lunes, 2 de octubre de 2017

No por mucho criticar, cambia el otro más temprano


La crítica no siempre es positiva, hay críticas que esconden resentimiento, frustración y hasta una dosis de envidia. Sin embargo, hay otras críticas, las críticas constructivas, que pueden ayudar a crecer o a enmendar errores. 

No obstante, para que una crítica sea bien recibida y produzca un cambio positivo en la persona, no solo debe ser sincera, verídica y con buenas intenciones sino que también se debe expresar de la manera adecuada y en el momento justo. Si alguno de estos ingredientes falla, es probable que la crítica sea recibida con recelo y no cumplirá su cometido.

Por eso, a la hora de realizar una crítica, es importante que seamos conscientes de que no por mucho criticar, cambia el otro más temprano, aunque tengamos razón.

La frustración de la persona que critica


A menudo la persona que critica sabe que tiene razón, por lo que insiste en su punto de vista. Sin embargo, cuando nota que la otra parte no es receptiva, o al menos no tanto como desearía, comienza a sentirse frustrada.

Sin embargo, el problema radica en que cuando la crítica se repite suele convertirse en reproche, de manera que quien critica termina acumulando frustración y tensión, que después descarga en el otro. Obviamente, cuando aparecen los reproches la persona pierde el control y no se da cuenta de que ha entrado en una espiral negativa. En este punto la crítica comienza a ser destructiva, se transforma en esa gota que cae continuamente y que termina por desbordar el vaso.

La persona que critica no se da cuenta de que está insistiendo en la dirección errónea, de que aunque tenga razón y quiera ayudar al otro, sus palabras, actitud o simplemente su insistencia, están siendo contraproducentes.

El enfado de quien es criticado

Por otra parte, la persona que es criticada suele percibir esas palabras como un ataque y se pone a la defensiva. Obviamente, ese estado mental no le permite vislumbrar cuánto puede haber de cierto en la crítica. Como resultado, esa persona puede sentirse vulnerable, culpable o enfadada, pero es bastante improbable que se sienta propensa al cambio.

Tampoco se le puede culpar porque los reproches suelen ser repetitivos y tienen una enorme carga emocional que termina siendo difícil de soportar. Además, a menudo se convierten en generalizaciones erróneas que solo expresan resentimiento.

Algunos ejemplos comunes de reproches que una vez pudieron ser críticas constructivas son: “Siempre haces lo mismo”, “A estas alturas ya deberías saberlo” o “¿No piensas cambiar nunca?” Esos reproches se pueden acompañar de palabras hirientes que producen heridas emocionales muy difíciles de reparar.

Molesta y desgasta pero no propicia el cambio


Al final, las críticas repetidas bajo forma de reproches simplemente acaban desgastando la relación, sin resolver nada. Cuanto más critica una parte, más se cierra la otra, haciendo que la comunicación sea cada vez más difícil.

En cierto punto, cada cual comienza a vivir en su mente. Quien critica piensa que el otro no tiene en cuenta sus opiniones y necesidades, y se lamenta por ello. Quien es criticado piensa que el otro no le estima lo suficiente y no le comprende, y se siente mal por ello.

¿Cómo salir de ese círculo vicioso?


Ante todo, es importante que asumas tu grado de responsabilidad. Si quieres que una persona tenga en cuenta tu opinión, debes plantearla de manera respetuosa, sin herir al otro ni intentar imponer tu punto de vista.

Si esa persona no te escucha a la primera, puedes repetir tu crítica, pero asegurándote de que no se convierta en un reproche. Dí lo que piensas sin emitir juicios de valor, expresa cómo te hace sentir ese comportamiento o actitud y brinda una posible solución.

He aquí los 5 puntos fundamentales de una crítica constructiva:

1. Ve directo al punto, no lances indirectas. En muchas ocasiones las personas se ven obligadas a repetir la crítica simplemente porque no se atreven a decir abiertamente lo que piensan y lanzan indirectas, con la esperanza de que el otro las capte. Sin embargo, de esta forma solo se genera malestar. Si algo te molesta, te hace sentir mal o crees que necesita ser cambiado, dilo de manera clara, directa y asertiva.

2. Expresa tus sentimientos y hazte responsable por tus emociones. A veces las críticas son percibidas como ataques, por lo que una excelente estrategia para lograr que la otra persona sea más receptiva consiste en conectar emocionalmente. Y para ello, debes expresar cómo te sientes. Por ejemplo, en vez de decir: “me sacas de quicio”, una frase con la que culpas al otro, puedes decir: “cuando llegas tarde, me pongo nervioso”, de manera que distribuyes la responsabilidad y enfatizas en el aspecto que te gustaría cambiar.

3. Concretiza, no generalices. Nadie puede cambiar por completo, sería pedirle peras al olmo. Por eso, si dices algo como “eres insoportable”, la otra persona no sabrá cómo reaccionar ni qué esperas de ella. Al contrario, la clave radica en ser lo más específico posible. Por ejemplo, puedes decir: “En estos días he notado que estás enojado, ¿te pasa algo?”.

4. Céntrate en el presente, no rebusques en el pasado. El pasado es pasado, no podemos cambiarlo y, si bien puede servir como un punto de apoyo, la crítica será mejor recibida si se centra en el presente o mira el futuro en vez de rebuscar en los errores del ayer. Por tanto, en vez de decir: “siempre llegas tarde”, puedes decir “me gustaría que no volvieras a llegar tarde. ¿Crees que puedes hacerlo?”. 

5. Sé amable. Aunque a veces resulta difícil controlar las emociones, es importante evitar la ironía en las críticas y usar el tono adecuado. A veces un simple "por favor", "lo siento" o "gracias" pueden predisponer positivamente a la otra persona a escuchar lo que tienes que decir.

Por último, recuerda que la otra persona es libre de decidir si aceptar o no tú crítica. Una vez que te has cerciorado de que ha comprendido qué desearía que cambie y por qué, debes dejarle espacio para que reflexione y tome una decisión. Insistir no servirá de mucho.

Psicología/Jennifer Delgado
https://www.rinconpsicologia.com
Fuente:
Pérez, A. (2016) No por insistir en la crítica, cambia el otro más temprano. La mente es maravillosa.

domingo, 1 de octubre de 2017

TENER ESTA HABILIDAD ES SIGNO DE LA INTELIGENCIA MÁS ALTA

ESTA PROBABLEMENTE SEA LA INTELIGENCIA MÁS ALTA, SUPERIOR A LO QUE REFLEJAN LOS EXAMENES DE IQ: UNA INTELIGENCIA HOLÍSTICA Y EMOCIONAL, CAPAZ DE PERCIBIR LA REALIDAD Y FLUIR


El escritor F. Scott Fitzgerald, uno de los más grandes novelistas del siglo XX en lengua inglesa, dijo notablemente que: "la prueba de una inteligencia de primer orden es la habilidad de sostener ideas opuestas en la mente al mismo tiempo y aun así mantener la habilidad de funcionar". 

En otras palabras, ser capaces de residir en la paradoja, en la ambivalencia, en la ambigüedad. Ir más allá de la lógica aristotélica de que algo es una cosa y por lo tanto no puede ser otra, es esto y por lo tanto no puede ser otra. Una mente que está libre de la polarización, del maniqueísmo, del fundamentalismo, de ver el mundo como blanco y negro o bueno y malo sin toda la riqueza de tonos intermedios. Esta capacidad, por otro lado, tiene que ver con la percepción o el entendimiento de la realidad, la cual es más compleja y ambivalente y no tiene un único significado, sino que es una construcción interdependiente. 
Esto fue bien descrito por Robert Anton Wilson:

Todos los fenómenos son reales en algún sentido, irreales en algún sentido,  sin sentido y reales  en algún sentido, sin sentido e irreales en algún sentido y sin sentido reales e irreales en algún sentido…

O como dijera Nagarjuna, el padre de la teoría de que las cosas no tienen existencia independiente en el budismo o que están vacías, concepto central del budismo mahayana:
En la verdadera naturaleza no hay ni permanencia ni impermanencia.
Ni ser ni no-ser, ni limpio ni no-limpio.
Ni felicidad ni sufrimiento.

Así los cuatro puntos de vista equivocados no existen.

O el sublime sendero de la más alta inteligencia del tao, que es un camino y sin embargo es un camino que no puede caminarse:
El camino que puede ser recorrido no es el eterno camino.
El nombre que puede ser nombrado no es el eterno nombre.

Llegamos a un sitio más allá de la lógica y de la dualidad. Y es que de hecho la realidad no tiene una definición única, ni las cosas existen por sí solas, y por lo tanto tienen múltiples valores y posibilidades. La física cuántica ha demostrado que la luz es onda y partícula (existe en superposición); las cosas existen y no existen a la vez. 

Ser no ser, esa es la cuestión. 

Esto es muy difícil de entender y de contemplar (incluso de jugar con), ya que la mente busca seguridad, busca identificarse con algo (lo cual le da seguridad), busca definir las cosas para defenderse de la incertidumbre, pero, a la vez, entenderlo, o al menos darle el beneficio de la duda es altamente liberador, puesto que así no limitamos nuestro potencial y las posibilidades de la existencia. 

Así podemos acercarnos al misterio y desencadenar la creatividad. Sí, la ambigüedad nos puede producir una sensación de vértigo y de vacío, pero por otro lado es la verdadera sal de la existencia. Como dijo el filósofo budista Nagarjuna: "ya que todo está vacío, todo puede ser". 

Todo puede suceder, el mundo está abierto, fresco, vibrante; las cosas no están dadas, sino que tenemos que descubrirlas por nosotros mismos y aventurarnos a lo desconocido. Y de hecho es más interesante y estimulante que así lo sea, hay mucha más energía en existir de esta manera tan abierta e indefinida. Quien no se angustia por esto accede a la energía del caos, a la energía primordial que aún no toma forma.

Esto no sólo tiene una aplicación filosófica; también, en un sentido psicológico de utilidad mundana, poder sostener visiones contrastantes sin identificarse con una única visión es algo muy valioso. Por una parte, evita el fundamentalismo y nos permite el diálogo y la apertura a otras ideas. 

Una forma simplificada de los beneficios de esto puede atisbarse en el famoso experimento de los malvaviscos de la Universidad de Stanford en los años 70. Niños de 3 años fueron presentados con un malvavisco y una proposición. El investigador les presentaba la posibilidad de no comerse el malvavisco y en 15 minutos les daría dos o más, pero tenían que aguantar. Si el niño se comía el malvavisco, ya no habría más. Lo notable de esto es que, cuando los investigadores siguieron al grupo del experimento años después, notaron que aquellos que habían podido esperar en la habitación sin comerse el malvavisco mostraron tener mejores resultados en pruebas psicométricas, niveles de satisfacción, salud y demás.

Para un niño, este experimento básico representa sostener en la mente dos ideas en conflicto y una sensación de ambigüedad: el pensamiento "Quiero comerme el malvavisco" y "Si no me como el malvavisco, luego tendré más". Hay una cierta resiliencia, a la vez que una capacidad de ver más allá de lo inmediato. Contempla, por ejemplo, estas dos ideas: "Puedo morir en cualquier momento. La muerte es inevitable" y "La vida es maravillosa. Amo la vida". Aparentemente estas ideas se oponen, pero sostenerlas al mismo tiempo puede ser lo más provechoso.

En el adulto, generalmente este tipo de ocasiones se presentan en momentos en los que no tenemos certidumbre de lo que va suceder y en los cuales hay posibilidades que entran en conflicto sobre un desenlace. 

En estos momentos podemos ser presa de angustia, parálisis o falta de motivación y colapsar y bajar nuestra eficiencia, o podemos mantener la calma, seguir haciendo lo que nos compete o considerar un camino medio entre los posibles desenlaces. 

El signo de inteligencia - que es el poder estar a gusto con la ambigüedad y la ambivalencia - es justamente no caer en los extremos, no apresurarse a definir y etiquetar, tener paciencia y contemplar las cosas sin proyectarles el deseo - que viene del miedo y la ansiedad - de cierre, de que se revelen como algo definido y concluyente. 

Esta inteligencia es, a fin de cuentas, la capacidad de jugar con la naturaleza vacía de los fenómenos, esto es, con su potencial sin límites. 

http://pijamasurf.com

sábado, 30 de septiembre de 2017

5 pasos para sanar nuestras heridas emocionales


Las experiencias dolorosas que desarrollamos a lo largo de nuestra vida conforman nuestras heridas emocionales. Estas heridas pueden ser múltiples y podemos llamarlas de muchas formas: traición, humillación, desconfianza, abandono, injusticia…
No obstante, debemos de hacernos conscientes de nuestras heridas emocionales y evitar maquillarlas, pues cuanto más tiempo esperemos a sanarlas más se agravarán. Además, cuando estamos heridos, vivimos de forma constante situaciones que tocan nuestro dolor y hacen que nos pongamos múltiples máscaras por el miedo a revivir nuestro dolor.
Así es que, a continuación, os mostramos 5 etapas que necesitamos experimentar para sanar nuestras heridas emocionales:

1- Acepta la herida como parte de ti mismo

La herida existe, puedes estar o no de acuerdo con el hecho de que existe pero el primer paso es aceptar esa posibilidad.  Según Lisa Bourbeauraceptar una herida significa mirarla, observarla detenidamente y saber que tener situaciones que resolver forma parte de la experiencia del ser humano.
No somos mejores o peores solo porque algo nos haga daño. Haberte construido tu coraza de protección es un acto heroico, un acto de amor propio que tiene mucho mérito pero que ya ha cumplido su función.
Es decir, te protegió de los ambientes que te dañaron pero, una vez que la herida está abierta y la puedes ver es momento de pensar en sanarla. Aceptar nuestras heridas resulta muy beneficioso entre otras cosas porque nos ayudará a no querer cambiarnos a nosotros mismos.

2- Acepta el hecho de que lo que temes o reprochas, te lo haces a ti mismo y a los demás

La voluntad y la decisión de sobreponernos a nuestras heridas es el primer paso hacia la paciencia, la compasión y la comprensión con nosotros mismos. Estas cualidades que desarrollarás para ti mismo, irás desarrollándolas para con los demás, lo que alimentará tu bienestar.
A veces no nos damos cuenta de que ponemos nuestras expectativas vitales en los demás, esperando que suplan nuestras carencias y que colmen nuestras esperanzas. Lo cierto es que nuestro comportamiento lleva a anular nuestras relaciones y gran parte de nuestra vida, generando gran malestar porque los demás no responden como esperamos.

3- Darte el permiso para enfadarte con aquellas personas que alimentaron esa herida

Cuanto más nos dañen y más profundas sean nuestras heridas, más normal y humano resultará culpar y sentir enfado hacia quien nos perjudicó. Date permiso para enfadarte con ellos y perdónate a ti mismo.
De lo contrario, desahogarás todo ese rencor contigo mismo y con los demás, pues si lo haces es como si estuvieras arañando tus heridas de forma constante. Sentirse culpable dificulta el perdón pero liberarnos de esa culpa y el rencor es la única forma de sanar nuestras heridas.
También es necesario perdonar, pues debemos aceptar que las personas que hieren es probable que lleven dentro un profundo dolor. Nosotros mismos dañamos a los demás con las máscaras que nos ponemos para proteger nuestras heridas.

4- Ninguna transformación es posible si no se acepta previamente la herida

Estas heridas emocionales te van a enseñar algo, aunque es probable que te cueste aceptarlo porque nuestro ego crea una barrera de protección bastante eficaz para ocultar nuestros problemas.
Lo cierto es que, normalmente, el ego quiere y cree tomar el camino más fácil pero en realidad nos complica la vida. Son nuestros pensamientos, reflexiones y actuaciones los que nos la simplifican, aunque nos parezca demasiado complicado por el esfuerzo que requiere.
Intentamos esconder la herida que más nos hace sufrir porque tememos mirar de frente a nuestra herida y revivirla. Esto nos hace portar máscaras y agravar las consecuencias del problema que tenemos; pues, entre otras cosas, dejamos de ser nosotros mismos.

5- Darte tiempo para observar cómo te has apegado a tu herida en todos estos años. 

Lo ideal es deshacernos de estas máscaras cuanto antessin juzgarnos ni criticarnos, pues esto nos permitirá identificar cómo debemos tratar nuestras heridas para sanarlas.
Es posible cambiar de máscara en un mismo día o llevar la misma durante meses o días. Lo ideal es que seas capaz de decirte a ti mismo: Vale,  me he colocado esta máscara y la razón ha sido ésta. Entonces sabrás que estás en camino y que en el resto del viaje, tu guía será la inercia que te permita sentirte bien sin ocultarte.

Psicología/Raquel Aldana
Imágenes cortesía de bruniewska y natalia_maroz
https://lamenteesmaravillosa.com