domingo, 9 de julio de 2017

HACER REALIDAD EL PROYECTO QUE UNO ES



“Si una persona no tiene el sentido de su propia peculiaridad y de su validez interior, está a merced de lo colectivo y de los acontecimientos externos, y no puede encontrar continuidad ni propósito en la vida”.
(Lez Greene)


La realización se refiere al proceso en que uno, ya absolutamente convencido de que no es él mismo cuando actúa en función de los demás, sino que tiene su propia individualidad, y convencido de que es un gran proyecto del que ha descubierto sólo una minúscula parte, y de que tiene que hacer realidad todas las que le integran, en ese momento tiene que comenzar el proceso en que deja de ser una propuesta, una buena intención, para comenzar la realización (hacerse realidad).

Uno debiera empezar a confiar en su potencialidad. Sabe que hay cosas dentro de él que, cuando oyen ciertas ideas, leen ciertos libros, o estudian ciertas materias, resuenan dentro, despiertan unas simpatías adormecidas, y reconoce en su interior una demanda de experiencias y vivencias distintas de las físicas y cotidianas. Y se vuelve a repetir el deseo de actualizar todo ese potencial y llevarlo a la realización.
Es necesario empezar por comprender y aceptar la situación y condición actual, y ser conscientes de que lo que se quiere lograr va a requerir un esfuerzo para ser conquistado. 

Uno ha de ser consciente de que está siendo controlado desde fuera hacia dentro –por las cosas externas y los mandatos ajenos-. El trabajo consiste en invertir la dirección. 
El centro está dentro, la fuerza está en el interior, el conocimiento-sabiduría habita en lo interior. Todo está en nosotros. Y lo que está fuera nos debe importar en menor medida.

El potencial es ilimitado. Si buscas limitaciones, ciertamente las tendrás. Pero, en este sentido, eres infinito, y tu fuerza crece y se multiplica con el uso: mientras más capacidades utilices, más capacidades emergerán, y se mostraran más a menudo. La energía y la potencia conseguidas te darán más confianza para seguir en el proceso.

A menudo al ser humano le gusta creer que es como cree que debe ser, y en realidad sólo es él mismo en una ínfima porción, en una centésima parte. Desarrolla, inconscientemente casi siempre, una imagen y una forma de comportamiento, y se conforma con ser así. Se niega el derecho, y reniega de la obligación, de hacer realidad lo escondido; no se cuestiona hasta cuánto podría sacar de sí, hasta donde le podría llevar su capacidad aletargada.
De vez en cuando, sólo de vez en cuando, y siempre por circunstancias ajenas, por pruebas que le pone la vida, desarrolla parte de su potencial, pero casi nunca por propia voluntad, sino por ese momento que ha necesitado lo más de él, le ha puesto contra la pared y le ha dicho: sé tú.
La realización nos propone ser nosotros mismos, individuales, por lo tanto hagamos la pregunta en singular: realmente, ¿estoy siendo yo?... 

Uno ES, en tanto se da cuenta de que ES; uno ES, en tanto domina las circunstancias que le rodean; uno ES, cuando se sale de la confusión; uno ES, si está atento a su interior, si escucha su propio silencio, si prepara el camino de acercamiento a su Ser; uno ES, cuando se enfrenta a la posibilidad inherente en cada uno de diseñar y realizar su propia vida; uno ES, cuando propicia cambios que aparentemente son pequeños, pero que, hechos en un momento determinado de la vida pueden provocar un destino diferente; uno ES, cuando utiliza la posibilidad de decidir y se atreve a hacerlo; uno ES cuando deja de copiar un modelo y se atreve a ser quien solamente él puede ser.

Uno debe recordar que es honorable defender el propio terreno, valorar lo que se ES, y convertirse en aquello que está destinado a ser.
Todavía no llegamos a ser, en lo cotidiano, y el motivo de la vida es alcanzar SER, en lo Universal.

Mi deseo es que la paz te guíe cuando llegue el momento y rompa su silencio y tengas que ser, inevitable y definitivamente, TÚ MISMO.


Francisco de Sales
http://buscandome.es

sábado, 8 de julio de 2017

El viejo samurái

El viejo samurai: La parábola que nos enseña cómo responder ante las provocaciones


Hace mucho mucho tiempo, vivía cerca de Tokio un anciano y respetado samurai que había ganado muchas batallas.

Su tiempo de guerrero ya había pasado. Ese sabio samurai ahora se dedicaba a enseñar a los más jóvenes, aunque aún persistía la leyenda de que era capaz de derrotar a cualquier adversario, por muy bueno que fuera.

Una tarde de verano, apareció en su casa un guerrero conocido por sus malas artes y poca caballerosidad. Era famoso por su carácter provocador y sus pocos escrúpulos. Su estrategia consistía en molestar a su adversario, hasta que este, movido por la ira, bajaba la guardia y atacaba ciegamente. Cuentan que jamás había sido derrotado. Y esa tarde se propuso destruir la leyenda del anciano samurai para aumentar aún más su fama.

Muy pronto el guerrero empezó a insultar al sabio samurai, llegando a tirarle piedras e incluso escupirle el rostro. Así fueron pasando los minutos y las horas, pero el sabio samurai permanecía impasible sin sacar su espada. Pasada la tarde, ya exhausto y humillado, el guerrero se dio por vencido.

Los aprendices de samurai, indignados por los insultos que había recibido el maestro, no comprendían por qué el anciano no se había defendido y asumieron su actitud como un símbolo de cobardía. Le preguntaron:

– Maestro, ¿cómo has podido soportar tanta indignidad? ¿Por qué no blandiste tu espada aunque supieras que ibas a perder la batalla, en vez de actuar de manera tan cobarde?

A lo que el maestro respondió:

– Si alguien llega con un presente y no lo aceptáis, ¿a quién pertenece el regalo?

– ¡A la persona que lo vino a entregar!

– Pues lo mismo vale para la rabia, los insultos y la envidia… – Respondió el maestro samurai – Cuando no son aceptados, siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo.


Personas tóxicas que quieren hacernos “regalos” indeseados


En la vida a menudo nos encontramos con personas que arrastran consigo un pesado fardo de insatisfacciones, culpa, ira, frustraciones y miedos. Estas personas a veces ni siquiera son conscientes de ello, pero siempre que pueden actúan como camiones de basura, intentando descargar un poco de su peso sobre los demás.
¿Cómo lo hacen?

- A través de críticas destructivas que no tienen precisamente el objetivo de ayudarnos a mejorar.

- Haciéndonos sentir culpables por cosas que se escapan de nuestro control.

- Restándole valor a nuestro esfuerzo y logros, con el objetivo de mellar nuestra autoestima.

- Inoculándonos sus propios miedos para impedirnos seguir adelante con nuestros sueños.

- Lamentándose continuamente por todo, mostrando una actitud de victimismo crónico para intentar contagiarnos con su visión pesimista de la vida.

- Descargando sus frustraciones sobre nosotros, buscando motivos de discusión y enfadándose sin razón.

- Haciéndonos responsables de sus errores y descargando sobre nosotros sus insatisfacciones.

Aprende a responder, no a reaccionar


Todos estos comportamientos no son más que provocaciones. Debemos aprender a verlos como el “regalo” al que hacía ilusión el anciano samurai, por lo que está en nuestras manos aceptarlos o rechazarlos.

El primer paso consiste en comprender la sutil diferencia entre “reaccionar” y “responder”. La mayoría de las personas simplemente reaccionan ante las circunstancias, lo cual significa que siempre estarán a merced de estas. Por ejemplo, si alguien les grita, se enfadan y gritan a su vez. A cada estímulo le sigue una reacción inmediata.

Hay otras personas que han aprendido a responder. Responder es un acto consciente, implica una decisión y, por ende, también significa que somos nosotros quienes tenemos el control. Podemos decidir cómo responder ante las circunstancias, sin perder nuestro equilibrio emocional

Desactiva tus botones interiores


La solución para dejar de reaccionar ante las provocaciones y esos “regalos” indeseados es bastante simple: desconectar los botones que nos hacen reaccionar automáticamente cuando los demás los presionan.

Cada quien tiene una configuración individualizada de botones sensibles. Generalmente esos botones se configuraron durante nuestros primeros años de vida, por lo que de cierta forma, cuando alguien los activa, nos sentimos indefensos y atacados, es como si volviéramos a ser un niño inseguro y la respuesta del cerebro emocional ante la indefensión consiste en reaccionar inmediatamente, atacando o huyendo de la situación para recuperar el estado de seguridad. Ninguna de esas respuestas es madura y, por supuesto, acarrean un gran costo emocional.

¿Qué hacer?

1. Comienza por descubrir cuáles son esos botones. Te darás cuenta de que sueles reaccionar casi siempre ante situaciones que generan en ti ciertos estados, como sentirte ignorado, menospreciado, rechazado, humillado, débil, inadecuado, estúpido, avergonzado, impotente… Piensa en las circunstancias en las que perdiste el control y respondiste automáticamente, intenta buscar puntos en común. Así podrás descubrir la dinámica que se encuentra detrás de esos botones.

2. Desensibilízate de las experiencias del pasado. Una vez que hayas encontrado esos estados que te hacen reaccionar, debes hallar las experiencias negativas vinculadas a estos, esos eventos perturbadores que, de una forma u otra, han creado esos botones sensibles. Puedes revivir esas situaciones y preguntarte cómo reaccionarías ahora, de adulto y con la distancia de los años.

La idea es que te des cuenta que tu pasado no te define y que ahora has madurado y eres capaz de lidiar con esos sentimientos de una manera diferente. Te darás cuenta de que has dejado atrás esos problemas cuando pienses en ellos o en una reacción que tuviste y te parezcan francamente ridículos. La capacidad para reírte del pasado siempre indica que la herida ha sanado.

En este punto, los comportamientos de los demás te parecerán cada vez menos provocadores porque les darás menos importancia. De esta forma, sus “regalos” indeseados no desatarán una reacción inmediata que te haga perder la serenidad. Sin embargo, todavía te falta un paso.

3. Desapégate de tus emociones. Hay casos en los que, independientemente de nuestros botones emocionales, los comportamientos, palabras y actitudes de los demás pueden molestarnos. Es prácticamente imposible controlar todas nuestras reacciones emocionales, pero podemos aprender a gestionar nuestra actitud y nuestro comportamiento. Podemos elegir responder en vez de limitarnos a reaccionar.

Para ello es fundamental que no te identifiques con tus emociones. Piensa en tus estados emocionales como nubes que ahora están cubriendo el cielo pero que muy pronto ya no estarán, a menos que te aferres a ellas. Por tanto, da un paso atrás, respira profundo y reencuentra el equilibrio para responder asertivamente. Tu salud emocional te lo agradecerá.

►Y recuerda siempre que nadie puede hacerte daño sin tu consentimiento.



Psicología/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com

viernes, 7 de julio de 2017

A veces, necesitamos escuchar lo que significamos para alguien


A veces, necesitamos escuchar un “te quiero”, un “eres importante para mí” o un “gracias por ser como eres”. Saber lo que significamos para alguien no es ningún acto de debilidad. No buscamos sentirnos validados, lo que necesitamos únicamente es escuchar en voz alta lo que siente el corazón, vernos reconocidos y acariciados a través de las palabras, del tono y de una voz sincera.
Recuerda: el amor no es algo intangible ni intraducible, no es humo, no es un perfume, porque el verbo “amar” se declina con nuestros cinco sentidos y es así como nos sentimos nutridos, reconfortados. No tenemos por qué dar por sentados los afectos cuando creamos un vínculo, el “ya sabes lo que siento” no basta ni alimenta una relación, y el “si estoy contigo es por algo” puede suscitar, en ocasiones, más dudas que certezas cuando de verdad amamos a alguien.
Una palabra bien elegida puede economizar no sólo cien palabras sino cien pensamientos
                                                                Henri Poincaré 

Casi nadie necesita escuchar una y otra vez lo que significa para los demás, pero tener a nuestro lado a personas que no hablan el lenguaje de las emociones, que se escabullen y que no perciben la necesidad del otro por ser reconocidos o apreciados a través de la palabra, suele agotar. Incluso, lo que es peor, crean y alimentan dudas, incertidumbres e insondables vacíos.
A menudo, la persona que padece la hambruna de la caricia emocional, expresada a través de la palabra, está obligada a ser una traductora de gestos. Ahí donde leer el cariño a través de las miradas, la preferencia a través de las acciones, y la sinceridad a través de esas conductas cotidianas de un ser amado alexitímico que ni percibe ni expresa. Algo así, puede resultar sin duda agotador…

La necesidad de escuchar y sentir que somos importantes para alguien

Sentir el amor, el cariño y el reconocimiento en cada átomo de nuestros sentidos, en cada vibración de nuestros latidos y en cada conexión de nuestras células cerebrales nos confiere equilibrio, bienestar, plenitud. El ser humano está programado genéticamente para conectar con sus semejantes, porque es así como garantizamos nuestra supervivencia, porque es de este modo como hemos logrado avanzar, evolucionar, crecer como especie.
Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde
                                                                   Andrè Gide

Por tanto, nadie debe auto-percibirse como una persona débil o dependiente si echa en falta que su pareja o sus seres queridos le dediquen una palabra de afecto, un gesto de cariño traducido en una frase amable, en una expresión donde habite por igual la empatía y el cariño. Para nuestro cerebro es un acto muy significativo y de ahí, que necesitar un “gracias”, un “eres increíble” o “me encanta tenerte a mi lado” de vez en cuando sea algo no solo natural, sino lógico y necesario.
Por otro lado, no podemos descuidar algo esencial. No solo los adultos necesitamos escuchar lo que significamos para los demás. Los niños necesitan este tipo de gestos tanto como el alimento, tanto como esas manos fuertes que los sujetan mientras aprenden caminar, más que esa ropa con la que se visten o ese juguete tan caro que nos piden a cada instante.
Los niños necesitan el refuerzo positivo de la palabra y la caricia emocional, de esa voz que los valida, que les confiere seguridad, que les inyecta confianza y amor del bueno, de ese que da alas y hace crecer las raíces.
La importancia del vínculo afectivo y la calidad del mismo, determinará muchas conductas futuras; así, todo niño que en esa infancia más temprana se críe en un entorno de frialdad emocional, de inseguridad o de negligencia parental, tiene muchas más probabilidades de desarrollar trastornos de conducta, y claras dificultades a la hora de hacer uso de un adecuado lenguaje emocional.

Háblame sin miedos, háblame desde el corazón

Los analfabetos emocionales abundan en exceso, y no nos referimos solo a quienes padecen ese trastorno afectivo-cognitivo de la comunicación llamado alexitimia. Es algo más complejo, algo más profundo y que tiene que ver sobre todo en cómo nos educan. Lo podemos ver en muchos de nuestros entornos más cotidianos, escuelas, trabajos, etc, ahí donde crecen en abundancia los “secuestradores emocionales” en lugar de los “facilitadores emocionales”.
                   ►El lenguaje es el vestido de los pensamientos.
                                                                                    Samuel Johnson

Vemos niños que ejercen el bullying en las aulas o en las redes sociales, vemos directivos incapacitados para crear climas laborales más empáticos, respetuosos y creativos. Lo vemos en nuestro modo de comunicarnos, ahí donde llegar a pensar que al hacer uso de los emoticonos y de las caritas sonrientes ya construimos un lenguaje significativo y validante.
Sin embargo, no es así. Tal y como nos explican en el libro “Corazones Inteligentes” de Natalia Ramos y Pablo Fernandez, a nuestro mundo le falta cierta aplicación práctica de la Inteligencia Emocional. Porque las emociones no se viven en abstracto, no son algo difuso, la vida no es una película de David Lynch, ahí donde el lenguaje narrativo aunque fascinante y simbólico, carece en ocasiones de sentido. La vida necesita un sentido firme y el amor, certezas.
Por tanto, hagamos uso efectivo del lenguaje, permitamos que sea un instrumento que crea y valida. Ahí donde ser valientes, ahí donde permitir que nuestro corazón cuide y acaricie, donde conectar con los demás a través de palabras positivas, de frases que transmiten un afecto real.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com