lunes, 30 de noviembre de 2015

Imagina tu vida como un libro.



Imagina tu vida como un libro.

En cada página de este libro, sin importar aquello que esté pasando en la historia, sin importar lo que las palabras estén describiendo, sólo hay un papel en blanco.

Rara vez se toma en cuenta este papel, y todavía más raro es el hecho de apreciarlo, sin embargo, es completamente esencial. Sin él, las palabras no podrían existir.

Tú eres muy parecido al papel que hay detrás de las palabras de tu vidaTú no eres la historia de tu vida – tus fracasos, tus éxitos, tus pesares y tus esperanzas; tus memorias, tus expectativas, tus grandes logros y tus terribles pérdidas – tú eres la vida misma, esa expansión de consciencia completamente abierta y que todo lo abraza, eres ese espacio en donde la historia de tu vida se interpreta a sí misma. 

El papel de un libro jamás se ve afectado por la historia que se cuenta en élEl papel está ahí sólo para contener las palabras, abrazarlas, permitirlas ser, sin condición alguna. Las palabras aparecen y desaparecen del papel, tanto las felices como las tristes, tanto las sagradas como las profanas. Se luchan grandes batallas, se tienen aventuras increíbles, se representa el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento y, sin embargo, el papel siempre sigue estando allí, siempre presente, siempre íntegro.

Una historia de amor, una comedia, una historia de terror, una guerra épica, una larga y frustrante búsqueda de éxito o iluminación – al papel realmente no le importa.

Cualquiera que sea la historia, el papel nunca necesita saber cómo termina todo. Y en las páginas finales del libro, el papel no teme para nada el fin de las palabras, ni tampoco añora los viejos tiempos de la historia. Y si el personaje principal muere, el papel no llora. Incluso, la muerte es bien recibida por el papel. El papel no se da cuenta de que la historia ha “terminado”. El papel está más allá del ciclo de nacimiento y muerte de sus personajes.

Tú no sabes realmente cuántas páginas quedan de tu autobiografía. (De hecho, tu libro ni siquiera ha sido escrito – ¡se está escribiendo a sí mismo conforme todo se da!) Desde la perspectiva de las palabras, es decir, desde la perspectiva de la mente humana, tu historia aún no está completa.

Pasamos gran parte de nuestra vida tratando de averiguar cómo debemos terminar nuestra historia, cómo resolver todo de la mejor manera, cómo solucionar nuestros problemas pendientes, cómo “componer” y completarnos a nosotros mismos, cómo controlar un futuro incontrolable.

Pero, desde la perspectiva del papel, desde la perspectiva de la consciencia, no hay ninguna historia que resolver. Las cosas están bien exactamente como están, en este momentoEn este momento, todo ya ha sido aceptado tal y como es.

Este es el libro más amoroso que existe, y eso es lo que tú eres

Jeff Foster

Decálogo del autoengaño. ¿Te suena?‏


Según el psicólogo y escritor Daniel Goleman “Lo único que puede librarnos del poder hipnótico del autoengaño es el valor para buscar y afirmar la verdad”. Dejemos de vivir en la mentira y destapemos la verdad, dejemos de confundir lo que es con lo que nos gustaría que fuera. 
 Demóstenes dejó escrito “No hay nada más fácil que el autoengaño. Ya que lo que desea cada hombre es lo primero que cree” y empecemos por nosotros mismos. Aquí presentamos diez mentiras frecuentes, ¿te reconoces en alguna de ellas?

1-Decir “comenzaré mañana”, cuando en realidad podrías hacerlo hoy. 

2-Ilusionarse con una suerte de iluminación que llegue de repente, sin constancia ni trabajo personal profundo.

3-Definirte por un sólo aspecto de lo que eres, cuando en realidad cada ser contiene multitudes.

4-Prometerte que “es la última vez que lo hago”, cuando ya lo has intentado dejar de hacer otras veces sin éxito.

5-Esperar que algo externo te dará la felicidad, mientras repites cada día las mismas rutinas insatisfactorias.

6-Dudar de si estás a gusto en una relación. Sencillamente, si se duda, la respuesta es que “no”.

7-Creer que la sabiduría se alcanza por un solo camino, descartando otras vías por pura ignorancia.

8-Aparentar una vida en pareja cuando en realidad esa relación se acabó hace tiempo.

9-Poner toda la esperanza y atención en lo seremos o tendremos mañana, viviendo disociados de lo que somos y tenemos en el presente.

10-Asegurar que amas a una persona, mientras esperas que cambie para demostrarle tu amor.

Carmen Guerrero/Plano sin fin

DEFENDER LA DIGNIDAD PERSONAL




DEFENDER LA DIGNIDAD PERSONAL 
(La dignidad humana)

 En mi opinión, una de las tareas primordiales de las personas es la de defender –cuando se ve vulnerada- su dignidad personal. Por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio.

La dignidad, humana y personal, es el derecho propio que tiene cada ser humano a ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características y condiciones particulares, y, en principio, simplemente por el hecho de ser persona.

Este derecho, que ha de ser respetado innegociablemente por todas las personas, ha de ser acatado inexcusablemente, y en primer lugar, por uno mismo.

Si uno no se respeta no puede pedir que los otros sí lo hagan. Y uno ya no se está respetando si no exige que se le respete. 

Y ha de ser con una exigencia firme, innegociable, irreductible.

Exigir es pedir imperiosamente algo a lo que se tiene derecho. O sea, pedir autoritariamente, firmemente, del todo convencido, algo a lo que se tiene derecho. Pedirlo con asertividad.

Respetar los derechos propios, y hacer que los respeten, es el primer paso, y necesario, en el afianzamiento de la Autoestima y en el mejoramiento posterior de la relación con los otros.

Reconozco que este es un asunto que a mí me irrita especialmente.

En mi infancia acompañaba a mi padre a vender en los mercadillos. Recuerdo nítidamente un día que llovía bastante y hacía mucho frío. Por primera vez en varios años le pedí a mi padre que dejáramos de vender y nos fuéramos para casa. Una señora que me oyó pedirlo dijo: “Pobre niño”. Otra señora que escuchó el comentario me dijo: “Nunca permitas que te digan pobre niño”. Aquello me caló hondo. Allí fue donde se sublevó mi deseo de no permitir que nadie mancillara mi dignidad personal.

Yo era un niño necesitado de una palabra de consuelo, o de ánimo. O necesitado de irme a casa para no seguir pasando frío. Pero yo no era un niño necesitado de lástima.

 Toda persona de bien, repito: TODA PERSONA DE BIEN tiene el derecho innegable a preservar su dignidad y a ser respetado. 

Así que no tolero el maltrato físico o psicológico, no admito para alguien el desprecio ni la humillación, no consiento la violencia ni la dictadura, no permito el insulto ni la acusación de culpabilidad injusta. En estoy soy irreductible. Y te invito a que tú también lo seas.

Todos merecemos respeto y consideración sin que importe el nivel cultural o el sexo, sin que importen las circunstancias personales o el estatus social, sin que importe el país o las costumbres y tradiciones.

La exigencia del respeto hacia tu propia dignidad te aportará todo tipo de satisfacciones: el hermoso placer de sentirte tú mismo y sentirte íntegro, la delicia de saberte respetado y valorado como persona, el placer de andar con la cabeza alta y sintiendo el mejor y más sano de los orgullos, el goce de sentirte satisfecho con tu personalidad…


Si uno se sabe y se siente digno, podrá vivir de tal modo que aunque tenga errores, que los seguirá teniendo, o que no haga todas las cosas del mejor modo posible, por lo menos no se sentirá despreciable y no tolerará que los demás le traten de un modo denigrante o indigno. No creerá que todo “error” merece un castigo. No se considerará inepto, inútil, patán, despreciable.

Si uno se siente digno se mirará en el espejo de su conciencia y se sentirá bien.

Algunos seres humanos tienen la desdicha de estar en una vida en que las cosas agradables son escasas, o viven relaciones tormentosas cargadas de sufrimiento y adversidades. Aún en estos casos, casos en los que todo parece perdido, todo parece sucio y degradante, la dignidad personal ha de pervivir por encima de todo ello, lustrosa, impoluta, siempre respetada, virgen.

Y esto es tarea ineludible de cada persona.

Cada uno ha de defender su dignidad –por encima de casi todas las cosas y casi a cualquier precio- como su más preciado tesoro. Porque lo es. 

Las circunstancias personales te podrán despojar de casi todo, y en algunos casos no podrás hacer nada para evitarlo, pero has de lograr, sea como sea, que la dignidad personal se mantenga inmaculada por encima de cualquier acontecimiento. Que mantengas intacta la paz y reluciente la leve sonrisa que provoca tener una dignidad considerada y a salvo.

El honor que ello aporta es impagable. 

Le permite a uno ver la vida de otro modo más amable y verse a sí mismo en su integridad con una indisimulada satisfacción.

La dignidad es un sello de distinción que Dios nos otorga. Y merece toda nuestra consideración, auténtica devoción y atención y cuidado.

Es cuanto tenemos de honor y de grandeza. 

Y es, en mi opinión, una porción de divinidad. 


Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales
www.buscandome.es