sábado, 14 de noviembre de 2015

Los cuatro peores errores que puedes cometer cuando te comunicas



Hemos hablado muchas veces de comunicación eficaz desde distintos puntos de vista, y sobre la resolución de conflictos. Pero el problema de muchas personas que quieren comunicarse eficazmente es que no reconocen cuáles son sus errores a la hora de dirigirse a otro. Otros, simplemente, son incapaces de darse cuenta de lo terrible que es su modo de hablar con los demás.
En cualquier caso, ahí va una lista con las características de una comunicación ineficaz. Estos comportamientos conducen a una gran cantidad de conflictos que podrían evitarse simplemente hablando de otra manera.

#1 – Un mal comunicador utiliza un lenguaje imperativo negativo

La comunicación ineficaz a menudo se caracteriza por el uso de un lenguaje imperativo para obligar al otro o para emitir juicos negativos y/o de culpabilidad.
Pero a la mayoría de la gente no le gusta ser juzgada y ni le gusta recibir órdenes, por lo que adoptan una posición defensiva. Esta postura es alimentada por sentimientos de resentimiento que suele conducir a un actitud de no respuesta, a desacuerdos y a conflictos.

#2 – Un mal comunicador generaliza los comportamientos de manera negativa

Las declaraciones universales son expresiones que generalizan un carácter o comportamiento de forma negativa. Expresiones que incluyen palabras como “todo el mundo”, “siempre”, “todos sois..”, “todos hacéis..”, “cada vez”, “como un…”, “eres tan…” etc. suelen combinarse con el lenguaje imperativo del que hablábamos en el punto anterior. Es especialmente importante evitar el uso de estas declaraciones universales en la comunicación con los niños, ya que, además, pueden afectar negativamente a su autoestima.

#3 – Un mal comunicador personaliza el problema en la otra persona y es duro con ella

Una de las características de los malos comunicadores es que son duros con las personas cuando tratan un tema, centrando la cuestión en lo personal, personalizándolo y humillando al otro. Lo veremos mejor con un ejemplo. Pensemos en una persona que ha hecho algo mal. Un mal comunicador le diría: “Eres un estúpido. ¿Cómo se te ocurre?”. Un buen comunicador le diría: “Eres una persona lista, pero lo que hiciste no es demasiado inteligente”. La segunda opción abre posibildiades para el diálogo, la exposición de dudas y preguntas y para el descubrimiento de lo que hay detrás; es decir, se aborda el problema. La primera solo traerá problemas (y muy probablemente acciones posteriores iguales o peores) y no se conseguirá solucionar nada. El tema en sí mismo se suaviza, y al centrarse en la persona ésta se lo toma de forma personal y se resiente.

#4 – Un mal comunicador invalida los sentimientos del otro

La invalidación de sentimientos se produce cuando reconocemos las emociones, positivas o negativas, de una persona y las menospreciamos, minimizamos, ignoramos o juzgamos negativamente.
Cuando se invalidan los sentimientos positivos de una persona, éstos desaparecerán o disminuirán. En la misma medida que los sentimientos positivos disminuyen, también lo harán los comportamientos deseables y la fuerza/calidad de la relación.
Cuando se invalidan los sentimientos negativos de una persona, estos se intensifican y, en la misma medida que los sentimientos negativos aumentan, también lo hace el comportamiento indeseable y las barreras en la relación.


Eva Maria Rodríguez
La Mente Es Maravillosa

jueves, 12 de noviembre de 2015

Buda


Estaba el Buda meditando en la espesura junto a sus discípulos, cuando se acercó un detractor espiritual que lo detestaba y aprovechando el momento de mayor concentración del Buda, lo insultó lo escupió y le arrojó tierra.
Buda salió del trance al instante y con una sonrisa plácida envolvió con compasión al agresor; sin embargo, los discípulos reaccionaron violentamente, atraparon al hombre y alzando palos y piedras, esperaron la orden del Buda para darle su merecido.
Buda en un instante percibe la totalidad de la situación, y les ordena a los discípulos, que suelten al hombre y se dirige a este con suavidad y convicción diciéndole:
-“Mire lo que usted generó en nosotros, nos expuso como un espejo muestra el verdadero rostro. Desde ahora le pido por favor que venga todos los días, a probar nuestra verdad o nuestra hipocresía. Usted vio que en un instante yo lo llené de amor, pero estos hombres que hace años me siguen por todos lados meditando y orando, demuestran no entender ni vivir el proceso de la unidad y quisieron responder con una agresión similar o mayor a la recibida.

Regrese siempre que desee, usted es mi invitado de honor. Todo insulto suyo será bien recibido, como un estímulo para ver si vibramos alto, o es sólo un engaño de la mente esto de ver la unidad en todo”.
Cuando escucharon esto, tanto los discípulos como el hombre, se retiraron de la presencia del Buda rápidamente, llenos de culpa, cada uno percibiendo la lección de grandeza del maestro y tratando de escapar de su mirada y de la vergüenza interna.
A la mañana siguiente, el agresor, se presentó ante Buda, se arrojó a sus pies y le dijo en forma muy sentida.
No pude dormir en toda la noche, la culpa es muy grande, le suplico que me perdone y me acepte junto a Usted”

Buda con una sonrisa en el rostro, le dijo: “Usted es libre de quedarse con nosotros, ya mismo; pero no puedo perdonarlo”
El hombre muy compungido, le pidió que por favor lo hiciera, ya que él era el maestro de la compasión, a lo que el Buda respondió:
-“Entiéndame, claramente, para que alguien perdone, debe haber un ego herido; solo el ego herido, la falsa creencia de que uno es la personalidad, ese es quien puede perdonar, después de haber odiado, o resentido, se pasa a un nivel de cierto avance, con una trampa incluida, que es la necesidad de sentirse espiritualmente superior, a aquel que en su bajeza mental nos hirió. Solo alguien que sigue viendo la dualidad, y se considera a sí mismo muy sabio, perdona, a aquel ignorante que le causó una herida”.
Y continuó: “No es mi caso, yo lo veo como un alma afín, no me siento superior, no siento que me hayas herido, solo tengo amor en mi corazón por usted, no puedo perdonarlo, solo lo amo. Quien ama, ya no necesita perdonar.”
El hombre no pudo disimular una cierta desilusión, ya que las palabras de Buda eran muy profundas para ser captadas por una mente llena todavía de turbulencia y necesidad, y ante esa mirada carente, el Buda añadió con comprensión infinita:
-“Percibo lo que le pasa, vamos a resolverlo: Para perdonar, ya sabemos que necesitamos a alguien dispuesto a perdonar. Vamos a buscar a los discípulos, en su soberbia están todavía llenos de rencor, y les va a gustar mucho que usted les pida perdón. En su ignorancia se van a sentir magnánimos por perdonarlo, poderosos por darle su perdón, y usted también va a estar contento y tranquilo por recibirlo, va a sentir un reaseguro en su ego culposo, y así más o menos todos quedarán contentos y seguiremos meditando en el bosque, como si nada hubiera pasado”
Y así fue.

Cuando dejas de esperar tu vida cambia

Me gusta actuar de forma sencilla ante la vida, ante mi vida. Una de mis tareas diarias desde hace ya algunos días consiste en pretender liberar la conciencia de mis ilusiones o promesas eternas y lo que su sentir y existencia en mi vida pueden generar. Me di cuenta que empleaba una elevada gran cantidad de energía a la hora de “verme” en la situación futura que deseaba. Me concentraba demasiado en el mañana.
Tomé entonces la decisión de dejar de vivir esperando y no esperar algo de mi. En cuanto tomas esta decisión tu corazón respira aliviado y tu alma comienza a vivir verdaderamente. En general, nos centramos en el cómo tenemos que vivir, sin darnos cuenta que solo por eso nos condicionamos y en realidad no vivimos. Encarcelamos nuestra alma y la robotizamos.
Así, un día decidí detener los pensamientos acerca de mi persona, de lo que yo misma esperaba de mí, de todas mis ilusiones. Decidí dejar de crear expectativas y vivir en ellas continuamente, de manera constante… Para centrarme en lo que sucedía a cada momento y poder disfrutarlo, en lugar de estar esperando.
“Lo pasado ha huido, lo que esperas está ausente, pero el presente es tuyo.”
-Proverbio árabe-


Deja de esperar algo de los demás










Decidí por lo tanto, dejar de esperar algo de los demás. Pues que las personas de tu alrededor te valoren, que tu pareja te entienda, que tú misma te entiendas y que los demás confíen en ti, en tu potencial y en tu saber hacer… no siempre es tarea fácil.  Aprendí que lo más importante es que yo crea en mí y que si hago algo no es para esperar nada a cambio, sino porque realmente me apetece.

No esperes el dinero en tu día a día




Antes me concentraba en cantidades elevadas de dinero como consecuencia a grandes oportunidades de trabajo que esperaba con mucha ilusión. Me di cuenta que cuanto más anhelaba lo material, menos me lo concedía la vida y menos aún avanzaba hacia ese estado. Entonces acepté de buen grado lo que ya tenía y que no necesitaba más para sentirme bien conmigo misma o ser feliz.
Me dí cuenta que no estaba disfrutando ni saboreando lo que en esos momentos tenía, porque lo único en lo que me focalizaba era en el futuro, en cuando tuviese más y ganase más… realmente perdía el tiempo más importante, el instante presente.


Deja de esperar que todo sea perfecto




¿Para qué esperar que todo sea perfecto? En realidad, pensando así me di cuenta que no estaba sintiendo mi verdadera paz interior. Aquella que todos nosotros tenemos alojada en nuestra alma y corazón por nacimiento. Nuestra esencia y regalo como seres humanos que somos, únicos y extraordinarios.
Cuando dejas de esperar que todo sea perfecto, dejas de depender del entorno para sacar a la luz tu verdadero poder, la serenidad y tu equilibrio interior. Lo que nada ni nadie podrá alterar jamás… La perfección no existe, yo me cansé de ir en su busca.

No pienses en el día de mañana




Cuando nos sucede esa forma de percibir la realidad es porque tenemos miedo de no poder superar aquello que tememos y puede que suceda. Entonces comencé a plantearme la idea de decirme a mi misma que “pasará lo que tenga que pasar, y todo para algo excepcional”.
Todos tenemos planes. Yo misma tengo metas increíbles, pero cuando valoras tu vida bajo este lema percibes en realidad las grandes oportunidades que ésta tiene para darte. Y tus planes se convierten en poco en comparación.
Hay algo que ahora me llevo y es que las expectativas detienen la energía y nos enfocan en realidad en tan solo un par de caminos u opciones. Estas posibilidades además, suelen ya estar en tu mente. Tu energía se bloquea entonces pensando únicamente el “cómo” en lugar del “para qué.”
Siempre estaba esperando algo. Mi mente creaba una cadena de eventos que yo quería que pasaran en mi vida, y por lo tanto mi cabeza siempre estaba trabajando bajo presión para seguir cumpliendo con mis expectativas y no olvidarme de nada. Mi cuerpo estaba siempre en completo funcionamiento preguntándome qué tenia que suceder y que cosas podía llevar a cabo para conseguir aquello que ansiaba.
Y todo porque no sabía a ciencia cierta cómo lograr aquello que estaba esperando de mí misma. Pero ¿sabes lo más gracioso? Cuando dejaba de pensar en esa cadena mecánica, comenzaban a suceder respuestas e ideas excepcionales que me permitían conseguir las cosas de forma más simple y disfrutando.
Me cansaba física y emocionalmente en exceso cuando me proponía algo por todo lo anterior. Era como prepararme para una maratón que me decepcionaba y se llevaba un cachito de mi vida. Y es paradójico: lo que más deseaba se llevaba durante el proceso para conseguirlo parte de mi energía vital. Incongruente, ¿no crees?
Después de cuadrar todos los puntos anteriores en mi mente, y llegar al acuerdo con ella de qué era lo que mi alma necesitaba y corazón anhelaba, mi vida comenzó a llenarse de nuevos regalos que venían por su propia cuenta. Comencé a valorar que antes no apreciaba lo que la vida me estaba regalando, al estar continuamente buscando la respuesta a la pregunta “¿cómo lograrlo?”.
Y ahora, para finalizar, es cuando te cuento el secreto de que todo se resume en que decidí dejar de controlar mi vida y empeñarme en averiguar cómo iban a suceder las cosas. Que todo lo que sucede al ritmo que acontece es porque tiene su propio tiempo, inalterable y simple. Entonces es cuando podemos apreciar cómo sentir la vida y cómo fluir sin esperar nada, solo vivir y ser tú mismo verdaderamente.

“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades.”
                            -Miguel de Cervantes-







Paula Díaz
La mente es maravillosa 

Conocerse a fondo


Para despertarse, el único camino es la observación. El ir observándose. 
El ir observándose uno a sí mismo, sus reacciones, sus hábitos y la razón de por qué responde así. 

Observarse sin críticas, sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir la verdad. Es conocerse a fondo. 

El indagar e investigar quién es Jesucristo es muy loable, pero ¿para qué sirve? ¿Te puede servir para algo si no te conoces a ti mismo? ¿Te sirve para algo si estás controlado y manipulado sin saberlo? 
La pregunta más importante del mundo, base de todo acto maduro, es: ¿Yo, quién soy? Porque, sin conocerte, no puedes conocer ni a Dios. 
Conocerte a ti mismo es fundamental. Sin embargo, lo curioso del caso es que no hay respuesta para la pregunta ¿quién soy yo?, porque lo que tienes que averiguar es lo que no eres, para llegar al ser que ya eres. 

Hay un proverbio chino que dice: "Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la visión. Cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la sabiduría, y cuando el espíritu no está bloqueado, el resultado es el amor." 

Hay que quitar las vendas para ver. Si no ves, no puedes descubrir los impedimentos que no te están dejando ver. 
El observarte a ti mismo es estar atento a todo lo que acontece dentro y alrededor de ti, como si esto le ocurriese a otra persona, sin personalizarlo, sin juicio ni justificaciones ni esfuerzos por cambiar lo que está sucediendo, ni formular ninguna crítica ni autocompadecerte. 

Los esfuerzos que hagas por cambiar son peores, pues luchas contra unas ideas, y lo que hay que hacer es comprenderlas, para que ellas se caigan por sí solas una vez que comprendas su falta de realidad. 
Hay que cuestionar todo esto para ver si se comprende como una verdad y entonces te pondrás a observarte.

Antony de Mello

martes, 10 de noviembre de 2015

EL MILAGRO DE CURARNOS



En algún momento de nuestra vida, quizás no todos, pero sí la mayoría, sufrimos una enfermedad. El concepto que tenemos sobre ella no es un pensamiento más. Es una creencia, la de estar poseídos por una fuerza que no nos pertenece y que nos ataca. Si bien esta creencia es universal, no todos la vivimos de la misma forma. En occidente, ha sido reforzada por la presencia de un sistema médico que ha obtenido un gran poder que lo ha legalizado colectivamente.

Podemos decir que la enfermedad es un invento. Como la luz eléctrica. La luz siempre existió pero lo que hizo el hombre fue poder manejarla y eso le dio poder. El malestar orgánico o emocional siempre existió pero lo que hizo la medicina fue clasificarlo y eso le dio poder. La creencia sobre la enfermedad no solo es la de una fuerza que nos ataca sino que a partir de esa clasificación, es la de una fuerza que un grupo de personas (los científicos-médicos) puede dominar. O por lo menos ostenta un saber sobre ella y puede ejercer influencia sobre su evolución.

Esta influencia ha crecido desproporcionadamente en relación al saber. Actualmente las llamadas enfermedades son desmesuradamente influenciadas por la acción médica sin que haya un saber que sustente lógicamente esa influencia. Se actúa sobre ellas sabiendo muy poco sobre el origen de la enfermedad y mucho menos sobre el sentido de la misma.

Pensemos en un simple resfriado. Se atribuye a un virus pero no se lo combate a él sino al resfriado. Se lo trata de abortar. Se usan antihistamínicos para que las secreciones disminuyan y muchas veces antibióticos porque se habla de alergias bacterianas o complicaciones infecciosas imposibles de comprobar. Esta metodología que influencia el curso de la enfermedad se basa en la misma teoría que sostiene que el sol gira alrededor de la tierra; la observación superficial de un fenómeno sin preguntar nada sobre las características del objeto sobre el cual el fenómeno actúa. Si la física dependiera de los médicos, hoy seguiríamos creyendo que a la mañana el sol está en el este porque a la tarde giró alrededor nuestro.

Pensemos en un tumor. Un pedazo de carne que sobra. Los métodos médicos que influencian su destino se basan en la misma teoría de observación superficial y de ausencia de preguntas sobre las características del sujeto enfermo. El pedazo de carne está de más y hay que eliminarlo. Si no se puede con cirugía, se arrasa con drogas o radiaciones. Los físicos no manejan la medicina y los médicos terminan por creer que una resonancia magnética es una observación profunda. Se sigue observando el fenómeno y no la naturaleza ni el sentido del fenómeno.

Es así que ahora hay dos creencias: el malestar es una fuerza que viene de afuera y se puede influenciar sobre esa fuerza con un saber que se llama científico.

Volvamos al resfriado. Pensemos que quizás no es un virus el que lo produce (la fuerza externa) sino que es una de las formas que tiene el organismo de descargarse de una tensión que lleva demasiado tiempo acumulada. No hay fuerza externa. Los virus ya estaban y uno no se contagia de nadie sino que son ellos los que comandan esta forma de descargarse. Esto no significa que no haya virus extraños al organismo y éste intente rechazarlos porque no los reconoce. Los virus son cadenas de información y si traen una información extraña e irreconocible, el organismo se niega a aceptarla y se produce el rechazo de la misma. Pero esto no es lo que ocurre en un resfriado común. Allí hay problemas territoriales y las mucosas se inflaman para obstruir la nariz y no respirar el mismo aire que el enemigo. Los bronquios expulsan moco para escupir al invasor. Los músculos duelen para retirarse de la lucha. Y allí los virus son excelentes colaboradores para generar este estado inflamatorio que si bien es molesto, logra que el ser vivo se aísle y recupere su bienestar. La medicina en lugar de entender esto, ataca los síntomas para que el sujeto vuelva a la cadena de producción lo más pronto posible. Los médicos se comportan como aliados de un poder que exige productividad sin interesarse por la verdadera recuperación del cuerpo enfermo. El paradigma del agente externo como causa siempre presente de la enfermedad sirve a los mismos fines. Si hay un agente externo debe haber un poder que lo pueda combatir. Y ese poder es la científica medicina.

Quizás si esto hubiera quedado allí, tendríamos esperanzas de salir de esa trampa. Pero lamentablemente, la influencia de la acción médica sin un saber lógico que la sustente, generó tantos nuevos saberes vacíos, que estamos atrapados en una red que se retroalimenta de otras disciplinas y de otros saberes. La religión, la filosofía, la psicología, aportan nuevos saberes a esta interminable creencia de la enfermedad como fuerza externa y a la existencia de un grupo que tiene un saber sobre ella.
Escuchamos conceptos que parecen valiosos: -Debemos aceptar la enfermedad si vamos a luchar contra ella.- -La enfermedad es poderosa pero más poderosa es la salud-. -La salud es el silencio de los órganos-. -La enfermedad es un mal que debemos saber combatir-. ¿Quién podría negar el valor de esas frases?. Sin embargo, no sirven de nada. Son saberes que se basan en una creencia vacía. Y no porque no se pueda defender esa creencia. Sino porque ya no sirve más.

En este contexto, nos han quitado la libertad de elegir. En la historia de la humanidad, siempre hubo bandos, romanos y griegos, árabes y españoles, buenos y malos, perversos y normales, nazis y judíos. El ser humano podía optar, aún cuando esa opción fuera equivocada. Ahora es imposible elegir ya que se trata de nosotros o los virus, enemigos invisibles que destruyen a todos, sin excepción. Las organizaciones mundiales encargadas de la salud avisan que futuras pandemias son inevitables y elaboran mapas con colores cada vez más intensos y tenebrosos. La humanidad toda enfrenta al enemigo invisible y no hay opción. Por primera vez, en cientos de años, se está tomando conciencia que no es la Tierra la que está en peligro sino esta especie que se ha creído excepcional y que ahora viene a enterarse de que su desaparición es posible. La génesis de Adán y Eva ya no calma los temores de una especie que ha inventado el concepto de enfermedad y ahora el concepto en sí mismo la está arrasando. La fuerza externa que nos viene a destruir supera ampliamente el saber autorizado del grupo de personas que la combate. El concepto se escapó de las manos y tiene vida propia. La gente ya no se muere de la enfermedad sino del miedo que el concepto inventado le genera. El miedo no da tiempo a que la enfermedad actúe y nos mate ya que crea por sí mismo una realidad mortal. 

Así lo relata el cuento sufí:
-Un sabio sentado en la cumbre de una montaña, ve pasar una sombra y pregunta: ¿Quién eres?. La sombra le contesta -Soy la peste-. ¿Adonde te diriges? -A matar mil personas de ese poblado-. Bueno, ve y mata. A los pocos días, el sabio se encuentra con un hombre y le pregunta ¿De donde vienes? - Huyo de aquel poblado que ha sido atacado por la peste y ha matado treinta mil personas- Bueno, ve y huye. A las pocas horas, vuelve a pasar la sombra y el sabio lo detiene. Oye tú, me has engañado, dijiste que matarías mil personas y has matado treinta mil. ¿Porqué?. La peste le responde- No es cierto, yo solo maté mil personas, el resto-.murió de miedo.--

Como médico he presenciado muchas veces el fenómeno de una persona que en pleno estado de salud y por hallazgos casuales (pruebas de rutina o un médico demasiado inquisidor) ha sido diagnosticada de un tumor en hígado, pulmón o mama. A los pocos días de ese hallazgo, el estado de salud había empeorado dramáticamente. He visto a algunas personas morir en poco tiempo luego del diagnóstico. Eso es miedo, no es cáncer. Ese es el concepto que se le ha escapado de las manos al grupo de científicos que ostenta el supuesto saber de la enfermedad. Y ese concepto se ha desbordado y ha creado una realidad autónoma entre otras cosas, porque se ha colectivizado. Se ha vuelto un saber popular. ¿Quien no ha escuchado alguna de las siguientes frases?: -El cáncer de páncreas, cuando te lo diagnostican ya es demasiado tarde-; -la quimioterapia te mata las células malas pero también las buenas-; -yo sé que me voy a morir, lo que no quiero es sufrir-; -nunca conocí a nadie que se salvara-; -la enfermedad avanza-; -hay que hacer algo- y tantas otras. El saber colectivo sobre la enfermedad no se diferencia mucho del saber de los médicos, muchos de los cuales jamás se harían (y lo dicen públicamente) el tratamiento que le indican a los pacientes.

Actualmente se escuchan muchas voces que cuestionan este concepto de la enfermedad pero la mayor parte de las veces son ignoradas, reprimidas o tergiversadas.
Es en este contexto que debemos dejar de pensar en nuevos instrumentos contra la enfermedad para comenzar a pensar en un nuevo concepto de la enfermedad. Se gastan miles de millones de dólares en investigar y producir drogas cada vez más nocivas para la salud de la humanidad y no cesan de aparecer variantes de la misma enfermedad que no responden a esas drogas o las llamadas nuevas enfermedades sobre las que ni siquiera se tiene alguna droga con la que experimentar.

La ciencia se nota perdida y actúa sin lógica. Solo intenta sacarse de encima un problema inmediato sin pensar en las implicancias futuras de su proceder. No interactúa con el resto de la sociedad que mira azorada la injusticia del poder del que participa. El gobierno que invierte doscientos mil millones de dólares anuales en productos farmacéuticos es el mismo que gasta tres millones de dólares por minuto en armas, mientras deja morir quince niños de hambre en esa misma cantidad de tiempo. La ciencia médica usa el mismo presupuesto manchado de sangre e injusticia. Y en esa confusión trata a los virus con la misma filosofía del gobierno que la sustenta: usa armas mortales.

Es justamente ese nuevo concepto de la enfermedad, el que nos va a permitir salir del atolladero en el que el viejo concepto nos ha metido. Si luchamos contra la enfermedad, luchamos contra el mensaje que pretende curarnos. Cuando una mujer se nota un bulto en la mama, debe parar toda actividad y preguntarse qué le viene a decir ese bulto. Y si no lo sabe, debe recurrir a alguien que la ayude a interpretar ese mensaje. No debe salir corriendo en busca de ese personaje que detenta un saber sobre la enfermedad porque eso la cristaliza en el viejo concepto. Y a partir de allí, solo puede esperar que se instale una guerra en su cuerpo. Y el bulto no vino a declarar la guerra sino a evitarla. Y no es que no debe hacer nada o curarse psicológicamente. Debe instalar la paz en su vida porque el bulto así se lo está exigiendo. Y eso no es poco pero es mucho más de lo que la medicina pretende con su viejo concepto de instalar una guerra entre el cuerpo de esa mujer y-.el cuerpo de esa mujer.

Los poseedores del saber sobre la enfermedad se escandalizarán ante semejante propuesta. -¡No hay tiempo que perder!; ¡Si no actuamos ahora, su vida corre peligro!- Y comenzarán a citar estadísticas no solo fraudulentas sino aterradoras. Algunos optarán por hablar de los adelantos de la ciencia y nos citarán con absoluta seriedad, los anticuerpos monoclonales, los hibridomas y la fusión entre los linfocitos B y los tumores. Suenan orgullosos de saber tanto. Y es un saber vacío porque es eficaz contra el único mensaje que pretende curarnos. Pero además es un saber corrupto, montado en la sangre de millones de seres humanos, que en lugar de salvar sus vidas, la pierden definitivamente.

No es una lucha entre los que saben y los que no sabemos. Es una lucha entre dos conceptos; el de una humanidad que se destruye a sí misma y el de una humanidad que pretende sobrevivir.

La mujer del bulto en la mama deberá elegir y optar por quimioterapia, radioterapia y cirugía y así seguir avivando el viejo concepto que nos está destruyendo o podrá hacer un verdadero cambio en su vida y dejar de sufrir por su hija que la ignora o por su esposo al que no ama. En ese cambio, habrá entendido el mensaje de ese bulto que viene a decirle: -¡No pongas más el pecho!; ¡Deja de ser madre y acepta ser mujer!; ¡Libérate de ese hombre al que no amas!-
-¿Pero quien me da las garantías de que el bulto no crecerá o que sus células se irán a mi cerebro o a mis huesos?-, dirá la mujer envuelta en las informaciones científicas pero a la vez en la realidad de conocer a tanta gente que sigue ese camino. -Nadie -se le responde- absolutamente nadie-. Desde el viejo concepto (la enfermedad como fuerza que nos destruye), se le citarán estadísticas sobre lo que le podría pasar si no hace lo que el grupo que sabe le dice que haga. Desde el nuevo concepto (la enfermedad como mensaje para sobrevivir), se le pedirá confianza en que si hace los cambios que debe hacer, se curará. No parece ser muy interesante la opción.


Es así que la mayor parte de la gente opta por intentar hacer las dos cosas o parte de ellas o casi ninguna de ellas. O lo que sucede con frecuencia, opta por el viejo concepto y cuando ya no obtiene respuesta de él, se vuelca al nuevo concepto. ¡Cuánto miedo!

Filosóficamente, cualquiera de estas opciones viola uno de los principios en los que se funda la realidad, el de la no contradicción: -Una cosa no puede ser y no ser a la vez-. Llamativamente, buena parte de los médicos del viejo concepto están apoyando estas opciones como si con ello colaboraran con la salud del paciente.
Sin embargo, esa es la realidad. El psicoterapeuta Mario Litmanovich dice claramente -¡Necesitamos médicos sin miedo!; esa es la única manera de salir del atolladero-. Creo también que necesitamos pacientes sin miedo.
Es desde este lugar que proponemos el milagro de la curación. Milagro viene del latín y su origen es asombrarse. Curación proviene de cuidado. De eso se trata. El asombro de cuidarnos. De protegernos, de no quedarnos solos y sentir miedo. Allí aparece el asombro. Todos estamos entrelazados y somos la humanidad. No somos el paciente enfermo. Somos la humanidad enferma. Y entonces aparece el cuidado. La necesidad de tratarnos comos almas, no como cáscaras.

El médico alemán Hamer repetía en sus seminarios una presentación que siempre culminaba con un frase: -Necesitamos médicos de manos calientes que hagan de la medicina un acto sagrado-. Allí estaba el centro de su propuesta. Sagrado siempre es citado como originado en sacrificar pero el sacre es un ave de rapiña. Y así se llamaba al halcón en épocas antiguas. Un ave sagrada cuyas uñas retorcidas le permiten sobrevivir hasta que madura y se vuelven inútiles. Allí debe tomar la decisión de arrancárselas con el pico si pretende sobrevivir. Si lo hace, vive una nueva vida, una nueva oportunidad de ser joven y sagrado.

El milagro de curarnos es eso. Volver a nacer fuera de nuestros roles y percibirnos como almas que se relacionan con almas. Dejar de ser hijos, esposos, madres, padres, médicos, abogados, exitosos, fracasados o perversos. Y renacer como almas con cuerpos que son usados, no descuidados.

Para ello, estamos acá. No para descubrir vacunas sino para tomar conciencia.
De lo que somos y hacia dónde vamos.

Fernando Callejón