jueves, 4 de mayo de 2017

Vives de alquiler en ti mismo



Somos víctimas de nosotros mismos. De nadie más… De nada más.
No somos lo que nos pasa, somos la forma en que decidimos afrontarlo y la enseñanza que sacamos de ello. Las palabras que usamos para contarlo, la música de fondo que le ponemos mientras imaginamos las soluciones y las personas en quienes nos convertimos al vivirlo.
Somos víctimas de nuestra arrogancia, de nuestra necesidad de demostrar, de ser aceptados y valorados desde fuera… Somos el resultado de nuestra ignorancia sobre los millones de posibilidades de ver el mundo con otros ojos que no sean los nuestros o que sean los nuestros sin estar asustados… Somos la presa de nuestro temor a no ser amados y estar solos.
Somos capaces de rebajarnos hasta convertirnos en una reducida versión de nosotros mismos que sea aceptable para los demás y nos traiga un sucedáneo de amor que mostrar al mundo… Fingimos ser para poder fingir ser amados, para vivir en una ilusión de vida que no existe.
Como si fuéramos esclavos de nuestra propia mirada, de nuestra incapacidad por plantearnos alternativas a la realidad que creemos conocer De nuestra negativa constante a no querer cuestionarnos los cimientos sobre los que hemos construido nuestros sueños y nuestra personalidad… Para no tener que descubrir que vivimos en un engaño y hemos estado intentando cambiar algo que no nos correspondía.
No hay nadie más que nosotros que pueda hundirnos o hacernos tambalear. No, si no le dejamos; e incluso así podemos blindarnos y decidir que no, que no aceptamos esa opción… Aunque no sea fácil. No lo es porque además no nos han educado para ser capaces de darnos cuenta de eso. Nos han dicho que siempre debemos buscar culpables fuera de lo que nos pasa a nosotros en la vida y cargar una gran culpa por no ser como los demás creen que debemos ser. El caso es no asumir responsabilidades y pensar que es el mundo el que va a tener que cambiar mientras nosotros nos dedicamos a juzgarlo y esperar a que sea distinto gracias a nuestro sufrimiento.
El sufrimiento es inútil. No sólo no sirve para hacernos dignos de nada, porque ya lo somos de todo, sino que además, se acumula y lo corrompe todo para acabar dando frutos amargos que conllevan más sufrimiento.
El mundo que vemos es un reflejo de nuestro mundo interior… No es lo que te pasa, es lo que eres
Sólo vemos lo que conocemos, lo que llevamos dentro… El mundo es un reflejo de lo que somos… No es lo que te pasa, es lo que eres, la forma en que miras, lo que esperas ver…
Si sales a la calle con ganas de pelea, te peleas. Si sales con ganas de risa, te ríes. Si te sientes pequeño, todo a tu alrededor será grande… Si vas por la vida dando, recibes. tal vez no de la persona a la cual le diste, sino de otra que no esperas. Si te sientes miserable, habrá quien te pise, porque seguramente ha salido a la calle con ganas de pisar para demostrarse que puede. Si te sientes culpable, recibirás un castigo imaginario. Si sales a perdonar, recibirás perdón.
A veces, nos desgarramos y herimos tratando de modificar la realidad, cambiar ese mundo que no responde a nuestras expectativas, darle la vuelta a lo que nos rodea, porque nos da mucho miedo mirar en nuestro interior y mucha pereza intentar entenderlo.


Y nada de eso sirve de nada. Sólo respirar hondo y sentir que tienes que moverte y fluir con lo que realmente eres. Vivir de acuerdo a lo que eres… Después de sacar de ti cualquier limitación que lleves arraigada y prendida en la conciencia que te haga creer que nada de lo que quieres en la vida es posible. Lo demás  es una excusa que todos usamos para poder soportar no movernos, no actuar, no ser, no sentir, ceder nuestro verdadero poder y vivir la vida que otros nos han dibujado.
Cuando se acaban las excusas, sólo quedas tú. La soledad absoluta de quien ha huído durante siglos de sí mismo. De quien ha evitado volver a casa y limpiar el polvo y abrir las ventanas… Una casa tan abandonada que te esfuerzas en no reconocer… Aunque sólo hay una opción, mirar dentro de ti y empezar a entenderte.
Siempre cambiamos cuando no hay más remedio y la vida nos duele tanto que nos pone un ultimátum. O tú o la nada. O construir de nuevo o ver cómo cae sobre ti…O dejar de sufrir o dejar de ser.
A veces, te das cuenta de que cada día haces mil cosas que te alejan de ti sin apenas pensarlas y madurarlas, pero no sabes cómo parar porque es como si no fueras tú, como si alguien hubiera conectado un piloto automático cuando tú no estabas… Mientras estabas ocupado intentando ser alguien que no eras para encajar en un mundo al que en realidad no querías pertenecer; el desánimo y las desesperanza se apoderaron de ti y te convirtieron en un robot. Es lo que pasa cuando uno se ausenta de sí mismo: otros ocupan su lugar… Y viven una vida que no tiene  nada que ver con la que tú sueñas… Se acomodan en tu sofá y se calientan ante tu chimenea. Se sientan a tu mesa y comen tu cena… Duermen en tu cama y sueñan tus sueños…
Siempre hay alguien que sueña por ti.
Tiene tu cara y lleva tu ropa, es una versión de ti rota y anestesiada de tanto pensar siempre lo mismo y no encontrar salidas.
Alguien que decide por ti cuando tú no decides. Y siempre decide lo mismo, de la misma forma, en el mismo lugar, en bucle, en círculo, sin más remedio.
Alguien que vive por ti lo que tú no vives…Ni lo notas, ni lo sientes.
No te engañes. No es culpa de nadie. Ni tuya ni suya. Es tu responsabilidad.
Si fueras un tren, no tendrías maquinista y no podrías parar en tu estación favorita.
Si fueras una casa, no tendrías puerta y podría entrar quien quisiera para vivir en ella y ocupar tu lugar.
Si fueras tú con plena consciencia, ahora verías que has dejado de serlo durante demasiado tiempo.
Lo has hecho tanto, que tal vez, ahora te das cuenta, nunca has sido tú realmente, porque siempre has estado condicionado por llegar a una idea de ti que tomaste prestada, que te dijeron que era correcta.
Y ahora descubres que para ser quien eres de verdad, en realidad, tienes que dejar de ser tú… Esta persona que habita tu casa y tu cabeza… Esta que llora por lo que tú has pensado que daba pena y ríe por lo que pensabas que hacía gracia… Esta que ha subido montañas y atravesado caminos como si fueran tus caminos, esta que ha amado pensando que amaba lo que tú amabas.
Para llegar a convertirte en esa que no conoces porque desde que eras niño no la has dejado salir a volar por miedo a caer y a no dar la talla.
Acumulas mucho trabajo pendiente, mucho.
La ventaja es que esto ya no depende de nadie más que de ti. Y que ahora, lo que descubrirás que quieres cambiar no es ese mundo rebelde que por más que quisiste transformar no podías, sino la forma de mirarlo y sentirlo… Tu voz interior, tu emociones, tus manera de abrazarlo y vivirlo… La forma en que lo hace esa persona que duerme dentro de ti esperando que la despiertes.
Siempre hay alguien que sueña por ti… Una versión dormida de ti mismo que no aspira a nada más que existir y que no tiene más sueño que el de sobrevivir y seguir ocupando un espacio .
Aunque no has querido verlo, lo sabes, porque has encontrado pistas que lo hacen evidente… Vives de alquiler en ti mismo. 
Has perdido el poder sobre tus decisiones… Has arrendado tu vida y nada de lo que sientes es del todo tuyo…
¿Hasta cuándo?

Merce Roura

miércoles, 3 de mayo de 2017

Ocho cosas que ganas cuando practicas Vinyasa Yoga

Dos de los atributos que más nos definen como seres vivos son el movimiento y la respiración. Inhalamos y exhalamos, y en cada respiración concentramos la esencia de nuestro existir. Pero ¿qué ocurre si dejamos de respirar y movernos de manera automática y nos concentramos en ello?


A través de la meditación reducimos el foco de atención. La mente disipa el torbellino de pensamientos difusos y se centra. Las múltiples técnicas meditativas nos ayudan a conectar con nuestro interior. La fusión de movimiento y respiración con actitud contemplativa consiguen un estado de dinámica meditación. Es vinyasa, la práctica de yoga que nace de esa unión.
Vinyasa yoga es meditación en acción. Respiras y te mueves con consciencia: se abre una nueva puerta.
1. Disfrutas de tu propio movimiento. Observando tus acciones, estirando, torsionando, abriendo o cerrando, conectando con tu cuerpo.
2. Conoces tu cuerpo. Aunque resulte extraño, no tenemos contacto con el organismo que nos alberga. Lo ocultamos con vestidos, lo evitamos. Con Vinyasa yoga descubrirás sus virtudes, sus imperfecciones. Para conocerlas, aceptarlas y, si lo deseas, superarlas.
3. Te retas. Las secuencias de posturas son desafíos para el equilibrio, la fuerza, la flexibilidad. Sin riesgos.
4. Bailas sobre la esterilla. El fluir continuo de la práctica de Vinyasa yoga transmite la sensación de danza. Una coreografía de posturas que bien podrías realizar con música.
5. Te concentras. Libre de distracciones, de multitareas, de condicionamientos y juicios. Moviendo y respirando con atención, como una puesta a punto mental.
6. Conectas con lo que importa. Quitando las capas superfluas que envuelven a la esencia, a lo que trasciende en la vida. Fuera aditivos, lo que de verdad importa reside en tu interior.
7. Aprendes yoga en profundidad. La práctica de Vinyasa yoga incide en que realices las asanas de manera consciente. Tu atención y la propia memoria que desarrolla el cuerpo te ayudan a integrar el yoga en tu vida.
8. Ganas calidad de vida. No es solo cuestión de mejora física o calma mental. El yoga no sería yoga si sólo lo practicaras sobre la esterilla. Entrenando la acción consciente, conectas con tus sensaciones, para conocerte, respetarte y, de paso, respetar a los demás.

Victor Medina
http://www.yogaenred.com

martes, 2 de mayo de 2017

El coraje


El coraje es el impulso que nos moviliza a actuar aun sintiendo miedo. Por ello, el coraje, es una palabra de gran connotación, pues a diferencia de la ¨valentía¨, tiene la cualidad de poder transformar a la persona.

    Ser valiente puede implicar la interpretación de estar exento de miedo, pero el miedo a veces es necesario. El coraje es arriesgar yendo de la mano con el temor, porque en cierto modo, el miedo implica un grado de temeridad necesaria.

    Con coraje uno sale de su comodidad, explora lo desconocido, se adentra en lo misterioso. Permite ir con lo que uno es en ese momento, con sus limitaciones e inquietudes, pero con ello emerge la voluntad de dar el primer paso. El coraje no es exponerse a un peligro ni ser un kamikaze, sino que puede abarcar la firme resolución de abandonar los patrones que ya no nos sirven. El coraje de soltar para también agarrar, cambiar para poder evolucionar, despegarse de lo que uno es para volverse a crear.


La valentía sin más puede estar envuelta de arrogancia, orgullo, altivez o altanería. El coraje es humildad no sometida, es la libertad comenzando a ser esculpida, es el potencial de cada individuo eclosionando en su metamorfosis personal. Sin coraje no hay capacidad de crecer. La persona se encierra en sus limitaciones y está a la espera de que las cadenas que le someten se rompan por sí solas.

    El coraje implica determinación, esfuerzo y dosis de una motivación dispuesta a perder al ¨doble o nada¨ todo aquello importante y que a la vez le esclaviza. El coraje no puede ser algo mecánico; se necesita estar presente. Se involucra entonces la consciencia y se requiere salir del yo robotizado. Es sin duda una fragancia en el individuo que lo puede respirar por sí mismo cuando sus pasos se aproximan hacia un terreno que no conoce, y por el que nunca ha transitado. Es también la rebelión que se va generando en el interior de una persona cuando se siente obligado a transmutarse, a mudar la piel que le asfixia, a renovar su psicología cuando ésta no es fructífera.


El coraje es un primer acto, lo demás vendrá dado por la circunstancia y los factores, pero lo que está claro es que esa fuerza que emerge de dentro no deja indiferente a quien lo experimenta. Dicho recurso se puede ofrecer cuando la situación es límite o insostenible, o cuando las circunstancias cierran alternativas dejando como única la opción de ser más fuerte desarrollando coraje. Supeditado a la consciencia, no es una reacción desorbitada ni anómala, como tampoco una respuesta vengativa; de hecho, puede aflorar dicha actitud sin hacerla visible a los demás convirtiéndola en un sano derecho a querer salir de cualquier arena movediza en el que se esté atrapado.

    El coraje puede configurarse en base a la necesidad de derrumbar creencias, códigos, estados de ánimo y un sinfín de mecanismos en los cuales denotamos que nos mantienen atascados y empujados por su inercia. Es entonces cuando un ¨no¨ contiene más coraje que ceder a lo que nos repulsa o detestamos.

    En la dimensión espiritual, el coraje es inevitable. La existencia no hace concesiones, no tiene miramientos ni ¨ojitos derechos¨, y la manera de acceder a su núcleo es saltando al océano de la vida. Su acceso no es un camino de rosas, sino un acantilado al que con asomarnos sentimos el abismo que parece engullirnos. Por ello, el buscador no puede recorrer su senda sin desarrollar coraje, porque forma parte intrínseca de su evolución espiritual. La valentía se echa a un lado, porque esa carcasa visible como una tarjeta de visita, queda quebrada ante la decisión de zambullirse al corazón mismo de la vida, sin paracaídas, sin amortiguadores, tan sólo con una esencia que no tiene con qué protegerse salvo su ser real, y para ello, se requiere mucho coraje.


La existencia nos propone inseguridad; nada es seguro, nada es cien por cien fiable. Y si una de las cualidades más intrínsecas de la vida es la inseguridad, deberemos reunir todo el coraje para poder adentrarnos en el desafío que nos propone. Si no, no hay crecimiento; si no, no hay capacidad de transformación. Todo se vuelve un barrizal que nos va atrapando poco a poco y, el coraje en última instancia, debe resurgir.

    La ausencia de coraje da como resultado un abandono de soberanía en la esencia de la persona. Uno queda al arrastre de la inercia; las riendas nunca son tomadas, las huellas son pisadas por otros. El resurgir del coraje activa un tipo de potencial, crea un anclaje de un yo firme y resolutivo dispuesto a darlo todo cuando la situación lo requiera, sin vacilaciones, sin titubeos, con la sana creencia de que puede darse un paso más.

    Sin coraje uno se convierte en un resultado de contrariedades sin poder remar hacia donde quiere dirigirse. Sin coraje se derrumba las posibilidades, se estrechan los sueños y gana la partida lo que consideramos injusto. Con coraje el ser humano se integra en una interactuación existencial sabiendo tomar el ritmo y ajustándose a su compás.



http://raulsantoscaballero.blogspot.com.ar

lunes, 1 de mayo de 2017

Cualquiera habla y critica, pocos escuchan y entienden




Hablar y criticar es fácil, solo es necesario abrir las compuertas y decir lo que pensamos. Escuchar y entender es mucho más difícil porque implica, ante todo, adoptar una actitud activa que nos permita ponernos en un segundo plano y ser empáticos con la persona que tenemos delante. Para evitar los problemas que esta actitud acarrea en nuestras relaciones interpersonales, basta tener presente la frase de Epicteto: “La naturaleza nos dio dos ojos, dos orejas y una boca para que pudiéramos observar y escuchar el doble de lo que hablamos” 😊

La escucha activa es un don de pocos


Muchas personas se limitan a oír, que no es lo mismo que escuchar. Oyen lo que decimos pero no lo procesan, y luego se limitan a seguir un guión preestablecido en su mente que a veces ni siquiera tiene puntos en contacto con lo que hemos dicho. Estas personas no entienden la comunicación como un acto enriquecedor sino como una batalla a ganar, en la que uno debe tener la razón y el otro, equivocarse.
La escucha activa es otra cosa, implica un esfuerzo mayor, tanto a nivel cognitivo como emocional. La escucha activa significa ir más allá de las palabras para comprender las emociones y los sentimientos que subyacen al discurso.

Implica una actitud activa en la que intentamos ponernos en el lugar del otro, por lo que no criticamos sino que nos ensimismamos en su forma de ser y la experiencia que ha vivido, para poder comprender realmente lo que nos está diciendo.

La escucha activa también significa estar disponibles emocionalmente, plenamente presentes, para poder conectar con nuestro interlocutor. De hecho, no significa simplemente escuchar sino también hacer preguntas que nos ayuden a comprender mejor el mensaje que nos intenta transmitir.

Una pista sutil de que la persona está conectando emocionalmente y mantiene una escucha activa es lo que se conoce como “mirroring”. Se trata de un reflejo automático en el cual, quien escucha repite sin darse cuenta algunos de los gestos y movimientos corporales de quien habla, sobre todo las expresiones del rostro que denotan emociones como el dolor, la alegría, el asco o el miedo.

Cuando criticamos perdemos la oportunidad de crecer


Todos criticamos. La crítica surge de nuestra tendencia a la comparación. Comparamos continuamente las cosas para saber si son mejores o peores, más grandes o más pequeñas, más o menos adecuadas… 

Sin embargo, en las relaciones interpersonales es muy fácil pasar de la comparación a la crítica y asumir el papel de jueces. Todos esos comportamientos, actitudes y formas de pensar que no se ajustan a nuestros valores y expectativas terminan siendo criticados. Porque muchas veces criticamos lo que no comprendemos o nos asusta.

Sin embargo, cuando criticamos perdemos una valiosísima oportunidad de crecer. La crítica es una conclusión, un hecho que damos por cierto. Al contrario, cuando nos ponemos en la piel de los demás se puede producir un cambio sustancial porque salimos de nuestro pequeño “yo” y entramos en otra realidad, que puede ser mucho más rica o simplemente diferente, donde podemos aprender otras cosas.

Por eso, la crítica le hace más daño a quien critica que al que es criticado pues este último puede desembarazarse de las palabras que escuchó, pero quien critica habrá perdido para siempre esa oportunidad para crecer y conectar con otra persona.

Las 3 reglas de oro para criticar menos y ser más empáticos


1. Si te quedas con las palabras, te quedas con la mitad del mensaje. Solo cuando vas más allá de las palabras logras conectar realmente con la persona. Intenta descubrir las emociones que sustentan su discurso y lograrás comprenderle mejor, desde la empatía.

2. Ponte en el lugar del otro, o al menos inténtalo. Si por un momento dejamos de pensar en nosotros, abandonamos nuestras creencias preconcebidas e intentamos ponernos en el lugar del otro, será mucho más difícil que asumamos la actitud de jueces.

3. Todos se equivocan, incluso tú. Trata a los demás como te gustaría que te trataran. Cuando asumimos que todos nos equivocamos en algún momento, podemos ser más comprensivos y adoptar una actitud más tolerante. Piensa en cómo te gustaría que te trataran. ¿Querrías que te juzgaran y criticaran o preferirías una actitud más empática y comprensiva? Recuerda que todo lo que das, lo recibes de vuelta de una u otra manera.


Psicologia/Jennifer Delgado


http://www.rinconpsicologia.com


domingo, 30 de abril de 2017

LA ESTUPIDEZ TIENE LA MALA COSTUMBRE DE PASAR SIN LLAMAR


La estupidez siempre se sitúa en primera fila para ser vista y admirada. Mientras que la inteligencia más sensata calla y observa desde un discreto rincón. Porque la ignorancia con mala fe, es como esa extraña enfermedad que nunca le afecta a quien la sufre, sino a quienes están a su alrededor para sufrir las consecuencias.
La Real Academia define esta dimensión tan manida en nuestro lenguaje popular como “torpeza notable”. Ahora bien, dentro del ámbito psicológico, la estupidez humana dispone en realidad de distintos grados de “idiotez” . No obstante, eso sí, existe uno en concreto al que se le añade el ingrediente de la intencionalidad más perniciosa.

“Nunca discutas con un estúpido: te hará descender a su nivel y ahí te vencerá con su experiencia”
                                                                                Mark Twain
Admitámoslo, ¿quién no ha cometido una estupidez en algún momento de su vida? Son esas acciones donde pesa más el impulso que la reflexión, las ganas antes que la prudencia… Son instantes vitales de los que aprender, y que en ocasiones, suelen recordarse como quien evoca una travesura de juventud. Algo que queda atrás, disuelto por la mirada de la madurez y la perspectiva del equilibrio personal.
Sin embargo, hay otro aspecto que todos sabemos bien. A veces, llegamos a subestimar la cantidad de estupidez que nos envuelve. Hay personas que se esfuerzan en aparentar lucidez y perfección, pero lo que destilan es una absoluta ingenuidad con muy malas artes. A su vez, no hay nada peor para todo cerebro despierto e iluminado que todas esas modas estúpidas enfocadas en controlarnos. En homogeneizar nuestros intereses y comportamientos.
Todos, de algún modo, todos somos víctimas de distintos tipos de estupidez humana e incluso institucional. Esa que siempre aparece sin llamar, porque siempre está ahí, presente y constante. Veámoslo con detalle.

La estupidez humana y la inteligencia

A menudo, cometemos el error de pensar que el comportamiento “estúpido” se asocia a una baja inteligencia. No es así. El coeficiente intelectual no tiene nada que ver con este tipo de acciones, reacciones, verbalizaciones o simples detalles cotidianos que vemos tan a menudo.
La Universidad Eötvös Lornand (Hungría) y la Universidad de Baylor (Texas) realizó en el 2015 un interesante trabajo al respecto de esta dimensión titulado “What is stupid? People’s conception of unintelligent behavior”. Los resultados nos mostraron por primera vez aspectos que hasta el momento ningún otro estudio psicológico nos había revelado al respecto de la estupidez humana.

Los tres tipos de estupidez humana

En primer lugar, hemos de saber que el tipo de estupidez más común es la asociada a la simple distracción. Es algo que a todos nos ocurre muy a menudo. Cometemos errores, descuidos y hasta podemos hacer daño a segundas personas por ello. No obstante, cuidado, porque no se deben a un acto involuntario. Sino más bien a una falta de esfuerzos, de inversión o implicación personal.
Por su parte, el segundo nivel con el que se asocia habitualmente a la estupidez -reflejado en este trabajo- es el de la “falta de control”. Es muy característico en personas con comportamientos obsesivos-compulsivos y con escaso autocontrol. Pueden existir diversos grados. Aunque por lo general, en este caso estamos ante un perfil marcado por una alta ansiedad. El impacto en su entorno suele ser en ocasiones muy negativo.
Por último, el tercer grado es aquel donde sí hay una clara intencionalidad. Es una estupidez declarada donde alguien opta por asumir riesgos o iniciar acciones donde sabe perfectamente que las consecuencias pueden no ser las adecuadas. Una conducción temeraria, una broma pesada, una palabra malintencionada…
Un perfil de comportamiento muy dañino que siempre está presente en nuestra sociedad.

Conspiradores de la felicidad humana

Frente a ese comportamiento estúpido que siempre pasa sin llamar  y sin que se le espere, está la mentalidad sensata. Quizá por ello, sabiendo ya que este perfil no se asocia precisamente a una baja inteligencia, deberíamos hablar más bien de una categoría moral y no una dimensión intelectual.
El estúpido nace y también se hace. Porque la estupidez impera en nuestros contextos más cercanos: se vende, se inhala y se contagia.No tenemos más que verlo en muchos programas de televisión, en campañas de moda, en personas que alcanzan la fama sin tener virtud alguna…
Fernando Savater nos explica que los estúpidos son en realidad conspiradores de la felicidad humana. Si eligen desplegar sus malas artes no es por otra cosa más que por aburrimiento. Porque quien se aburre acusa a los demás de cobardes, de egoístas, de malos patriotas, y ante todo, disfruta metiendo a otros en líos y trifulcas. La estupidez , como vemos, es mucho más que esa mala costumbre que aparece sin llamar…

Las leyes de la estupidez humana

Asimismo, Carlo Cipolla, un célebre historiador italiano también ahondó en el aspecto de la estupidez humana de modo formidable. Para él, todos los males de la sociedad estaban gestados por estos conspiradores de la felicidad, es decir, los estúpidos. De hecho, en su libro “Allegro ma non troppo” hizo un estupendo desglose de las características de este tipo de personas.
Vale la pena tenerlo en cuenta, aunque sea a modo de curiosidad.
  • La primera ley que nos dejó Carlo Cipolla es que las personas subestimamos la gran cantidad de estúpidos que nos rodean.
  • No hay que confundir a los estúpidos con los tontos o con las personas de pocas luces intelectuales: los más peligrosos son los primeros.
  • Un estúpido es aquella persona cuyos actos tienen impacto en la vida de los demás, nunca en la suya propia.
  • Una de las características de la estupidez es su pasión por entrometerse en mundos ajenos que no son de su competencia.
  • La estupidez está presente en todos los estamentos humanos, pero entre los que se hacen llamar “intelectuales o poderosos” alcanza una gravedad especial.

Psicologia/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com