencia.
El discernimiento simplemente sabe distinguir que algo duele o no y se mueve inteligente y espontáneamente para resolver las cosas sin tener que recurrir a la violencia o a los insultos y sin la necesidad de que se le diga que algo está bien o mal. Y luego, sigue adelante hacia la próxima aventura…
¿En dónde acaba el discernimiento y dónde empieza el juicio? Esta es una aventura fascinante para todos.
- Jeff Foster
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