sábado, 18 de marzo de 2017

La ciencia lo confirma: Mejor solo que mal acompañado



Las relaciones interpersonales son una inmensa fuente de alegría, pero también causan grandes desilusiones. Por eso, si bien numerosos estudios han demostrado que contar con una sólida red de apoyo social es importante para recuperarnos de las enfermedades y mantener a raya problemas como la depresión, no es menos cierto que en algunos casos, es válido el viejo refrán: “mejor estar solos que mal acompañados”.

Una relación de pareja tóxica puede afectar tu salud


Psicólogos de la Universidad Estatal de Nueva York han puesto el dedo en la llaga al comprobar que una relación de pareja que nos haga infelices puede tener un impacto muy negativo sobre nuestra salud, tanto física como psicológica. De hecho, la calidad de una relación puede afectarnos mucho más de lo que podríamos pensar.

En la investigación, estos psicólogos analizaron durante dos años las relaciones de pareja de 200 jóvenes, tanto noviazgos como matrimonios, con el objetivo de determinar cómo estas influían en la salud de sus miembros.

Descubrieron que aproximadamente un tercio de los jóvenes experimentaron cambios significativos en sus relaciones a lo largo del tiempo, así como en su estado de salud. Cuando en la relación de pareja predominaba el amor, apoyo, afecto, compromiso y comprensión, la salud de ambos miembros mejoraba. 

Sin embargo, cuando la relación estaba marcada por la hostilidad y las críticas, las personas se sentían infelices y frustradas. Si estas relaciones se mantenían a lo largo del tiempo, la salud de sus miembros comenzaba a resentirse, aparecían síntomas de depresión, problemas con el alcohol y otros malestares físicos. También se apreció que cuánto más rápido las personas dejaban atrás esas malas relaciones, mejor se recuperaban, lo cual indica que mientras más dure esa mala relación, más difícil nos resultará recuperarnos, tanto en el plano emocional como físico.

Hostilidad y falta de apoyo, sensaciones psicológicas que tienen consecuencias físicas


Una mala relación de pareja puede precipitarnos en un estado de estrés en el que la desilusión se mezcla con el pesimismo y la ira. Obviamente, mantenernos en ese estado durante mucho tiempo terminará provocando cambios a nivel fisiológico que afectarán nuestra salud.

En este sentido, una serie de investigaciones realizadas por especialistas de la Universidad Estatal de Ohio son especialmente reveladoras ya que demuestran sin lugar a dudas el enorme impacto que una relación de pareja puede tener sobre nuestro estado de salud.

Estos investigadores estudiaron a 76 mujeres, la mitad de ellas casadas y la otra mitad divorciadas o a punto de separarse. Al realizarles un examen de sangre descubrieron que quienes mantenían una relación de pareja complicada o seguían atadas emocionalmente a una relación difícil, mostraban una respuesta más débil del sistema inmunitario.

Luego, reclutaron a 42 matrimonios con el objetivo de investigar qué sucede en nuestro organismo durante una discusión de pareja. Un día la pareja debía hablar durante media hora sobre un tema que le granjeara el apoyo mutuo pero otro día debía abordar un tema en el que no estaban de acuerdo y que generara tensión. 

Mientras hablaban, los investigadores les hicieron pequeñas quemaduras en los brazos para analizar el efecto del apoyo o la incomprensión en el proceso de curación. Comprobaron que cuando las parejas discutieron, sus heridas tardaron un día más en sanar. Y entre las parejas que se apreció mayor hostilidad, las heridas tardaron dos días más en cicatrizar.

Estos datos sugieren que el estrés que podemos experimentar en una relación de pareja realmente desencadena cambios en nuestro organismo que, a largo plazo, pueden pasar factura a nuestra salud. Por tanto, si estás "atrapado" en una relación tóxica, que te genera más insatisfacción que felicidad, deberías hacer un alto para repensar el camino que habéis emprendido, reflexionar y buscar la mejor solución para ambos.


Psicologia/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com

Fuentes:
Barr, A. B. et. Al. (2016) Romantic relationship transitions and changes in health among rural, White young adults. J Fam Psychol; 30(7): 832-842. 
Kielcot-Glaser, J. K. et. Al. (2005) Hostile marital interactions, proinflammatory cytokine production, and wound healing. Arch Gen Psychiatry; 62(12): 1377-1384.

viernes, 17 de marzo de 2017

Actúo, luego justifico (disonancia cognitiva)


Decía el filósofo René Descartes “Cogito ergo sum”, que se puede traducir como “pienso, luego existo”. Si pensamos, existimos, es una certeza innegable. Cuando hablamos de conducta humana e incoherencia en psicología, podríamos aplicar una frase similar “actúo, luego justifico”, esta hace referencia a la disonancia cognitiva.
La teoría de Festinger sobre la disonancia cognitiva explica cómo justificamos nuestras contradicciones. Cuando hacemos algo contrario a lo que pensamos, o en nuestro pensamiento hay dos ideas, creencias o emociones opuestas surge una sensación incómoda que intentamos eliminar mediante razonamientos.
Es más fácil justificar nuestros actos que cambiar nuestras acciones. Las explicaciones apaciguan nuestro malestar y calman nuestra mente. Suele resultar más sencillo darle un porqué a nuestros actos, después de llevarlos a cabo y que no nos deje en mal lugar, que admitir que nos hemos equivocado o que nuestro interés no era tan noble.

La incómoda sensación de la disonancia

Cuando decimos o hacemos algo contrario a nuestros pensamientos, es decir, cuando los actos y los pensamientos son inconsistentes entre sí, las personas experimentamos una sensación llamada “disonancia cognitiva”. Una disonancia cognitiva que produce una sensación de malestar que vamos a intentar revisando la justificación de nuestros actos.
La disonancia cognitiva es una experiencia psicológicamente desagradable que se acompaña de inquietud y aparece cuando hay pensamientos o acciones que no concuerdan entre sí dentro de uno mismo.

Ese malestar no suele aparecer cuando la incoherencia es sobre un tema sin importancia, por ejemplo, si quiero un café pero me tomo un té. La disonancia cognitiva aparece ante acciones o pensamientos con cierta importancia para nosotros, por ejemplo, cuando queremos decidir si cambiamos o no de trabajo, cuando tenemos que defender una idea públicamente aunque internamente pensemos lo contrario o cuando hacemos algo en contra de nuestros valores fundamentales.

Hago, entonces justifico

La disonancia cognitiva desencadena un intento de justificar nuestras inconsistencias y de buscar una explicación a esas situaciones en las que hacemos algo contrario o diferente a lo que pensamos. La mayoría de las veces no somos conscientes de ello, sino que justificamos pensando que realmente son esos motivos los que nos han llevado a actuar, cuando en realidad los motivos han sido otros y los hemos modificado o maquillado después.
“Estaba una zorra con mucha hambre, y al ver colgando de una parra unos deliciosos racimos de uvas, quiso atraparlos con su boca. Mas no pudo alcanzarlos, se alejó diciéndose: “ni me agradan, están tan verdes…”
                                                                                               Esopo
Como en la fábula de Esopo, cuando la zorra no consigue alcanzar las uvas decide que no las quiere. Primero hacemos, decidimos y actuamos para después darle forma y calmarnos mediante una razón inventada.

Una defensa habitual contra el malestar

Justificarse en lugar de asumir la inconsistencia o responsabilidad de nuestros actos es la manera que nuestra mente tiene de disminuir el malestar. La disonancia cognitiva está presente en todas las personas y ante ella aparece una defensa habitual para proteger a nuestra autoestima y autoconcepto.

Por ejemplo, imagina que uno de los valores que pensamos atesorar es la honestidad y estamos muy orgullosos de ser unos buenos representantes del mismo. Sin embargo, un día te “pillas” mintiendo, una acción que está en contra de nuestro valor. Para nuestra mente es mucho más sencillo pensar que hemos mentido porque la situación “nos ha obligado” o para beneficio de otros más que para el propio. Así, buscamos una justificación aceptable para alejar la mala sensación que nos ha producido “traicionar” a nuestro valor.
Lo mismo ocurre cuando hacemos un gran esfuerzo y fracasamos a la hora de conseguirlo o cuando ante una elección acabamos eligiendo una opción con la que no estamos del todo satisfechos. Siempre encontraremos una razón que amanse nuestros miedos y proteja nuestra imagen.

Cuando lo sano se vuelve insano

La disonancia cognitiva es un mecanismo que nos protege, es decir, ayuda a conservar nuestra autoestima y salud mental. Actuamos, erramos, nos justificamos y aprendemos. Disminuimos el malestar y eso nos permite avanzar y no anclarnos en el error.
Como decía Aristóteles “la virtud está en el término medio”. Lo que la mayoría de las veces nos protege y ayuda a sobrellevar el malestar puede volverse en nuestra contra.
Pero en algunas ocasiones esta barrera contra el malestar puede ser perjudicial. A veces nos quedamos parados en la justificación sin avanzar o aprender de la inconsistencia. En otras ocasiones la disonancia es tan intensa que puede llevarnos a realizar conductas aún más perjudiciales para nosotros mismos.
Por ejemplo, podemos ser conscientes de que fumar es perjudicial para nuestra salud y aún así hacerlo. Para reducir el malestar que produce este enfrentamiento entre conducta y conocimiento, podemos minimizar en nuestra mente las repercusiones negativas del tabaco. Algo que a su vez puede incrementar el consumo de tabaco, que antes precisamente era moderado por el conocimiento que ahora nos cuestionamos para sentirnos mejor.

Hazte siempre esta pregunta: ¿fue antes el huevo o la gallina?

Tomar conciencia de nuestros mecanismos psicológicos nos ayuda a conocernos y aceptarnos mejor. Nos permite reflexionar sobre nuestros actos, tomar perspectiva y aprender de nuestros errores. Todos los seres humanos tenemos defensas e identificarlas es un paso en el camino del autoconocimiento.
La próxima vez que te encuentres a ti mismo/a justificándote ante una acción que hayas hecho y te cause cierto malestar o te sientas en alguna medida responsable, pregúntate, ¿qué fue antes, el huevo o la gallina, el actuar o el justificar?

Psicología/Andrea Pérez
https://lamenteesmaravillosa.com

jueves, 16 de marzo de 2017

5 situaciones que te permiten conocer de verdad a una persona



Las relaciones interpersonales son fuente de grandes alegrías pero también de profundas desilusiones, las cuales suelen producirse cuando los demás no son capaces de cumplir con nuestras expectativas. Sin embargo, conocer realmente a alguien implica pasar mucho tiempo con esa persona y compartir momentos de intimidad en diferentes contextos. Solo así podremos descubrir tanto su lado positivo como el negativo.

En sentido general, toda relación es valiosa y puede aportarnos algo, pero conocer realmente a las personas más cercanas nos ayudará a ajustar nuestras expectativas y mantener una relación más fluida. Si sabemos qué puede dar cada quien y hasta dónde puede llegar, no corremos el riesgo de presionarle demasiado, hasta el punto de tensar innecesariamente la relación.

Las situaciones difíciles, esas pruebas que sacan lo mejor o lo peor de la persona


1. Situaciones de estrés


He aprendido que puedes conocer mucho de una persona por la manera en la que se comporta en estas tres situaciones: un día lluvioso, un equipaje perdido y las luces de navidad enredadas”, dijo Maya Angelou. Sin duda, la manera de afrontar el estrés, aunque no sea una situación particularmente grave, puede decir mucho sobre alguien. Cuando estamos sometidos a una gran tensión puede salir lo mejor de nosotros o, al contrario, nuestro peor lado. Hay personas que se irritan hasta tal punto que responden con agresividad y son incapaces de pensar con claridad. Otras intentan culpar a los demás y evitan asumir cualquier tipo de responsabilidad. Otras se ofuscan tanto que terminan bloqueándose, por lo que no pueden pensar con claridad y encontrar soluciones viables. También están aquellas que se crecen y, a pesar del nerviosismo o la tensión, intentan buscar una solución y mantener la calma en medio de la tormenta.

2. Situaciones en las que te necesitan

Puedes descubrir mucho sobre una persona por la manera en que te pide ayuda. Habrá personas que no quieren añadir una carga adicional sobre tus hombros y te pedirán ayuda solo cuando realmente sea imprescindible pero habrá otras que esperan que siempre estés disponible para ayudarle y que priorices sus problemas sobre los tuyos, aunque estos sean prácticamente intrascendentes. Debes saber que este tipo de personas suelen comportarse de manera egoísta y no terminarán nunca de demandar favores, por lo que es importante que aprendas a ponerles coto cuanto antes. También hay quienes piden ayuda recordando un favor precedente, porque piensan que la amistad significa ajustar cuentas continuamente. Estas personas llevarán un cálculo mental de las veces que te han ayudado y luego creerán que tienen ciertos derechos sobre ti.

3. Situaciones complicadas en las que necesitas ayuda

Solo pueden unirnos los sentimientos, el interés no ha formado jamás amistades estables”, dijo Cicerón. Por eso, no hay mejor manera de conocer a una persona que a través de la ayuda que te brinda cuando la necesitas. Hay personas que solo permanecen a nuestro lado mientras necesitan nuestra ayuda, consejo y apoyo pero apenas rebasan ese bache, pierden el contacto o inventan excusas para no brindarnos la ayuda que necesitamos. Otras se muestran indiferentes, actúan como si no pasará nada o infravaloran nuestros problemas y emociones. Por supuesto, habrá situaciones en las que los demás no podrán hacer mucho, pero el simple hecho de estar a nuestro lado y brindarnos su hombro ya es más que suficiente. No se trata de que los demás resuelvan los problemas en nuestro lugar, sino de que muestren empatía y comprensión, ayudándonos a atravesar por ese momento difícil. Esas personas que nos tienden la mano cuando más lo necesitamos son auténticos tesoros que deberíamos cuidar con celo.

4. Situaciones de convivencia cotidiana

No hay nada como el día a día y la convivencia para conocer realmente a alguien. ¿Se trata de una persona que respeta tus cosas y tu espacio o, por el contrario, es tan egocéntrica que pretende que tu vida gire a su alrededor? ¿Comparte sus experiencias y emociones o se encierra en sí mismo y te aparta de su vida, como si no tuvieras cabida más que para compartir cosas intrascendentes? ¿Es capaz de discutir sin agredirte? ¿Se compromete con los asuntos cotidianos o se desentiende de ellos y espera que te encargues siempre tú de todo? ¿Se preocupa por buscar tiempo para compartir experiencias o siempre está demasiado ocupada como para pasar tiempo contigo? La convivencia te dirá si alguien es realmente independiente y se preocupa realmente por alimentar la relación, sea del tipo que sea, o si al contrario es egoísta y quiere que vivas para satisfacer sus necesidades.

5. Situaciones de alegría y éxito

Cuando una persona te quiere de verdad, se alegrará por tus éxitos y por tu felicidad, aunque ella misma esté atravesando por un mal momento. Sin embargo, hay personas que muestran su peor cara precisamente en esos momentos pues se esfuerzan por desvalorizar tu esfuerzo o minimizar tu alegría. Estas personas pueden estar a tu lado cuando estás pasando por un mal momento ya que sienten que, de cierta forma, dependes de ellas y esa sensación las empodera, pero cuando remontas y vuelas con tus propias alas tienen miedo a que cortes ese lazo que os une, de manera que se esfuerzan por chantajearte emocionalmente cuando las cosas te empiezan a ir bien. En el fondo, es probable que sientan envidia o que deseen mantenerte atado por medio de la cuerda del sufrimiento y la dependencia emocional.

Psicologia/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com

miércoles, 15 de marzo de 2017

DESOBEDECER LOS MANDATOS


HAY QUE ATREVERSE A DESOBEDECER


En mi opinión, durante la infancia nos imponen una educación que está basada en la obediencia sin discusión, y nos queda inculcada y grabada de tal modo que aun siendo adultos no sabemos o no podemos o no nos atrevemos a desobedecer.

La educación actual y pasada se fundamentan básicamente en el premio y el castigo. Si te portas bien y eres bueno –según el criterio y conveniencia del educador, claro- te quiere y juega contigo –premio- pero si te portas mal y eres malo –según el criterio y conveniencia del educador, claro- no te quiere y no juega contigo –castigo-. 

Si obedeces –aunque no estés de acuerdo- tienes el premio de la aceptación, pero si no obedeces –porque no estás de acuerdo- tienes el castigo del rechazo o el enfado. ¡Cuántas veces hemos oído “si te portas mal, mamá -o la abuela o la tía o quien sea- no te va a querer”, y esa es la amenaza más trágica y terrible que se le puede hacer a un niño que necesita imprescindiblemente sentirse querido!

Te obligan a obtener buenas notas en el colegio, y si lo hacer tienes el premio de una sonrisa, una aceptación incondicional, una felicitación y, posiblemente, un regalo. Si obtienes malas notas te regañarán, y además recibes el castigo de quedarte encerrado en casa, de no tener acceso a los juegos o aficiones que te dan placer, y de que no te acepten.

Así que nos obligan a acostumbrarnos a obedecer si es que queremos sobrevivir –que es el objetivo básico y fundamental de cualquier niño-, y obedecemos –sin cuestionarlo- tanto mandatos claros como mandatos subliminales.

Nos hacemos adultos y seguimos obedeciendo mandatos y consignas que nos grabaron en la infancia y, lo que es peor, no somos conscientes de que seguimos haciéndolo. Se han convertido en esas normas que no sabemos de dónde han salido pero que nunca nos cuestionamos y nos acaban pareciendo normales.

Como somos obedecedores inconscientes no nos damos cuenta de cuál es el motivo auténtico de la mayoría de los mandatos que nos mueven por la vida. De ahí surge, precisamente, la NECESIDAD de revisar todas las cosas que hacemos, el modo en que actuamos o pensamos, o el origen de los miedos que nos gobiernan, y eso se consigue a base de hacerse continuamente las grandes preguntas: ¿POR QUÉ? y ¿PARA QUÉ?

Encontrar sus respuestas nos puede llevar al origen de nuestros motores y motivaciones, o sea, a darnos cuenta de que muchos de nuestros pensamientos no son nuestros o de que muchas de las cosas que hacemos no las hacemos porque hayamos decidido libre y voluntariamente hacerlas sino que se deben al cumplimiento de una orden subliminal que actúa sin nuestro consentimiento expreso.

Pero, claro… en nuestro interior inconsciente eso de decidir hacer algo de un modo distinto a como nos ha sido inculcado es un acto impensable, porque es desobedecer a nuestros padres o a las figuras que nos educaron. (Hay quienes en lugar de “educación” dicen “educastración” y me encanta la palabra porque lo define perfectamente).

Y eso es un gran conflicto. Ese niño interno que se manifiesta más a menudo de lo que creemos, y que sigue actuando amenazado por el binomio premio-castigo, no se atreve a desobedecer porque sabe que el resultado es el castigo. Y sabe las pérdidas y los problemas que los castigos conllevan.

El primer paso es, por supuesto, darse cuenta de cómo actúa uno ante cada situación, de dónde surge ese modo de actuar, y si está actualizado y es propio o es algo que está ahí pero realmente no nos pertenece.

Seguimos siendo niños sumisos –y eso no es bueno- en demasiadas ocasiones, y algo interno nos frena y nos impide ser y actuar como adultos en todas las ocasiones. 

No propongo que haya que rebelarse contra todo y desobedecer todo, sino que hay que darse cuenta de por qué uno deja de ser él mismo y seguir su propio criterio y es y actúa como los otros desean. Por ejemplo, quien tiene un jefe en un trabajo sabe que tiene que obedecerle en las cosas que le manda relacionadas con el trabajo, pero solamente durante el tiempo de trabajo. 

Me refiero más concretamente a esas cosas que uno hace –o que uno piensa- y le dejan una sensación frustrante de no estar siendo él mismo, o una sensación casi de esclavitud o de dependencia, o la sensación de  descontrol por estar haciendo o actuando sin saber por qué lo hace.

Por ejemplo, si en la infancia se le dice o se le hace ver a un niño que es torpe, que es un inútil, que no acaba bien ningún encargo o tarea, se le está inculcando una idea que le va a acompañar el resto de su vida o, por lo menos, hasta que se dé cuenta de ello y lo desobedezca. Se le está diciendo “No confíes en ti”. Y, claro, por supuesto, ese niño cuando crezca no confiará en sí mismo porque obedecerá el mandato.

Todos –repito: todos- tenemos impresos en nuestra mente o en nuestro inconsciente algunos mandatos que obedecemos rigurosamente y, por supuesto, sin darnos cuenta de que lo estamos haciendo.

La propuesta es observarse continuamente uno mismo, ver qué hace o cómo actúa, y preguntarse el “por qué” y el “para qué” de eso, y preguntarse también el “por qué no” de otras cosas.

¿Por qué me considero torpe si luego que demuestro que no lo soy?, ¿Por qué no me atrevo a hacer ciertas cosas que sé que podría hacer?, ¿Por qué me boicoteo yo mismo alguno de los proyecto que tengo?, ¿Por qué siento en muchas ocasiones que no soy yo mismo sino que soy un personaje ajeno que vive dentro de mi cuerpo?, 
¿Por qué me siento mal en ocasiones después de haber hecho lo que quería hacer?

Y para encontrar las respuestas conviene remontarse hasta la infancia, porque es allí donde se encontrará el origen de la mayoría de los problemas.

Cuando uno descubra los mandatos que le impiden ser libre, conviene aplicar la fórmula de los “permisores”, o sea, darse permiso repitiendo con ahínco  frases llenas de convencimiento, ayudadas por la voluntad firme y consciente de cada uno, que comiencen diciendo con rotundidad “Yo merezco…” o “Yo tengo derecho…”

Hazlo. Te alegrarás.


Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales
buscandome.es

martes, 14 de marzo de 2017

REENCUÉNTRATE CON LA ARMONÍA PERDIDA



Partiendo de la base de que a todos nos educan dentro de una sociedad consumista, y los objetivos para los que nos preparan están relacionados con el supuesto “bienestar” social, es casi lógico que la espiritualidad y el Crecimiento Personal no estén entre los objetivos de nuestra educación.
Crecemos en este tipo de sociedad, pero… algo falla.

Las satisfacciones que vamos obteniendo no nos llenan plenamente: son efímeras. Ni siquiera al conseguir tener un buen trabajo y ganar dinero, que son los objetivos que nos inculcaron, nos encontramos en plenitud.

En el fondo se siente un descontento que no está causado por la escasez o falta de algo, ni por la necesidad de más dinero, o éxito, o poder. 

No es la ausencia de “algo” lo que nos proporciona ese descontento, sino la ignorancia de qué es lo que nos falta.

Sentimos que no estamos completos, que las felicidades momentáneas no son lo que realmente deseamos, que tiene que haber algo más, pero no sabemos qué es ese algo más, ni en qué consiste, y aún menos dónde y cómo buscarlo.

Si te encuentras en una situación similar a la descrita, sigue leyendo, por si acaso.

Sería conveniente recuperar la espontaneidad; traer al uso diario aquel niño que fuimos, que estaba exento de unas preocupaciones que nos hemos impuesto; ser juguetones sin que la edad, cualquiera que sea, nos imponga una seriedad o rigidez que, a veces, agobia y obstaculiza la naturalidad; 
No se debe negar que existe una necesidad interna de ser libres, de escaparse de los condicionamientos, de jugar por jugar, reír por reír, y hasta vaguear. Y negarlo, además, es antinatural, porque conlleva la mutilación de una parte de nuestra naturaleza. Por todo ello, no se deben acallar ni las emociones ni los impulsos.

En la psicoterapia uno de los principales trabajos es intentar volver a contactar con las partes de sí mismo que uno niega.
Parece ser que, como seres humanos, nos hemos impuesto unas normas a cumplir para estar en el mundo, que se basan, básicamente, en obligaciones y responsabilidades, y no hemos puesto el mismo interés en marcar unas reglas por las que el disfrute haya de ser habitual, incensurable, deseado, manifestado…
Si un extraterrestre llegara a la tierra y viera esto le parecería que estamos mal organizados.

En nuestro interior estamos pidiendo a gritos protección, cuidado, aventura, juegos… y expresarnos sin censura, ni por parte propia ni de la sociedad.
Los problemas emocionales se producen a partir de la negación o del intento de acallar o transformar nuestras emociones naturales, porque perdemos el contacto con nuestra auténtica naturaleza y con la armonía interna, que necesita que todas sus partes se manifiesten libremente.
Una vez leí un artículo que confirmaba que estaban obteniendo grandes éxitos en el tratamiento de la fibromialgia, y otras “enfermedades”, al hacer que los pacientes manifestaran sus emociones reprimidas.

Si nos observamos en los momentos de espontaneidad nos daremos cuenta de que es cuando realmente nos sentimos nosotros mismos. Somos más naturales en esos instantes que en los otros, más rígidos y artificiales.

Sería conveniente dedicar el tiempo y la atención necesarios para averiguar qué nos hace daño.
Nos hace daño, por ejemplo, imponernos demasiados “debería”, y ser adictos al “tengo que”, porque llevan implícita una sensación de tensión y agobio, y una pesada losa inflexible.
Se dice, y es cierto, que si cambiáramos el “debería” y el “tengo que”, por “es mi deseo”, o por “decido”, aunque sea la misma tarea la que vamos a realizar, en cambio, psicológicamente es más liviana: a todos los efectos, estamos haciendo lo que vayamos a hacer de un modo que implica satisfacción y el cumplimento de un deseo o decisión propia.

Sería conveniente verificar si somos o no demasiado rígidos con nosotros en la búsqueda de la perfección, si queremos hacerlo todo muy deprisa, si nos quedamos en el intento porque no ponemos todo de nuestra parte, si insistimos en aparentar una fortaleza que no tenemos... 
Vivir con tensión resta pureza a nuestra vida, y crea un desequilibrio que no es útil ni necesario.

Abre tu mente. Ábrete a nuevas creencias y nuevas formas de ver la vida. Date permiso para vivir una realidad distinta. Deja a tu curiosidad que te plantee sus cosas.

Autoriza la manifestación habitual del placer y la alegría. Juega. Rescata la parte lúdica. Escucha la voz de tus deseos, y cumple todos los que sean sanos. Busca a quien eres realmente, y permítele manifestarse sin censuras.

Contacta con gente sin dobleces ni artificios. Son esos que siempre llevan una sonrisa plantada en los labios, que te miran a los ojos, que ríen de un modo sincero, que son campechanos y pacíficos. Son los que demuestran su dignidad. Son esos que sabes que nunca te traicionarán.

Acércate hasta la naturaleza todo lo que puedas. Déjate saciar por la paz y el bienestar que encontrarás en ella.

Contacta asiduamente con tu espiritualidad. Varias investigaciones indican que los seres humanos tenemos cierta función neuronal dirigida a la experiencia trascendente. La espiritualidad está para ayudarnos. Utiliza el yoga, la meditación, el silencio, los libros religiosos, la música, o cualquier otro camino que te lleve a ella. Es una necesidad casi vital.

Si quieres recuperar la armonía, si quieres ser más tú mismo, sé sincero. Es imprescindible. No te preocupes por lo que piensen o digan los demás: sólo a ti tienes que darte cuentas. Sé honesto y no te traiciones nunca.

Francisco de Sales
buscandome.es