jueves, 21 de enero de 2016

No puedes ver tu reflejo en aguas movidas


Un campesino tenía muchos troncos por cortar pero no lograba encontrar su hacha. Recorrió su patio de un lado a otro, miró en el cobertizo y la granja, pero el hacha seguía desaparecida. ¡Sin duda se la habían robado! ¡Un hacha nueva que había comprado con sus últimos ahorros! 

La cólera se apoderó de él y pintó su mente con una tinta tan negra como el hollín. Entonces vio a su vecino. Le pareció que su forma de caminar era la de alguien que no tenía la conciencia tranquila. Su rostro dejaba traslucir una expresión propia del culpable frente a su víctima. Su saludo estaba impregnado de la malicia de los ladrones de hachas. Y cuando abrió la boca para hablar del tiempo, ¡su voz era la de un ladrón que acababa de robar!

Incapaz de contenerse durante más tiempo, el campesino cruzó su porche a grandes zancadas con la intención de ir cantarle cuatro verdades a ese ladrón que tenía la osadía de venir a burlarse de él. Sin embargo, sus pies se enredaron en una brazada de ramas muertas al borde del camino. Tropezó estrepitosamente, golpeándose en la nariz con el mango de su hacha, que se le debía haber caído de la carreta el día anterior.

Al igual que este campesino, en muchas ocasiones la historia que hilvanamos en nuestra mente nos juega malas pasadas, haciendo que imaginemos cosas que no existen, llevándonos a culpar a los demás o inventando intenciones que no podemos comprobar. Y es que sacar conclusiones precipitadas no es beneficioso para nadie.

Las aguas movidas enturbian el fondo


Cuando somos víctimas de emociones muy intensas, como la ira o la frustración, no podemos ver las cosas con claridad. No somos capaces de distanciarnos emocionalmente del problema para apreciar lo que ocurre desde una perspectiva más racional. Nuestras emociones se convierten en un velo a través del cual valoramos lo que ocurre. Esto nos conduce a tomar decisiones erróneas o precipitadas, que más tarde podemos lamentar. 

De hecho, este tipo de emociones son como un mar agitado. Cuando las olas son demasiado intensas, arrastran todo lo que encuentran a su paso, nos impiden ver el fondo y, por supuesto, no muestran nuestro reflejo. Esto significa que comenzamos a actuar en “modo reacción” y ni siquiera comprendemos por qué nos comportamos de determinada manera. No logramos darnos cuenta de que nuestra actitud y pensamientos no están determinados únicamente por la situación sino, sobre todo, por nuestra reacción a lo que ocurre.

En ese punto dejamos de analizar realmente lo que sucede y comenzamos a reaccionar ante los hechos que estamos creando en nuestra mente, como el campesino de la historia. De esa forma, malinterpretamos cualquier gesto o palabra, porque los asumimos como una confirmación de nuestras creencias. Obviamente, perder el contacto con la realidad de esa forma no es positivo y mucho menos adaptativo.

Ecuanimidad: La herramienta más útil para afrontar la vida


Para afrontar determinadas situaciones, es imprescindible que dejemos que el mar de nuestras emociones se aquiete, sólo así seremos capaces de ver el fondo y comprender cuál es la mejor solución. Sin embargo, aún mejor sería evitar que ese mar se agitase. En ese caso, la ecuanimidad es una excelente herramienta. 

La ecuanimidad es como echar el freno para no salirnos de la curva y adecuar la velocidad de nuestra mente a las condiciones de la carretera de la vida. Sin embargo, tampoco implica echar el freno de mano y quedarse inmóviles mientras la vida pasa. 

¿Cómo desarrollar la ecuanimidad?

La ecuanimidad significa, ante todo, armonía. Ser ecuánime no implica ser desinteresado o adoptar una actitud pasiva sino tan sólo brindar una respuesta proporcionada a los estímulos, intentando siempre mantener el equilibrio psicológico. La persona ecuánime es consciente de que todo es mutable y por eso no se aferra a las cosas pero tampoco las rechaza, simplemente las acepta. 

Por eso, para desarrollar la ecuanimidad es fundamental abrazar el concepto de cambio y desarrollar una actitud más abierta que nos permita aceptar lo que sucede. Esta cualidad te permitirá no sufrir ni enfadarte por gusto, te permitirá reaccionar de forma menos intensa ante los sucesos negativos, para que puedas vivir las cosas positivas más intensamente.

Psicología/Jennifer Delgado

martes, 19 de enero de 2016

La realidad reflejada

La luz nos permite ver las formas y los colores, pero no podemos ver la luz. Del mismo modo, lo Real permite la observación de la realidad que nos rodea, pero con los sentidos físicos no podemos percibir lo Real. 


El cerebro está diseñado para la supervivencia de la especie. Por este motivo ha desarrollado los cinco sentidos físicos con los que poder relacionarnos con el mundo exterior. Es gracias a los sentidos que el ser humano puede sobrevivir.
Sin embargo, nuestro cerebro no está diseñado para la captación de otras dimensiones que no sean aquellas que puede percibir: largo, ancho y alto. ¿Quiere esto decir que no existan? Desde luego que no. Existen, y se las puede percibir, pero no con los cinco sentidos.

A fecha de hoy la física, a través de la teoría de cuerdas, ha llegado a contabilizar más de 20 dimensiones diferentes. No está nada mal la diferencia. Pero, a fin de cuentas, todas ellas se limitan a meras fórmulas matemáticas de inalcanzable comprensión para el profano en la materia.

¿Qué es lo que buscan los físicos? ¿Qué tratan de demostrar los científicos? Tratan de traer al mundo visible un fragmento de lo invisible. Su labor está condenada al fracaso. Jamás lo conseguirán. Lo invisible es esencial, y como decía Saint-Exupéry en su Principito, lo esencial es invisible a los ojos.

Así pues, lo Real y la realidad se entremezclan en la vida cotidiana. Reflejos de una aparente realidad nos confunden sin cesar haciéndonos entrar en estado de fascinación. La belleza del mundo que nos rodea captura nuestra atención hasta hacernos creer que es auténtica. Pero ¿lo es?

El corazón espiritual

Real es lo que permite la percepción, no la realidad reflejada, por muy hermosa que pueda llegar a ser. Para distinguir entre lo Real y la realidad se hace necesario viveka, el discernimiento.

Ser capaz de diferenciar la ilusión de lo verdadero es todo un reto para el individuo. Máxime, cuando a través de la proyección con el mundo exterior y la posterior identificación, él mismo ha llegado a creerse que es real, auténtico, pasando así a formar parte de la ficción.

Vemos una forma reflejada sobre el estanque y de inmediato le concedemos toda nuestra credibilidad. Es verdadero, nos informa nuestro cerebro. Es hermoso, nos dicen nuestras emociones. Es real, pensamos. La ficción está servida, y con ella el sufrimiento de la existencia o el gozo de vivir.
La proyección de la mente es inmediata, tanto como el proceso de identificación. Nos lo hemos creído. Estamos enganchados. Es natural que así sea; ese es el funcionamiento de nuestra mente, la cual crea un velo que impide la percepción directa de lo Real.

Sin embargo, lo invisible se puede percibir, pero no con los sentidos, sino con el corazón. Hridayam, el corazón espiritual, es el olvidado instrumento que posee el ser humano para percibir lo que no se puede percibir con los sentidos.

Despertar al corazón espiritual es rasgar el velo de Isis, es abrir la puerta a lo Real, es comprender lo que la mente nunca puede comprender. Es captar la esencia de lo visto porque se vive desde lo esencial.
¿Quién se atreverá a introducir la mano en el estanque para romper la imagen reflejada y tener un atisbo de lo Real?

Emilio J. Gómez 
http://www.yogaenred.com/

Samadhi

El fuego de la meditación lo purifica todo, absolutamente todo. Lo que en un principio fue una débil llama encendida casi como una curiosidad, termina convirtiéndose en un fuego devastador que no cesa hasta no dejar rastro de nada, ni siquiera del propio meditador, dando lugar al estado de meditación.

                                               
                                                            “La conciencia es la única realidad”
                                                                                                 Ramana Maharshi

Incluso las técnicas –esas, las primeras– arden en tal llama purificadora, pues llega un momento en el que carece de todo sentido su práctica, e incluso llega un punto en el que las técnicas, por muy maravillosas que se crea que son, llegan a ser hasta un elemento obstaculizador debido al apego que pudieran generar.

La técnica es un medio y jamás puede ser un fin. Pero a la mente, en su necesidad de proyección, gusta de engancharse a las técnicas igual que a las personas, los objetos, los pensamientos, las ideas, conceptos, emociones, sensaciones, recuerdos… etc. Cualquier cosa le es válida a la mente con tal de mantenerse con vida.

Sin embargo, si se persevera en la práctica –y este es el auténtico problema del practicante, sobre todo en los comienzos–, todos estos elementos en apariencia perturbadores no desaparecen –ni tendrían por qué hacerlo–, sino que más bien se trascienden para quedar el practicante instalado en el espacio dimensional de la conciencia pura.

Desde el estado de meditación, tan próximo y lejano a la vez, nada se hace sino que más bien todo sucede. No queda nadie que haga algo, sea bueno o malo, pues tales pares de opuestos son también trascendidos.
Y, así como desaparecen los pensamientos, emociones y sensaciones, llega un momento en el que tampoco queda nadie que observe, asampragyata samadhi, pues en última instancia también Sakshi, la consciencia testigo, queda diluida, absorbida en la conciencia pura. Y esto es el Samadhi.

En ese momento todo es adecuado, todo es tal y como debiera de ser. No hay separación entre el hacedor, lo hecho y el propio acto de hacer. A cambio, el silencio, la paz, el amor… todo al mismo tiempo. Entonces, es cuando Jñana, el conocimiento intelectual de la no-dualidad, pasa a ser Vijñana, la vivencia de tal conocimiento.
Quizás, y sólo quizás, esa vivencia sea lo único que importe.

Emilio J. Gómez

La sensación olvidada

El hombre busca el Absoluto, lo anhela… lo añora. Pero no lo sabe. Eso es Avidya, la ignorancia. Para encontrar el Absoluto tan solo se requiere de una cosa: a sí mismo. Quizás porque entre el Absoluto y el sí mismo no exista ninguna separación.



Conocerse a sí mismo es sinónimo de conocer el Ser. Atma Vidya, el conocimiento del Ser, del alma. Aquí, la expresión Atma Vidya cobra todo su sentido, siendo tal conocimiento el propósito de todos los yogas y escuelas de conocimiento.
¿Cómo puede el hombre conocerse a sí mismo? Recuperando la sensación de ser, olvidada entre los asuntos mundanos y la necesidad de supervivencia. Estableciéndose en el sí mismo, habitando en el eje de su consciencia que siempre ha sido, es y será.
El hombre, olvidado de sí mismo, tan sólo necesita mantener vivo el recuerdo de sí para regresar a su origen. A través de Atma Vidya, el conocimiento del Ser, se activa la conexión consciente con el Absoluto. Se sabe no estar separado.
Tal conocimiento sobreviene de forma natural porque el hombre no está separado del Absoluto, tan sólo lo ha soñado. Podría ser de otra manera, pero no lo es. Es así de simple. Cuando algo parece complicado es porque lo es. Y la espiritualidad es simple. Sencilla.


Emilio J. Gómez.

http://www.yogaenred.com/

lunes, 18 de enero de 2016

Las emociones y la Salud‏


Las emociones tienen un gran poder dentro de nosotros que debemos conocer, pues poseen el poder de darnos la salud o de, por el contrario quitárnosla.

El ser humano es un ser integral compuesto de cuerpo físico, mente- emociones y Shen (Espíritu), cuando una de las partes está mal repercute en las otras, por ejemplo, si estamos siempre preocupados por todo, terminamos afectando al estómago y al bazo-páncreas; o también puede suceder que, como consecuencia de una hepatitis, estemos de mal humor ante la más mínima contrariedad.

La mayor parte de las veces sucede el primer ejemplo, solemos nacer sanos, y por complicaciones mentales- emocionales vamos enfermando, expertos conocedores del tema aseguran que esto sucede en el 99 por ciento de las veces, sólo un uno por ciento se relacionaría con el ejemplo segundo.

Según la Medicina Tradicional China, de una antigüedad constatada de cinco mil años, cada emoción básica se halla unida a un órgano. 
– La cólera al hígado y vesícula biliar.
– La alegría al corazón e intestino delgado.
– La reflexión al estómago y bazo-páncreas.
– La tristeza al pulmón e intestino grueso.
– El miedo al riñón y vejiga.

Todos los órganos citados tienen unos canales dentro del cuerpo, a modo de autopistas o carreteras, por las que circula la energía, cuando nosotros nos estancamos en una o varias emociones, se produce el atasco de la energía, que con el paso del tiempo, dará lugar a la enfermedad dentro de ese órgano. Las emociones que nos dañan, por ser alimentadas, pueden ser variadas y dañar varios órganos al mismo tiempo.

No es que las emociones citadas en sí sean negativas, lo que sí lo es, es el quedarse anclado en esa emoción durante tiempo y tiempo (aunque sea a nivel subconsciente), por ejemplo el miedo a quedarse sin trabajo, a no tener casa, a quedarse sin pareja, va dañando nuestros riñones y será muy fácil tener infecciones renales o cálculos o lumbago, etc.

Es interesante e importante recordar que un problema de un órgano favorece la aparición de emociones exageradas o desproporcionadas.
Los más afectados suelen ser el corazón, el hígado y el bazo.
El corazón es el rey de todos los órganos y además controla la mente, por tanto cuando un órgano se halla desmandado en su función, termina dañando al corazón, producirá palpitaciones, pesadillas, insomnio, alteraciones mentales, manías, etc.
El hígado alterado produce depresión, mal genio, suspiros, tumores de mamas, ovarios o útero, dolor en los flancos, etc.
El bazo se manifestará con anorexia o por el contrario, exceso de apetito, vientre abultado, etc.

►Nosotros somos los arquitectos de nuestra salud, es necesario trabajar sobre las emociones y la mente para recuperar la salud perdida.

Camilo Acosta en  SaludNatural