jueves, 5 de abril de 2018

Carencia afectiva, cuando nos faltan nutrientes emocionales


La carencia afectiva genera hambre emocional y deja marca en nuestro cerebro. La falta de un vínculo sólido y de un apego saludable imprime un sentimiento permanente de ausencia y de vacío. Además, impacta en la personalidad del niño y perfila en el adulto un miedo casi constante: el temor a que le fallen emocionalmente, la angustia a ser abandonado una y otra vez.
La mayoría de nosotros hemos leído y oído aquello de que el ser humano es, por encima de todo, una criatura social. Bien, desde un punto de vista psicológico, incluso biológico, es necesario ir mucho más allá: las personas somos emociones. Esas pulsiones, esas dinámicas internas orquestadas por complejos neurotransmisores, hormonas y diversas estructuras cerebrales conforman lo que somos y lo que necesitamos.
 ► El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado.
                                                              William James
El afecto, así como los vínculos basados en un apego seguro y saludable imprimen en nuestra mente un equilibrio casi perfecto. Ahora bien, cualquier carencia, cualquier vacío o disonancia emocional despierta al instante nuestras alarmas instintivas. Lo sabe bien ese recién nacido que no recibe el calor de una piel que se acomode a la suya para conferirle seguridad y protección. Lo sabe el bebé que no es atendido cuando llora y lo sabe el niño que se siente solo frente a sus miedos, al que nadie acoge, atiende o escucha.
La carencia afectiva es una forma de involución y genera déficits si aparece sobre todo en edades tempranas. Asimismo, este vacío emocional también deja “lesiones” en la madurez, cuando construimos relaciones de pareja habitadas por la frialdad afectiva, la desatención o el desinterés.

Anatomía de la carencia afectiva

Con la caída del comunismo de Nicolae Ceausescu en Rumanía (1989), se tuvo la desafortunada oportunidad de comprender con mayor profundidad el impacto y la anatomía de la carencia afectiva en el ser humano. Lo averiguado en aquellos años fue tan decisivo como impactante. La situación de aquellos niños huérfanos era de extrema gravedad. Ahora bien, lo verdaderamente dramático no era la desnutrición o el abandono, era por encima de todo la desatención afectiva.
La escuela de Medicina de Harvard hizo un seguimiento permanente de la evolución de aquellos pequeños. Querían saber cómo maduraría y se desarrollaría un bebé o un niño que apenas había disfrutado del contacto con un adulto. Tenían ante ellos criaturas que habían dejado de llorar desde edades muy tempranas porque entendían que nadie iba a asistirlos. Aquellas miradas vacías y ausentes habían crecido en un entorno afectivamente estéril, y las consecuencias posteriores iban a ser inmensas.

  • Se pudo ver que los niños -que sufren de una carencia afectiva permanente a lo largo de los 3 primeros años de vida- sufren retraso en el crecimiento físico a pesar de recibir una nutrición adecuada.
  • El desarrollo del cerebro era lento. Algo que pudo verse es que la maduración neurológica se relaciona con el nivel de afecto que recibe el niño. Así, factores como los genes, el entorno, el acceso a un cuidador y un vínculo de apego seguro, además de la nutrición adecuada, la estimulación sensorial y los aportes lingüísticos son claves para un desarrollo cerebral óptimo.
  • Aparecieron además trastornos del lenguaje, problemas de elocución y vocabulario pobre.
  • Asimismo, también pudo verse que por término medio, aquellos niños no desarrollaron habilidades necesarias para construir relaciones saludables.Siempre mostraron una baja autoestima, falta de confianza, problemas de gestión emocional, hiperactividad, conductas desafiantes y agresividad.
  • Las investigaciones realizadas evidenciaron una vez más la importancia que tiene el apego en el desarrollo evolutivo de los niños. Disponer de una o varias figuras de referencia capaces de organizar nuestra experiencia emocional, de nutrirnos y satisfacer necesidades, genera en nuestra mente un refugio seguro, unos cimientos sólidos donde asentar nuestra personalidad.

    Hombres y mujeres de hojalata en busca de su corazón

    Todos recordamos al personaje del hombre de hojalata en el mago de Oz. Buscaba un corazón, buscaba esa fuerza interior que le permitiera recuperar la sensibilidad, la oportunidad de amar, de emocionarse por las cosas. Buscaba tal vez, eso que nunca había recibido. Buscaba poder conectar con su universo emocional… para volver a ser humano, para dejar a un lado esa piel de hojalata que hasta el momento, le había servido como barrera defensiva.
    De algún modo, también muchos de nosotros avanzamos por nuestros mundos de adulto envueltos en ese disfraz de hojalata intentando mostrar cierta independencia, reserva y hasta frialdad. Porque quien sufrió desnutrición afectiva se dice a menudo a sí mismo aquello de que es mejor desconfiar, que no hay que hacerse ilusiones. Devalúan las relaciones por temor a ser heridos de nuevo hasta que poco a poco, dejan de pedir soporte afectivo e incluso de ofrecerlo.

  • La carencia afectiva deja secuelas muy profundas. Es ese vacío al que un niño no sabe ponerle nombre, una herida psicológica que no puede traducirse en palabras, pero que queda impresa de por vida en la conciencia. Es también esa nostalgia devoradora de quien no recibe el refuerzo afectivo de la pareja y poco a poco se marchita hasta llegar una la conclusión: a menudo es preferible la soledad a ese vacío emocional.
    No descuidemos por tanto este nutriente vital. Pensemos que el afecto nunca sobra, que las caricias emocionales nos humanizan, nos hacen crecer, nos fortalecen. Seamos por tanto valientes suministradores de esta energía que crece cuando se comparte.
Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

miércoles, 4 de abril de 2018

Higiene mental: 5 hábitos para una auténtica calidad de vida


¿Y si aprendemos a cuidar de nuestra mente igual que lo hacemos de nuestro cuerpo?La higiene mental se alza como una estrategia de vida con la cual estar en mayor armonía con nuestro entorno. Supone ejercitar el músculo de la autoestima, vencer la resistencia de la apatía, transitar en mayor equilibrio con nuestras emociones y aprender a poner adecuados filtros en nuestro entorno social.
Somos conscientes de que en la actualidad se está popularizando cada vez más esos enfoques orientados a “cuidar” de nuestra mente. Sin duda, hablamos de estrategias como el Mindfulness o incluso el Wellness. Cada uno, desde sus propios orígenes y disciplinas, tienen un mismo fin: conferir un mayor equilibrio entre la mente y el cuerpo para garantizar no solo nuestro bienestar, sino también una mayor sensación de control sobre la propia vida.
  ► Sin bienestar la vida no es vida; solo es un estado de languidez y sufrimiento.
                                                                Francois Rabelais

Bien, tanto si ya nos hemos iniciado en alguna de estas prácticas como si no, vale la pena tener en cuenta unos sencillos aspectos. El bienestar psicológico responde ante todo a una serie de hábitos y estrategias que cada individuo debe aprender a desarrollar en base a sus características. Algo así requiere ante todo voluntad, algo de creatividad y constancia.
Por ello, la higiene mental se convierte en una tarea muy particular donde cada uno debe aprender a ventilar, sanear y oxigenar sus propios escenarios mentales. A su vez, y no menos importante, tampoco debemos olvidar que formamos parte de un escenario físico y social y que también nuestros contextos afectan a nuestro equilibrio.
Por tanto, toda higiene mental requiere de un enfoque holístico, implica saber priorizar, enfocar, filtrar todo estímulo que nos llega para vivir con mayor armonía. Veamos por tanto una serie de estrategias.

1. Higiene mental: aprende a reconocer la chispa antes 

de que surja la llama

Gran parte de nuestra experiencia emocional parte de “chispas”, de pequeñas ráfagas de sensaciones negativas que colapsan en nuestro cerebro. Estas pequeñas descargas surgen por los desajustes con nuestro entorno. Un comentario que no nos agrada, pero que nos callamos; una propuesta con la que no estamos de acuerdo, pero que cumplimos; una situación que debemos resolver, pero que postergamos…
Pequeñas chispas acumuladas, una tras otra, acaban generando una llama. Nuestra mente se queda sin recursos y al final acabamos “quemados”, agotados en todos los sentidos. Así, una primera estrategia en la que deberíamos invertir tiempo y esfuerzo es en reconocer esos disparadores. Esos estímulos que nos incomodan y que hay que gestionar cuanto antes.
No dejes por tanto para mañana la preocupación que te molesta hoy.

2. Prioridades claras, mejores decisiones

Todo buen deportista conoce su cuerpo, sabe dónde están sus límites y entrena cada día para mantenerse y mejorar su rendimiento. Tal desempeño no surge al azar, sino que responde a una buena planificación donde prioridades y objetivos diarios están claros.
A la hora de cuidar de nuestro cerebro y de nuestra higiene mental, también sería bueno contar con nuestro propio plan, nuestras prioridades cotidianas. Nadie debería por tanto salir de casa sin haberse vestido con un propósito, calzado con unas metas, desayunado con una motivación Es así como transitamos por nuestros complejos caminos con mayor aplomo para decidir qué nos beneficia y qué nos perjudica, qué es aquello que deberíamos dejar a un lado con el fin de garantizar nuestro bienestar.

3. Relaciones basadas en la reciprocidad

Un pilar básico para cuidar y promover nuestra higiene mental es atender al equilibrio de nuestras relaciones. Todo vínculo no equilibrado supone un coste emocional alto. Implica invertir tiempo, ilusiones, esfuerzos y afectos en personas que no nos hacen llegar la misma energía, la misma reciprocidad.
Queda claro que no todas nuestras relaciones van a ser simétricas en lo que se refiere a dar y recibir. Un ejemplo muy marcado de ello lo vemos en la relación entre padres e hijos. Sin embargo, es necesario que nuestros vínculos más importantes (pareja, familia, amigos) se mantengan sobre un equilibrio, y en algunos casos sobre una simetría.

4. Aprender a tolerar la adversidad

Quien se resiste a la adversidad, al fracaso, a la pérdida o al error queda bloqueado en el desánimo, en la rabia, en el malestar. En cambio, la buena higiene mental requiere capacidad de crecimiento y expansión. Algo así solo ocurre cuando uno es capaz de vencer sus resistencias, aprendiendo a ser tolerante con la adversidad, con el lado complejo de la vida, con su vertiente más delicada.
Debemos asumir por tanto los claroscuros de nuestra realidad. Porque toda higiene parte de la capacidad de saber sanar. Y para curar hay que aceptar primero la existencia de una herida sin negarla, sin volverle el rostro o enfadarse cada día con ella.

5. Una mente en equilibrio, una mente centrada

Clifford Saron es un neurocientífico del centro Mente y Cerebro de la Universidad de California. Sus interesantes trabajos se centran en demostrar cómo el entrenamiento de nuestra atención revierte en nuestras emociones. Una mente centrada y en equilibrio se traduce en bienestar y en un cerebro más sano.
Tal y como él mismo nos explica, la mayoría de nosotros no somos conscientes de la gran plasticidad que tienen nuestros circuitos neurológicos. Si aprendemos a centrarnos cada día en el presente, en lo que acontece a nuestro alrededor (y no tanto en el pasado o en ese futuro que aún no existe) veremos mayores posibilidades, nos sentiremos más optimistas y con menor ansiedad.
Para entrenar nuestra atención nos puede ser de gran ayuda aprender a meditar, lo sabemos. Sin embargo, hay otro aspecto que no podemos dejar de lado. Una mente más centrada necesita a su vez un cuerpo más relajado. Por tanto, no descuidemos tampoco hechos tan básicos como favorecer un buen descanso nocturno, hacer alguna siesta de 15 o 20 minutos, caminar, hacer estiramientos para aliviar tensiones musculares, mantener una dieta balanceada…
En resumen, la higiene mental es una fabulosa estrategia de vida que se compone a su vez de diversas actividades. Son dinámicas y hábitos cotidianos enfocados a garantizar nuestro bienestar físico y psicológico. Apliquemos aquellos que más se ajusten a nuestras necesidades y empecemos hoy mismo a invertir en nosotros.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

martes, 3 de abril de 2018

El antídoto de Séneca para calmar la mente y deshacernos de las preocupaciones


La verdad es que sabemos muy poco sobre la vida, realmente no sabemos cuáles son las buenas y las malas noticias”, observó el escritor estadounidense Kurt Vonnegut refiriéndose a que, en cualquier momento, las buenas noticias se pueden convertir en malas y viceversa, ya que cada situación contiene la semilla opuesta. 

Alan Watts se refería a este fenómeno diciendo que “Todo el proceso de la naturaleza es un proceso integrado de inmensa complejidad, y es realmente imposible saber si algo de lo que sucede en él es bueno o malo”. 

Aún así, la mayoría de nosotros no podemos evitar pensar en términos de pérdidas o ganancias, de bueno o malo. Tenemos un pensamiento dicotómico y, como tal, necesitamos catalogarlo todo en fenómenos opuestos, a poder ser relacionados con nosotros mismos. Por tanto, pensamos que todos los sucesos pueden ser beneficiosos o perjudiciales. Por eso, pasamos la mayor parte del tiempo preocupándonos por la posibilidad de que ocurran eventos que consideramos negativos y perjudiciales, pérdidas potenciales impulsadas por lo que percibimos como “malas noticias”. 

La ansiedad moderna se sustenta, fundamentalmente, en preocupaciones por cosas que jamás sucederán 


Algunos psicólogos afirman que la ansiedad moderna se sustenta en cinco categorías de preocupaciones, cuatro de las cuales son imaginarias y solo la quinta se refiere a preocupaciones que tienen una base real, pero estas ocupan solamente el 8% del total de nuestras preocupaciones cotidianas. En otras palabras: somos auténticos maestros en el arte de preocuparnos por nada.
Y esas preocupaciones alimentan miedos presentes o augurados, manifiestos u ocultos, genuinos o supuestos... Internet ha agravado aún más esta situación. El hecho de estar permanentemente conectados, sabiendo lo que sucede en todos los rincones del mundo, genera una ansiedad difícil de soportar. ¿Cómo podemos estar seguros de que no seremos las próximas víctimas de un ataque terrorista? ¿Cómo garantizamos que no será nuestro edificio el próximo en arder? 

Estar al tanto de todas las catástrofes y adversidades que suceden en cada rincón del planeta sume a nuestra mente, ya de por sí propensa al catastrofismo, en un estado de auténtico delirio. Al respecto, el sociólogo Zygmunt Bauman explicó: "quizá el volumen de incertidumbre no ha crecido, pero el volumen de nuestras preocupaciones sí lo ha hecho". Esto nos revela una verdad tan evidente como difícil de asumir: la mayoría de nuestras preocupaciones no tiene una base real, pero eso no impide que sus efectos en nuestro día a día sean devastadores.

El antídoto de Séneca para liberarnos de las preocupaciones inútiles 


Séneca, el gran filósofo estoico, examinó hace siglos nuestra tendencia a centrarnos en los aspectos negativos de las situaciones y preocuparnos excesivamente. Explicaba: “los animales salvajes huyen de los peligros que encuentran en su realidad, y una vez que han escapado, no se preocupan más. Sin embargo, a nosotros nos atormenta el pasado y lo que está por venir. Nuestra 'bendición' nos hace daño ya que la memoria nos devuelve la agonía del miedo, mientras que la capacidad de previsión lo provoca prematuramente”

Se refería a que nuestra mente se encuentra a caballo continuamente entre el pasado y el futuro, entre los errores y desastres que vivimos y los errores y desastres que podrían acaecernos. De hecho, en su correspondencia con su amigo Lucilius, publicada más tarde como “Cartas de un Estoico” llegó a la conclusión de que: “Hay más cosas que pueden asustarnos que aplastarnos; sufrimos más a menudo en la imaginación que en la realidad”. 

Luego, con la vista puesta en el hábito humano, a menudo autodestructivo y agotador de prepararnos para un desastre imaginario, nos aconseja:Algunas cosas nos atormentan más de lo que deberían; otras nos atormentan antes de llegar y otras nos atormentan cuando no deberían atormentarnos en absoluto. Tenemos el hábito de exagerar, imaginar o anticipar la tristeza. 

“No seas infeliz antes de que llegue la crisis pues puede ser que los peligros por los que sufres antes de que te amenacen, nunca te alcancen”. 

Por supuesto, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Séneca lo sabía, por eso también analizó la diferencia entre las preocupaciones razonables y las irracionales, mostrándonos la inutilidad de malgastar nuestra energía mental y emocional en estas últimas, perfilando además un camino a seguir:

Es probable que algunos problemas ocurran realmente, pero no es un hecho presente. ¡Cuántas veces sucedió lo inesperado! ¡Cuán a menudo lo esperado no ha sucedido! Y aunque pueda suceder, ¿de qué sirve agotar nuestros recursos para hacerle frente a su sufrimiento de antemano? Sufrirás cuando suceda, así que mientras tanto, mira hacia adelante para intentar mejorar las cosas. ¿Qué ganarás? Tiempo. Mientras tanto, ocurrirán muchos sucesos que servirán para posponer o eliminar el problema. Incluso la mala suerte es voluble. Tal vez viene, tal vez no; mientras tanto, no está. Así que concéntrate en cosas mejores”

Séneca se esmeró especialmente en advertirnos de que el mayor peligro de la preocupación permanente es que nos mantiene siempre tensos, en guardia contra una catástrofe imaginaria, impidiéndonos vivir plenamente el momento presente. Por eso, su antídoto para aliviar la ansiedad y deshacernos de las preocupaciones es: 

La verdadera felicidad es disfrutar del presente sin dependencia ansiosa del futuro, no divertirnos con esperanzas o miedos, sino descansar tranquilos, como el que no desea nada. Las mayores bendiciones de la humanidad están dentro de nosotros y se encuentran a nuestro alcance. Un hombre sabio está contento con su suerte, sea cual sea, sin desear lo que no tiene”. 

Por tanto, la clave está en vivir aquí y ahora, sin desarrollar deseos que nos vuelvan excesivamente expectantes y generen incertidumbre por el futuro. Si nos preocupamos hoy por convertirnos en personas más resilientes y echar en la mochila de la vida las herramientas psicológicas que podríamos necesitar, el futuro no debería preocuparnos demasiado, sea cual sea.


Psicología/Jennnifer Delgado
https://www.rinconpsicologia.com