domingo, 31 de julio de 2016

Si la vida te da personas maravillosas es porque lo mereces


Si la vida te da personas maravillosas es porque las mereces, porque las cosas buenas no caen del cielo porque sí. También tú eres un artesano de la reciprocidad y del vínculo que se crea desde el corazón, y ante todo, te preocupas por cuidar de todo aquello que de verdad, vale la pena en tu vida.
Algo que resulta curioso es que con la amistad, ocurre casi lo mismo que con el amor: las personas creen saberlo todo. Se ven a sí mismas como poseedoras de un doctorado en relaciones y la maestría en la sabiduría de la afectividad. Sin embargo, son incapaces de leer la decepción en esas arrugas de más en la mirada de sus parejas o la apatía de esos supuestos amigos del alma, que dejaron de confiar hace mucho en él o ella.
Personas maravillosas son aquellas que aman tus cenizas sin conocer tus incendios, que entran en tu vida sin avisar y que deseas que jamás salgan de ella. Las personas más excepcionales están junto a ti no por casualidad, sino porque las mereces, porque sabes muy bien cuánto vale su alma y la nobleza de sus corazones.
Si a día de hoy tenemos a nuestro lado figuras que enriquecen nuestras vidas es porque nosotros SÍ entendemos cómo funcionan esos cimientos que erigen el respeto, la magia de los silencios compartidos o del dejarlo todo cuando las penas asaltan a ese rostro que tanto apoyo nos ha transmitido con la mirada y las palabras.
Personas excepcionales hay muchas, pero las tuyas son las mejores y te las mereces.

Hay personas que son tu patria

Puede que sea tu pareja, tu familia, tus amigos o por qué no, todos ellos. Las personas disponemos de una patria personal, de un mapa muy íntimo donde se trazan pequeñas historias y donde se habla un mismo idioma: el de los afectos sinceros, el de las emociones que nos ayudan a crecer y que sanan. Esa, y no hay que olvidarlo nunca, es una patria que exige mucho trabajo.
Los amigos no se tienen como quien acumula amistades en un perfil de Facebook. La amistad, como el amor, se cuida todos los días y uno se preocupa por alimentar sus raíces, para que ese vínculo sea fuerte, digno y capaz de hacer frente a cualquier tormenta.
Los habitantes de nuestras patrias personales son como esa rosa que el Principito atiende con dedicación en su pequeño planeta sabiendo que es diferente a cualquier otra, sencillamente, porque es la suya.

Las personas maravillosas pueden aparecer de casualidad, eso es algo que todos hemos experimentado alguna vez, pero el que permanezcan a nuestro lado es algo que solo el tiempo dirá. No podemos olvidar que en toda patria hay batallas y diferencias, en todo mapa personal hay cicatrices y también huellas que dan luz y forma a lo que somos ahora.
El amor y la amistad que nos ofrecen esos seres excepcionales nos define también a nosotros mismos, porque compartimos las mismas historias, porque hemos caminado por los mismos senderos, sabemos lo que valen y los merecemos también por ello.

Personas maravillosas y personas efímeras

El primer estudio sobre el impacto de la amistad en nuestra salud se realizó en 1979 y duró casi nueve años. Se llevó a cabo en California y se descubrió algo que todos sabemos a día de hoy:disponer de una buena red de apoyo con la que compartir experiencias, miedos, instantes de distensión y complicidad, reduce de forma notable el riesgo de sufrir infecciones, infartos cardíacos o derrames cerebrales. 
Tener a nuestro lado a personas maravillosas es sinónimo de bienestar y salud. Sin embargo, las relaciones positivas y verdaderamente significativas en nuestras vidas apenas se cuentan con los dedos de una mano. ¿Qué es lo que falla? Bien, en realidad no podemos hablar de “fallos” sino de conductas y comportamientos en los que somos libres de encajar o no en estas nuestras patrias personales.
Te proponemos reflexionar sobre ello.

Personas que vienen y van y almas que perduran

Algo que muchos sociólogos están percibiendo es que gracias a las redes sociales las personas empezamos a establecer amistades en base a intereses comunes. Formamos grupos y subgrupos en Facebook donde compartir experiencias sueños y deseos. Ahora bien, muchas de estas amistades son efímeras o vinculadas solo a un tipo de actividad o necesidad muy concreta.
  • Hay amigos que vienen y van, que duran lo que un contrato de trabajo, lo que un mes de alquiler o lo que nos dure la paciencia a través del whatsapp. Puesto que llevarnos bien con todo el mundo no es ninguna obligación, hay amistades que, simplemente, terminan mutando su piel en una necesitada indiferencia.
  • Las personas extraordinarias llegan a medida que te vas conociendo mejor a ti mismo y te das cuenta de que has formado una patria, que tu gente es tu territorio y que invertir en ellas es invertir en vida, en salud y en tu propio destino.
Hay quien suele decir aquello de que “no merezco los amigos o la familia que tengo”, pero es un error. Los merecemos porque los valoramos, porque los cuidamos y porque los queremos a nuestro lado tal y como son. En toda su esencia, en toda su magia. Merecemos ser felices y aprender cada día de nuestras personas maravillosas.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

sábado, 30 de julio de 2016

Hay días en que todo está desordenado: el pelo, la cama, el corazón. . .


Hoy todo en mí está desordenado: el pelo, la cama, el corazón…Ya no tengo quien desnude mis miedos y abrace mi alma, pero aún así, te prometo que recogeré cada pedazo perdido, cepillaré mis vacíos y trenzaré mis penas para que nada de esto me impida volver a vestirme con sonrisas, con esperanza.
Cada uno de nosotros hemos experimentado alguna vez estas encrucijadas vitales en las que, de pronto, todo parece estar desordenado. Nuestras brújulas personales ya no marcan el norte y casi sin saber cómo, llegamos al borde del abismo. Ahora bien, lo creamos o no, en estos instantes solo tenemos dos opciones: caer en ese abismo y tocar fondo o salir impulsados hacia el cambio, hacia una nueva realización personal.
Tengo el alma desordenada y un corazón herido. Trenzo mis penas en silencio mientras te dejo ir, mientras desahogo mis pesares y decepciones sabiendo una cosa: en la persona tan fuerte en que voy a convertirme cuando por fin, vuelva a soltar mis cabellos ahora trenzados con las lágrimas…
Resulta curioso analizar por un momento, el significado etimológico de la palabra “crisis”. Viene del griego y deriva a su vez de dos términos muy interesantes “la rotura de algo” y la oportunidad de “analizar” ese algo.
Así pues, cuando nuestra vida esté tan desordenada que no sepamos siquiera con qué pie empezar a caminar, nada mejor que analizar cada una de nuestras partes rotas para comprendernos mejor y después, propiciar el cambio. Te proponemos reflexionar sobre ello con nosotros.


Un cerebro desordenado que intenta sobrevivir al caos

Sabemos que este dato puede sorprenderte, pero nuestro cerebro no ha evolucionado precisamente para permitirnos ser cada vez más felices. De hecho, cada generación sigue teniendo casi los mismos problemas emocionales y existenciales que sus antecesores. Nuestro “tejido gris”, por así decirlo, no es ningún gurú en materia de felicidad.
El cerebro solo tiene una necesidad: garantizar nuestra supervivencia. De ahí, por ejemplo, los miedos, esos mecanismos instintivos que resultaron ser muy eficaces para que el hombre primitivo se defendiera de posibles depredadores. Ahora bien, en la actualidad, nuestros miedos son menos concretos y más intangibles: tenemos miedo a la soledad, al fracaso, a no ser amados, a no cumplir determinadas expectativas…
A ello se le suma otro aspecto esencial. Según un estudio publicado en la “Review of General Psychology” las experiencias negativas dejan en nuestro cerebro una impronta más profunda que las positivas. No obstante, su finalidad es clara: aportarnos nueva información para poder sobrevivir mejor ante nuevas situaciones vitales.

Por tanto, el cerebro percibe esos instantes de crisis y desorden personal como “pequeñas amenazas” a nuestra propia supervivencia. De ahí, su “invitación” a que seamos capaces de adaptarnos mejor a nuestros contextos y para ello, en ocasiones, solo existe un modo: el cambio.

Cómo afrontar nuestras encrucijadas vitales

Pocas cosas dejan tan desordenado nuestro corazón como una ruptura afectiva. La inversión emocional y personal es tan alta en estas situaciones que tras ese adiós, nos podemos más que escondernos en la caracola de nuestra soledad para escuchar el rumor de todos esos sueños perdidos.
Puesto que sabemos ya que nuestro cerebro no tiene ese interruptor natural para hacernos felices de nuevo, basta con recordar varias cosas que sí posee: resiliencia, la habilidad para enfrentar la adversidad y una altísima capacidad creativa para buscar la mejor estrategia con la cual, salir de nuestras encrucijadas vitales.
Te ofrecemos sencillas pautas que pueden servirte de ayuda.

Claves para restablecer el orden y hallar nuestro equilibrio personal

Cuando todo está desordenado nada mejor que sembrar de pequeños placeres nuestro día a día. Puede parecer una tontería, pero cuando nuestra mente sufre un exceso de “pasado” y un temor extremo al “futuro” nada mejor que anclarlo al presente mediante actividades sencillas y placenteras.
  • Sal a caminar, desconecta de la rutina y de lo que te es habitual en tu cotidianidad. De este modo, verás las cosas desde otra perspectiva.
  • Entiende que vivir es ante todo tomar decisiones. Ante toda encrucijada lo único que se nos exige es una cosa: ser responsable de nosotros mismos.
  • Para tomar decisiones se requiere primero de una adecuada calma interna. Puede que ahora mismo solo sientas el desorden de tus emociones y sentimientos, pero siempre llegará ese instante en que debas detenerte y tomar conciencia de dónde estás y lo que necesitas.
  • Ensaya posibilidades. Empieza propiciando pequeños cambios y atiende qué sucede. Si te complace el resultado, da un paso un poco más grande, un cambio más atrevido y verás entonces cuántas colinas y montañas eres capaz de mover.

En conclusión, a pesar de que nos sorprenda, en realidad, las personas no deberíamos temer tanto estos instantes vitales de desorden personal. Lejos de darles una atribución puramente negativa, es mejor verlos como lo que son: nubes temporales sin certeza que nos obligan a abrir nuestros paraguas de colores para sortear la tormenta.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

viernes, 29 de julio de 2016

El sentimiento de culpa‏

Todos hemos sentido alguna vez ese juez interior que implacablemente dictaba sentencia.
    En ese momento la sensación de malestar nos invade, pues sentimos que no vamos acorde en pensamiento, palabra o actos, de nuestro patrón fijo determinado. La culpa cae ante nosotros quedándose fijamente adherida y embarrando cualquier situación que se presente.


Nada tiene sentido de disfrute experimentado culpa, pues ésta tratará de interponerse, para con su presencia, recordarnos que su ausencia no será producida por el mero hecho del arrepentimiento. La culpa gana poder desde el inconsciente, pues en muchos casos es de donde emergen estos sentimientos.
    La culpa se impone en nosotros como la más adosada de las pieles, y se le añade la sensación de malestar y arrepentimiento que, mediante el canal del pensamiento, nos mortifica con su incesante condena. El enredo comienza al racionalizar -y no razonar- las justificaciones que provoquen remitir la magnitud del suceso.


 El sentimiento de culpa puede ser más duradero que una condena carcelaria, pues ésta nos hace prisioneros de la más difícil y deseadas de las libertades: la interior. La culpa tiñe toda atmósfera vivencial. Se llega a incorporar nada más despertar por la mañana, e incluso su impulso sigue interfiriendo a través de las imágenes oníricas que se producen en los sueños.
    La persona vive doblada con el peso de la culpa. Su carga cada vez se puede hacer más pesada e incluso acabar siendo incorporada a la rutina mental, ya que como un ruido de fondo, se mantiene a un lado de los procesos mentales. Su disolución puede ser provocada por el remiendo oportuno, por indiferencia, o por su propio desgaste.
Dependerá del grado de importancia que aportemos al sentimiento de culpa, y hasta qué punto el acto, palabra o pensamiento, llegan a tener un peso suficiente para provocar daños de inmensas magnitudes o resultados irreparables.

    La ecuanimidad, seguida de la reflexión lúcida y consciente, se convierten en herramientas para chequear el origen de la culpa, pues ésta a veces se camufla como una parte ya instalada de nosotros mismos. El sentimiento de culpa puede tener origen en creencias impuestas, ideales hacia nosotros, relaciones basadas en proyectar culpa para ser manipulados, o darnos cuenta también que hemos sido nosotros los que hemos manipulado. Otras, tienen un carácter más leve, como saltarse la dieta, no ir al gimnasio... Pero en cada uno de los casos, la sensación se basa en que nos hemos traicionado a nosotros mismos. Otras, podemos ser nosotros los que proyectemos culpa en los demás, pues nos permite en muchos casos prescindir de ciertas responsabilidades y acoplárselas a otros, saliendo airosos de una circunstancia.

    La culpa o arrepentimiento, produce una autoflagelación invisible hacia los demás. La consciencia se empaña y no ve más que la neblina de su sentimiento. La persona puede anhelar retroceder en el tiempo, pero empujado por el curso de la vida, siente que no queda otra alternativa que mirar hacia el frente.



 La culpa que no es instrumentalizada para reconocer el error y ejercitar el aprendizaje, sólo consigue robar paz y sosiego, pues solapado por la misma, estos estados no llegan a eclosionar en el sujeto. Las capas de culpa oscurecen cualquier florecimiento interior. Su fuerza compulsiva se va alimentando a medida que rumiamos con pensamientos repetitivos. Al no llegar a ser enfriado por la lucidez y la compasión hacia nosotros mismos, la culpa puede ir depositándose en el inconsciente, y en estado de letargo, esperar su activación a la mínima reacción que le despierte de su dormidera.
    Una culpa mal digerida se transforma en basura emocional y se convierte en un lastre que impide avanzar en la circunstancia vital.

    Una persona puede proyectar penitencias futuras que colmen la culpa interior. Otras veces se deja en manos de las casualidades, la señal o anticipo que afirme nuestra absolución, dejando la respuesta a calmar nuestro desasosiego en golpes de coincidencia que nos sirvan de orientación en la oscura inmensidad de la culpabilización.


El sentimiento de culpa desgarra la paz interna, obnubila la consciencia y uno queda atrapado en la proyección de repercusiones anticipadas.
    El ser se sumerge y a veces queda cubierto por la presencia del ego. Éste se protege mediante autoengaños y justificaciones de todo tipo, quedándose respaldado en sus opiniones y protegido por sus afirmaciones.
    Sólo el anhelo de desinstalar la culpa nos puede hacer escarbar en nosotros mismos. Eso significa que iríamos profundizando hasta alcanzar el origen que promueve la culpa (siempre hablando de daños menores y sobre todo profundizando en el remordimiento; obviando los actos impunes o crueles, y menos aún, perversos), y descubriríamos el arsenal de miedos e inseguridades que hilan la culpa.

    La culpa en sí no es provechosa y desgasta la energía sin ningún fin en concreto que el de la autocompasión y la fricción con nosotros mismos. Sólo tiene sentido cuando se alquimiza con la firme resolución de querer modificar la actitud y las acciones en cuanto la vida nos vuelva a presentar la oportunidad de una repetida situación y, la afrontemos con consciencia resolutiva.

    Por no aceptar nuestros fallos evitamos que nos culpen; por no entender que los demás cometen fallos, buscamos culpables.



El buscador comprende que la culpa desprende un hilo que, si lo sigue, le transporta hacia dentro. Trata de observar para no identificarse con ese proceso, entendiendo que sólo es una pequeña piedra dentro de un zapato y que a cada paso se manifiesta su molestia. Trata de analizar sus puntos de vista, inseguridades, miedos infundados y todo ese manantial de memorias instaladas que despiertan la incomodidad de la culpa. Trata de entender que el hecho de permanecer en este planeta va a distar de diversos intereses con el resto de personas y, que no por ello debe dejar de velar por los suyos, pero eso sí, tratando de no dañar a los demás. Comprende en su senda, que a medida que su personalidad se va desetiquetando, no hay lugar para culpas y reproches hacia uno, pues desarrollando la atención y la idoneidad, irá cubriendo sus circunstancias sin caer en negligencias y eligiendo con cordura, respuestas más conscientes y sabias.

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