En mi opinión, equivocarse no es malo. Equivocarse es, solamente, una de las posibilidades cuando se toma una decisión. O cuando no se toma.
Conviene leer lo que viene a continuación como un concepto general y no aplicándolo a un caso concreto en el que se esté pensando –que además siempre es el peor-. Conviene salirse de las situaciones de nuestra vida en las que una equivocación ha provocado un resultado desagradable. Ya veremos más adelante qué se puede hacer para evitar que eso vuelva a suceder.
Cuando tenemos que tomar una decisión, y para hacerlo lo mejor posible, deberíamos contar con una serie de requisitos que, por lo general, no se cumplen.
Deberíamos disponer de una mente privilegiada, de una sensibilidad especial, de dotes para adivinar el futuro, de un Máster en Psicología, de un doctorado en Relaciones Públicas, de los conocimientos que han acumulado todos nuestros predecesores de todas las culturas de los últimos veinte siglos, de un tacto infalible, de una preparación especial que no hemos recibido, de la Sabiduría Divina, de la calma de un Yogui, de la asesoría personal y directa de un Maestro, del don divino de la Infalibilidad, de la capacidad de abstraernos del asunto para que no nos afecte emocionalmente, de otra educación distinta de la que hemos tenido en la que primasen los Conocimientos de la Vida, de ecuanimidad… y aún juntado todas estas premisas aún quedaría la posibilidad de equivocarse con la decisión.
Estadísticamente, los asuntos a resolver tienen una posibilidad de ser bien resueltos y millones de posibilidades de resolverlos mal. No sé si esto consuela, pero es la realidad.
Esto lo he escrito ya varias veces: No estamos preparados para la vida y para resolver los asuntos que se nos van presentando en la vida, pero nos exigimos como si fuésemos expertos.
Es posible que el enfado que surge cuando nos equivocamos sea un enfado de nuestro ego, que se siente molesto porque su aspiración es la perfección y no entra entre sus posibilidades la equivocación.
El Ser Humano, en cambio, debería reconocer sin problemas que la equivocación forma parte de la vida, que es una de las posibilidades con fuerza, que no siempre depende de uno el tener la solución adecuada.
Al margen de que es posible que nunca lleguemos a saber si la solución que aparentaba no ser una equivocación con el tiempo demuestre que sí lo era, o la que aparentaba ser la errónea demuestre que era la adecuada aunque entonces no lo pareciera.
Esto de ser Humano es lo que tiene: nunca se llega a conocer todo de todo. Sólo tenemos una vida y sin marcha atrás.
Por encima y por delante de la rabia o rabieta que se produce cuando uno se equivoca debe estar la preservación de uno mismo y el respeto hacia la propia dignidad. Uno debe ponerse a salvo de esas explosiones descontroladas momentáneas y uno debe evitar el autodesprecio, el enfado incontrolado contra uno mismo, los arrebatos de mal carácter…
Todo lo que sucede debido a una equivocación es temporal. Nada es indefinido ni tenemos que permitir que se convierta en continuo.
La comprensión y la aceptación que llevan al perdón deben estar alerta para presentarse inmediatamente. Tienen prioridad. Hay que comprender que uno es Humano, lo que quiere decir que tiene el derecho congénito a equivocarse; uno no es perfecto y no es Dios: es uno mismo y es Humano. Y así hay que aceptarlo, porque oponerse a ello o negarlo es inútil y es absurdo.
Es interesante salirse del propio conflicto para verlo desde fuera, preferiblemente de un modo desapasionado, para poder valorarlo en su justa medida y no hacer un drama trágico de cada equivocación.
Conviene respetarse, no agredirse, no despreciarse, no enemistarse consigo mismo.
Y conviene también ponerse a salvo de sí mismo y de los propios ataques, de la enajenación y el despropósito, del desprecio y el castigo.
Porque es en esos momentos precisamente cuando uno ha de demostrarse amor y quién es.
“Me he equivocado… puse mi mejor intención y supuse que era lo correcto, pero parece que me he equivocado… ¡qué se le va a hacer!… lo haré mejor en la próxima ocasión. Aún sigo aprendiendo”. Esta es la actitud correcta: acogerse en el corazón con el corazón. Estar en esos momentos más cerca de Uno Mismo. Ofrecerse un regazo y cobijo.
Es el momento de admitir y acoger sin condiciones a ese Ser desvalido y pequeño que uno es, a ese eterno aprendiz, a esa persona cargada de buena voluntad que no siempre acierta en sus decisiones.
Es el momento de demostrarse el Amor Propio. Amor a Uno Mismo.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
Nadie es infalible
ResponderEliminarGracias. Bendiciones