sábado, 23 de abril de 2016

UN DÍA DECIDÍ PERDONARME



Un día decidí dejar de culparme y hacer algo más constructivo, perdonarme y soltar algunas cosas de mi pasado que aún me pesaban. Dicen que cuando no llegas a perdonar a una persona, nunca terminas de superar lo que te hizo, no lo sueltas; cargas en tu corazón con el resentimiento, el rencor y la rabia; sentimientos que te intoxican desde dentro y que, a la larga, sólo traen consigo amargura y frustración. Entonces, ¿qué podía pasar si no me perdonaba a mi misma?. Nada bueno.
Decidí dejar de justificar mis errores. Que confundimos justificar con perdonar y no es lo mismo. Las justificaciones alivian, a veces vienen bien, pero pueden actuar como una venda en los ojos; las excusas no nos permiten responsabilizarnos de nuestros actos, y así, nunca llegamos a afrontarlos. Sentarme cara a cara con mis equivocaciones, sin justificaciones, ni excusas, pero también sin culpas ni reproches, fue el primer paso.
Decidí dejar de culpar a los demás de mis problemas. Es verdad que a veces no supe elegir bien mis compañías. Invertí esfuerzos en quienes no los merecían, relegando a un segundo plano a personas maravillosas. Pero al fin y al cabo, esa fue mi elección en ese momento de mi vida; me responsabilicé y me perdoné por ello.
Siempre nos dicen, “no te preocupes si te equivocas, que de los errores se aprende”. Pero eso no es tan fácil. Hubo cosas que aprendí a la primera, pero no fueron muchas. Tropecé siete veces con la misma piedra, me caí, me rompí, me levanté y me volví a caer. Culpé a la piedra. Y volví a caer. Intenté cerrar los ojos para no verla. Y volví a caer. Traté de saltarla. Y volví a caer. Y es que no se trataba de ir por el mismo sitio esquivando piedras, sino de cambiar de camino.
Perdoné las lágrimas que solté de más, por cosas que no valían la pena, que no valían mi pena. Fue más duro perdonar las lágrimas que no salieron. Aquellas que nunca encontraron camino a través de mi dolor, que quedaron dentro, ahogando mi corazón.
Me perdoné por haberme dejado en último lugar tantas veces. Por no haberme cuidado y protegido. La tristeza que algunas personas traen a nuestra vida, aparece para avisarnos de que nos alejemos de esas personas; si te paras a escucharla, te lo dirá, pero es algo que no solemos hacer. Cuando una situación nos frustra y nos enfada, ha llegado el momento de luchar para salir de ella; pero en lugar de utilizar la fuerza de ese enfado para tomar impulso, se lo echamos a alguien a la cara, o nos lo tragamos y nos quemamos por dentro. Me perdoné por no haber sabido escuchar mejor a mis emociones y valorar su sabiduría.
Me perdoné mis perfeccionismos, mis exigencias, mis miedos. El tiempo perdido en cosas sin importancia, un tiempo que jamás volverá. Paradójicamente el tiempo es algo que he aprendido a valorar con el tiempo. Me perdoné no haber sabido valorar lo que tenía, por darme cuenta demasiado tarde. Esto costó más. Recordé los momentos pasados, los momentos felices, aquellos que dan sentido a la vida y me prometí a mi misma no volver a pasarlos por alto. No pude perdonarme hasta que no pude sonreír al recordar. O quizás fue al revés. Da igual.
Solté esa parte de mi pasado que siempre me pesó, quedé libre de él y, entonces, pude aceptarme de verdad, entera, completa, con mis luces y mis sombras. Pude soltar de una vez por todas esa maleta de mi pasado que ya no cabía en mi presente. Me sentí libre de cargas antiguas, preparada para lo nuevo que llegue a mi vida.
Y entonces me di cuenta de que todos aquellos errores, equivocaciones y pérdidas formaban parte de mí, del mismo modo que mis éxitos y mis alegrías. Abracé todas aquellas experiencias, gracias a ellas soy quien soy.
Y agradecí.
Agradecí haber aprendido, tras tantas caídas. Da igual cuantas fueron, aprendí.
Agradecí lo que pude dar a los demás, lo que pude darme a mi misma. A partir de hoy, seré más consciente de eso.
Agradecí ser quien soy, miré a esa niña interior que llevo dentro y la abracé. Me acepté completa
Y decidí.
Decidí aprender a soltar aquello que me dañaba. Ya sean personas, situaciones, emociones o cosas.
Decidí cultivar mi paz interior y no permitir que se viera alterada por cualquier circunstancia.
Decidí dejar de vivir la vida como un desafío, como una lucha. La vida no es eso. La vida es vivir, disfrutar, crecer, amar… La lucha es para momentos puntuales.
Decidí valorar cada día, cada momento de felicidad. Valorar a la persona que soy hoy y cuidarme. Valorar a cada persona que hay en mi vida, agradecer su amor incondicional.



Decidí ponerme en pie, salir ahí fuera y volver a intentarlo de nuevo. Pero siendo un poquito más sabia y más fuerte. Que la vida sigue y seguiremos viviendo de la mejor manera que sepamos.


Helena Arias /  http://consejosdelconejo.com/

viernes, 22 de abril de 2016

Pronoia: cuando el universo conspira a tu favor‏

Existe un concepto contrario a la paranoia; la pronoia: donde la persona siente siempre que el universo conspira en todo momento (y secretamente) para su beneficio. En teoría, la pronoia es un neologismo, definido como el estado mental contrario a la paranoia, donde el individuo tiene el presentimiento de que el mundo funciona para ayudarlo. Personalmente, siento la pronoia como un estado de vibración, pues cuando te alineas con futuros, realidades y energías de alto calibre, literalmente sintonizas con eventos, personas y situaciones del mismo nivel y, por lo tanto, se tiene la sensación, y es literal, de que todo funciona siempre a favor de uno, en plena sincronía y armonía con las leyes, dinámicas, y procesos energéticos de la vida.
En todo caso, desde 1982, con su primera aparición como concepto público, la pronoia tomó su lugar dentro del lenguaje social, y donde algo que antes era simplemente una forma optimista de ir por la vida, ahora resulta que le fue concedido un nombre clínico, y hasta algunos han pensado que podría llegar a ser un trastorno psicológico que habría que tratar. En general, muchos pensamos que, si las circunstancias y todo se vuelve a nuestro favor, es porque estamos alineados con fuerzas mayores de la Creación que facilitan la manifestación de esos estados vibracionales altos. Aquí es cuando uno parece tener síntomas (que son lo que seguro, en algún momento, las farmacéuticas querrán que nos tratemos con medicamentos) de ataques repentinos de optimismo e incrementos de buena voluntad. Todo un problema para el sistema, la verdad, pues no vaya a ser que realmente creamos que las cosas pueden ir tan bien como lo estamos percibiendo y viendo materializado, y nos vayamos a acostumbrar a estar en ese estado.

Hasta los clásicos griegos la practicaban

En todo caso, el tema viene de lejos, ya que hace siglos, nuestros antepasados, sabían del poder que tiene alinearse con las fuerzas que rigen la vida y la naturaleza. Los griegos, por ejemplo, tenían una palabra -Kosmos- para refe­rirse a la totalidad ordenada de la existencia, una totalidad que incluía los mundos físicos, etéricos, emocionales, mentales y espirituales. Desde su punto de vista, la realidad última no era tanto el cosmos (la dimensión estrictamente física, nuestro universo 3D, la realidad espacio-tiempo que conocemos) como el Kosmos (con K, que incluye las dimensiones no-físicas, todo lo emocional, mental y espiri­tual de los niveles y planos superiores de la existencia).
El Kosmos, pues, no se refería sólo a la materia inanimada e in­sensible, sino a la totalidad viva compuesta por la materia, el cuerpo, la mente, el alma y el espíritu. Si debe existir una autén­tica alineación con la vida, no debe centrarse exclusivamente en el conocimiento y comprensión del cosmos, sino del Kosmos, en su conjunto, sino, no hay forma de explicar porqué existe realmente la pronoia, y porqué es tan real como lo es cualquier otra cosa. Lo que ocurre es que la sociedad moderna ha aca­bado reduciendo el Kosmos al cosmos, la totalidad compuesta de materia-cuerpo-mente-alma-y-espíritu a la materia sólida pura y dura, como único referente de lo que es válido y real, hasta el punto de que, en el mundo insípido y anodino del materialismo científico, nos cerramos a la idea de que pueda existir realmente una forma de alinearse y conectarse con un universo más allá del plano físico, y vivir y disfrutar de sus leyes y sus invisibles dinámicas, que hacen que, literalmente, si te enchufas a ellas, conspiren en tu favor constantemente.
Viviendo en pronoia
Para ridiculizar este aspecto, el concepto de la pronoia pareciera estar en completa oposición con el mundo en el que estamos. No es nueva, pero si subversiva para el sistema establecido, que procura que no nos enteremos de ninguna de las formas de la maravillosa existencia de todo aquello que no vemos con nuestros ojos. Y, ¿cómo se vive en pronoia? Pues solo exige que uno se conecte al flujo de la vida en su más alta expresión: a través de las energías de la felicidad, de la risa, del amor, de la empatía, de la cooperación y colaboración mutua, y eso sucede cuando dejamos de vivir desde el modo “supervivencia”, saliéndonos de los miedos y la separación para conectarnos con el modo “disfrute del momento”.
La pronoia, en uno mismo, es tremendamente fácil de demostrar, y, en general, nos da igual que otros nos crean o no cuando les aseguramos que la vida parece conspirar a nuestro favor en determinados momentos de nuestro paso por este plano. Simplemente, cuando el ser humano se halla centrado en un determinado esta­do de la existencia, es decir, cuando vivimos en torno a un determinado nivel de consciencia, todo nuestro mun­do físico, energético, psicológico, nuestros sentimientos, motivaciones, ética, valores, nuestro sistema de creencias, nuestra visión acerca de la realidad en la que existimos, está en consonancia con los niveles de realidad más altos posibles dentro de nuestro planeta (evidentemente, acotados por la realidad macro del sistema bajo el que existimos, pero ya lejos de sus estratos más densos y complejos que es donde nos intentan mantener constantemente).

Los dos lados del péndulo

Cuando esto sucede, el universo conspira y nos da total libertad. Podemos vivir desde la paranoia o desde la pronoia, o en cualquier estado intermedio según vaya de un lado a otro el péndulo de nuestra realidad. Ahora mismo, debido a los medios de comunicación, asistimos a un escenario donde se plasman muchas escenas de uno de los bandos, pero todos tenemos montones de oportunidades de experimentar la otra elección. El universo conspira en darnos aquello que elegimos o en lo que nos enfocamos: si somos pesimistas, nos dará más experiencias y acontecimientos en ese sentido. Si elegimos el optimismo, comenzaremos a ver nuestra luz y la que hay en todo nuestro alrededor, sabremos siempre que formamos parte del conjunto de todo lo que existe, y ello nos permitirá ser desde la parte más divina y primordial que nos define.
¿Una pastilla para curar la pronoia? No, un esfuerzo por vivir siempre en ella. Mi universo me dice que siempre me está y me estará ayudando, y no he percibido en ningún momento que haya dejado de hacerlo.
un abrazo,
David Topí
http://davidtopi.com/

22 de Abril - Día de la Tierra