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sábado, 2 de septiembre de 2017

3 elementos para vivir más de la realidad que realmente quieres vivir



La vida y la realidad son dos cosas distintas.

La primera, la vida, es la obvia consciencia de tu existencia. Es el movimiento constante del fluir de La Existencia. Manifestándose. Expresándose. Mostrándose. Apareciendo y desapareciendo.
Todo en el espacio de la consciencia espiritual que eres.

La realidad, es la experiencia que tienes de la vida. Es la manera particular en la que vives tu existir. Es la mirada de la vida desde una perspectiva particular del infinito.

Curiosamente, hemos aprendido a creer que el juego de nuestro existir tiene que ver con «la vida». Con lo que aparece: circunstancias, personajes, pensamientos, emociones. Y con lo que desaparece y se desvanece.
Hemos creído que nuestra existencia, y muy especialmente, la calidad de nuestro existir (si somos felices o miserables), depende de «la vida» y la forma en que se muestra.

Aprendimos a luchar. A proteger. A intentar controlar. A pretender predecir.

Y en el proceso, a creernos al efecto de la vida.
Hemos dado por sentado que nuestra felicidad, nuestra plenitud, nuestra libertad, nuestro entusiasmo, son experiencias condicionadas a las circunstancias.
Pero resulta que esos estados de ser, no tienen que ver con la vida. Sino con tu realidad. Esa que creas desde las miradas y las creencias con las que te encuentras con la obviedad de la vida en movimiento.
►No importa lo que ocurra en tu vida, tú eres dueño de tu realidad.
El nivel de éxtasis o de sufrimiento que puedas experimentar, depende de una sola cosa: aquello que te estés permitiendo ser.
O mejor dicho, qué tanto de ti mismo –de quien realmente eres como consciencia expandida– te estás dando el permiso de experimentar.
Aquí compartimos contigo tres espacios de consciencia para explorar y emplear para conectar con más de la realidad que quieres vivir, más allá de las circunstancias en las que tu vida pueda estarse manifestando en este momento.

1) Libertad

La libertad no se alcanza. Se reconoce.

Quién realmente eres, como presencia de Consciencia Espiritual, es libre. Naturalmente. Fundamentalmente. Absolutamente.
Imagina una pantalla de cine. En ella, se proyectan infinitud de películas. No importa cuáles, independientemente de la intensidad de las escenas de cada una, la pantalla siempre permanece inmutable.

Libre del contenido. Libre de la forma. Siempre amplia. Siempre permitiendo lo que en ella se proyecta. Porque nada amenaza su esencia ni su existencia.
Desde la pantalla que eres, ante cualquier película y escena que puedas estar viviendo, mantienes una cualidad intrínseca a tu existencia: tu libertad.

La libertad para escoger cómo miras lo que ocurre. Qué tanto lo abrazas o lo rechazas. Qué tanto lo aprovechas o lo desdeñas.

La libertad para aferrarte o soltar. Para reprimirte o dejarte ser. Plenamente. Tú.
►Como cualidad esencial de la Consciencia que eres, tu libertad está siempre presente. Tanto como la presencia misma que eres.
Detrás y por sobre todo pensamiento, emoción, circunstancia, reto, altercado, problema, desafío, persona, dolor, enfermedad, muerte… está el espacio libre de la Consciencia que eres.
Una presencia que es eterna. Y que en ese sentido, el de la trascendencia de tu Consciencia, también es libre de la temporalidad de la vida y sus circunstancias.

Desde ahí, desde tu esencia, desde tu naturaleza, eres plenamente libre.

Libre para escoger hacia dónde dirigir tu atención. En qué enfocarte. A qué darle tu energía.
Es decir, libre para escoger tu realidad ante la vida con la que te encuentras.

2) Poder

El reconocimiento de tu libertad se expresa en la capacidad de jugar con ella. De evidenciarte como el Ser libre que eres.
Eso es poder. El poder para elegir el estado de ser desde el que quieres vibrar y experimentarte.
El poder de ser… aquello que se siente más tú.
Aquello que está alineado a tu Alma. A tu llamado. A tu corazón. A tu entusiasmo. Al éxtasis de tu existencia.
No se trata de sustituir las sensaciones de victimización producto de las creencias con las que hemos crecido y las ilusiones que hemos dada por ciertas, por la ilusión del control.
El poder no está en la pretensión de controlar la vida y sus circunstancias.
►Tu verdadero poder está en el despertar a la absoluta libertad de ti como Consciencia, y escoger desde ahí la realidad que quieres experimentar… independientemente de las circunstancias.
Es el poder de ser ante la vida, quien se sabe libre y dueño de su mirada y su vibra.

Es un poder que, así como tu libertad, siempre está disponible. Porque es una cualidad de tu esencia.

Aún cuando nos hemos sentido víctimas hasta de nuestros propios pensamientos y emociones, que a veces aparecen como monstruos incontrolables, nuestra libertad y poder están presente.
Podríamos decir que a la espera… de que te reconozcas en ellos. De que te des cuenta que nada de lo que aparece en tu vida –nada de lo que se proyecta en la pantalla– te define.
Tú eres la pantalla. Ninguna escena, ninguna película proyectada en ella, puede encerrarte.
Quien realmente eres es el espacio de existencia en el que esas apariciones van y vienen.

En ese venir e irse de lo efímero, lo que siempre queda es la existencia de ti como Consciencia. Y en ella, la libertad y el poder de escoger, entre infinitud de posibilidades todas igualmente válidas, la mirada de la existencia que elijas ser.

En la medida que nos despertamos al trance de creernos el contenido de nuestras mentes y de estar al efecto de las circunstancias en nuestra vida, nuestra consciencia se expande a más de lo que ya es:
La libertad y el poder para crear realidades.

3) Alineación

Ahora el asunto es…
¿Qué haces con tu libertad y poder? ¿Cómo juegas con la infinitud y absoluta flexibilidad de tu Consciencia?

Tienes dos opciones: vivir experiencias de alineación, o de desalineación. De resonancia, o disonancia. De expansión, o contracción.

Cualquier realidad es válida. Es permitida. Amada. Aceptada. Legítima.

¿Pero acaso no te sientes más atraído a la idea de expandirte, que de contraerte? ¿De estar en resonancia, que de encontrarte en disonancia?

La Existencia existe para experimentarse a sí misma. Y tú, como expresión individualizada del Todo, eres la manifestación de ese impulso primordial.
►Eres el fractal de la Existencia, queriendo experimentarse a si misma a plenitud.
Y en la medida que usas el reconocimiento de tu libertad y tu poder para alinearte a tu Alma, a los susurros de tu Ser, a la verdad de tu corazón, te haces eco de tu energía primordial.
Y también experimentas más del éxtasis existencial que realmente eres.

Lo que solemos llamar felicidad, goce, plenitud, liviandad, iluminación, entusiasmo, pasión, paz… son todas expresiones de un fenómeno: la alineación con lo que tu Alma sabe y quiere para sí.

En contraparte, las llamadas emociones negativas –depresión, rabia, miedo, desesperanza, celos, odio– no son más que señales energéticas indicando algo: al momento de sentirlas, estás relacionándote con la existencia desde la perspectiva de una creencia que contradice tu sabiduría espiritual y la verdad de tu Ser.

Dicho de otra manera:
►La felicidad, paz y plenitud que posiblemente buscas, están en tu capacidad de, en cualquier ahora, crear una realidad –escoger una perspectiva ante la vida– alineada a la mirada que tienes como Consciencia expandida.

►Libertad. Poder. Alineación. 
¿Qué puedes hacer ahora con estos tres elementos?

Primero, reconoce la libertad de tu consciencia, independientemente de las circunstancias.

Segundo, conecta con tu poder para crear tu realidad, en la medida que te adueñas de la mirada a través de la cual te encuentras con la vida.

Tercero, ya que eres libre y tienes el poder para elegir, déjate guiar por tu sistema de guía emocional para alinearte a la vibración y perspectiva de tu Alma.

Así podrás vivir más en la realidad que, desde la totalidad de tu Ser, realmente quieres vivir.


L
http://elpoderdeser.com

viernes, 1 de septiembre de 2017

ADIÓS LOUISE L. HAY

ADIÓS LOUISE L. HAY
Nuestra amada amiga y fundadora, Louise Lynn Hay, hizo la transición esta mañana, 30 de agosto de 2017 de causas naturales a la edad de 90 años. Ella partió pacíficamente mientras dormía. Louise era una visionaria increíble, todos los que tenían el privilegio de conocerla, ya sea en persona o a través de sus palabras, sentían su pasión por servir a los demás.
Considerada una de las fundadoras del movimiento de autoayuda, Louise fue apodada “lo más parecido a un santo vivo”. Publicó su primer libro, Heal Your Body, en 1976 (a los 50 años) mucho antes de que estuviera de moda discutir la conexión entre la mente y el cuerpo.
Louise comenzó lo que se convertiría en el trabajo de su vida en la ciudad de Nueva York en 1970. Comenzó a asistir a reuniones en la Iglesia de Ciencias Religiosas y luego ingresó en un programa ministerial. Se convirtió en una oradora popular en la iglesia, y pronto se encontró aconsejando a los clientes. Este trabajo rápidamente se convirtió en una carrera a tiempo completo. Después de varios años, Louise compiló una guía de referencia que detalla las causas mentales de dolencias físicas y desarrolló patrones positivos de pensamiento para revertir la enfermedad y crear salud. Esta compilación fue la base de Heal Your Body, también conocida con afecto como “el pequeño libro azul”.
Louise fue capaz de poner en práctica sus filosofías cuando le diagnosticaron cáncer. Consideró las alternativas a la cirugía y las drogas, y en su lugar desarrolló un programa intensivo de afirmaciones, visualización, limpieza nutricional y psicoterapia. En seis meses, estaba completamente curada de cáncer.
En 1980, Louise comenzó a poner sus métodos del taller en el papel. En 1984, su segundo libro, You Can Heal Your Life, fue publicado. En ella, Louise explicó cómo nuestras creencias e ideas acerca de nosotros mismos son a menudo la causa de nuestros problemas emocionales y enfermedades físicas y cómo, mediante el uso de ciertas herramientas, podemos cambiar nuestro pensamiento y nuestras vidas para mejor.
You Can Heal Your Life se convirtió en un bestseller del New York Times y pasó 16 semanas en la lista. Más de 50 millones de copias de You Can Heal Your Life se han vendido en todo el mundo.
En 1985, Louise comenzó su famoso grupo de apoyo, “The Hayride”, con seis hombres diagnosticados con SIDA. En 1988, el grupo había llegado a una reunión semanal de 800 personas y se había trasladado a un auditorio en West Hollywood. Una vez más, Louise había iniciado un movimiento de amor y apoyo mucho antes de que la gente empezara a usar cintas rojas en sus solapas.
En 1987, lo que comenzó como una pequeña empresa en el salón de su casa se convirtió en Hay House, Inc .: una editorial exitosa que ha vendido millones de libros y productos en todo el mundo y ahora tiene oficinas en California, Nueva York, Londres, Sydney , Johannesburgo y Nueva Delhi. “La reunión Louise cambió la dirección de mi vida”, dijo Reid Tracy, Presidente y CEO de Hay House, Inc.
“Su pasión por servir a los demás se tradujo en todo lo que hacía. Simplemente trabajando junto a ella, un contador analítico como yo se transformó en alguien que tomó conciencia del poder de las afirmaciones y del amor propio. Ser capaz de aprender de ella ha sido una de las mayores bendiciones de mi vida. La belleza de Louise era que no tenías que trabajar junto a ella para aprender de ella, sentías como si estuvieras allí con ella con cada palabra leida o escuchada”.
Hay House ha publicado obras de muchos autores notables en el movimiento de autoayuda, entre ellos el Dr. Wayne Dyer, Doreen Virtue, el Dr. Christiane Northrup, y Esther y Jerry Hicks, entre otros.
Louise era muy vocal en su creencia de que la edad era irrelevante para lograr los sueños de uno. Hasta ese momento, a los 81 años, Louise estrenó su primera película sobre su vida y su trabajo, You Can Heal Your Life: The Movie.
“Cada uno de nosotros decide encarnarse en este planeta en un punto particular, punto del tiempo y del espacio. Hemos elegido venir aquí a aprender una lección particular que nos hará avanzar en nuestro, camino evolutivo espiritual”

https://consejosdelconejo.com

¡Gracias Maestra!

viernes, 25 de agosto de 2017

Cuida a las personas que hacen bonito tu mundo



Las personas que hacen bonito tu mundo son quienes te reconfortan, te sacan sonrisas, te sosiegan y te mantienen fuerte ante la vida. Con ellas, las personas que hacen bonito tu mundo, las relaciones son sólidas, consistentes y leales.

La persona que hace bonito tu mundo es la sincera, la que aprieta la mano y cuando mira a los ojos llega hasta el corazón. Su sola presencia emociona, porque respetan, porque no juzgan y porque siempre dan la cara. Por eso son las personas que hacen lindo nuestro mundo.

Hay personas que nos encantan. No por nada en concreto, sino porque nos ofrecen confianza y placidez. Son relaciones que se cultivan en los pequeños detalles, sinceras y verdaderas. Son aquellas que se pueden alimentar con miradas de complicidad y pequeños gestos, pues cada detalle se convierte en una gran obra.

Estos sentimientos suelen ser recíprocos y hay ciertas reglas no escritas que prevalecen entre ellos. Sin embargo, muchas veces se nos olvida que los “te quiero” también hay que pronunciarlos y que la gratitud es el mejor alimento para el alma.

Así es que con frecuencia descuidamos algo tan importante y vital como es la demostración del afecto y la atención a las necesidades afectivas de nuestras parejas en este baile de la vida. Por eso, las personas que hacen bonito tu mundo también se merecen que hagamos bonito el suyo.

Lo que se descuida, se pierde

Se dice que el amor dura tanto como lo cuidemos y lo cuidamos tanto como lo queremos. Así, si bien somos humanos y a veces cometemos errores que pueden llevar a equívocos en relación de nuestro afecto, lo cierto es que no podemos permitirnos dejar escapar a las personas valiosas.

Tristemente es común que ignoremos a personas importantes por pura desidia, por falta de tiempo o por cierto desinterés teñido de egoísmo. Solemos cometer el error de no dedicar el tiempo necesario a “demostrar” a esas personas lo importantes que son.

¿Cómo cuidar las relaciones?

Así, también es probable que en algún momento hayamos sentido que alguien nos deja de lado y nos hayamos vuelto locos intentando comprender qué ocurría. Este sufrimiento es innecesario y podemos evitarlo de muchas formas:

- Generalmente basta con unas palabras que hagan comprender que la ausencia o la distancia no significan jamás el olvido y que a pesar del “abandono temporal”, la presencia permanece.

- Aún así, demostrar a alguien que nos importa es algo que lleva tiempo y que hay que construir poniendo especial cuidado en que la relación sea saludable y que esté alejada de dependencias y excesos emocionales.

- Cada ladrillo debe estar elaborado con la más absoluta sinceridad; esto es sin egoísmos ni segundas intenciones. Así, tenemos que tener en cuenta de que no debemos crear necesidades, ni siquiera la de la compañía.

- Esto se logra a través de la comunicación y la expresión sincera tanto de nuestros pensamientos como de nuestros sentimientos. Como es natural debemos hacerlo siempre planteando que somos nosotros quienes nos sentimos así, no la persona que tenemos delante la culpable del malestar o, incluso, del bienestar.

- Las relaciones necesitan del tiempo y de las experiencias para nutrirse, sustentarse y crecer. Si dejamos de dedicar tiempo, mostraremos falta de interés y, como consecuencia, alejaremos a aquellas personas imprescindibles.

No podemos dejar escapar a aquellas personas que hacen bonito nuestro mundo. Con ellas podemos ser nosotros en toda nuestra esencia y con total libertad, lo cual es algo tan magnífico como inusual. Por eso, cuida y enriquece tus relaciones, y hazlo siempre desde la más absoluta sinceridad.


http://entrenandoapapas.blogspot.com.ar

miércoles, 23 de agosto de 2017

La mala costumbre


La mayoría de nosotros vive pensando que esto será eterno. Que somos inmortales y que las desgracias solo le pasan al de al lado. 
Y es que…

Tenemos la mala costumbre de dejar para luego, de reír poco y de querer hacerlo mañana. Tenemos la mala costumbre de echar de menos, en lugar de hacerlo de más. La mala costumbre de usar los luegos y no los ahoras. Luego te llamo, luego te escribo, luego te contesto, luego nos vemos. Y obviamente nunca llamó, nunca escribió, nunca contestó y nunca fue visto. Tenemos la mala costumbre de querer tarde. De valorar tarde. De pedir perdón demasiado pronto. Debería haber un número máximo de perdones. Perdonar nos hace grandes, de acuerdo, pero cuando tienes que perdonar todos los días, al final un lo siento se convierte en el comodín de cualquier pretexto injustificado, innecesario e inmerecido. Tenemos la mala costumbre de defender al malo y descuidar al bueno. De contar mentiras tra la rá y de tener que hacer un máster para descubrir verdades. Mantenemos en nuestra vida “amigos” porque sí y llenamos nuestras agendas de compromisos a los que realmente no queremos ir. Tenemos la mala costumbre de sentirnos mal por decir no y de creernos mejores por decir si.

Tenemos la mala costumbre de esperar a un cáncer, a una mala noticia o a una llamada de que alguien querido se nos fue, para tomar las riendas de nuestra vida y empezar a apreciar cada puesta de sol, cada mañana que te levantas de la cama y cada luna que abrazas en tu almohada. Tenemos la mala costumbre de usar el descuido a diario, olvidando que los pequeños detalles importan, que los pequeños detalles construyen grandes caminos y que cada lunes, puede ser el mejor día de la semana. Tenemos la mala costumbre de quejarnos por todo, de culpar siempre al otro porque claro, tú eres un ser perfecto y nunca, nunca, haces nada. Siempre es la parte contraria. Decimos muy pocos te quieros y hacerlo por primera vez es como “buf que va, no vaya a ser que se asuste”. ¿Asustarse de qué? ¿Cómo una persona puede asustarse porque alguien le quiera?.

Asústate si algún día te vas a la cama sin sentir que quieres a otra persona.

Asústate el día que te vayas a dormir sin decirle a esa persona lo importante que es para ti.

Asústate cuando no le des besos a tu madre y a tu padre.

Asústate cuando seas incapaz de abrazar a alguien y sentir esa sensación tan extraordinaria que producen los abrazos.

Asústate cuando las defensas de tu cuerpo se hayan vuelto inmunes al dolor ajeno.
Y cuando veas una injusticia y no hagas absolutamente nada para remediarlo.

Asústate cuando pases un solo día sin ayudar a alguien.

Asústate de verdad, porque créeme. Estás muerto.

Y es que…

Tenemos la mala costumbre de trabajar demasiado, de cargar con una mochila llena de cosas innecesarias y de comer más de lo que nuestro cuerpo necesita. Tenemos la mala costumbre de creernos mejores que los demás, de bailar poco, fumar mucho y respirar a medias. Tenemos la mala costumbre de ir caminando por las calles de nuestra ciudad mirando al suelo, o a nuestro teléfono móvil. ¿Alguna vez te has dado cuenta de lo bonitos que son los edificios de esas calles por las que pasas a diario? Por no hablar de la luz de las estrellas.

Tenemos la mala costumbre de empezar el gimnasio la semana que viene. De cuidarnos cuando ya es demasiado tarde y de tomar vitaminas cuando estamos enfermos. Tenemos la mala costumbre de creer que el pelo de aquella es mejor que el nuestro. Que su suerte es nuestra desdicha y de compararnos como si fuésemos presa de alguien que busca en comparadores de Internet. Tenemos la mala costumbre de medirnos por nuestros estudios o por nuestra altura. De confundir la belleza con la delgadez y de creernos que no somos capaces de conseguirlo, porque alguien, una vez, así nos lo hizo creer. Y no fue nadie más que tú mismo.

Tenemos la mala costumbre de apuntarnos a clases de idiomas, cuando ni siquiera dominamos el nuestro. De querer conocer mundo y viajar lo más lejos posible cuando aún, nos quedan lugares maravillosos por descubrir en nuestra propia tierra.Tenemos la mala costumbre de escuchar poco y hablar demasiado. De dar consejos y juicios de valor sin ser conscientes del poder que pueden llegar a tener nuestras palabras. Dejamos demasiado pronto y tenemos muy poca paciencia. Wasapeamos mucho, dormimos demasiado.

Nos pasamos media vida o vida entera, soñando esa vida perfecta que nos gustaría tener. Cuando somos ajenos a que realmente la vida perfecta es ahora. Es cada momento, cada instante de los segundos que marca el reloj de tus días. Es cada oportunidad, cada sonrisa, cada beso y cada vez que te enamoras. ¡ENAMORÉMONOS TODOS LOS DÍAS DE NUESTRA VIDA! 

Empieza a acostumbrarte a esta vida que a veces es dura. Terriblemente dura. Pero no te lamentes ni te vayas nunca a la cama habiendo hecho daño a alguien. Habiendo dejado para luego esos ahoras que nunca llegaron. No habiendo cumplido ese sueño que tanto querías, no habiendo hecho unos kilómetros de más ese día porque tu cuerpo estaba cansado. No permitas que alguien fallezca para luego recordarlo y decirle mirando su foto, cuánto le querías. No dejes que la rutina o la sensación de eternidad descuide lo verdaderamente importante de tu vida.

En definitiva, no dejes que la mala costumbre sea la invitada de honor en los días que te quedan por vivir a partir de hoy.

Quiere ahora, no mañana.

http://entrenandoapapas.blogspot.com.ar
(Fuente: El rincón de Floricienta)

lunes, 21 de agosto de 2017

Vergüenza y reparación



¿Te has sentido avergonzado alguna vez? ¿Te has quedado sin dormir pensando en aquello que hiciste, que sabes bien que no estuvo bien, y queriendo regresar el tiempo y borrar tu acción?

Creo que casi todos los seres humanos hemos pasado por al menos una situación de que nos despierta vergüenza, culpa, arrepentimiento.

¡Que bueno es poder admitirlo!

Esto nos evidencia que tenemos una conciencia moral. Nos deja saber que tenemos un deseo de ser mejores personas, que somos capaces de ser humildes y que podemos corregirnos y reparar.

Somos humanos cuando apelamos a lo mejor de nosotros. Somos más humanos cuando ejercitamos nuestra capacidad para pensar.

Cometer errores es fácil. Es inevitable. Saber reconocerlo y actuar en consecuencia es mucho más difícil.

De no tener el aviso que la punzada de la vergüenza nos hace sentir, podríamos cometer errores mucho mayores, con su respectivo precio.

Hablar de lo que hicimos mal y hacernos la promesa íntima y comprometida de reparar y de no volver a cometer ese tipo de imprudencias nos hará crecer: en humildad, en valentía y lo más importante: en dignidad.


Psicología/Rocío Arocha
https://rocioarocha.com

viernes, 30 de junio de 2017

El Maestro


La figura de un maestro ha representado siempre la sal viva sobre esta tierra. Son y han sido muchos los que han apostado por una visión distinta del hombre, y consecuentemente, del mundo.

    Muchos fueron perseguidos, otros acusados, otros sentenciados, otros quedaron en el anonimato, pero cada uno dejó impresa su huella, supo esparcir sus semillas en terreno fértil.

    Un maestro orienta, indica, reconforta, motiva, marca una dirección, transmite una enseñanza, pero no puede hacer el trabajo por ti. No puede traspasarte su experiencia, su lucidez, su discernimiento ni sabiduría, pero puede reavivar tu llama para reducir a cenizas tu ignorancia, tu atolondramiento. De ahí que a veces los métodos no sean iguales para cada persona, porque el maestro no responde preguntas, sino a quien las formula.

    El maestro es una luz que guía en la oscuridad, un faro que permite que veas los objetos con los que chocas, pero no le pidas que los aparte, que los retire, porque él también los tiene que sortear. Un maestro puede ser amable, noble y cercano, pero también firme, tajante y exigente. Eres tú quien se ha cruzado en su camino; él se mantiene en el suyo. Eres tú el que necesita beber de su fuente; él ya está saciado.

    Un maestro no trata de convencer. No impone, sino expone. Sus argumentos pueden no ser consistentes porque no quiere ir hacia tu mente, sino hacia tu corazón. Por ello su lenguaje no es el de un erudito que trata de adoctrinar, de imponer criterios, sino que provoca que llegue una brisa en tu rostro que obligue a girarte, a percatarte de otros vientos que pueden provenir de otras direcciones. El maestro sabe que si te rellenas de conceptos crearás un muro alrededor de ti, te aferrarás a ellos, te ocultarás tras los mismos. Su misión es destruir todo lo que crees que te protege; te deja inválido hacia una experiencia que debe ser tuya y nunca prestada por nadie. Pero para que la receptividad no provenga sólo de los pensamientos, el maestro provocará en ti una conmoción. Provocará que el discípulo deje a un lado su mente para que haya un acercamiento de seres, de almas.


El maestro no intenta cambiarte, sino que por ti mismo te hagas más consciente. Respeta la base esencial sobre la que te sustentas: tu propio ser. Sin embargo, un maestro carga con todas las proyecciones y expectativas que puedan generarse hacia él. Es de todos y de nadie, escurridizo y también cercano. Su actitud descoloca porque es imprevisible. No encaja en ningún esquema mental, desprende contradicciones porque es la manera de complementarse. Deroga cualquier responsabilidad exigida hacia su persona, porque en última instancia, el maestro, es una llama en sí misma, una luz que se autoilumina y que puede irradiar a quien esté receptivo y abierto. Es su energía lo que atrae, nunca su ego. Se sirve de símiles y comparativas porque sabe que el lenguaje es incompleto para expresar lo que está más allá de las palabras.

    Todo ello provoca un golpe de luz, destruye los cimientos de las creencias y las estructuras de cómo deben ser las cosas. Hace añicos lo que consideramos permanente para asomar la visión más allá de los muros que hemos creado alrededor. Es su manera de expresar su compasión, su amor. La compasión de un maestro no va ligada al apego ni a la docilidad perpetua. Por ello despierta celos, animadversión, y se despiertan los detractores. El maestro puede pasar de ser el más querido al más repudiado, porque falló en la expectativa generada, porque sigue su propio camino, porque no tiene en cuenta tu proyección. La manera de expresar su amor no es la convencional, por ello desconcierta a todos a su alrededor.


 Existe una leyenda hermosa sobre Buda. Se dice que cuando iba algún erudito a preguntarle, alguna persona cargada de conocimientos sin afán genuino de búsqueda, sin más intención que el de un cruce dialéctico, Buda invitaba a esa persona a estar a su lado durante dos años en completo silencio. Una vez pasaran esos dos años, aquella persona podía preguntarle sobre lo que quisiera. El tiempo pasaba, dos años junto a Buda sin preguntar nada, buceando en el silencio interior, profundizando en los recónditos recovecos del ser. Una vez pasaba ese tiempo, Buda les recordaba que ya podían iniciar la rueda de preguntas, comenzar a cuestionar todo lo que quisieran. Era algo muy significativo porque las personas que permanecieron durante esa temporada bebiendo de la misma fuente sintieron que las preguntas se desvanecían, se desintegraban, porque por contra, otro tipo de integración sucedía, otro tipo de comprensión se creaba, y ya las preguntas dejaban de ser relevantes, sustanciales. No preguntaban nada, no había nada que preguntar. Se postraban a sus pies y tan sólo le expresaban su agradecimiento, su manera de atajar la experiencia de la verdad. Así pues, Buda, que en apariencia podía parecer esquivo a atender preguntas, daba la oportunidad a través de la experiencia a que la respuesta surgiera dentro de cada persona, sin implicar la mente intelectiva, sino la comprensión profunda. Así evitaba el enredo discursivo, y en ese gesto, en ese acto, era la manera en la que se expandía su compasión.

    El maestro puede parecer frágil, débil, pues su fortaleza no está al alcance de los ojos de los demás. Puede parecer ingenuo, pues su saber es el florecimiento de una inocencia recuperada sobre una experiencia. Te puede hacer sentir incómodo, puede que no encaje en tu modelo de lo que es un maestro, puede que le veas cotidiano, mundano, terrenal. Puede que no sea solemne, sino jovial. Puede que disfrute de los pequeños placeres sin la espera de una recompensa celestial, y convertir así lo más sencillo en divinidad.

    Así evita el pedestal, el rango de superioridad. Así está en un mismo nivel al igual que el de cada uno, porque al fin y al cabo, maestro y discípulo subyacen en sí mismo.

    Al maestro también hay que saber soltarle, puede ser un lastre en la evolución personal y espiritual. Puede convertirse en un apego, en una barrera que nos vuelve dependientes, que entronca con la madurez individual. Como dijera Krishnamurti: ¨Al fin y al cabo lo importante es trabajar con uno y no con alguien¨.

    Aunque el maestro es una máxima ayuda, un reconfortante vehículo de la enseñanza, se debe utilizar como la indicación y no como el camino en sí, pues en definitiva, uno mismo es su propio maestro y en uno mismo reside su propio discípulo.



Raul Santos Caballero
http://raulsantoscaballero.blogspot.com.ar/

lunes, 26 de junio de 2017

La flecha envenenada

La flecha envenenada: La parábola budista que nos pone frente a frente con nuestro mayor error


Buda, en la búsqueda de la iluminación, también intentaba descubrir cómo liberarnos de la ignorancia y el sufrimiento. Al igual que otros grandes sabios del pasado, propuso una filosofía práctica que nos anima a centrarnos en las cosas más sencillas como una vía para alcanzar metas mayores. El taoísmo lo resumió perfectamente en una frase: un camino de mil kilómetros empieza por un solo paso. Sin embargo, en la vida cotidiana nos resulta difícil aplicar estas enseñanzas.

La parábola de la flecha envenenada


En el Majjhima Nikaya, una colección de textos atribuidos a Buda que forman parte del Canon Pali, podemos encontrar la “parábola de la flecha envenenada”. Gautama Buda le contó esta historia a un discípulo que se mostraba impaciente por escuchar del maestro las respuestas a las “14 preguntas sin respuesta” relacionadas con cuestiones metafísicas como la vida después de la muerte.

"Hubo una vez un hombre que fue herido por una flecha envenenada. 

Sus familiares y amigos querían procurarle un médico, pero el enfermo se negaba, diciendo que antes quería saber el nombre del hombre que lo había herido, la casta a la que pertenecía y su lugar de origen. 

Quería saber también si ese hombre era alto, fuerte, tenía la tez clara u oscura y también deseba conocer con qué tipo de arco le había disparado, y si la cuerda del arco estaba hecha de bambú, de cáñamo o de seda. 

Decía que quería saber si la pluma de la flecha provenía de un halcón, de un buitre o de un pavo real... 

Y preguntándose si el arco que había sido usado para dispararle era un arco común, uno curvo o uno de adelfa y todo tipo de información similar, el hombre murió sin saber las respuestas".

Al leer la parábola la primera idea que nos viene a la mente es que la actitud del hombre herido es absurda y necia. Sin embargo, Buda nos está diciendo que todos nos comportamos de la misma manera sin darnos cuenta.

De cierta forma, todos estamos heridos con esa flecha envenenada ya que, antes o después, moriremos. Sin embargo, vivimos sin ser plenamente conscientes de nuestra mortalidad, por lo que a menudo le damos una importancia excesiva a cosas intrascendentes que nos impiden disfrutar del presente sumiéndonos en un estado de preocupación innecesario.

Grandes enseñanzas para toda la vida


- Céntrate en lo que realmente te ocurre

En muchas ocasiones, para resolver un problema es importante no perderse en divagaciones, necesitamos actuar. Lo más usual es que detrás de esas cavilaciones se esconda el miedo y la incertidumbre. Cuando nos enfrentamos a un problema y nos vamos por las ramas, aunque sabemos cuál es la solución definitiva, es porque tememos a algo. Sin embargo, considera que a largo plazo las soluciones tibias solo sirven para generar más problemas, además de crear un estado de insatisfacción interior. 

En otros casos activamos mecanismos de defensa como la proyección o el desplazamiento mediante los cuales trasladamos el problema fuera de nosotros mismos, o intentamos esconderlo. Generalmente esto se debe a que no deseamos aceptar que formamos parte del problema, por lo que para solucionarlo primero debemos trabajar sobre nosotros mismos. En cualquier caso, la estrategia nunca es mirar hacia otro lado, es importante comprender qué nos ocurre realmente y aprender a priorizar aquí y ahora.

- Da un paso a la vez

La mente puede convertirse en nuestra mejor aliada o nuestra peor enemiga. Podemos usarla en positivo para solucionar problemas o podemos usarla en negativo encontrando un problema para cada solución. Para vivir con menos agobio y estrés la clave consiste en ir paso a paso. Eso no significa que no podamos anticiparnos a los problemas, pero debemos asegurarnos de que no estamos alimentando un pensamiento catastrofista. 

Céntrate en el presente, valora cuidadosamente la situación en la que estás y da un paso a la vez, ese paso no te llevará directamente a tu destino, pero al menos te sacará de donde estás. Vive día a día, como si cada jornada fuera la primera y la última de tu vida.

- Deja que todo fluya y que nada influya

A veces nos quedamos cautivos de los problemas, aunque estos ya se hayan solucionado o formen parte del pasado, ya que siguen rondando nuestra mente, provocando desazón, ira, frustración y rencor. Cuando nos aferramos a lo sucedido, cuando no dejamos ir esas emociones y sentimientos, nos convertirmos en sus esclavos. 

En este sentido, un estudio llevado a cabo en la Universidad de Harvard reveló que pasamos el 47% de las horas que permanecemos despiertos pensando en lo que nos ha ocurrido o lo que nos podría ocurrir. Esa “mente errática” es la causa de que nos preocupemos excesivamente y de nuestra infelicidad. El mejor antídoto es centrarse en el presente y experimentar gratitud por lo que tenemos y lo que somos. Así lograremos restarles impacto a las experiencias negativas y alcanzar el equilibrio.

- Elimina todo lo innecesario

Leonardo da Vinci dijo “la simplicidad es la máxima sofistificación”, y no andaba desacertado. A lo largo de nuestra vida cargamos con muchas cosas, que solo sirven para generar caos y abrumarnos. Cuando te das cuenta de que puedes vivir sin ellas y ser aún más feliz, logras valorar más lo que tienes y te liberas de un gran peso. 

Eliminar todo lo innecesario también se refiere a los sentimientos, creencias, estereotipos o sueños que no te pertenecen y que solo son un obstáculo. Cuando mires dentro de ti, te asombrará descubrir que muchas de las frases de tu diálogo interior realmente no son tuyas sino que te las han inculcado. Haz una limpieza mental y deshazte de las emociones que te dañan, como el resentimiento por un viejo suceso, la angustia por algo que probablemente nunca ocurrirá y el miedo a perder lo que tienes. Si vamos más ligeros de equipaje no solo podremos llegar más lejos sino que también disfrutaremos más del viaje.


Fuente:
Killingsworth, M. A. & Gilbert, D. T. (2010) A wandering mind is an unhappy mind. Science; 330(6006): 932.


Psicología/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com/