Hace unos 2.500 años, un filósofo indio llamado 
Kapila formuló una doctrina que explicaba los orígenes del universo, y 
toda la vida consciente del mismo. Sus conceptos incluían la teoría del 
«quinto elemento», conocida por muchos gracias a la alquimia y varios 
textos herméticos, y precedían a las enseñanzas de Aristóteles y Platón.
 La filosofía de Kapila se denomina samkya, y se erigió en una 
de las seis escuelas de la filosofía india clásica, siendo tan 
importante su incidencia que tuvo consecuencias trascendentales en el 
pensamiento metafísico budista y la filosofía griega, y extendiéndose 
hasta la Edad Media a través de los alquimistas europeos. Las huellas de
 la filosofía samkya aparecen en enseñanzas tales como las 
diferentes escuelas rosacruces, el “cuarto camino” de Gurdjieff, la 
masonería, la teosofía, el gnosticismo, etc.
Kapila
 decía que la conciencia pura e indiferenciada ha existido siempre, que 
ha estado irradiando eternamente, sin principio ni fin, a través del 
espacio y el tiempo, expresándose a través de una serie de principios 
que, en conjunto, podemos generalizar como 
energía consciente en movimiento.
 Para manifestar lo que entendemos por la “Creación”, la energía se 
condensa en cinco estadios o formas diferentes (elementos), que actúan 
como bloques de construcción de toda manifestación material, en diversas
 permutaciones y combinaciones. Estos elementos, todos los cuales 
proceden del primero de ellos, que los griegos llamaron éter, o en 
sanscrito se llamaba akasha, son el Aire, el Fuego, el Agua y la Tierra.
Esta
 antigua lista de elementos es un método rápido para clasificar toda la 
materia manifestada, y es la base de muchas enseñanzas esotéricas, 
alquímicas, mágicas y ocultistas de manipulación de la componentes de la
 realidad según su estado, cada uno con unas propiedades determinadas, 
que se denominan colectivamente tattwas, un término que viene a
 designar todas las cosas que poseen esencia, y hay sistemas completos 
destinados a estudiarlos y aprender a manipularlos a voluntad. Todo lo 
que podemos percibir en nuestro plano terrenal se compone de uno o más 
de estos cinco elementos combinados de varias maneras y en diferentes 
proporciones. Así mismo, es también la base para la medicina tradicional
 china, intercambiando y modificando alguno de los nombres de los 
elementos, y de otras filosofías orientales derivadas de las escuelas 
místicas de la india.
De la misma manera que estos
 cinco elementos se combinan para darnos los bloques básicos de 
construcción de la realidad (partículas cuánticas, partículas 
subatómicas, átomos, etc.), y nada puede existir sin que haya una 
relación interdependiente de los mismos para conseguir cualquier otra 
cosa, los seres humanos nos relacionamos para generar la experiencia de 
la vida humana, y nada se puede conseguir sin la existencia de estas 
relaciones. 
La relacionalidad de la vida humana
En
 los años 80, un filósofo llamado James Care escribió que la manera en 
que las personas solemos ver el mundo hoy en día está totalmente en 
contra a como la vida nos ha creado para verla [originariamente, antes 
de las varias manipulaciones genéticas sufridas]. Las relaciones humanas
 entre dos personas, por ejemplo, están basadas en una interacción que 
suele durar una duración finita de tiempo, que tiene una serie de reglas
 y normas para que se lleve a cabo, y en la cual, en muchas ocasiones, 
de esa interacción sale alguien que gana algo, y alguien que pierde algo
 (en ello se basan los deportes, el mundo financiero, educativo, la 
economía en la que se sustenta nuestro día a día, etc.). Es un tipo de 
relación en el que siempre prevalece el individualismo y el servicio a 
uno mismo. Sin embargo, decía James Care, este individualismo y las 
sociedades basadas en el mismo no son más que una ficción, ya que no 
existe tal cosa como un único individuo separado de su contexto y 
aislado, que pueda existir y desarrollarse como tal sin apoyarse en los 
demás y necesitarse mutuamente, sino que toda la experiencia humana está
 constituida por roles y relaciones entre nosotros, ya que vivimos en el
 mundo, y somos parte del mundo, o, como dice un mantra que suelo usar 
mucho para recordar mi porqué en esta encarnación: “soy una célula en el cuerpo de la humanidad, y estoy al servicio de la totalidad”.
Todos dependemos de todos
No
 hay nada que el ser humano pueda llevar a cabo sin tener en cuenta los 
elementos y personas que le rodean. Sabemos, y hemos hablado en otros 
artículos y conferencias, que es el programa ego de gestión de nuestra 
psique lo que nos da la ilusión de la separación y de la individualidad,
 y lo que nos hace vernos como seres aislados, pero todo lo que hacemos y
 somos depende de todo lo demás, y nada puede ser hecho o alcanzado sin 
tener en cuenta las relaciones con objetos, elementos y personas 
involucradas, por lo que la filosofía de vida que está más alineada con 
nuestro propósito y función no es nunca la filosofía de la 
individualidad, sino la de la relacionalidad e interdependencia de todos
 con todos. En este aspecto, todos necesitándonos a todos, y todos 
trabajando con todos, es una forma de existencia que fluye con los 
principios de la vida que rigen el planeta, sin principio ni fin, un 
tipo de relación con el entorno, los otros reinos de la naturaleza y el 
resto de la raza humana donde el enfoque está puesto en reforzar los 
lazos y las conexiones de las que penden nuestros crecimientos mutuos, 
para poder resolver situaciones cada vez más grandes con la fuerza de la
 unidad.
Para solventar paradojas a la hora de 
entender bien el concepto de individualidad contra el que James Care 
escribe, hemos de ver a esta principalmente como un componente en el 
trabajo personal de mirar hacia nuestro interior para conocernos mejor, 
sanarnos, desprogramarnos, autoevaluarnos y observarnos, etc., ya que es
 el único aspecto que nadie puede mirar o hacer por ti, y del que no 
dependes de nadie para poder hacerlo, pero si que puedes necesitar a los
 demás para ayudarte a ello. Pero, perfectamente alineado, resulta 
también que el trabajo de cambiar en nuestro interior para poder cambiar
 el mundo exterior pasa también por ver esa ilusión de individualidad en
 lo más recóndito de cada uno, y ya cuando hemos removidos unas cuantas 
capas de filtros, velos y programas mentales, aparecen atisbos de que 
viajando hacia el interior de ti mismo para cambiarte y crecer, llegas 
al corazón de los campos de consciencia que unen todas las cosas y todas
 las personas, volviendo a darte cuenta que el mundo exterior, de nuevo,
 cumple con las ideas a rajatabla de que todo depende de todo, y que los
 limites que nos ponemos para definir donde termino yo y donde empiezas 
tu son solo una construcción de la mente, en la parte más terrenal de 
los múltiples niveles que componen nuestra existencia.
La ley de correspondencias
Los
 antiguos filósofos ya se dieron cuenta de que si todo depende de todo y
 todas las personas dependen de todas las personas, debe haber algún 
tipo de ley cósmica o universal que rija estas dependencias. Hace un par
 de años, 
en este otro articulo, ya explicamos porqué se corresponden ciertas cosas con ciertas otras cosas, basándonos en la ley de las octavas.
Habréis
 leído hasta la saciedad que lo que buscas “ahí fuera” lo tienes 
entrando “hacia dentro”. Porque es lo mismo. No es que seamos parte del 
universo. Es que todo el universo es parte de nosotros, está en 
nosotros. El más absoluto infinito se concentra en la parte más pequeña 
de cada una de nuestras células. ¿Es esto correcto? ¿Cómo puede algo 
“finito” como nosotros, un ser humano, “ser” algo infinito como el 
Universo?
Fractales infinitos
La
 respuesta está en lo que se llama un fractal. Un fractal es una 
representación geométrica que puede ser dividida hasta el infinito y 
conserva su misma forma, estructural, potencial, etc. Fijaros en la 
figura siguiente. Es la conocida estrella de David, símbolo de 
muchísimas culturas que se pierden en la antigüedad (y mal apropiada por
 alguna actual). Imaginaros una de vuestras células, la más pequeña, 
como el círculo que rodea la figura. Este espacio es finito, está 
acotado, es fácil de entender que tiene límites. Ahora insertamos una 
figura geométrica en su interior, un triángulo equilátero, mejor dicho, 
dos. Uno hacia arriba, y otro hacia abajo. Buscamos una representación 
geométrica que nos explique cómo el infinito puede estar contenido en 
algo finito, y este es el modelo que lo explica.

 
¿Y
 por qué dos triángulos y no otra cosa? Porque representan la dualidad 
de nuestro universo y la doble polaridad de todo lo que existe. 
Existimos en una realidad en la cual percibimos que no existe blanco sin
 negro, ni frío sin calor, una cosa y su contrario, por eso este símbolo
 representa la dualidad. ¿Es correcta esa percepción? No. Todo funciona 
por triadas, y al ser humano le falta ver la realidad a través de la 
tercera energía o polaridad, la energía neutra o equilibrante, pero por 
la manipulación de la esfera de consciencia sufrida en los albores de 
nuestra creación no podemos ver los tres componentes que forman todo lo 
que existe, y por eso vivimos bajo la ilusión de la dualidad.
Volviendo
 a la figura, en estos momentos seguimos teniendo un espacio finito (el 
interior del círculo) acotado por la circunferencia que representa ser 
un átomo nuestro, una célula o nuestro cuerpo entero, el límite que 
defina no tiene importancia. ¿Cómo metemos algo infinito en ello? Si 
para cada uno de los nuevos triángulos resultantes vamos añadiendo más 
triángulos, dividiendo estos que ya hemos creado, tal y como veis en la 
figura siguiente, volvemos a obtener nuevas estrellas de David de tamaño
 menor, pero siempre totalmente completas, con las mismas 
características y propiedades que la estrella “madre”, los mismos 
ángulos, las mismas proporciones, etc.

 
Cada
 una de esas divisiones crea la misma forma que el dibujo original, y lo
 que es mejor, podemos seguir así hasta el infinito, porque cada 
estrella nueva que se crea, puede ser dividida de nuevo hasta donde 
queramos, suponiendo que pudiéramos tener un microscopio tan potente que
 nos permitiera ver esas subdivisiones tan pequeñas hasta el infinito. 
Y, además, para cada nivel en el que dividimos, tenemos un nuevo círculo
 que lo rodea que representa el límite ilusorio de algo acotado que 
tiene ese subnivel.
Todo conectado con todo
Gracias
 a este proceso existe el infinito dentro de un espacio finito y esta es
 la respuesta que nos permite entender cómo todo el universo puede estar
 dentro del más pequeño de nuestros átomos, porque cada célula nuestra 
es un fractal que está conectado con todo el universo que existe en la 
célula, persona o silla de al lado (tal y como están conectadas entre sí
 todas las mini estrellas de David que salen en la figura). Es la ley de
 la correspondencia hacia arriba, o hacia abajo, hacia dentro o hacia 
afuera, es el modelo de las relaciones humanas, de la vida, de la 
consciencia, en cualquier plano, en cualquier dimensión, en cualquier 
nivel.
El infinito, el universo y todos sus planos
 existenciales están en nosotros y una parte del Todo no puede existir 
sin la parte de al lado. No existe individualidad como tal, como 
concepto de una parte aislada del resto que pueda hacer algo sin la 
concordancia y existencia del resto de partes que forman el conjunto 
mayor al que pertenece. Y, por el mismo motivo, no existe acción, por 
pequeña que sea, que una de las micro-micro-figuras fractales realizara,
 que no afecte si o si a todo el conjunto, de ahí que no hay 
pensamiento, acción o energía movida, creada o emitida por el ser 
humano, que no tenga repercusión, en su justa medida, en todos y cada 
uno del resto de fractales de la Creación. El “efecto mariposa”, del 
cual seguro habréis oído hablar, nace de este concepto.
Todo
 está conectado, todo es interdependiente, todo afecta a todo, y quizás 
lleguemos a tener todos esta visión del mundo, en algún momento de 
nuestro periplo evolutivo como especie. Requiere algo que pocos humanos 
han llegado hasta el  momento a ser conscientes en cada momento de sus 
vidas, pero es una de esas cosas que esperan a ser descubiertas más allá
 del velo de la ilusión de nuestra realidad percibida, manipuladamente, 
como individual y separada de todo lo demás.