viernes, 14 de octubre de 2016

¿Qué llevo en mi maleta? ¿Cargas con secretos familiares?



Su primera inversión fue la compra de una maleta. Entre todas las posibilidades, eligió la que tenía un tamaño mayor, recordando lo que su tío le decía: “Caballo grande, ande o no ande”.
El chamán dio su punto de vista: “Las maletas sirven para viajar, aunque también para huir de una situación que consideramos insoportable. Pero cargar con una pesada maleta representa la existencia de un enorme secreto del que no nos podemos liberar”.
-¡Ahora comprendo! dijo el joven- He arrastrado por medio mundo una gran maleta medio vacía que no cabía en los ascensores, que daba problemas para subir a los autobuses y limitaba mi movilidad. Trataba de escapar cargando con un peso que ni tan siquiera era mío, formaba parte de una absurda idea inculcada por mi familia.

¡No cargues con secretos familiares! Viaja ligero de equipaje. En tu maleta, sólo lo imprescindible, aquello que salvarías en un naufragio.
Inscripción en su maleta: “Para el viaje, quita la mitad de la ropa que pensabas llevarte y dobla el dinero que tenías presupuestado”.

http://planosinfin.com/

jueves, 13 de octubre de 2016

Sabiduría es también ignorar lo que no vale la pena


Si hay algo curioso que lleva a cabo nuestro cerebro cada noche sin que se lo pidamos, es un mecanismo esencial para ignorar información. Gracias al sistema linfático elimina toxinas que podrían causarnos problemas neurodegenerativos. A su vez, mientras dormimos, ejecuta un sutil “borrón” de información innecesaria, integrando y clasificando aquella que sí juzga como relevante.
El cerebro, como ves, se alza como una maquinaria precisa y casi perfecta que sabe eliminar de sus estructuras y procesos internos todo aquello que no es útil, y que por tanto, podría enfermarlo. Sin embargo, nosotros, cuando abrimos los ojos al día y a la conciencia, no siempre somos capaces de ignorar lo que no vale la pena.
No es fácil ignorar ciertas cosas, ciertas personas, ciertas situaciones. Las personas no siempre sabemos percibir que algo puede hacernos daño, no tenemos un radar, ni una señal de alarma. Nos limitamos a confiar, a dejarnos llevar. A vivir.
Si hay algo que también deberíamos tener en cuenta es que no solo están en el exterior muchas de las cosas que sería necesario ignorar. A veces, también está “ese ruído” interno, esos pensamientos obsesivos, esos miedos, esas dudas, la ansiedad… Enemigos propios que sería necesario reconocer y desactivar.
Por ello, te invitamos a reflexionar con nosotros, a comprender que en ocasiones, puede ser muy saludable practicar el sencillo acto de dejar atrás aquello que no enriquece, que no motiva,  y que por lo contrario, pone muros en nuestro crecimiento personal.

Cómo aprender a ignorar aquello que no me hace feliz



Piensa en esta pregunta durante unos instantes: ¿Qué es lo que te hace realmente feliz? Puede que te sorprenda, pero hay quien llega a tal extremo en su vida personal, que ya no recuerda qué es eso llamado felicidad. Es un riesgo muy elevado.

A veces, no nos atrevemos, otras, tememos hacer daño a otras personas: a decepcionarles. No obstante, vale la pena tener en cuenta que ignorar es también responder con inteligencia. Es no dar relevancia a quien no la merece, es desactivar aquello nos hace daño.

Hay épocas de nuestra vida en que sin saber muy bien cómo, perdemos esa tranquilidad interna que antes nos caracterizaba. Puede que sean ciertas personas, ciertas relaciones. Puede también que se deba a  determinadas situaciones, a presiones laborales e incluso a autoexigencias.
Perdemos el rumbo e incluso nuestras propias esencias. Mantener durante mucho tiempo esta sensación puede hacernos caer perfectamente en un estado depresivo, en una indefensión tan grave donde todo escapa a nuestro control. No lo permitas. Aprende a ignorar, a desactivar, a liberar cargas para andar más ligero/a en tu sendero personal.

Recuerda todo aquello que es significativo para ti

No pierdas el rumbo. No pierdas tus raíces ni aquello que te define, porque todo aquello que te emociona, que te arranca una sonrisa y acelera tu corazón, eres tú. Y la felicidad es lo que da sentido a nuestra vida. Así que si no la sientes, si no percibes ilusión en tu día a día, deberás pensar en estos aspectos.

  • Ve quitándote capas, una a una. Has pasado mucho tiempo llevando una vida en la que no te identificas, así pues, realiza un ejercicio interno y descubre qué “piel” deberías dejar ir para volver a tu esencia.
  • Recuerda tus valores. No hace mucho te definía la valentía, el coraje, el respeto por uno mismo y por los demás. Dilos en voz alta, hazlos patentes.
La felicidad no son cosas, son sensaciones elementales inscritas en los actos sencillos. Si no los aprecias, será el momento de tomar decisiones.

Practica el arte de la sabiduría valiente, la sabiduría de saber ignorar

No es fácil. Ignorar lo que no favorece nuestro crecimiento personal requiere a veces cortar vínculos. Y más aún reformular incluso nuestras actitudes. De ahí, que se necesite también de un pequeño acto de valentía.
Si eres una persona débil buscaras venganza a tus despechos, si eres fuerte serás entonces capaz de perdonar. Ahora bien, si eres sabio te limitarás a ignorar lo que no vale la pena para disfrutar cada día de tu vida.
Debemos tener muy claro que ignorar no es de débiles, que no supone ni mucho menos no hacer frente a determinadas situaciones. En ocasiones, lo más acertado es ignorar, dejar de dar relevancia a algo que no debería tener tanta presencia en tu vida.
  • Ignora los desprecios. No eres tú, no te definen, quita relevancia de tu vida a la persona que te los dirige. Camina ligero/a.
  • Ignora a quien practique el egoísmo, a quien nunca fue como pensabas, a quien te trae tormentas los días de sol. Ignora a quien te quite la sonrisa. Asume el adiós, y deja ir para andar ligero/a.



  • Ignora los miedos que ponen muros en tus sueños, los prejuicios y actitudes propias que te impiden coger ese tren que siempre pasará para ti. Desactiva los pensamientos limitantes y corre ligero/a rumbo a esos proyectos que sin duda mereces…
Atrévete. Atrévete a ignorar lo que no vale la pena para entornar la cerradura de la felicidad.

Psicología/Valeria Sabater
 https://lamenteesmaravillosa.com

miércoles, 12 de octubre de 2016

7 buenas razones para ir al psicólogo



La decisión de pedir ayuda no siempre es fácil, sobre todo porque a veces pensamos que significa reconocer un fracaso o debilidad. Pedirle ayuda a un psicólogo es aún más complicado porque se le suman los estereotipos que existen sobre la salud mental. Sin embargo, lo cierto es que solicitar ayuda es un acto de coraje y madurez.

Aún así, normalmente la decisión de acudir al psicólogo es un proceso en el cual la persona va tomando conciencia de su estado y su malestar, se da cuenta de que el paso del tiempo no es el bálsamo que esperaba y comprende que necesita apoyo para lidiar con esa situación. 

De la misma manera en que no tiene sentido soportar un dolor de muelas, tampoco tiene sentido aguantar el dolor emocional. Es importante que comprendas que no siempre tienes que enfrentar todo tú solo. En muchos casos, el paso del tiempo no es bálsamo suficiente y no sirve para curar la herida sino tan solo para añadir capas de resentimiento, odio y frustración. 

De hecho, considera que las emociones reprimidas, antes o después salen a la luz. Los sentimientos y los traumas que no se expresan se acumulan en el inconsciente y, cuando confluyen ciertas condiciones, terminan explotando. En otros casos se traducen día tras día en patrones de pensamientos y comportamientos negativos que constituyen un obstáculo para tu felicidad y dañan tus relaciones interpersonales.

Además, no solo se acude al psicólogo cuando te sientes mal y la situación te desborda. Hay psicólogos en Madrid    especializados en coaching que te pueden ayudar a tomar una decisión importante en tu vida, profundizar en tus necesidades y tener una visión más clara de la vida que deseas. Estos profesionales también pueden ayudarte a darle un vuelco a tu vida, a conseguir tus metas, a mejorar tus relaciones de pareja o simplemente a tener mayor autoestima y confianza en ti mismo.


►El psicólogo no resuelve los problemas, te ayuda a encontrar la solución


1. Tener un espacio solo para ti. Muchas personas anteponen las necesidades de los demás a las suyas, ya sea porque se trata de sus hijos, los padres o la pareja. Sin embargo, relegarse siempre a un segundo plano pasa una gran factura desde el punto de vista emocional que puede generar sentimientos de soledad y vacío, a pesar de que estés rodeado de gente. Acudir al psicólogo es una forma de cuidarte y dedicarte atención, es como ir a un spa o darse un masaje, es un mensaje que te envías a través del cual indicas que te preocupas por ti y que eres importante. En la consulta tendrás tiempo solo para ti, para hablar de tus problemas, preocupaciones y/o sueños.

2. Comprender realmente qué te sucede. A veces las emociones toman el mando y nos impiden pensar con claridad, nos bloquean o nos impulsan a tomar decisiones que en otros momentos no habríamos siquiera considerado. En esos momentos podemos sentirnos confundidos, perdemos la brújula. Un psicólogo puede ayudarte a encontrar el camino y buscar explicaciones a lo que te pasa. De hecho, muchas personas se sienten aliviadas automáticamente cuando encuentran una explicación a los síntomas que han venido experimentando, es como si todo cobrará sentido y les resulta más fácil aceptarlo. Hablar de tus preocupaciones te ayuda concientizar muchos detalles que habías pasado por alto. Hablar clarifica tu mente, te hace dueño de tus sentimientos, te alivia y te permite tomar mejores decisiones.

3. Ser escuchado sin que te juzguen. El psicólogo te escuchará sin realizar juicios de valor, sin aplicar estereotipos ni etiquetas. Una sesión de terapia es un espacio en el que puedes hablar de todo sin temor a ser juzgado o criticado. De hecho, aunque no somos plenamente conscientes de ello, de vez en cuando necesitamos una dosis de aceptación incondicional que nos permita reequilibrar nuestra autoestima. El psicólogo no solo escuchará tus problemas sino que le prestará atención a tu lenguaje extraverbal y a tus emociones, no te examinará para evaluarte en términos de “bueno o malo” sino que intentará comprenderte para poder ayudarte. 

4. Obtener un punto de vista más global y objetivo. El psicólogo no va a opinar sobre tus valores o experiencias catalogándolas como “justas o erróneas”, tan solo te brindará un punto de vista profesional sobre lo que está sucediendo. Te ayudará a buscar una explicación, para que comprendas qué te sucede y puedas encontrar la mejor solución para ti. Como este profesional no está involucrado emocionalmente en la situación, podrá brindarte una perspectiva más amplia y objetiva sobre el problema. De esta forma, podrás tomar conciencia de los factores que te impiden avanzar y te hacen sentir mal. 

5. Conocerte mejor y comprender a las personas. La psicoterapia no solo te permitirá conocerte mejor sino que también te ayudará a comprender a las otras personas. A medida que profundizas en tus sentimientos, puedes ser más empático con los demás y entender los motivos de sus comportamientos. De hecho, cuando tenemos pensamientos negativos y no los procesamos, estos se convierten en una madeja de suposiciones que nos impide ver el mundo tal cual es. Cuando logras apartar esas expectativas ilusorias y creencias irreales, no solo te conoces mejor sino que puedes comprender con mayor facilidad las intenciones y motivos de los demás.

6. Aprender a gestionar tus emociones, pensamientos y comportamientos. La Psicología es una ciencia basada en años de experimentación y estudios científicos, con un arsenal de técnicas destinadas a aliviar determinados síntomas o ayudarte a conseguir tus metas. Un psicólogo te ayudará a identificar y cambiar los pensamientos disfuncionales que te hacen sentir mal, te enseñará a gestionar mejor tus emociones y a eliminar los hábitos negativos, poniendo en su lugar hábitos más saludables. Vale aclarar que el psicólogo no tiene una varita mágica para resolver todos tus problemas, pero te brindará técnicas y estrategias que puedes poner en práctica para que tú mismo puedas solucionar esos conflictos.

7. Desarrollar habilidades de solución de conflictos. Los conflictos forman parte de la vida cotidiana, así como los problemas. Por eso, los psicofármacos no son una solución definitiva sino tan solo un parche en una herida que continuará sangrando. Al contrario, la psicoterapia te ofrece herramientas útiles que no solo te permitirán resolver los problemas actuales sino también los que puedan aparecer en el futuro. La psicoterapia está orientada a desarrollar habilidades que te permita lidiar con el día a día, reconociendo en primer lugar tus emociones y creencias erróneas y, en segundo lugar, reflexionando sobre ellas y cambiándolas. Y es que la Psicología no solo tiene un carácter curativo sino también preventivo.

Psicología/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com/

martes, 11 de octubre de 2016

¿Tus ideas y sentimientos han caducado?


Alejandro Jodorowsky: Me gustaría que esta fábula la leyeran ciertos individuos engreídos que, por tener un sitio confortable en el sistema económico-social, se sienten con derecho a despreciar a quienes no tienen tal “poder”:
En los bodegas de la vieja mansión, conversaban unas botellas. 
 El champaña proclamaba el aroma excelso de sus burbujas, la ambarina transparencia de su líquido y se sentía noble permitiéndose altivo despreciar al mundo. 
El vino, de un rojo que podría ser confundido con negro, comparaba su licor a los amores, al éxtasis místico y, orgulloso, creía ser el símbolo de la verdad eterna. 
Una garrafa de agua decía ser la pureza misma y se identificaba con la hebra perfecta con que está tejida la materia. 
¡Cada botella alegaba ser más importante que las otras! Un día vino un mayordomo y llevó las botellas de alcohol a un banquete. Cuando los invitados terminaron de escanciar los preciosos líquidos, las botellas, ahora inservibles, pasaron a formar parte de un montón de basura. ¿Quién las iba a tomar en cuenta? Quizás un niño para usarlas como blanco de pedradas… 
Mientras tanto la garrafa perdió su tapón y su agua comenzó a podrirse. Se sintió enferma; nauseabunda. “¡Ya no valgo nada, soy una ruina!” Un barril de madera trató de calmarla: “Señora, creo que comete una equivocación: ¿por qué se siente cambiada si su cristal fue, es y será siempre el mismo? ¡Usted no es su contenido: el líquido que encierra no le pertenece y si él se pudre, usted no tiene más que vaciarlo y llenarse en una fuente pura! 
Al comienzo yo estuve pleno de coñac y no por eso me sentí identificado con el alcohol que me llenaba: dejé que su aroma impregnara mi madera y cuando me vaciaron, mi leña fragante recogió con agrado un vino y le aportó el sabor de la anterior experiencia. Así como yo siempre fui barril, aprenda usted a considerarse garrafa y no agua. ¡Que su pudrición actual quede como lo que es: una experiencia que no afecta para nada la esencia de su vidrio!
►¡Somos el que piensa y no lo pensado, el que siente y no lo sentido! 
Si nuestras ideas y sentimientos han caducado, eso no afecta nuestro ser real: incorporemos nuevas ideas y nuevos sentimientos y no nos aferremos a un difunto pasado.
El placer de pensar
Alejandro Jodorowsky en Plano sin Fin

lunes, 10 de octubre de 2016

La necesidad de conflicto



En las relaciones humanas parece ser el conflicto una dimensión que se mantiene presente. En su latencia todo va bien, todo fluye y es armónico, pero en su despereza todo se desencaja, todo chirría y nada parece volver a reajustarse.

    El conflicto puede surgir al cruzarse intereses, al chocar puntos de vista dispares, pareceres antagónicos. Es su esfera un marco que representa división, lejanía en las personas, el inicio de confrontaciones. El conflicto puede perdurar o ser puntual, reconciliable o incurable, ser pasajero o permanente.

    Todos tenemos y pasamos por conflictos. No sólo entran en juego los que se reproducen en el marco externo, también están los conflictos internos, los desgarros de dentro. Pero la inclinación al conflicto es algo que merece indagación.

    Hay personas que tienden a agarrarse al fuego antes que esperar a que se apague, y así, la vida se consume en una fuente inagotable de insatisfacción de la que no se es consciente. La externalización en conflictos exteriores no es más que la celebración del conflicto que se mantiene dentro. A veces es inevitable caer en un conflicto, en una discusión, pero otras se torna como una válvula de escape para sacar el malestar de dentro.

    El conflicto externo es la representación teatral de la función escenificada de los adentros, que surge de una retroalimentación de dolor y miedo. Toda la carga de confusión, de sufrimiento, de insatisfacción, de baja estima, entre otras, son las anillas que se tiran cuando provienen circunstancias adversas del exterior. Entonces estalla la bomba de dentro y se vierte en las relaciones, en la interactuación con los demás.


La necesidad de ese conflicto surge cuando nos hemos identificado tanto en ese mecanismo de dolor que parece ser nuestra verdadera identidad. Como una parte más de nuestra personalidad, buscamos alimento en el conflicto para nutrirlo, para mantener viva esa identidad que se ha ido construyendo en nosotros. Entonces la capacidad de estar en perfecta armonía se corrompe, se disuelve, el malestar se sitúa en primera fila y se manifiesta en la conducta, en la contrariedad, en el inconformismo crónico, en la irritabilidad permanente.

    Todo se vuelve motivo de conflicto, todo merece una discusión, nada escapa sin que se mastique con los dientes del remordimiento. Si no hay conflicto, se busca. Si no hay motivos, se encuentran. Se convierte el exterior, las personas, las relaciones, todo, como una gran confabulación orquestada para hacernos desgraciados. Salen las autodefensas, el ego permanente, la guardia siempre mantenida.

    La necesidad no es sólo en cuanto a discutir con alguien, también hay personas con la necesidad de, precisamente lo que más teme, sacarlo a relucir para roer ese cierto malestar, sentir que hay un motivo que le empuja a ello, y autoconvencerse de su desdicha.

    Por no mirar de frente al dolor, al malestar que está sin drenar, el sufrimiento que tanto queremos evadir, todo nos zarandea y nos acaba atrincherando. Lo que más tememos que se repita, acabamos generándolo a través del conflicto. Lo que más queremos tener lejos, más lo acercamos a través de propiciar el conflicto. Al final el dolor se alimenta una y otra vez, y parece que todo se coordina para nuestra fatalidad.

    Primero, el conflicto debe resolverse dentro. Así, la identidad del dolor no se perpetúa a través del conflicto. Se puede sentir dolor al soltar esa parte nuestra a la que tanto nos aferramos, y empero, comenzamos a ser conscientes de lo negativo que resulta mantener su hospedaje en nosotros. Se requiere también bajo esa mirada de autoconocimiento, no hacer responsables al resto de cómo nos sintamos, y neutralizar de ese modo los factores de discordia.


Cuando el conflicto es crónico como su necesidad de expresarlo, no es más que el reflejo de un tornado que se crea en un océano agitado de dentro. Son personas víctimas de sí mismas, albergando en ellas una naturaleza de crispación que deroga la verdadera esencia de una personalidad solapada por un manto de ofuscación. El conflicto acaba convirtiéndose en adicción; se necesita del mismo para satisfacer el impulso incontrolado de saciarlo. Se crea en uno una parcela destinada a recrearlos, un área de atención al conflicto, para así, disponer de recursos y poder ser resolutivos con ellos dentro del margen de la contraposición.

    Entonces del conflicto ya no se evade, produce en el sujeto una atracción. Todo es una constante disputa, un reproche permanente, una altura a la que nadie está. Toda comunicación es una intransigencia, un ¨como deben ser las cosas¨ en lo que nada encaja.

    Ninguna armonía de fuera va a resolver la inarmonía de dentro. Por ello, el trabajo debe ser interior para deshacer el nudo de lo conflictivo. Debemos rellenar el vacío que se recarga de debates fuera de tono, pérdidas de maneras, chismes continuados, olfateo constante de disputas.

    Resolver esa identidad desgarradora que busca el enfrentamiento para sostenerse, es soltar una parte que ha secuestrado la que mira por la concordia, la ausencia de problemas, la capacidad de acuerdos, y el afán resolutivo. Surge entonces otro tipo de presencia, sujeta en uno, afincada al ser, y no presta a perderse enseguida en el círculo repetitivo del conflicto. Al ir poco a poco desligándonos de esa emanación de constante dolor, sufrimiento y queja, el conflicto carece de atractivo, deja de ser estimulante, y cuando aparece es como un tren que dejamos pasar porque sabemos que en la mayoría de los casos no nos conduce a nada y crean un campo de negatividad en nuestro entorno.

Eso no significa evadirlos y evitar mostrar la defensa de intereses lícitos en uno, sino determinar la prioridad de que la paz interior y la dicha no deben de alterarse por participar en rencillas que no nos transforman en nada y que nos desgastan por completo.

En Busca del Ser
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