lunes, 6 de noviembre de 2017

APRENDE A RELATIVIZAR



En mi opinión, saber relativizar, lo mismo que ser ecuánime, o ser desapasionado, o ser imparcial, incorruptible, ponderado, razonable, o ser íntegro, son cualidades muy preciadas cuando se trata de evaluar con claridad las cosas que nos suceden, los acontecimientos que vivimos, o incluso los sentimientos y variaciones por los que uno transita.

Hay una tendencia habitual a clasificar mal los hechos, porque casi siempre se hacen desde un estado dramático, pesimista, sufriente o afectado, o, por el contrario, se hacen en momentos de exaltación o euforia, y en todos esos casos falta el equilibrio necesario para ver las cosas en su exactitud, ya que cualquiera de los dos estados tiñen la realidad de las cosas.

Todos hemos tenido ocasión de comprobar que más de una vez hemos sido excesivos al calificar un estado o valorar una situación, y hemos visto cómo aquello que aparentó ser tan trágico en su momento con el paso del tiempo fue diluyendo su exageración y fue quedándose en su auténtica realidad, y ésta no era tan grave ni tan aparatosa.

Algunos hasta hemos sido capaces de sonreír al recordarnos desquiciados ante algo que ahora comprobamos que no era tan grave como nos pareció entonces.

El modo de evitar ese mal trago que a veces nos proporcionamos es saber relativizar (“Introducir en la consideración de un asunto aspectos que atenúan sus efectos o importancia”), y de ese modo ser capaces de verlo ya, en el momento en que está sucediendo, en su auténtica dimensión.

Al final acabamos recurriendo a menudo a ese dicho de “Todo tiene remedio, menos la muerte”, porque vamos comprobando con el paso del tiempo que las tragedias –casi todas- pierden sus aristas dolientes, se les diluyen la rabia y el rencor, disminuyen la desgracia, y se quedan en hechos “más o menos normales”; hechos que, por supuesto, rechazamos porque van en contra de nuestro deseo de ausencia de conflictos, o porque nos llegan en un momento que estamos bajos de ánimo.

►Relativizar implica desapasionarse de la realidad aparente para poder apreciar la auténtica realidad.
Cuando vemos que le sucede a otro el mismo hecho o uno similar al que nos sucede a nosotros, podemos tomar dos puntos de observación y opinión distintos: o menospreciamos lo que le sucede al otro –aunque sea exactamente lo mismo- y en cambio engordamos lo que nos sucede a nosotros –que, repito, es exactamente lo mismo-, o puede que -si somos sensatos- podamos ser capaces de verlo de una forma desapasionada, porque es al otro al que le sucede y no a nosotros, por tanto no están implicados y activos esos motivos personales de implicación que conllevan y aportan algo de confusión.

Me refiero a cuando en un hecho concreto nos jugamos nuestra economía, nuestra estabilidad emocional, nuestro bienestar, o nuestro presente y futuro. Cuando le pasa al otro, LE PASA AL OTRO, por tanto no le afecta a uno mismo.

Hay que partir de tener una buena tolerancia a la frustración, y aceptar sin drama que las cosas no siempre salen a nuestro gusto, y que hay otras cosas que no dependen de nosotros y por tanto no podemos influir en su resultado.  De esas otras cosas es mejor no responsabilizarse y no sentirse culpable, y aún menos regañarse o enojarse consigo mismo, porque es algo que no depende de sí mismo.

Las cosas son lo que son, y somos nosotros los que le añadimos tragedia o felicidad. Está bien lo segundo. Lo primero, conviene revisarlo: hay que ser ecuánime, objetivo, neutral, imparcial… y no hay que dejarse arrastrar por las emociones o los sentimientos, por el impulso bruto, por la pasión confusa, o por ese arrebato descontrolado que tantas veces nos lleva al arrepentimiento.

La  vida se lleva mejor con serenidad y reflexión, con una dirección consciente de lo que uno quiere en su vida y para su vida.

Conviene ejercitarse en la tranquilidad ante los hechos que se presenten, seas cuales sean.

Y tener claro que UNO MISMO está, y ha de estar, por encima de los vaivenes, de las circunstancias, de los “caprichos” del destino, de los otros y sus actitudes y sus actos, por encima de su propia soberbia y su cólera, de su propio ímpetu y su mente desbocada.

No estoy proponiendo anestesiarse, ni anular los sentimientos y las emociones, ni quedarse impávido ante la vida, ni suicidar el corazón, sino tener la capacidad de separarse de las cosas y verlas en su justa medida, y preservarse para que el mundo no se acabe convirtiendo en un enemigo furibundo e invencible.

VIVIR… se trata de VIVIR y no de sufrir.

Te dejo con tus reflexiones…
  

Francisco de Sales
buscandome.es

domingo, 5 de noviembre de 2017

CARACTERÍSTICAS DE LOS DEPENDIENTES EMOCIONALES



PRIORIDAD DE LA PAREJA SOBRE CUALQUIER OTRA COSA

El dependiente emocional pone su relación por encima de todo, incluyéndose a sí mismo, a su trabajo o a sus hijos en muchos casos. No tiene que haber nada que se interponga entre el individuo y su pareja, que dificulte el contacto deseado con ella. Obviamente, dentro de una normalidad, pero siempre observando esa dinámica; por ejemplo, una persona va dejando poco a poco sus aficiones como el gimnasio o las clases de pintura para estar más tiempo con su compañero, hasta que prácticamente se convierte en su sombra; igualmente, una madre separada inicia una nueva relación y deja continuamente a sus hijos con sus abuelos para quedar todas las veces que pueda con el otro.


VORACIDAD AFECTIVA: DESEO DE ACCESO CONSTANTE

Para entender este rasgo, es muy importante que nos imaginemos que el dependiente puede decidir por sí mismo cómo, cuándo y de qué forma contacta con su pareja: luego explicaremos por qué. Suponiendo esto, si por el dependiente fuera, tendría el mayor roce posible con su pareja mediante todas las formas posibles. Por ejemplo, cuando ambos miembros de la relación están en casa, procurando estar juntos el máximo tiempo (nada de cada uno en su habitación, o uno viendo el ordenador y el otro trabajando). Asimismo, si la pareja sale con un grupo de amigos, estando todo el rato junto al otro y teniendo principalmente interacción y contacto físico con él. 

¿Y qué sucede cuando, por las obligaciones que todos tenemos, los dos miembros de la pareja están separados? Muy sencillo: el teléfono móvil e internet se han convertido en dos ayudas inestimables para satisfacer la voracidad afectiva de los dependientes emocionales, sea mediante llamadas telefónicas, mensajes de texto, correos electrónicos o programas de mensajería con los que el dependiente puede estar online con su pareja. El contacto puede ser muy frecuente y excesivo, hasta el punto de que llame la atención al entorno o de que ocasione algún problema en el trabajo. Ni que decir tiene que la persona con dependencia también presionará lo que pueda para que su pareja, inmediatamente que termine con sus obligaciones, marche presta a reunirse con ella.

Insisto en que, si por el dependiente fuera, estaría el máximo tiempo disponible con la otra persona, y cuando esto no se consigue se compensa esta situación con otros medios de comunicación con los que hay también contacto. Cabe añadir también que este rasgo está muy acentuado en algunos dependientes emocionales, pero no en todos (como la mayoría de los que exponemos en esta sección). 

Pero antes hemos dicho que nos debíamos imaginar en un supuesto: que la otra persona no pusiera pega ninguna al comportamiento voraz y “agobiante” del dependiente. Como es lógico, esto sucede a veces, pero en la mayoría de las ocasiones no es así y la pareja reclama espacio y recrimina este tipo de comportamientos. Si añadimos que también es frecuente que las personas que los dependientes escogen como pareja no siempre se comportan de una manera sensible y afectuosa, nos resulta que lo más normal sea que el otro ponga límites y condiciones al comportamiento voraz de su compañero, mediante los clásicos “no me llames tanto”, “necesito mi espacio”, “no me agobies”, “no creo que me dé tiempo a verte en toda la semana”, “quiero hacer esto solo”, etc. Y, claro, al dependiente no le queda otra que aceptar estas condiciones porque, de lo contrario, se puede producir lo que más teme: el rechazo e incluso la ruptura. Por lo tanto, no esperemos encontrarnos relaciones de “fusión” entre el dependiente y el otro porque esto sólo sucede algunas veces, ya que es precisamente la otra persona la que en muchos casos pone límites a la voracidad afectiva; además, lo normal es que dichos límites sean incluso abusivos porque el otro considera que tiene privilegios en la relación, ya que el dependiente le pone un cheque en blanco con sus nada disimulados deseos de contacto continuo y con su nada disimulada fascinación hacia él.

TENDENCIA A LA EXCLUSIVIDAD EN LAS RELACIONES

Como en todas las características que estoy exponiendo, en esta en concreto sucede que no es más que una exageración de la normalidad. Es decir, en toda relación hay un deseo de exclusividad en el sentido de que no queremos compartir a nuestra pareja con una tercera persona. Pero no es sólo esto lo que sucede en la dependencia emocional. Aquí, además, el dependiente quiere literalmente a su pareja para él solo: todo lo demás molesta, desde amigos hasta compañeros de trabajo, pasando por los hijos. 

De igual forma que sucede con la voracidad afectiva, la exclusividad es un aspecto que no se da en todos los dependientes emocionales con la misma fuerza; incluso en algunos no se produce más allá de lo normal.

IDEALIZACIÓN DEL COMPAÑERO

El otro se convierte con el tiempo en alguien sobrevalorado, eso si no lo ha sido desde el principio por tener un perfil determinado de endiosamiento o de lejanía hacia los demás. Será muy difícil que un dependiente emocional se enamore de alguien al que no admire o vea bastante por encima suyo, no desde un punto de vista racional u objetivo (por ejemplo, que sea mejor profesional o más inteligente), sino en general, como una sensación que él experimenta de estar con alguien más importante o más elevado y que transmite deseos de estar junto a él.

No obstante, no sólo se producirá una sobrevaloración general de la pareja sino que también se podrán distorsionar sus méritos y capacidades. Por ejemplo, si es artista o empresario, será de los mejores en su trabajo; si es más o menos atractivo, será el más guapo; si es prepotente en su forma de hablar, será muy inteligente; etc.

Al final, uno de los elementos que más influyen en esta idealización es cómo trata la persona al dependiente emocional. Cuántas veces he escuchado en mi consulta la afirmación de que los flirteos o pretensiones amorosas de alguien se consideran signo de debilidad o de comportamiento “baboso” (provenga de quien provenga, incluso de personas que pueden despuntar por su trabajo o por otras facetas), mientras que el desprecio, el escaso interés o la prepotencia se interpretan como signos de poder, fuerza o elevación. Realmente, no son aspectos concretos de otro individuo los que lo convierten en idealizable, sino su perfil general y, especialmente, el trato de dicho individuo hacia el dependiente emocional. 

SUMISIÓN HACIA LA PAREJA


La consecuencia lógica de ser muy voraz afectivamente, de priorizar a la relación sobre cualquier otra cosa o de idealizar a la pareja, es que el trato hacia ella va a ser de subordinación, es decir, “de abajo a arriba”, como si alguien muy bajito se dirigiera a un gigante al cual necesita. Da la sensación en ocasiones de que los dependientes se comportan con sus parejas como sacerdotes que realizan ofrendas a algún dios al que le permiten absolutamente todo, al que le justifican todos sus actos y al que, a pesar de los pesares, le intentan satisfacer con lo que pida.

Antes he puesto el ejemplo de esa persona que le hacía la cena a su marido y a su amante en su propia casa, pero podría poner otras situaciones de sumisión como las de aceptar todo tipo de descalificaciones por parte del otro, permitir infidelidades, hacer siempre lo que quiere la pareja, soportar las descargas de sus frustraciones –que pueden llegar incluso al plano físico- o también ser y actuar como pretende o desea el compañero.

PÁNICO ANTE EL ABANDONO O EL RECHAZO DE LA PAREJA

El dependiente emocional idealiza tanto a su compañero y se somete tanto a él, considerando la relación de pareja como lo más importante de su vida, que le tiene verdadero terror a una ruptura. Hay personas que, literalmente, se encuentran incapaces de romper una relación, y no por quedarse descolgadas en el plano económico o de cualquier otra forma, sino porque afectivamente lo encuentran devastador. En estos casos no vale la frase de “más vale solo que mal acompañado”; es más, una de las manifestaciones más usuales tras una ruptura es “con él estaba fatal, pero es que ahora estoy mucho peor”.

Como veremos en la siguiente característica, en muchas ocasiones es el terrorífico síndrome de abstinencia el que acongoja de tal manera al dependiente que le hace pensar y sentir con absoluta realidad que es totalmente imposible romper la relación, y que si no lo hace el otro no habrá forma humana de que se produzca esa situación.

Pero lo más normal es que las rupturas no solo se consideren inalcanzables, sino que además no se deseen en absoluto. El dependiente emocional, en casos graves, puede aguantar prácticamente todo con tal de que no se rompa la relación porque prefiere estar fatal dentro de ella que sin sentido de la vida o de la existencia fuera. Esto produce un gran terror a los rechazos en el seno de la pareja, a los  comportamientos de escasa aprobación o a los signos que se den por parte del otro que indiquen una falta de interés o una falta de cariño.

TRASTORNOS MENTALES TRAS LA RUPTURA: EL “SÍNDROME DE ABSTINENCIA”

Ya he expuesto que los dependientes tienen un miedo cerval a lo que acontece tras una ruptura, que es el “síndrome de abstinencia”, llamado así por analogía a las adicciones a las drogas. Este bien llamado síndrome supone realmente el padecimiento de un trastorno mental que variará según la persona y según la intensidad, pero que de manera habitual es un trastorno depresivo mayor con ideas obsesivas, o, dicho en otras palabras, una depresión muy fuerte con pensamientos repetidos y angustiosos en torno a un tema que, en este caso y como no podía ser de otra forma, es la relación perdida y todo lo que ello conlleva: recuerdos, planes para reanudar la pareja, remordimientos por supuestos errores cometidos, etc.

El golpe psicológico es tan brutal que no sólo hay una inmensa tristeza, sino que además habitualmente se sufren síntomas de ansiedad intensos que impiden la concentración y que se traducen en molestias físicas o sensaciones muy desagradables, y también en pensamientos sobre el poco sentido que tiene la vida que pueden derivar en ideas suicidas. En este sentido, recuerdo perfectamente a una persona que nada más entrar por primera vez en mi consulta me dijo que ya tenía fecha para morirse. Esto llama la atención porque se suelen asociar las ideas suicidas con otros problemas, pero en la dependencia emocional y muy especialmente dentro del síndrome de abstinencia se dan, aunque hay que decir que lo más usual es que sólo se dé, que no es poco, una pérdida muy sustancial de apego por la vida.

En el síndrome de abstinencia lo que domina es el deseo de retomar la relación, las ideas continuas de, con cualquier excusa, contactar con la otra persona para no tener la sensación de pérdida o de desaparición definitiva. A veces, estas excusas se las da el individuo a sí mismo en forma de autoengaño, por el que uno se autoconvence de que no pasa nada por llamar a la ex pareja ya que se puede tener una simple amistad, o de que sólo se está contactando con el otro para “cantarle las cuarenta”.

Todo el padecimiento descomunal de este síndrome desaparece de un plumazo con una simple llamada de la otra persona. Donde había lágrimas, ansiedad y auténtica desesperación, se pasa a la tranquilidad y a la sonrisa.

BÚSQUEDA DE PAREJAS CON UN PERFIL DETERMINADO

El tipo de persona que suele preferir el dependiente emocional, al que llamaré “objeto” , es normalmente alguien engreído, distante afectivamente, egocéntrico, y a veces hostil, posesivo o conflictivo. También hay un perfil habitual y es  de la persona con problemas, con un fondo importante de vulnerabilidad o fragilidad emocional con el que el dependiente se identifica, produciéndose igualmente una relación desequilibrada con ella por la que  se intenta cuidar y controlar a  dicha persona, mientras que ella, en muchas ocasiones, se aprovecha de ese comportamiento sumiso y atiende sólo a intereses egoístas o también afectivamente enfermizos.

Amplio historial de relaciones de pareja, normalmente ininterrumpidas

Puedo decir, en tono jocoso, que las primeras visitas con un dependiente emocional son un listado inagotable de relaciones de pareja que se producen desde la adolescencia. Estas personas viven su vida alrededor del amor y no la conciben sin él: necesitan, o eso creen ellas, a alguien permanentemente a su lado. Por este motivo, nada más terminan una relación, y aunque sea en pleno síndrome de abstinencia, buscan otra persona para reemplazar a la anterior, incluso al mismo tiempo que se intenta reanudar dicha relación rota.

Normalmente, el tiempo que transcurre entre una relación de pareja y otra es muy escaso, y cuando es largo puede deberse a que todavía se arrastre la que se ha roto (por ejemplo, siendo amante de la ex pareja y estando siempre pendiente de cualquier contacto por su parte) o a que se mantenga una actitud de constante flirteo por la que el dependiente no se siente realmente solo, ya que tanto por internet como por el teléfono móvil hay correos electrónicos, mensajes de texto y demás que producen sensación de inmediatez y de proximidad; esto sin contar las citas puntuales que se den con estas personas con las que existe dicho flirteo.

BAJA AUTOESTIMA

Por obra general, los dependientes emocionales son personas que no se quieren a sí mismas. ¿Qué significa quererse a sí mismo? Porque esto realmente es algo muy abstracto, por más que tenga manifestaciones concretas y de lo más palpables. Quererse a uno mismo no significa necesariamente que tenga que considerarse con virtudes o cualidades; por ejemplo, considerarse guapo, buen profesional, inteligente, etc. Existen dependientes emocionales y otras personas que saben racionalmente que presentan algunas de estas cualidades, y sin embargo no se quieren de una forma adecuada. Lo que acabamos de describir es el autoconcepto, es decir,  la idea racional que todos tenemos sobre nosotros mismos. Digamos que sería un listado de cualidades, carencias, virtudes y defectos que todos tenemos sobre nosotros.

No obstante,  la autoestima es algo diferente al autoconcepto, aunque en muchas ocasiones van por caminos similares. De igual forma que podemos considerar a alguien guapo o inteligente pero al mismo tiempo detestarle; podemos pensar sobre otra persona que no es muy atractiva pero que estamos con ella a muerte. Los sentimientos no tienen por qué ir necesariamente por el mismo camino que nuestra idea racional. 

Querernos a nosotros mismos es exactamente lo mismo que querer a uno de nuestros seres queridos, pero siendo uno mismo el destinatario de esos sentimientos. Podemos protegernos cuando nos atacan, consolarnos si estamos sufriendo, ayudarnos cuando tenemos problemas haciendo lo posible por resolverlos, valorarnos cuando hacemos las cosas bien, alegrarnos si nos ocurren cosas positivas, y sobre todo no poner condiciones para querernos. Demos ahora la vuelta a la situación y pongámonos en cómo se trata una persona sin autoestima, sea como sea su autoconcepto: no se protege cuando recibe ataques e incluso se los inflige ella misma, no se consuela si está sufriendo sino que aprovecha su vulnerabilidad para atacarse más duramente, se hunde ante las adversidades sin intentar resolver sus problemas, no se valora cuando hace las cosas bien sino que se busca el error o el defecto, y se pone condiciones para quererse como despuntar en el físico, tener muchos estudios, posición social, etc., ya que cualquier pretexto es bueno con tal de escatimarse el cariño.


Miedo a la soledad

Verdaderamente, no es de extrañar que si alguien tiene esos sentimientos hacia sí mismo no soporte estar solo, porque es como estar continuamente junto a alguien al que detestamos. Por ejemplo, los dependientes no aguantan mucho tiempo estar solos en casa o con la perspectiva de no salir en todo el domingo: enseguida se buscan planes o llaman por teléfono a alguien con cualquier excusa. La soledad les provoca incomodidad, malestar e incluso ansiedad, y la idea más o menos intensa de que no son importantes para nadie, de que nadie les quiere y están abandonados.

Aparte del temor a esta soledad en un sentido extenso, también temen a la soledad entendida como “estar sin pareja”. No cabe duda de que aquí es un temor cercano al terror: les da auténtico pavor no tener a alguien ahí sea como pareja o como sucedáneo (una aventura, un flirteo continuado…) La consecuencia, como ya he dicho, es el encadenamiento sucesivo de relaciones para evitar esas sensaciones tan desagradables.


Necesidad de agradar: búsqueda de la validación externa

Este rasgo no aparece en todos los dependientes, pero sí es bastante común. Cuando aparece, el individuo intenta satisfacer a la mayoría de las personas con las que trata, de manera que se les quede a dichas personas una idea inmaculada del dependiente. Necesita tanto de la aprobación externa que lo pasa francamente mal cuando no la tiene o cuando interpreta que ha sido rechazado; en estas situaciones, es habitual que haga “comprobaciones” de la relación como llamar por teléfono para ver si todo sigue igual con esa persona o para detectar anormalidades en el tono de voz, por ejemplo.

Los dependientes que se comportan así suelen ser modélicos para los demás. No crean conflictos con sus familiares más próximos, no ponen problemas para planificar las citas con los amigos, se prestan a cualquier cambio de turno imprevisto que haya en el trabajo, no se adhieren a ningún grupo sino que intentan llevarse bien con todas las personas, etc. Son descritos por los otros como buenas personas que intentan favorecer siempre y que se desviven por ayudar.

Los dependientes que necesitan agradar presentan una tendencia muy marcada a la validación externa. Esto significa que su valor no se lo dan a sí mismos, sino que lo cogen prestado del que reciben de los demás. Por ejemplo, un dependiente puede haber quedado inicialmente satisfecho de un informe que ha hecho en el trabajo, pero si no le ha gustado al jefe dudará de su desempeño. Una persona con tendencia a la validación interna criticaría la postura de su jefe y continuaría manteniendo su criterio.

En los dependientes con buen autoconcepto y en situaciones similares, podrían disponer de esta tendencia a la validación interna, pero en situaciones distintas de tipo afectivo que impliquen aceptación o rechazo nos aparecerá de nuevo la tendencia contraria, es decir, la que proporciona el valor por parte de los otros: por ejemplo, si un compañero de trabajo no invita a una celebración de cumpleaños a un dependiente, este se considerará poco querible, poco válido por sentirse rechazado. Otra persona con una tendencia a la validación interna se mostraría dolida o disgustada, pero respetaría la decisión o la criticaría sin por ello alterar su idea sobre sí mismo porque su valía como individuo no depende de la valoración o del rechazo ajenos.

 Fuente: "Cómo superar la dependencia emocional"
 J. Castelló Blasco. Editorial Corona Borealis,  2012.

www.jorgecastello.org
twitter: @jorgecastellob

sábado, 4 de noviembre de 2017

Voy a amarme bien


Voy a amar mis pecas y mis imperfecciones.
Voy a darme permiso para no preocuparme por si se notan mis pequeñas arrugas y mis grandes errores.
Y sólo yo tendré la llave que abre mi puerta, porque está cansada de estar siempre abierta y dejar pasar miedos y fantasmas. Y ver cómo se me escapan las ganas cuando no soy capaz de mantener el ánimo… 
Voy a soltar mi culpa por no haber llegado a la meta, convencida de que tiene un sentido cada minuto invertido en soñarla y cada segundo intentando aceptar que todavía no la he alcanzado.
Voy a darle a mi ego un respiro y le pediré que pierda, que se quede a un paso, que ceda el asiento y deje de marcar territorio. Le ordenaré que baje del pedestal y se mezcle con otros egos y espere su turno, si llega…
A veces, me hace sentir presa del mundo, porque quiere que me pelee con él para tenerme controlada y entretenida…
Voy a cerrar la puerta al pasado, renunciaré a todo lo que hay en él que me quema y me duele… Así ya no podré recordarlo y compadecerme y sentirme rota e hinchada de desgracia… Así no me quedará tragedia que desgranar en cómodas quejas y lamentos ni pena que llorar en lugar de salir a la calle a pasear un rato.
►Tanto buscar tragedias para quejarse y hacerse la estrella de los desatinos consume mucha energía y cuando quieres parar un rato te das cuenta de que has cogido demasiada inercia.
Voy a repartir lo que pensaba era imprescindible y a quedarme lo que no me asusta perder, porque así sabré que nada es del todo mío y valoraré cada momento… Porque abriré mis ventanas a que entre lo nuevo echando lo viejo y donde reparten sabrán que tengo espacio libre…
Nada como tirar los muros de mis pensamientos para darme cuenta de  que aquello que pensaba que eran paredes maestras en realidad eran tabiques prescindibles que me alejaban de la luz…
Y lo mismo haré en mi alma y en mi cabeza.
Soltaré penas rancias y acumuladas para dejar paso a toda clase de amores maravillosos, empezando por mí… Y vaciaré mi cabeza cansada de pensamientos corruptos y hacinados para que esos pensamientos que te llenan de alegría y esperanza hagan nido en mi mente sedienta de felicidad.
Ay, lo tengo decidido… Voy a amarme bien porque me traiciono mucho. Voy a pensar en mí también cuando reparta y dejaré de hacer aquello que más que llenarme me vacía. Me quedaré sin argumentos para soltar mi ira ante otros porque no podré reprocharles nada porque no haré nada desde ese ser hambriento de recompensa, porque daré desde el amor infinito y no desde ese mendigo de amor que llevo dentro y que haría cualquier cosa por una migaja de cariño…
Tengo mucho trabajo pendiente, mucho…
Voy a dejar de tragarme palabras y escribirlas todas…. Voy a llorar cada una de mis heridas por última vez y les diré adiós con la mano cuando se marchen a la nada, donde ninguna quema ni rabia, donde ninguna es ya útil para culpar a nadie, ni tan sólo a mí.
Tal vez algunas de ellas le sirvan a otros para soltar las suyas, para arrancarse las etiquetas que llevan pegadas y que llevan escritos unos nombres que no les pertenecen. Que les reclaman que sean como no son y que sientan lo que no sienten… 
Voy a pedir lo que quiero y aceptar lo que viene como un regalo maravilloso. Voy a amar a mi miedo tanto que se convertirá en mi estandarte para librar esta batalla sin batalla… Sin más lucha que mi paz interior y una calma dulce que invada mis sentidos.
Voy a permitirme recibir lo que merezco y a dejarme de «no hacía falta» y «no quiero nada» y esas chorradas que decimos para menospreciarnos y que dibujan caminos para que otros nos menosprecien y no nos tengan en cuenta.
Voy a quedarme sentada cuando quiera estar sentada y correr como una loba cuando haya luna llena…
Basta de pedir permisos y excusas por culpas imaginarias y de sentarse en el borde de la silla, en una esquina para molestar menos…
Voy a soltar mi necesidad de controlar y comprender con la razón lo que sólo se entiende desde el alma.
Voy a cambiar todo esto si me apetece porque ya no me sujeto a nada. No me he vuelto loca, cada día estoy más cuerda, más suelta y más equilibrada.
Voy a sucumbir a mis deseos sabiendo que puedo prescindir de ellos pero que no tengo que privarme de nada porque como todo ser merezco lo mejor…
Nada me aleja tanto de mí como yo misma… Nada me hace sentir tan pequeña como no aceptar mi grandeza y ocupar mi lugar. 
Voy a amarme bien porque me tengo abandonada… ¿Y tú?

merce roura
https://mercerou.wordpress.com
Pintura: Francisco Sanchís Cortés