jueves, 9 de noviembre de 2017

¿PERSIGUES TU FELICIDAD O LA CREAS?


Es importante que comprendas que no es tu mente quien esta al mando. Eres tú quien gobierna tu mente. El Yo Superior tiene el mando. Puedes abandonar tus antiguas ideas. Cuando tu vieja forma de pensar intente regresar diciendo: Es muy difícil cambiar, tú tienes que asumir el mando. Dile a tu mente: Ahora elijo creer que me resulta fácil efectuar cambios. Es posible que tengas que conversar bastantes veces con tu mente para que reconozca y acepte que eres tú quien dirige, y que hablas en serio. 
¿Persigues tu felicidad o la creas?. Imagínate que tus pensamientos son como gotas de agua. Un pensamiento, como una gota de agua, no es gran cosa. Cuando se repite una y otra vez, primero notas una mancha en la alfombra, después ya hay un pequeño charco, seguidamente una laguna, y a medida que los pensamientos continúan, se pueden transformar en un lago y finalmente en un océano.
¿Qué tipo de océano deseas crear? ¿Un océano contaminado y tóxico en el que no te puedas bañar? ¿O uno de aguas azules y cristalinas que te invite a disfrutar de su frescura?
  • No puedo evitar pensar esto —suele decirme mucha gente.
  • Si que puedes —contesto yo invariablemente.
Recuerda, ¿cuántas veces te has negado a aceptar un pensamiento positivo?
Solo tienes que decirle a tu mente que ahora si vas a aceptarlo. Decídete a dejar de pensar de forma negativa. Con esto no quiero decir que tengas que luchar contra tus pensamientos cuando desees cambiar cosas. Si surge un pensamiento negativo, repite sencillamente: Gracias por participar. De esta forma no lo niegas ni tampoco le cedes tu poder. Habla contigo mismo: di que ya no estas dispuesto a crear negatividad, que deseas crearte otra forma de pensar. Y repito, no es necesario que luches contra tus pensamientos negativos. Date por enterado de su presencia y continúa adelante dejándolos atrás.
►No te ahogues en el mar de tu propia negatividad cuando puedes nadar en el océano de la vida.
Has sido creado para ser una expresión maravillosa y amorosa de la vida. La vida está esperando que te abras a ella y te sientas digno del bien que te tiene reservado. La sabiduría y la inteligencia del Universo son tuyas para que las utilices. La vida está ahí para apoyarte. Ten la seguridad de que tu poder interior está a tu disposición. Cuando se siente temor, va muy bien prestar atención a la respiración, al aliento que entra y sale de nuestro cuerpo. Ese aire, la substancia más preciosa de la vida, se nos da con liberalidad. Tenemos lo suficiente para que nos dure tanto tiempo como vivamos.
Aceptamos esa preciosa substancia casi sin pensar, y sin embargo dudamos de que la vida satisfaga nuestras otras necesidades. Ha llegado el momento de que conozcas tu propio poder y sepas qué es capaz de hacer. Entra a tu interior y descubre quién eres.
►Para cambiar tu vida por fuera debes cambiar tú por dentro. En el momento en que te dispones a cambiar, es asombroso cómo el universo comienza a ayudarte, y te trae lo que necesitas.
Louise L. Hay
Vía: Consejos del Conejo

miércoles, 8 de noviembre de 2017

LA RESISTENCIA AL CAMBIO


La mente humana es conservadora por naturaleza. El cambio asusta, desbarata e incomoda. Cuando algún hecho importante, novedoso o diferente llega al cerebro, se introduce el desorden. La aparente paz y tranquilidad informacional se desequilibra, el nuevo dato pone a tambalear el sistema y la tradición psicológica se ve amenazada por el invasor. A la mente no le gusta revisarse a sí misma, se resiste, se niega, se esconde. Ella prefiere moverse en la costumbre, en los hábitos, y más en lo conocido que en lo desconocido, aunque este último parezca mejor.
Las modernas investigaciones en psicología e inteligencia artificial han demostrado que la mente funciona con el principio de la economía de la información: cuando el cerebro almacena una creencia, un valor o una teoría, las retiene a toda costa. Es menos gasto proteger lo viejo que aceptar lo nuevo. Somos perezosos y conformistas por naturaleza.
Lo increíble de estos hallazgos es que todas las creencias depositadas en la memoria, independientemente de su validez o utilidad, de su racionalidad o irracionalidad, son defendidas por igual. La mente no discrimina conceptos ni ideas: si se guardó en la memoria hay que preservar la información a lo que dé lugar.
Alrededor de los dos años de edad, los niños comienzan a fabricar y a consolidar teorías sobre ellos mismos y el mundo. Si las experiencias de contacto con los familiares y demás personas son saludables, aparecerán esquemas positivos: “El mundo es amable”, “Soy querible”, “La gente no es tan mala”. Si por el contrario, las vivencias son negativas, los esquemas tendrán un contenido malsano: “Soy torpe”, “Nadie me querrá”, “Soy feo”, “Nada lo hago bien”. Una vez instalados, la mente los patrocinará y cuidará todo el tiempo como si se tratara de una cuestión de vida o muerte.
A la tendencia obsesiva de mantenerse fiel a la memoria y defender la experiencia adquirida, se la llama autoengaño. Por ejemplo, evocamos mejor y más fácil eventos que confirman nuestras ideas (los que no concuerdan, los olvidamos). Atendemos más a aquellos estímulos que refuerzan nuestro pensar que los discrepantes. Incluso, podemos llegar a falsear la realidad para confirmar nuestras hipótesis (profecías autorrealizadas). Así somos; si no ganamos, empatamos.
Recuerdo un reconocido profesor universitario, cuyo pensamiento era manifiestamente discriminatorio respecto al sexo femenino. “Las mujeres no deberían estudiar carreras técnicas”, decía sin pena alguna. Y para “comprobar” la supuesta supremacía masculina, simplemente exigía mucho más a las alumnas que a los alumnos. Una estafa altamente peligrosa. Manipular los datos para hacerlos coincidir con nuestros pensamientos es el método más utilizado por los humanos para engañarse a sí mismos y a los demás.
No obstante, pese a que la mente se resista y los fanáticos del conformismo prohíban pensar y amenacen con la hoguera, con esfuerzo y perseverancia podemos llegar a modificar muchos de nuestros esquemas inadecuados. Las personas que hacen un culto a la autoridad, que eliminan por decreto la creatividad, el riesgo sano y la inventiva, son víctimas de la costumbre. No hay que momificarse para estar en lo cierto. Debemos aprender del pasado pero no anclarnos a él.
Anthony de Mello decía que los seres humanos nos comportamos como si estuviéramos en una piscina llena de excrementos hasta el cuello y nuestra preocupación principal fuera que nadie levantara olas. La verdadera transformación interior requiere ruptura y reestructuración, es decir,  salirse de la piscina. Tumbar para construir. Nada de reformismos tibios o pañitos de agua fría. 
A la mente hay que confrontarla sin anestesia y de frente. 
Cuando no le dejamos espacio para la trampa, cuando la obligamos a mirar los hechos tal como son, ella no tiene más remedio que acceder al cambio. Entonces, damos el brazo a torcer, el pensamiento abre una sucursal y la imaginación, audaz e irreverente, hace de las suyas.


Walter Riso
http://www.walter-riso.com


martes, 7 de noviembre de 2017

La economía de caricias


William Faulkner en su novela “Las Palmeras Salvajes” hizo decir a uno de sus personajes: “Si tuviera que elegir entre el dolor y la nada, elegiría el dolor”. Quizás la sensación de no saberse amado, de no tener nada, de vivir en un vacío emocional, intelectual y sensorial es mucho peor que el dolor que, de alguna manera, nos significa que estamos vivos.
Pocas veces nos paramos a pensar que la vida es un intercambio que se produce a muchísimos niveles, no sólo en lo económico o a través de los procesos de comunicación, sino también mediante los estímulos, los signos de reconocimiento positivos o negativos que recibimos de los demás sea en forma de caricias, miradas, gestos, broncas, gritos o silencios. Todos ellos moldean nuestro paisaje interior y consecuentemente nuestra manera de entendernos, de construir una imagen del mundo y de dar un sentido a la vida.
Hace ya más de veinte años, Claude Steiner, a partir de sus amplias observaciones clínicas en el ejercicio de la psicoterapia junto con el legado que le dejó su maestro Eric Berne, construyó una interesante teoría a la que denominó “la economía de caricias”. Bajo este sugerente concepto, Steiner y muchos otros han investigado los efectos que ejerce sobre el ser humano crecer y vivir en una abundancia o escasez de signos de reconocimiento que, para resumir, llamaremos caricias.
Es obvio que no sólo vivimos de pan, ni tan solo de aire ni de agua. Para sobrevivir, para crecer, necesitamos el afecto, la ternura, la caricia, la mirada, la palabra, el gesto, el contacto del otro. Somos seres sociales por naturaleza. Ya desde la fragilidad de nuestras primeras horas nos manifestamos como la especie que mayor necesidad tiene de que alguien le ampare, le cuide y le dé afecto. Incluso hay quien sostiene que existe una necesidad innata para ese amor, para esa unión. Hoy las evidencias científicas aportadas a lo largo del siglo pasado por los doctores Chapin, Banning, Spitz, Bowlby y muchos otros nos muestran que no solo necesitamos la caricia del otro, sino que sin ellas nos sentimos mal hasta el punto de poder enfermar e incluso morir.
Estos especialistas han demostrado con años de rigurosa investigación que la falta de caricias, entendidas en un sentido amplio, más allá del gesto o del roce de piel con piel, pueden provocar en el recién nacido un retraso en su desarrollo psicológico y una degeneración física tal que le lleve hasta la muerte a pesar de tener el alimento y la higiene que, en teoría, aseguren su supervivencia. El hambre de estímulos tiene tanta influencia en la supervivencia del organismo humano como el hambre de alimentos. Cuando un ser humano no recibe la cantidad mínima adecuada para su supervivencia, entra en un proceso de enfermedad y muere, y esto puede ser válido a cualquier edad.
Hay sin duda una correlación positiva entre la ternura, el cuidado, el afecto y la atención humana con el desarrollo psicológico, emocional, intelectual y físico. Nacemos hombres y mujeres pero devenimos humanos gracias a la caricia, al estímulo amable, a la ternura, a la compasión, a la gratitud, y también gracias al límite necesario que nos pone en contacto con la realidad y que se administra desde la disciplina que busca el bien común.
Leo Buscaglia, en su bello libro “Amor. Ser persona”, afirma: “A pesar de que el niño no conoce ni comprende la dinámica sutil del amor, siente desde muy temprano una gran necesidad de amar y la falta de amor puede afectar a su crecimiento y desarrollo e incluso provocarle la muerte”. También hoy sabemos que la falta de amor es la causa principal de una buena parte de las enfermedades psicológicas que no paran de ir en aumento en Occidente: desde la angustia, pasando por la depresión hasta la neurosis e incluso la psicosis nacen, en mayor o menor medida, de esta carencia. Sin el trato amable no se satisface una necesidad fundamental que nos permite seguir sintiéndonos bien, experimentar la alegría, desarrollarnos: sin amor es más 
difícil crecer.


Pero yendo más allá, las ideas que Steiner refleja en su libro “Los Guiones que vivimos” apuntan a direcciones muy interesantes: las caricias son imprescindibles para sobrevivir, concluye este especialista; si no las recibimos, se pone en marcha un mecanismo de supervivencia instintivo que nos lleva a demandarlas –a menudo de manera inconsciente- a cualquier precio. Bajo esta premisa estamos dispuestos incluso a recibir “caricias negativas” antes que no recibir ninguna caricia, o parafraseando de nuevo a Faulkner, preferimos el dolor a la nada, la bofetada a la ignorancia, la pena al vacío, el desprecio a la indiferencia, el grito a la apatía. Es a partir de este mecanismo que se pueden comprender determinados comportamientos humanos que van desde el masoquismo hasta la rebelión gratuita. Por ejemplo, el niño que se rebela reiteradamente y sin motivo “objetivo” aparente quizás lo que hace es buscar con desesperación la atención de unos padres ausentes. Quizás el pequeño, con su comportamiento agresivo, rebelde, transgresor hace una llamada exasperada a la atención de sus padres para que éstos le marquen un límite o aún mejor, para que estén por él de verdad.
El Doctor René Spitz, en los años sesenta, estudió las diferencias en la evolución biológica y psicológica de niños residentes en dos instituciones diferentes de la ciudad de Nueva York. Las dos instituciones diferían en cuanto a la estrategia de acercamiento a los pequeños, el contacto físico y la nutrición. En una de ellas los niños podían ver a diario a una persona, normalmente su madre. En otra, una sola enfermera se hacía cargo de grupos de ocho a diez niños. Spitz concluyó que en el primer grupo se observaba una tendencia continuada al alza en la mejora física, psicológica e intelectual, mientras que en el segundo grupo el descenso en estos indicadores era abrumador.

Pero no solo sufre quien no recibe caricias, sino también quien no las expresa. En una investigación realizada en la Universidad de Stanford dirigida por James Gross, se concluye que suprimir la expresión de las emociones conlleva altos costos psicológicos, sociales y en la salud. A partir de esta investigación, las personas que no suelen manifestar sus emociones son más infelices y se sienten más aisladas. Es más, aparentemente la supresión de la expresión de estas emociones no reduce y hasta puede aumentar la experiencia de emociones negativas, como un disgusto, ansiedad, tristeza y vergüenza. Por este motivo, los individuos que suelen suprimir la expresión de sus sentimientos, generalmente manifiestan más experiencias negativas y menos positivas. Además, la falta de expresión de los sentimientos genera un mayor estrés psicológico, tanto en quien suprime su expresión como en la persona con quien interactúa (en los estudios, éstos mostraron un aumento importante de la presión sanguínea). Por otra parte, la supresión de la expresión de las emociones se asocia a una baja de la inmunidad fisiológica.
Y es que, sin duda, necesitamos de los demás. Hay un intercambio fundamental más allá del económico y que es el principal motor de la vida, un intercambio esencial a partir del cual se construye la esperanza y el sentido de la vida: el intercambio de caricias.

Álex Rovira
http://www.alexrovira.com