domingo, 29 de mayo de 2016

ME GUSTAN LOS INCORFORMISTAS CONSTRUCTIVOS


En mi opinión, el inconformismo es una de las cualidades interesantes del Ser Humano.

Aún es más interesante cuando ese inconformismo es constructivo, o sea, aporta alguna utilidad. 

Hay un tipo de inconformismo que se queda en la protesta y posterior berrinche, en una sensación frustrante de no querer aceptar lo que esté sucediendo mientras que tampoco se hace nada para resolverlo. Ese es un inconformismo inútil que no va más allá de la pataleta infantil en la que uno se queda enrabietado, protestando a gritos o silenciosamente, pero casi más satisfecho con su propia rabia que con la solución.

Se queda nada más que en el rechazo, pero no propone ni provoca una solución.

Siempre he estado en contra del sectarismo y un poco afligido por las personas que pertenecen a esas sectas que les inculcan las ideas, las ideologías, lo que tienen que pensar, lo que tienen que creer, y hasta lo que tienen que sentir.

Es contraproducente y dramática esa renuncia absoluta a sí mismo y a sus principios para evitarse el tener que hacer sus propias cavilaciones y tomar sus propias decisiones, y es trágica esa aceptación incondicional de lo que otros le inculcan sin molestarse en revisarlo o en modificarlo con sus propias ideas.

Es lo que unos dicen de los que acatan y obedecen las cosas de la Iglesia sin objeciones –ya que poner algo en duda se entendería como pecado-, o lo que otros dicen de los Testigos de Jehová por el mismo motivo de falta de opinión propia, o cualquiera de las muchas sectas con reglas y normas totalitarias.

Uno puede ser Cristiano, o Ateo, o Testigo de Jehová, o de cualquier otra religión o doctrina o creencia, siempre que pertenecer a cualquiera de ellas le dé libertad para seguir siendo él mismo, y para que pueda hacer las modificaciones que considere oportunas, para dudar cuando dude, y para no estar de acuerdo con alguna parte del todo, sin que se penalice por todo ello.

Me incomoda que haya personas que no son capaces de pensar por sí mismas y tener sus propias filosofías –cotidianas o religiosas- y se manejan con lo que otros les dicen u ordenan, y siguen con los ojos y la mente y el corazón cerrados a ciertos gurús, o repiten como un loro lo que dicen algunos maestros sin antes pasarlo por el tamiz de su corazón.

Existe lo que se denomina inconformismo constructivo, y se refiere al hecho de que cuando uno no está de acuerdo con alguna de las cosas que se le presentan en la vida, en vez de quedarse en el refunfuño, o de sacar los defectos que ve y sus motivos de queja con el fin de herir o de pretender mostrar una supuesta superioridad, haga una aportación positiva, dé una opinión provechosa, haga alguna contribución eficaz con sus sugerencias, o sea, que ayude, que contribuya, que colabore en la mejora.

A mí me gustan las personas que me hacen cuestionar lo que pienso o lo que creo. Me encantan. No me cierro a recibir nuevas opiniones o puntos de vista atrincherándome en unas ideas mías que pueden correr el riesgo de quedarse arcaicas y, además, cortas porque yo no he sido capaz de ver algo más o mi punto de vista es muy cerrado y pequeño.

Me encanta el que me hace ver lo que no está bien y es posible mejorarlo mientras que, al mismo tiempo, me aporta una posible solución o una forma de mejoramiento.

Y en eso creo que podemos ayudar todos, colaborando en la mejoría de las cosas, siendo positivos y constructivos, aportando, construyendo…

Es bueno que nadie se conforme con las cosas que tienen posibilidades reales de ser mejoradas. 
Es bueno ser un inconformista. 

Es bueno  cuestionar y cuestionarse… siempre que haya una buena intención detrás. 

Es bueno no acatar las dictaduras, rebelarse si apetece contra los dogmas, huir de los sectarismos, no obedecer si no se está de acuerdo, verificar que las verdades sean verdades… pero también es bueno que todo eso se haga desde la mejor actitud y con la mejor intención.

Piénsalo… comprueba a ver si te gustaría ser inconformista constructivo y, si te gusta… adelante.


Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales
http://buscandome.es/

sábado, 28 de mayo de 2016

Cuando tu hijo. . .


Te busque con la mirada... míralo.

Te busque con su boca... bésalo.

Te tienda los brazos... abrázalo.

Te quiera hablar... escúchalo.

Se sienta desamparado... ámalo.

Se sienta solo... acompáñalo.

Te pida que lo dejes... déjalo.

Te pida volver... recíbelo.

Se sienta triste... consuélalo.

Esté en el esfuerzo... anímalo.

Esté en el fracaso... protégelo.

Pierda toda esperanza... aliéntalo.


                                                                Anónimo

http://nodejardeleer.blogspot.com.ar/

SUGERENCIAS PARA QUIENES NO SABEN “SENTIR”‏


En mi opinión, la razón de todas esas personas que dicen que tienen conflictos con la capacidad de sentir, y que son incapaces de hacerlo, se debe, sencillamente, a que no saben cómo se hace.
Sentir es una capacidad inherente al Ser Humano. No es algo que haya que aprender fuera para incorporarlo.
SENTIR se compone de emociones, de impresiones, de conmociones, de estremecimientos, de paz, de sensaciones, de delicias placenteras, de sacudidas entusiastas, de palpitaciones inexplicables, de luz, de revoluciones, de comprensión sin palabras, de éxtasis, de asombros, de alegrías y de tristezas… en fin, de estados gramaticalmente indescriptibles. Nada que se diga, nada que se piense, podría explicar lo que es sentir. Pertenece a un mundo en el que las descripciones y la mente resultan inútiles. En esto no valen las teorías ni las tesis, porque sólo sirve la experimentación.
Uno de los errores habituales que se cometen es el de conformarse al encontrar una definición que se aproxime a lo que se está sintiendo. El riesgo en estos casos es el de conformarse con la explicación, y pretender sentir con el pensamiento, cosa ilógica. Hay quien cree que si su cerebro puede explicárselo entonces la sensación es más intensa. Hay quien cree, con más fundamento, que el cerebro lo que hace es condicionar el sentimiento, asociarlo a algo similar anterior, moldearlo a su gusto en vez de dejarle ser él mismo, intelectualizarlo de modo que se vive en el cerebro y no en la parte correspondiente donde impacta ese sentimiento.
Porque cuando uno se preocupa por lo que es “sentir”, y lo que implica, parece que solamente es cuando lo que se siente es doloroso, desagradable, o cualquiera de sus sinónimos, porque cuando lo que se siente es agradable o placentero, nadie se preocupa por ello. Simplemente lo disfruta.
¿CÓMO SE DEBE SENTIR?
Sin prevenciones. Sin estar a la defensiva. Evitando esa tensión que hace estar más atento a ver cuánto daño puede hacer algo que cuánto puede beneficiar. Hay que sentirlo donde golpee o donde acaricie, tal como llegue el sentimiento, y no es preciso pasarlo por el filtro de la mente, ni calificarlo o cuantificarlo antes de que llegue a su destino y ejerza su efecto. Se debe sentir abierto a la experiencia que pueda aportar.
¿DÓNDE SE DEBE SENTIR?
En el sitio de sentir: en los sentimientos. A otros les resultará más sencillo decir que en el corazón. Para este caso es lo mismo. Es un sitio distinto de la mente. No implica razonamientos, ni definiciones, ni siquiera justificaciones. Se siente y punto. Ya sea agradable o lo contrario. Tanto si se desea como si no se desea. Los sentimientos se escapan al control mental. Otra cosa es que una mente obstinada pretenda modificarlos impidiendo que se manifiesten con naturalidad, en cuyo caso se pierde la indudable aportación que pretendía aportar ese sentimiento. Conviene permitir que se manifieste como y donde tiene que ser. Luego, después de sentirlo y permitir que se diluya por sí mismo –que es lo correcto-, es cuando empieza la responsabilidad de cada uno de aprender rápido y dejarlo ir o de persistir estancándose en ello y provocándose daño o desilusión.
¿DESDE DÓNDE NO SE DEBE SENTIR?
No se debe sentir desde el ego, por supuesto. El ego es el orgulloso que nos habita, el vulnerable, el errado que es esclavo del victimismo, el que se preocupa por las apariencias, el cobarde, el que dice que es alguien, el que critica. Sentir desde el ego es equivocarse como persona.
No se debe sentir desde la preocupación. Para sentir de verdad se necesita la máxima limpieza de ánimo y espíritu, la mayor pureza; por lo tanto, si uno ya está predispuesto a sentirse atacado y afectado por lo que haya que sentir perderá la capacidad emocional que le permitiría apreciar cuándo lo que se siente es puro o está condicionado.
No se debe sentir desde la mente. La mente interfiere en el sentir. El sentir no tiene palabras, solo entiende de emociones, y no se rige por conceptos, mientras que la mente necesita clasificarlo todo y definirlo con palabras para comprenderlo. La mente analiza –acertada o equivocadamente-, pero no siente. Es más, cuando interfiere la mente mata a los sentimientos porque les despoja de su cualidad diferencial: la de no ser algo que se pueda atrapar y reducir a palabras.
No se debe sentir desde la tensión. La tensión es un estado anímico de excitación, de impaciencia, de exaltación, y por ello provoca un ambiente en el que los sentimientos –sean los que sean- no se manifiestan en libertad sino desde un condicionamiento que les impide ser ellos mismos naturalmente. Aunque los sentimientos sean de ira o de rabia, no hay que expresarlos desde una tensión previa, sino desde su propio estado.
No se debe sentir desde los prejuicios. Y muchas personas tienen preparadas unas reacciones que aplican igualmente en cada ocasión a sentimientos que aún siendo los mismos –en cuanto a nombre-, pero dependiendo del momento y del estado de ánimo, pueden ser distintos. La misma cosa, en diferente momento y en otra circunstancia, adquiere unos matices –positivos o negativos- que hacen que sea otra cosa distinta. Conviene permitir que los sentimientos nos impacten tal como son en el momento que llegan. Personalmente, creo que la respuesta pre-programada para una agresión de cualquier tipo no ha de ser la de ofrecer la otra mejilla incondicionalmente y con una sonrisa. Así como tampoco creo que ante una situación nueva haya que aplicar una respuesta vieja.
Hay que experimentarlos sin miedo. Forman parte de la vida.
La experiencia de la vida, a fin de cuentas, es la suma de todo lo que hemos sentido a lo largo de los años. Y eso habla de la importancia de saber sentir y de permitirse sentir.


Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales
http://buscandome.es/