Todos los días hacemos cosas, y para hacerlas tomamos cientos de decisiones conscientes.
Y todos los días NO tomamos cientos de decisiones, porque se deciden sin ser conscientes de ellas, o sea, se toman ellas mismas por omisión, o son tomadas por el gobernador suplente que tenemos, que se llama "el inconsciente".
En muchas de las relacionadas con el cuerpo, no podemos decidir: respirar, tener hambre, tener sueño, etc., pero en todas las demás tenemos la opción, o la obligación, de tomarlas consciente y voluntariamente.
Piensa en todas las cosas que haces a lo largo del día y date cuenta de que muy pocas ocasiones te detienes para reflexionar sobre lo que quieres hacer.
Cada cosa que se hace, no se hace por sí misma, sino que se hace a partir de una decisión, aunque sea inconsciente por lo rutinaria, o por la desatención.
Al conducir, uno pone el coche a rodar mientras tiene la mente en otro sitio. No razona: “Tengo que darle a la llave para que el motor de arranque cumpla su cometido de bla bla bla… sino que lo hace; no piensa en que tiene que pisar el embrague para que bla bla bla… sino que lo hace, y pone la primera velocidad sin reflexionar acerca de que lo hace porque esa es la velocidad en la que el vehículo tiene más capacidad de arrastre y… bla bla bla.”
Esas cosas se hacen porque se sabe que se tienen que hacer así y no hay otra opción mejor (bueno, se puede salir en segunda haciendo un esfuerzo el embrague o tener un coche con cambio automático…)
Se hacen de un modo inconsciente, lo que quiere decir que uno no reflexiona, no compara con otras opciones, no piensa en cómo puede ser de mejor o peor a corto o largo plazo.
En algunas ocasiones no es importante que sea una u otra la decisión que tomes, como, por ejemplo, qué como hoy o qué canal de televisión voy a ver.
¿O sí son importantes?
Si decides comer carne en vez de pescado, posiblemente tengas que ir a otro comercio distinto, por otro camino distinto, con un riesgo distinto, y encontrarte con otra gente distinta, que te pueden llevar a tener una conversación en la que sepas algo que sí pueda ser decisivo o importante en tu vida.
Lo mismo pasa con la televisión, que quizás viendo un programa te des cuenta de algo importante, o te haga cambiar de opinión con respecto a algún asunto, o te haga sentir algunas cosas de un modo distinto, o te haga darte cuenta de cómo estás perdiendo parte de tu vida mirando un programa que no te interesa, en vez de estar contigo, o con tus seres queridos, o hacer otras actividades más interesantes.
Bueno… ¿a ver si esto de vivir va a ser más complicado de lo que parece?
No trato de que te obsesiones con lo que he escrito, pero sí te propongo un poco más de reflexión, sobre todo para las cosas que sí sabes que realmente son importantes.
Sí es recomendable, ante las cosas que pueden ser transcendentales, tomar el mando y decidir voluntariamente.
Hacerse preguntas del estilo de ¿por qué?, ¿para qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?
La toma de decisiones inconsciente, las que se toman por sí mismas ya que nosotros no participamos en ellas, son, cuando exceden de lo normal y lo intrascendente, de una grave irresponsabilidad.
Nacemos para tomar decisiones.
Y si no nos han preparado para ese cometido –porque no reforzaron nuestra autoestima, o porque no nos dieron herramientas educacionales para ello-, no tenemos otra opción correcta más que aprender cómo se hace, convirtiéndonos en seres responsables de la propia vida, consecuentes con la importancia que eso tiene, y seres que cambiarán su vida hacia mejor porque en cada momento estarán gobernándola y dirigiéndola del modo adecuado a los intereses o deseos propios.
La vida no es un campo de batalla, ni se ha venido aquí a sufrir. No es para “aguantarla” como buenamente se pueda, sino para disfrutarla.
No es un centro de castigo al que hemos sido condenados.
Un regalo de Dios no puede ser un regalo envenenado.
Y se disfruta más la vida, y se le encuentra el lado más agradable, si, sabiendo lo que realmente queremos hacer en ella, lo hacemos.
La calidad de nuestra vida va a depender en gran medida de que nos sintamos felices porque hacemos lo que consideramos adecuado, o que nos sintamos desgraciados porque nos sentimos víctimas de ella, y frustrados porque se nos acumulan las decepciones y las desilusiones.
¿Y cómo se toman las decisiones de un modo adecuado?
Básicamente, prestando atención a cada momento que sabemos que es importante y tomando la decisión de un modo consciente.
Para ello se requiere detenerse en el asunto y actuar del modo conveniente.
Unas personas actúan confiando en la intuición o en las corazonadas. Si este sistema les funciona, porque la experiencia les ha confirmado que tienen más aciertos que con el intelecto, que sigan confiando en él. Si no les funciona, que hagan como el resto: que se enfrenten al asunto del modo más desapegado posible, tratando de verlo como si fuera un asunto ajeno, para no sentirse afectado por algunos de las negatividades que contempla el equivocarse en la decisión.
Si estoy decidiendo qué voy a hacer en mi vida sentimental, por ejemplo, el temor al error en la decisión, que puede cambiar mi vida completamente, me va a añadir una carga de excesiva preocupación y temor que no va a permitir que la decisión se tome de un modo ecuánime y natural.
Si lo mismo que nos pasa a nosotros le pasara a un amigo, y este amigo nos lo contara pidiéndonos consejo, seguramente acertaríamos con la respuesta, ya que al no arriesgar nada en ello, podemos ser capaces de verlo desapegada e imparcialmente.
El temor al riesgo a que salga mal es lo que impide que tomemos la decisión bien, y no sentirse personalmente implicado en ello, nos permite hacerlo de un modo correcto.
Conviene también evitar los reproches posteriores en el caso de que se demuestre que la decisión no fue acertada del todo, ya que el temor a las consecuentes quejas y lamentos, va a aportar más incertidumbre a la decisión.
Si uno pertenece a ese grupo de personas que son sus más encarnizados y cruentos enemigos propios, conviene tener un diálogo consigo mismo de conciliación y de acuerdo para una colaboración en que ambas partes acepten que puede que la decisión no tenga el resultado posterior esperado, y que eso simplemente ha de entenderse como una experiencia que no cumplió sus objetivos y no como un nuevo motivo para iniciar otra ensangrentada guerra.
Es recomendable tomar las decisiones desde la propia voluntad, y que no sean “el destino”, “la suerte”, o la omisión quienes se hagan cargo de esa responsabilidad nuestra que es la administración sensata y comprometida de nuestra vida.
Francisco de Sales
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