Generalmente, la soledad nos parece un enemigo. El dolor de corazón no es algo que elijamos invitar. Es algo inquieto que nos quema y está preñado del deseo de escapar y de encontrar algo o alguien que nos haga compañía. Cuando podemos descansar en el punto medio, empezamos a tener una relación serena con la soledad, una soledad refrescante que pone nuestros temores totalmente del revés.
Hay seis formas de describir esta soledad fresca, que son:
1.- Menos deseo, es la voluntad de estar solos cuando todo en nosotros anhela algo que nos anime y que cambie nuestro estado de ánimo. Practicar este tipo de soledad es una forma de plantar las semillas para que nuestra inquietud fundamental disminuya. En la meditación, por ejemplo, cada vez que ponemos la etiqueta «pensamiento» en lugar de dejar que nuestros pensamientos no den cien vueltas, nos estamos entrenando a estar presentes y no dejarnos disociar.
En la medida en que no estuvimos dispuestos a hacerlo ayer, hace una semana o un año, tampoco podremos hacerlo ahora. Después de practicar «menos deseo» consistentemente y de corazón, algo cambia. Sentimos menos deseo en el sentido de que nos sentimos menos seducidos por los Importantísimos Guiones de Nuestra Vida. Por tanto, aun en presencia de esta soledad que nos quema, somos capaces de sentarnos con la inquietud durante 1,6 segundos cuando ayer no aguantábamos ni uno. Éste es el camino del guerrero, éste es el sendero de la valentía. Cuanto menos nos descentremos y nos volvamos locos, más saborearemos la satisfacción y la frescura de la soledad
2.- Contentarse. Cuando no tenemos nada, no tenemos nada que perder. No tenemos nada que perder pero estamos programados hasta la médula para creer que tenemos mucho que perder. Esta sensación de tener mucho que perder se basa en el miedo a la soledad, al cambio, a cualquier cosa que no pueda resolverse, a la no existencia; se basa en la esperanza de que podemos evitar ese sentimiento y en el miedo a no poder convertirnos en nuestro propio punto de referencia.
Cuando dibujamos una línea por el centro de una página, sabemos quiénes somos si nos ponemos en el lado izquierdo o en el derecho, pero no sabemos quiénes somos si no nos ponemos en ningún lado. Entonces no sabemos qué hacer; simplemente no lo sabemos. No tenemos punto de referencia, ninguna mano a la que agarrarnos. En ese punto podemos perder el control, o serenarnos y asentarnos. Contentarse es sinónimo de soledad, de soledad fresca, de asentarse en esa soledad fresca. Renunciamos a la creencia de que escapar de nuestra soledad nos va a aportar una felicidad duradera, o alegría, o una sensación de bienestar, o coraje, o fuerza. Generalmente tenemos que renunciar a esta creencia como un billón de veces, hacernos amigos una y otra vez de nuestro miedo y nerviosismo, repetírnoslo un billón de veces con plena conciencia. Entonces, sin darnos cuenta, algo empieza a cambiar. Podemos estar solos sin alternativa, contentos de estar aquí mismo con el estado de ánimo y la textura de lo que está ocurriendo.
3.- Evitar actividades innecesarias. Cuando la soledad nos «quema», buscamos algo que nos salve; buscamos una salida. Sentimos esta sensación fastidiosa que llamamos soledad, y nuestra mente se vuelve loca tratando de buscar compañeros que nos salven de ella. Esto es lo que se llama actividad innecesaria: es una manera de mantenernos ocupados para no sentir dolor que puede asumir la forma de fantasear obsesivamente con un romance verdadero, o escuchar los chismes de las noticias de las seis, o incluso salir solos a pasear por el campo. La cuestión es que con toda estas acciones estamos buscando compañía de la manera habitual, empleando los viejos caminos repetitivos para distanciarnos del demonio de la soledad. ¿Podríamos tranquilizarnos y tener un poco de compasión y respeto por nosotros mismos? ¿Podríamos dejar de evitar estar solos con nosotros mismos? ¿Y qué tal tratar de no ponernos nerviosos y de agarrarnos a algo cuando empezamos a sentir pánico? Relajarse en la soledad es una ocupación valiosa.
4.- La disciplina total es otro de los componentes de una soledad encajada. Disciplina total significa que en cada oportunidad estamos dispuestos a volver delicadamente al momento presente. Esto es la soledad como disciplina total. Estamos dispuestos a sentarnos en soledad, a estar simplemente allí, solos. No tenemos que cultivar este tipo de soledad de manera especial; simplemente podemos sentarnos inmóviles el tiempo suficiente como para darnos cuenta de que, en realidad, las cosas son así. Estamos fundamentalmente solos y no tenemos nada a lo que agarrarnos. Además, esto no es ningún problema; de hecho, nos permite descubrir un estado de ser absolutamente no manipulado. Nuestras suposiciones habituales —todas nuestras ideas de cómo son las cosas— nos impiden ver las cosas de manera fresca y abierta. Decimos: «Ah, sí, ya sé»; pero no sabemos, no conocemos nada íntimamente, no tenemos ninguna certeza respecto a nada. Esta verdad básica resulta dolorosa y queremos huir de ella, pero relajarnos y volver a algo tan familiar como la soledad es una buena disciplina para darnos cuenta de la profundidad de los momentos irresueltos de nuestra vida.
5.- No vagabundear por el mundo del deseo es otra forma de describir una soledad fresca y encajada. Vagabundear por el mundo del deseo implica buscar alternativas, buscar algo que nos reconforte: alimento, bebida, gente. La palabra deseo indica una cualidad de adicción: es nuestra forma de aferramos a algo porque queremos tenerlo todo bajo control. Esta cualidad surge de no haber crecido: seguimos queriendo ir a casa, abrir el frigorífico y encontrarlo lleno de nuestras delicias favoritas. Cuando las cosas se ponen difíciles queremos gritar: «¡Mamá!», pero avanzar en el camino implica irnos de casa y convertirnos en gente sin hogar. No vagabundear por el mundo del deseo está relacionado con la capacidad de relacionarnos con las cosas tal ‘ como son. La soledad no es un problema ni es algo que queremos resolver. Y lo mismo es verdad para cualquier otra experiencia que podamos tener.
6.- No buscar seguridad en los propios pensamientos. Nos han retirado completamente la alfombra de debajo de los pies; se acabó; ¡no hay manera de salirse de ésta! Ya ni siquiera buscamos la compañía del constante diálogo con nosotros mismos sobre cómo son o dejan de ser las cosas, sobre si deben ser o dejar de ser, si deberían o no deberían ser así, si pueden o no pueden ser. En la soledad fresca y abierta no esperamos seguridad de nuestro diálogo interno, por eso hemos recibido la instrucción de etiquetarlo como «pensamiento». No tiene ninguna realidad objetiva, es transparente e inasible. Se nos anima a tocar ese parloteo y soltar, sin hacernos mucho lío al respecto.
La soledad no nos proporciona ninguna resolución ni nos pone un suelo bajo los pies. Nos desafía a entrar en un mundo carente de puntos de referencia sin polarizarnos ni solidificarnos. A esto es a lo que se llama el camino del medio o el sendero sagrado del guerrero.
Cuando te despiertas por la mañana y de repente sientes el dolor de la alienación y la soledad, ¿podrías usar ese momento como una oportunidad de oro? En lugar de perseguirte a ti mismo o sentir que te está ocurriendo algo terriblemente malo, en ese mismo momento de tristeza y anhelo, ¿podrías relajarte y tocar el espacio ilimitado del corazón humano? La próxima vez que tengas la oportunidad, experimenta con ello.
Extraído del libro: “Cuando todo se derrumba” de Pema Chödron
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