martes, 28 de febrero de 2017

Dejar de ver el pasado y actualizar la mirada


Nuestra mente está absorbida por pensamientos del pasado. Cada cosa que vemos, la percibimos con los ojos del pasado, porque lo que vemos cuando miramos algo es lo que aprendimos acerca de esa cosa en nuestras anteriores experiencias, no el objeto en sí.
Sin embargo, no somos conscientes de esto. Y es precisamente esa inconsciencia la causa de que el pasado nos condicione y el futuro se vuelva una repetición de patrones equivocados, que sólo cesará cuando corrijamos nuestra percepción y actualicemos nuestra mirada.

Analicemos, por ejemplo, lo que pasa con nuestros gustos. ¿Cuánto hay de genuino en ellos? ¿Hasta qué punto expresan la mirada con la que hoy contemplamos el mundo? ¿Hasta qué punto los hemos elegido? Creemos que nuestros gustos nos definen, que son nuestra mejor carta de presentación. Sin embargo, también ellos son el resultado de un condicionamiento inconsciente del pasado.

Veámoslo con un poco más de detenimiento. De pequeños teníamos la sensación de ser muy vulnerables: sentíamos que dependíamos del cuidado de nuestros padres, de la aceptación del chico o chica que nos gustaba, del líder de la pandilla... para sobrevivir, para ser reconocidos, para ser alguien... para ser. Por lo tanto, éramos absolutamente sensibles a reconocer qué cosas estaban bien vistas y cuáles no a fin de obtener el beneplácito de determinadas personas, a quienes considerábamos indispensables para nuestra supervivencia.

Por ejemplo, sabíamos que decir que nos gustaba determinado grupo musical generaba unos efectos totalmente distintos a decir que nos gustaba otro. Y sabíamos también que lo que había en juego tras esa afirmación no era nada menor, ya que de ello dependía que se burlaran de nosotros y nos excluyeran, o que nos admiraran y nos otorgaran un lugar de honor. No se trataba, por lo tanto, de un simple gusto musical.

En semejantes condiciones, nuestra expresión no podía ser sincera. En realidad, estábamos reaccionando a lo que vivíamos como una presión del medio. Por eso, más que de "gustos" deberíamos hablar de "reacciones estéticas". Lo importante es que este mecanismo, que en el ejemplo de los grupos musicales no parece acarrear mayores consecuencias, se aplica del mismo modo a las "elecciones" más relevantes de nuestra vida, como nuestra profesión, nuestro modelo de pareja o familia, nuestra relación con el dinero, nuestro manejo del tiempo, etc.

Por supuesto, sobre esas camisetas que nos fuimos poniendo para ganar la aceptación de unos y distinguirnos de otros, nuestro ego se apresuró a construir su falsa identidad y a convencernos de que éramos eso.

El ego es lo contrario del Ser. Pues bien, si el Ser constituye nuestra verdadera identidad (que no es sino el amor, identidad común a todo lo que vive), el ego carece de identidad, dado que precisamente el ego es el sistema de pensamiento que surgió al negar lo que realmente somos. Por eso, para el ego fabricarse una identidad es absolutamente indispensable.
Siendo tal la impronta de desesperación que subyace a nuestros gustos, sería muy ingenuo pretender hallar autenticidad en ellos. De ahí la importancia de que, quienes hemos decidido emprender un camino de crecimiento honesto, llevemos a cabo una revisión de cada una de esas "camisetas" que nos hemos ido poniendo para presentarnos ante los demás, y nos atrevamos a mirar cada cosa con ojos los del presente, libres y ligeros.

La mirada del pasado, de la que queremos liberarnos porque opera en nosotros casi todo el tiempo, es una mirada pesada, cargada de pensamientos de vulnerabilidad, ataque y estrategias de supervivencia que nos impiden ver la realidad tal cual es, y lo que es peor, nos niega el conocimiento de lo que somos. 

El cuerpo como soporte de presencia

¿Y cómo puede ayudarnos el Yoga a actualizar nuestra mirada? Desde lo más cercano, lo más tangible, lo más evidente: desde nuestro cuerpo.
El cuerpo siempre está en el presente, atento a recibir la información de lo que está ocurriendo a cada instante para adaptarse a ella (a los cambios de temperatura, a la sequedad del ambiente, a los supuestos peligros que pudieran atentar contra nuestra vida, etc.). Por lo tanto, podemos recurrir a él para entrar en el presente y para saber realmente lo que sentimos, más allá de los condicionamientos externos o de nuestro pasado.

Por ejemplo, si lo escucháramos con atención, el cuerpo podría decirnos que estamos sintiendo un gran enfado, aun cuando nuestra mente quisiera negarlo para preservar determinada imagen de nosotros, incompatible con esa incómoda emoción.

¿Y cuál sería la ventaja de reconocer que estamos sintiendo una emoción incómoda, como el enfado, de  la cual nuestra mente podría querer protegernos al negarla? Que llevando sobre ella la luz de la conciencia podríamos actualizar los fundamentos que la han provocado (que sin duda eran ideas acuñadas en el pasado, desde una percepción errónea y limitada del mundo y de nosotros mismos) y cambiarla por las ideas que hoy, conscientemente y a partir de nuestra experiencia presente, aceptamos como verdaderas.

La práctica de asanas, pranayama y meditación nos enseña a dirigir la atención hacia lo que está ocurriendo en el presente, y esto nos coloca, aunque sea por unos instantes, fuera de la cárcel de nuestros hábitos. El mero hecho de haber probado por un momento el sabor de la libertad que implica la actualización de nuestra mirada nos abre al deseo profundo de volver a intentarlo.
He ahí la ayuda inestimable que nos ofrece el Yoga en este gran reto de corregir nuestra percepción.

Lorena Miño

lunes, 27 de febrero de 2017

EL SUFRIMIENTO NO ES UNA OPCION


Cuando algo en tu vida te está haciendo sufrir, es la señal de que estás en el camino equivocado. Si es una pareja, esa persona no es para ti. Si es un trabajo, ese trabajo ya no te representa. Si eres tú mismo el que se daña, es en realidad porque no eres tú mismo. Estás tan sólo repitiendo un programa. Sino, ¿qué clase de loco se dañaría conscientemente?
Vive de tal manera que el sufrimiento jamás sea una opción. Siempre hay algo mejor esperándote si te atreves a saltar a lo desconocido, abandonando tus zonas negativas de comodidad.
Es importante comprender la diferencia entre la aceptación y la falta de dignidad. 
La aceptación te ayuda a cultivar tu paz interior aún en medio de las tempestades de la vida cotidiana, te ayuda a permanecer sereno en situaciones que no puedes cambiar, por más negativas que sean.
Como justamente no las puedes cambiar, es absurdo oponer resistencia.

Es el ejemplo de las pérdidas, separaciones, muertes, estafas, o situaciones difíciles a las que debes enfrentarte todos los días. Puedes también perder un trabajo, un auto, una casa, da igual. Te pueden haber estafado, insultado, o humillado. Pero ya sucedió. Por ningún motivo debes traer a tu conciencia experiencias del pasado, pues te estarías generando nuevamente el sufrimiento del cual en realidad te quieres liberar. No importa si ese pasado se remonta cinco años atrás o cinco minutos. Ya pasó, por lo tanto, ahora no existe.
En cambio, la falta de dignidad crea y sostiene relaciones y circunstancias que te hacen daño. Como en tu interior no te sientes merecedor o merecedora de más, tu propia energía atrae personas que vibran también en esa baja frecuencia para darte lo que tú mismo les estás proponiendo sin saberlo: mezquindad, maltrato y desamor. A menos que comiences a amarte para elevar tu frecuencia, puedes quedarte muchos años perdiendo tu valiosa vida estancado en la infelicidad. El que en verdad se ama no sostiene situaciones negativas, no atrae personas negativas, y no se hace daño en ningún nivel; ni mental, ni emocional, ni físico.
Compartiré contigo una frase maravillosa de Saint Germain “Todo aquello que el individuo acepta, eso está en su mundo”. Cuando Saint Germain dice “acepta” no está hablando de la aceptación en el sentido de no resistir el presente, que es la llave liberadora del sufrimiento, sino que se refiere a todo aquello que la persona decreta como real e inamovible en su mundo. Fijate entonces qué cosas aceptas en tu vida, y sabrás entonces por qué están allí.
Puedes cambiar todo aquello que consideres negativo, si sientes que te mereces más. Cuando comiences a sentir que sólo te mereces la abundancia, la armonía y la felicidad, y no aceptes en tu vida nada inferior a ello, la misma energía te expulsará hacia otra realidad afín a tu nuevo estado de conciencia. Hasta que llegará un día en que no habrá nada en tu mundo que no sea AMOR. Por más que estés en un planeta lleno de locos, ningún loco se te acercará a ti.

Éste es el sentido más elevado de la llamada Ley de Atracción.
Siempre hay una salida, pero esa salida siempre se encuentra a través del amor, y de ninguna otra manera. Eso define quién eres, lo que experimentas y lo que tienes: cuánto te amas. El amor incondicional es el camino y la meta. Que el sufrimiento jamás sea una opción para ti.

Saludos y luz,
Lic. Fernán Makaroff
liberate.uy/

domingo, 26 de febrero de 2017

La buena compasión


Mal aprendí de niño que la compasión significa sentir pena por la situación de otro ser sensible, sea humano o animal. Pero de adulto, resulta que no siento pena por nada ni nadie. No se me malinterprete, pues no es porque yo sea insensible y frío como el hielo, bien al contrario me tengo por una persona muy espiritual, sino porque creo en la capacidad de superación de todos los seres sean cuales sean sus circunstancias actuales, creo en su invulnerabilidad al nivel esencial y veo también las raíces del sufrimiento y su vacuidad o ilusión.

La verdad no es dolorosa, solo nos duelen nuestras interpretaciones de la verdad.

La buena compasión, la real, es otra cosa. 
No tiene que ver con la lástima o la pena sentida. La buena compasión no ve debilidad sino fortaleza, no ve desventaja sino potencial, no ve inferioridad sino igualdad. La buena compasión tiene que ver con ver la proximidad, la cercanía, la igualdad exacta y milimétrica del otro con uno mismo, la identificación exacta. Se basa en mirar la ignorancia causante del sufrimiento como un mal que se puede sanar. Y finalmente la compasión tiene que ver con dispensar la primera brizna de amor que acallará ese sufrimiento. O que, cuando menos, enseñará el modo de auto dispensarse amor para auto sanarse.

El sufrimiento es siempre innecesario y en última instancia una elección desacertada.
La compasión es una herramienta del budismo. Se entrega a los demás mediante la práctica del tonglen, dar y recibir. Y el bodichita que es aquel ser humano diestro en la compasión, que los hay aunque son anónimos. Ya vemos cómo una filosofía milenaria conoce a la perfección la práctica espiritual de la compasión y la incluye en las prácticas diarias de quienes siguen esa filosofía de vida. Nada nuevo pues bajo el Sol, pero sí extraño y raro en un mundo insensible como el nuestro de hoy, en Occidente.

Oriente mira adentro, Occidente afuera. ¿Adivinas dónde hay más patologías de angustia, depresión y neurosis?

Para practicar, elige al ser “menos merecedor” de compasión y percibe su ignorancia esencial, cómo sufre y por ello traslada ese dolor interno en los demás. Compadécete de su ignorancia, la misma que tú has sufrido antes, y aliéntale internamente -y en silencio- a revelar su sabiduría innata y a trascender sus miedos irreales. Una mirada, un silencio, una sonrisa o una palabra pueden bastar para que sane su dolor.

Estamos a un leve gesto de amor de la curación total de nuestros dramas.

Puedo practicar la compasión con cualquier persona que sufra por la causa que sea. Puedo hacer votos internos para erradicar del mundo el dolor interno. Puedo aprovechar cualquier encuentro para volverme más compasivo.

La buena compasión no puede entenderse hasta que no se ha experimentado.

Podría, por ejemplo, repetir como una afirmación positiva:
  • “Que yo y todos los seres se liberen del sufrimiento y de sus raíces”
  • “Que la felicidad y sus causas nos abrace a todos los humanos”
  • “Que yo y todos los demás no nos separemos de la gran felicidad vacía de sufrimiento”
O también podría entrenarme en el arte de la buena compasión con cualquier persona que se cruce en mi camino:
  • Despertando la compasión hacia mi mismo
  • Despertando la compasión hacia una persona
  • Despertando la compasión hacia una persona que me es indiferente
  • Despertando la compasión hacia una persona difícil o desagradable
  • Despertando la compasión hacia un enemigo o alguien que me lastimó
Definitivamente, la compasión no es lástima, ni un deber religioso, es amor incondicional en acción.

Raimon Samsó
Autor y Coach
www.raimonsamso.com