lunes, 13 de noviembre de 2017

APRENDE A DEJAR DE SUFRIR


En mi opinión, el sufrimiento es absolutamente innecesario cuando se prorroga más allá del tiempo mínimo imprescindible que se necesita para que ese estado emocional nos haga darnos cuenta de aquello que lo ha originado y para que extraigamos la lección implícita que nos aporta todo lo que nos hace sufrir.

Permitir que perdure más allá de ese tiempo lo convierte en un asunto absolutamente nocivo que no aporta otra cosa que dolor, amargura, angustia, congoja, desconsuelo, pesadumbre, desazón, castigo, disgusto, abatimiento, molestia, incomodidad, desasosiego, tristeza, tormento, consternación, ansiedad, remordimiento, desolación, rabia, inquietud, aflicción, desesperanza, descontento, enfermedades, indisposición, malestar, zozobra, tensión, temor, trastornos psicosomáticos, estados depresivos…

Podría seguir con la lista porque aún quedan más efectos desagradables originados por el sufrimiento. También podrían haberla hecho más corta, pero es que me apetece que aparezcan todas juntas para que te des cuenta de que va mucho más allá de lo que pudieras tener en mente.

No es solamente un pequeño mal que hay que penar en pago por alguna mala acción, sino que es un feroz verdugo provisto de todos los instrumentos necesarios para torturarnos. Para amargarnos la vida. Para llevarnos a la desesperación. Para hundirnos moralmente.

El dolor emocional es inevitable y hasta necesario, pero el sufrimiento es opcional.

El dolor emocional es un sentimiento real y tiene derecho a manifestarse, porque somos humanos, porque está en nuestra naturaleza, porque nos hace tomar conciencia de nosotros mismos y de las cosas que nos suceden, pero el sufrimiento es una perversión, es una especie de regodeo que crea un descontrol de sentimientos auto-agresivos, es algo innecesario porque no aporta nada positivo sino que nos estanca masoquistamente en un estado perjudicial, opresivo, frustrante, que hunde nuestra moral y agrede a nuestra Autoestima.

¿Te has preguntado alguna vez, seriamente, qué te aporta de positivo el sufrimiento?

¿Le has encontrado algún sentido útil?

¿Alguna razón para sufrir y sufrir?

Te invito a que lo compruebes por ti mismo.

Como bien sabes, has de hacerlo desde el Amor Propio –amor a ti mismo- y desde la cordura, con honradez, con ecuanimidad, con sentido ético y de justicia.

Date tiempo para comprobarlo.

Es una buena inversión que profundices hasta que dejes sin argumentos al sufrimiento, hasta que compruebes ya indiscutiblemente su inutilidad positiva, hasta que comprendas claramente lo perjudicial que es para ti y para las personas de tu alrededor, que se sienten afectadas por verte en ese estado.

Por respeto a ti mismo, y a tu dignidad, deshazte del sufrimiento y pon vida en su lugar.

Te alegrarás del cambio.

Te dejo con tus reflexiones… 



Francisco de Sales
buscandome.es

domingo, 12 de noviembre de 2017

Esta parábola nos enseña que hay un momento para perseverar y otro para rendirse


Un día, un comerciante decidió que ya no esperaría más. Le había enviado varios mensajes a un deudor y este continuaba aplazando el pago. Enfadado por la dilación, pensando que no le respetaba, se puso en camino para cobrar los 10 florines que le debían.

Para llegar al pueblo donde vivía su deudor, necesitaba atravesar un ancho río, así que tuvo que recurrir a los servicios de un barquero, que le cobró 5 florines. 

Por suerte, el comerciante pudo encontrar a su deudor y este le pagó lo que le debía sin chistar. Feliz de regreso a casa, tuvo que volver a atravesar el río, y pagarle al barquero.

Por la noche noche, al poner la cabeza en la almohada, se dio cuenta de que había invertido varias horas de su vida para reclamar una deuda y al final, había terminado con las manos tan vacías como por la mañana”.

Esta parábola nos remite a las personas que persiguen obsesivamente una meta, sin darse cuenta de que terminan descuidando asuntos mucho más importantes y, lo que es aún peor, su empecinamiento puede causar daño a ellos mismos o a los demás.

La malsana exaltación de la perseverancia

En nuestra sociedad valoramos la perseverancia, y deseamos transmitirle este valor a nuestros hijos. No hay nada de malo en ello. Siempre que se haga con mesura. El problema comienza cuando se asume como una obligación, cuando creemos que no tenemos más opción que perseverar. Sin duda, a ello han contribuido frases positivas que encierran una gran ingenuidad como: “nunca te rindas” o “la perseverancia hace que todos los obstáculos desaparezcan”.

Sin embargo, cualquier valor que se asuma como la única solución posible implica limitarse, porque nos impide ver otras alternativas, que quizá son menos dañinas o implican un costo emocional menor. Cuando pensamos que si abandonamos un proyecto que ha perdido su sentido o que ha dejado de motivarnos significa “fracasar” o “ser débiles”, tenemos un problema porque, en el fondo, ese pensamiento es una expresión de un “yo” rígido.

Perseverar es importante porque todas las grandes cosas demandan sacrificios y tiempo, pero también es importante desarrollar una actitud desapegada que nos permita valorar el esfuerzo realizado en términos de costos/beneficios, incluyendo en esa ecuación la esfera emocional.

Nuestras predicciones emocionales están sesgadas


A la hora de decidir si debemos perseverar o cambiar el rumbo, es fundamental tener en cuenta que las emociones pueden jugarnos malas pasadas. Nuestras predicciones emocionales están sesgadas. Psicólogos de la Universidad de Harvard llevan años estudiando el fenómeno de la predicción emocional y han descubierto que, aunque somos capaces de predecir la valencia de las emociones, no somos muy certeros prediciendo su intensidad ni su duración.

Eso significa que no somos muy buenos prediciendo cuán felices o satisfechos nos sentiremos al alcanzar determinadas metas ni por cuánto tiempo nos sentiremos mal por haber abandonado un proyecto o cuán intenso puede llegar a ser ese malestar. Solemos irnos a los extremos: pensamos que nos sentiremos muy felices cuando alcancemos nuestro objetivo y creemos que nos sentiremos fatal si no lo logramos, pero la realidad nos demuestra que no es así.

Esto se debe, al menos en parte, a que el esfuerzo que hemos invertido en el camino nos ha desgastado y los frutos obtenidos no terminan reportando tanta satisfacción como esperábamos. Esa es la razón por la que cuando logramos ciertos objetivos muy anhelados, puede quedarnos un sabor agridulce en boca. Sabiendo esto, podemos asumir una actitud más objetiva en el momento de valorar si vale la pena seguir perseverando.

A veces el resultado no es tan importante como el camino que hemos recorrido


En ocasiones nos empecinamos en lograr algo, solo porque no queremos tirar en saco roto el tiempo y el esfuerzo invertido. A este fenómeno se le conoce en el ámbito de la Economía como "costo hundido", una de las principales causas que nos llevan a tomar decisiones irracionales.

El costo hundido se genera por nuestra aversión a la pérdida. En práctica, pensamos que si no seguimos adelante con un proyecto en el que hemos invertido tiempo, sacrificio e incluso dinero, perderemos esa inversión. Al seguir invirtiendo, a menudo produce un sobrecosto, y nos encerramos en un bucle de insatisfacción.

Debemos darnos cuenta de que esa inversión ya está perdida, pero no tenemos necesidad de seguir invirtiendo en saco roto. Ya hemos gastado dinero en el billete de entrada, pero si a última hora decidimos que no nos apetece ver la obra, no tenemos que gastar nuestro tiempo y obligarnos a hacer algo que no nos apetece, simplemente podemos cambiar de planes.

Por eso, cuando ese proyecto ha dejado de tener sentido, ya no nos entusiasma o simplemente nos demandará mucha energía, quizá ha llegado el momento de abandonar. Cuando estamos empeñados en algo y la única razón que hallamos para seguir adelante es “porque ya he invertido tiempo y esfuerzo”, algo anda mal.

Cambiar de idea no es negativo, al contrario, puede ser sinónimo de crecimiento. Cambiar de proyectos o darse cuenta de que algo ha dejado de apasionarnos no significa que hayamos fracasado, nos queda las experiencias vividas, que pueden ser una fuente de sabiduría. De hecho, a menudo no importa el objetivo que hayas logrado sino la persona en la que te has convertido mientras recorrías ese camino.

Rendirse no es negativo, en ciertos casos puede ser una señal de inteligencia. La verdadera sabiduría radica en encontrar el equilibrio entre la perseverancia y el dejar ir, en ser capaces de discernir entre el empecinamiento y las posibilidades reales. Invertir en esa habilidad te permitirá ahorrar lo más valioso que tienes en tu vida: el tiempo.

Psicología/Jennifer Delgado
https://www.rinconpsicologia.com

Fuentes:
Wilson, T. D. & Gilbert, D. T. (2003) Affective Forecasting. Advances in Experimental Social Psychology; 35: 345-411.
Arkes, H.R.; Ayton, P. (1999) The Sunk Cost and Concorde effects: are humans less rational than lower animals? Psychological Bulletin; 125 (5): 591-600.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Quédate con esa paz que da el haber hecho lo correcto, aunque no te lo agradezcan


Muchas veces luego de haber hecho cualquier cosa que consideramos correcta, podemos caer en la tentación de arrepentirnos por la reacción o posición que otras personas adopten en relación a ello.
Debemos rescatar que cuando nosotros tomamos la decisión de actuar de una determinada manera, esto habla especialmente de nosotros y de las personas que de alguna manera han tenido influencia en nuestras vidas, pero no debemos llevar a cabo buenas acciones bajo la expectativa de que despertaremos en los demás agradecimiento, consideración, admiración o cualquier otra cosa, inclusive dependencia. El estar esperando una reacción de reconocimiento resta un tanto de valor a nuestras buenas acciones.
Debemos actuar por convicción, porque sabemos que es lo correcto, debemos participar para bien en la vida de los demás porque somos capaces y queremos, porque nos sentimos cómodos aportando a la vida de alguien algo que resulte en un beneficio para su vida.
Aunque no hagamos las cosas pensando en una recompensa, el universo siempre se encarga de mantener nuestras vidas en equilibrio y nos aporta cosas muy similares a lo que nosotros damos, sin distinguir la fuente, lo cual quiere decir que el hecho de que yo entregue algo particular a alguien, no significa que ese alguien nos lo retribuirá. Así que por donde se vea, resultará enriquecedor hacer el bien, sin mirar mucho a quien, porque el universo sí lleva nuestro balance.
Hacer las cosas en armonía con nuestra consciencia, nos genera una paz y un bienestar que se convierten en estímulo, para cualquier otra oportunidad en donde tengamos la posibilidad de hacer las cosas bien, de aportar, de facilitar, de sumar a un escenario específico o la vida de alguien más.
Evidentemente el agradecimiento es fundamental en la vida del ser humano, de hecho la mejor manera de pedirle al universo es justamente agradeciendo, pero esto no debe convertirse en algo a revisar, ni evaluar en los demás, sino en nosotros mismos. Debemos ocuparnos de agradecer todo lo bueno que nos ocurre, las experiencias que nos hicieron más sabios o más fuertes, las personas que tenemos alrededor, los milagros grandes o pequeños que siempre nos rodean… Pero no preocuparnos o juzgar a quienes no tienen el hábito, aun cuando se trate de agradecer nuestras acciones.
Entendamos que el problema es del otro, nosotros cumplimos con lo que nos hace feliz, con lo que sintoniza con lo que somos y queremos entregar. Siempre lo que damos se convierte en ganancia para nosotros, aun cuando no pensemos en ello. Pero no permitamos que el desagradecimiento de los demás nos invite a comportarnos de una manera ajena a la que realmente nos caracteriza.

Sara Espejo
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