domingo, 30 de abril de 2017

LA ESTUPIDEZ TIENE LA MALA COSTUMBRE DE PASAR SIN LLAMAR


La estupidez siempre se sitúa en primera fila para ser vista y admirada. Mientras que la inteligencia más sensata calla y observa desde un discreto rincón. Porque la ignorancia con mala fe, es como esa extraña enfermedad que nunca le afecta a quien la sufre, sino a quienes están a su alrededor para sufrir las consecuencias.
La Real Academia define esta dimensión tan manida en nuestro lenguaje popular como “torpeza notable”. Ahora bien, dentro del ámbito psicológico, la estupidez humana dispone en realidad de distintos grados de “idiotez” . No obstante, eso sí, existe uno en concreto al que se le añade el ingrediente de la intencionalidad más perniciosa.

“Nunca discutas con un estúpido: te hará descender a su nivel y ahí te vencerá con su experiencia”
                                                                                Mark Twain
Admitámoslo, ¿quién no ha cometido una estupidez en algún momento de su vida? Son esas acciones donde pesa más el impulso que la reflexión, las ganas antes que la prudencia… Son instantes vitales de los que aprender, y que en ocasiones, suelen recordarse como quien evoca una travesura de juventud. Algo que queda atrás, disuelto por la mirada de la madurez y la perspectiva del equilibrio personal.
Sin embargo, hay otro aspecto que todos sabemos bien. A veces, llegamos a subestimar la cantidad de estupidez que nos envuelve. Hay personas que se esfuerzan en aparentar lucidez y perfección, pero lo que destilan es una absoluta ingenuidad con muy malas artes. A su vez, no hay nada peor para todo cerebro despierto e iluminado que todas esas modas estúpidas enfocadas en controlarnos. En homogeneizar nuestros intereses y comportamientos.
Todos, de algún modo, todos somos víctimas de distintos tipos de estupidez humana e incluso institucional. Esa que siempre aparece sin llamar, porque siempre está ahí, presente y constante. Veámoslo con detalle.

La estupidez humana y la inteligencia

A menudo, cometemos el error de pensar que el comportamiento “estúpido” se asocia a una baja inteligencia. No es así. El coeficiente intelectual no tiene nada que ver con este tipo de acciones, reacciones, verbalizaciones o simples detalles cotidianos que vemos tan a menudo.
La Universidad Eötvös Lornand (Hungría) y la Universidad de Baylor (Texas) realizó en el 2015 un interesante trabajo al respecto de esta dimensión titulado “What is stupid? People’s conception of unintelligent behavior”. Los resultados nos mostraron por primera vez aspectos que hasta el momento ningún otro estudio psicológico nos había revelado al respecto de la estupidez humana.

Los tres tipos de estupidez humana

En primer lugar, hemos de saber que el tipo de estupidez más común es la asociada a la simple distracción. Es algo que a todos nos ocurre muy a menudo. Cometemos errores, descuidos y hasta podemos hacer daño a segundas personas por ello. No obstante, cuidado, porque no se deben a un acto involuntario. Sino más bien a una falta de esfuerzos, de inversión o implicación personal.
Por su parte, el segundo nivel con el que se asocia habitualmente a la estupidez -reflejado en este trabajo- es el de la “falta de control”. Es muy característico en personas con comportamientos obsesivos-compulsivos y con escaso autocontrol. Pueden existir diversos grados. Aunque por lo general, en este caso estamos ante un perfil marcado por una alta ansiedad. El impacto en su entorno suele ser en ocasiones muy negativo.
Por último, el tercer grado es aquel donde sí hay una clara intencionalidad. Es una estupidez declarada donde alguien opta por asumir riesgos o iniciar acciones donde sabe perfectamente que las consecuencias pueden no ser las adecuadas. Una conducción temeraria, una broma pesada, una palabra malintencionada…
Un perfil de comportamiento muy dañino que siempre está presente en nuestra sociedad.

Conspiradores de la felicidad humana

Frente a ese comportamiento estúpido que siempre pasa sin llamar  y sin que se le espere, está la mentalidad sensata. Quizá por ello, sabiendo ya que este perfil no se asocia precisamente a una baja inteligencia, deberíamos hablar más bien de una categoría moral y no una dimensión intelectual.
El estúpido nace y también se hace. Porque la estupidez impera en nuestros contextos más cercanos: se vende, se inhala y se contagia.No tenemos más que verlo en muchos programas de televisión, en campañas de moda, en personas que alcanzan la fama sin tener virtud alguna…
Fernando Savater nos explica que los estúpidos son en realidad conspiradores de la felicidad humana. Si eligen desplegar sus malas artes no es por otra cosa más que por aburrimiento. Porque quien se aburre acusa a los demás de cobardes, de egoístas, de malos patriotas, y ante todo, disfruta metiendo a otros en líos y trifulcas. La estupidez , como vemos, es mucho más que esa mala costumbre que aparece sin llamar…

Las leyes de la estupidez humana

Asimismo, Carlo Cipolla, un célebre historiador italiano también ahondó en el aspecto de la estupidez humana de modo formidable. Para él, todos los males de la sociedad estaban gestados por estos conspiradores de la felicidad, es decir, los estúpidos. De hecho, en su libro “Allegro ma non troppo” hizo un estupendo desglose de las características de este tipo de personas.
Vale la pena tenerlo en cuenta, aunque sea a modo de curiosidad.
  • La primera ley que nos dejó Carlo Cipolla es que las personas subestimamos la gran cantidad de estúpidos que nos rodean.
  • No hay que confundir a los estúpidos con los tontos o con las personas de pocas luces intelectuales: los más peligrosos son los primeros.
  • Un estúpido es aquella persona cuyos actos tienen impacto en la vida de los demás, nunca en la suya propia.
  • Una de las características de la estupidez es su pasión por entrometerse en mundos ajenos que no son de su competencia.
  • La estupidez está presente en todos los estamentos humanos, pero entre los que se hacen llamar “intelectuales o poderosos” alcanza una gravedad especial.

Psicologia/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

sábado, 29 de abril de 2017

Coherencia cardíaca: El concepto que cambiará tu manera de ver y enfrentarte a la vida



Hace algunos años se descubrió que no tenemos un solo cerebro. El intestino y el corazón tienen sus propios circuitos formados por decenas de miles de neuronas, que actúan como “pequeños cerebros” dentro de nuestro cuerpo; capaces de tener sus propias percepciones, modificar su respuesta en función de estas e incluso de transformarse a partir de sus experiencias. Es decir, de alguna manera, el corazón también forma sus propios recuerdos.

Sin embargo, el corazón no solo cuenta con un sistema de neuronas semiautónomo sino que también es una pequeña fábrica de hormonas. Secreta su propia reserva de adrenalina, la cual utiliza cuando necesita funcionar al máximo de sus capacidades. También segrega y regula la liberación de ANF, una hormona que regula la tensión arterial. E incluso tiene su propia reserva de oxitocina, la hormona del amor. Obviamente, todas estas hormonas actúan directamente sobre el cerebro y tienen una influencia en nuestro organismo.

El corazón, un pequeño "cerebro" que late al compás de las emociones y pensamientos


Cuando aprendemos a controlar nuestro corazón, logramos regular nuestro cerebro emocional, y viceversa. La relación más fuerte entre el corazón y el cerebro emocional se establece a través del sistema nervioso periférico autónomo; es decir, la parte del sistema nervioso que regula el funcionamiento de todos nuestros órganos. 

El sistema nervioso autónomo está constituido por dos ramales que inervan cada uno de los órganos del cuerpo partiendo del cerebro emocional. El ramal simpático libera adrenalina y noradrenalina, controla las reacciones de lucha y huida y acelera el ritmo cardíaco. El ramal parasimpático libera un neurotransmisor diferente que acompaña los estados de relajación y calma, además de disminuir la velocidad cardíaca. 

Estos dos sistemas, uno actúa como freno y otro como acelerador, deben estar en constante equilibrio. De hecho, para lidiar con los problemas de la vida cotidiana necesitamos que el freno y el acelerador estén en perfecto estado para que se compensen mutuamente.

Sin embargo, el corazón no se contenta con sufrir la influencia del sistema nervioso central, también envía fibras nerviosas hacia la base del cráneo que controlan la actividad del cerebro. Más allá de su influencia hormonal y electromagnética, también actúa sobre el cerebro emocional mediante conexiones nerviosas directas. Esto significa que cuando el corazón se desajusta, arrastra consigo al cerebro emocional. 

El reflejo del vaivén entre el cerebro emocional y el corazón es la frecuencia entre los latidos cardíacos. Las dos ramas del sistema nervioso autónomo siempre están a punto de acelerar o disminuir la velocidad del corazón, razón por la cual el intervalo entre dos latidos sucesivos nunca es igual. Esa variabilidad es sana porque es señal de buen funcionamiento del freno y el acelerador y no tiene nada que ver con la arritmia, las taquicardias o los síntomas de los ataques de ansiedad; los cuales son signos de que el freno parasimpático ya no controla bien el corazón. 

De hecho, el corazón puede latir a una media de 60 latidos por minutos, pero en un instante puede aumentar a 70 y luego descender a 55, sin que podamos comprender por qué. Un mero ejercicio de matemáticas complicado puede generar tensión que termine provocando esos picos, aunque no lo percibamos.

Con las nuevas tecnologías se pueden percibir esas variaciones del ritmo cardíaco, lo cual se conoce como caos y coherencia. Por lo general, las variaciones son suaves y “caóticas”: acelerones y frenazos se suceden de forma dispersa e irregular. Al contrario, cuando la frecuencia de los latidos del corazón es fuerte y sana, las fases de aceleración y disminución de la velocidad muestran una alternancia rápida y regular. Eso produce la imagen de una onda armoniosa, conocida como “coherencia cardíaca”.

Las emociones negativas, como la cólera, la ansiedad, la tristeza, e incluso las preocupaciones banales, son las que más hacen caer la frecuencia cardíaca y siembran el caos. Al contrario, son las emociones positivas, como la alegría, la gratitud y, sobre todo, el amor, las que más favorecen la coherencia. 

Obviamente, el caos o la coherencia cardíaca también influyen en nuestros ritmos fisiológicos. La frecuencia de la tensión arterial y de la respiración se alinean rápidamente con la coherencia cardíaca, y estos tres sistemas se sincronizan. Por tanto, aprender a desarrollar la coherencia cardíaca implica ahorrar energía. 

Por ejemplo, la coherencia cardíaca contribuye a que nuestro cerebro sea más rápido y preciso, lo cual se traduce en que nuestras ideas fluyan de manera natural y sin esfuerzo. También somos más propensos a adaptarnos a todo tipo de imprevistos, pues estamos en equilibrio y abiertos a todo lo que pueda pasar.

¿Cómo desarrollar la coherencia cardíaca?


Es necesario cambiar la perspectiva: hay que afrontar el problema al contrario. En vez de esperar que las circunstancias externas sean ideales, debemos empezar por controlar el interior. Cuando acabamos con el caos fisiológico, nos sentimos mejor de manera automática y mejoraremos nuestros resultados.

Uno de los métodos más eficaces para potenciar la coherencia cardíaca es la meditación.

1. Dirigir la atención hacia el interior. Debemos abstraernos del mundo exterior y apartar toda preocupación durante unos minutos. Es importante aceptar que nuestras preocupaciones pueden esperar un poco, el tiempo necesario para que el corazón y el cerebro recuperen su equilibrio. La mejor manera de lograrlo es comenzar realizando respiraciones lentas y profundas ya que así estimulamos el sistema parasimpático e inclinamos ligeramente el equilibrio del lado del “freno” fisiológico. Para maximizar su efecto debemos centrarnos plenamente en la respiración, hasta que esta se vuelva más natural y suave.

2. Concentrarse en el corazón. Al cabo de un minuto, aproximadamente, es importante que nos centremos en el pecho. Podemos imaginar que respiramos a través del corazón. Continuaremos respirando lenta y profundamente y visualizando el corazón. Podemos imaginar que la inspiración nos proporciona el oxígeno que necesitamos y que la espiración nos permite deshacernos de los residuos. Podemos imaginar esos movimientos lentos y flexibles, mientras el corazón se tranquiliza.

3. Conectarse a la sensación de calor o expansión en el pecho. Al inicio será muy ligera, una manera de potenciarla consiste en evocar directamente un sentimiento de reconocimiento o de gratitud y permitir que invada nuestro pecho. El corazón siempre es especialmente sensible a la gratitud, a todo sentimiento de amor.

Psicologia/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com

Fuente:
Servan, D. (2003) Curación emocional. Barcelona: Editorial Kairós.

viernes, 28 de abril de 2017

Pepito Grillo existe y habita en nuestro cerebro


¿Te acuerdas del cuento de Pinocho? A este niño de madera siempre le acompañaba un personaje aún más singular e interesante desde el punto de vista psicológico: Pepito Grillo, que asumía las veces de su conciencia indicándole cuál era la mejor decisión y reprendiéndole cuando se equivocaba.

En realidad, la idea de que todos tenemos un Pepito Grillo es mucho más antigua. En la cultura popular, tan rica en metáforas y alegorías, siempre se ha representado la conciencia como un pequeño ángel que nos susurra al oído para ayudarnos a emprender el buen camino y, como contraparte, también hayamos a un diablillo que nos tienta. ¿Se trata de una elaborada fantasía o esta idea tiene una base real en nuestro cerebro?

Pues bien, investigadores de la Universidad de Oxford están convencidos de que Pepito Grillo existe, se encuentra en nuestra corteza prefrontal anterior y es exclusivo de los seres humanos.


Si no tienes que pensar… ¿Por qué piensas?


En uno de los experimentos, los investigadores entrenaron a las personas para que se familiarizasen con el camino de un laberinto virtual. Después, escanearon sus cerebros mientras los participantes recorrían el laberinto. En este punto, los investigadores no esperaban una actividad en la corteza prefrontal anterior ya que las personas simplemente debían seguir el camino que ya conocían haciendo apelo a su memoria. Sin embargo, no fue así.

En el experimento se apreció que algunas zonas de la corteza prefrontal anterior se activaban cuando las personas llegaban a una encrucijada en el laberinto. Es decir, aunque ya estaban familiarizados con el camino que debían seguir, aún así su cerebro se activaba en algunos puntos, como si estuviese sopesando otras opciones. Este estudio hizo saltar la alarma. ¿Por qué, si las personas ya conocían el camino, seguían valorando opciones?

La respuesta llegó de la mano de otro experimento en el cual los investigadores cambiaron un poco la tarea: las personas debían recorrer un laberinto virtual en el cual algunas encrucijadas eran más complejas que otras. Para facilitarles la toma de decisión, cada encrucijada mostraba un número que indicaba las probabilidades de que fuese el camino correcto. Por ejemplo, al llegar a un punto con tres desvíos, uno indicaba 10, otro 30 y un tercero 70.

Es lógico pensar que tomaremos el desvío que nos indica el número 70 ya que así tendremos más probabilidades de acertar y encontrar la salida. De hecho, todos los participantes eligieron este camino pero aún así, se mostraba una intensa actividad en la corteza prefrontal anterior, la cual se intensificaba cuando había un mayor número de opciones e incluso se mantenía aunque la persona ya hubiese tomado su decisión. ¿Qué nos indica esto?

Un mecanismo subrepticio para sopesar alternativas 


Estos experimentos demuestran que nuestra corteza prefrontal anterior continúa evaluando las opciones que dejamos atrás. O sea, se encarga de valorar las alternativas que desechamos y analizar si las razones que nos llevaron a hacerlo eran válidas. Vale aclarar que no se trata del sentido de culpa y los remordimientos que se desatan después de constatar que hemos tomado una mala decisión, es un mecanismo que se activa mucho antes de conocer las consecuencias de la decisión que hemos tomado.

Esta zona del cerebro se ocupa de valorar rápidamente las otras alternativas y comunicarnos que hemos tomado una mala decisión. Es como la voz de un padre, amable pero con autoridad, que nos indica que sería mejor que fuésemos a nuestra habitación para reflexionar sobre la decisión que hemos tomado de manera que no volvamos a hacerlo en el futuro.

Se trata de un gran descubrimiento porque tradicionalmente se ha pensado que el proceso de toma de decisiones sigue un camino más lineal. Es decir, creíamos que nuestro cerebro evaluaba todas las alternativas, sopesando pros y contras, tanto desde el punto de vista lógico como emocional, y que entonces elegía una alternativa. Después, y solo cuando las consecuencias no eran las esperadas, nos veíamos obligados a volver atrás y analizar otras opciones. 

Sin embargo, según estos investigadores, nuestro cerebro se da cuenta de que no hemos tomado la mejor decisión antes de que lleguen las consecuencias ya que este continuaría buscando alternativas mejores. Y después nos las hace saber.

En práctica, nuestra corteza prefrontal anterior continúa evaluando las opciones alternativas, como si estas hubiesen quedado en suspenso. El objetivo de este mecanismo es prepararnos por si en un futuro próximo tenemos que volver sobre nuestros pasos o nos enfrentamos de nuevo a la misma situación. 

Psicologia/Jennifer Delgado

http://www.rinconpsicologia.com

Fuentes:
Rushworth, M. et. Al. (2011) Frontal Cortex and Reward-Guided Learning and Decision-Making. Neuron; 70(6): 1054–1069.
Boorman, E. E. et. Al. (2009) How Green Is the Grass on the Other Side? Frontopolar Cortex and the Evidence in Favor of Alternative Courses of Action. Neuron; 62(5): 733–743.
Yoshida, W. & Ishii, S. (2006) Resolution of Uncertainty in Prefrontal Cortex. Neuron; 50(5): 781–789.