martes, 24 de mayo de 2016

Mi paz interior no es negociable


Esa mañana se levantó como cualquier otra pero, al ir a lavarse la cara, algo había de ser diferente. Estaba frente al espejo y algo desde dentro, como una fuerza profunda, tenía un mensaje para ella: "-Soy tu paz interior y tienes que empezar a cuidarme."
Había pasado unos meses francamente malos desde el punto de vista anímico y había perdido las ganas por cualquier regalo o gesto agradable que pudieran ofrecerle los días. Sin embargo, sabía que esa voz interna comenzaba a tener razón: era la hora de establecer prioridades, de re-definir una jerarquía: de la que manejaba hasta esa mañana se había borrado hacía tiempo.
“Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera”
-François de la R.-

Es posible que hubiera a su alrededor millones de obstáculos impidiéndole desarrollar al arte de cuidarse, pero por fin había entendido que mirar por ella y para ella, al menos una vez al día, le haría ganar en bienestar. Además, sería un “posit” en su memoria en el que pusiera: “es el momento del día en el que toca salir de la zona del bosque en la que te encuentras, subir en el globo y verlo desde arriba”.

Para todos los frenos, alas

A lo largo del día fue reflexionando poco a poco. Primero comenzó a ser consciente de lo complicado que era seguir el propósito que se había marcado: vivimos en una sociedad que nos obliga a relacionarnos y que nos mantiene continuamente ocupados, haciendo que nuestra mente no contemple nuestros intereses de una manera explícita. Como si velar por ellos, de manera consciente e intencionada, fuera un pecado: el mejor indicador de que somos unos egoístas.

Aunque no era solo eso. Había peleado con los monstruos más terribles que existían y que habían hecho que el miedo, la ansiedad y la tristeza se apoderaran del mando de su vida. Ellos habían ocasionado llantos, nostalgias y rupturas internas.
También había tenido que hacer frente a decisiones erróneas, circunstancias delicadas, momentos duros que escapaban de sus manos. Entre sus dedos, como si fueran agua. Tampoco podía olvidarse de las veces que había caminado con los ojos tapados por culpa de personas que querían vivir dos vidas, una de ellas la suya.
No obstante, los mejores propósitos de la vida no son fáciles así que este tampoco tenía por qué serlo: el dolor había sido inevitable y hasta valeroso, pero ya era el momento de que el sufrimiento le dejará de hacer perder un tiempo que no volvería jamás.

Elige lo que quieres ser

En ese instante recordó algo que había leído hacia un tiempo: que somos lo que pretendemos ser y que, por lo tanto, tenemos que elegirlo muy bien. Era justamente lo que necesitaba para lograr establecer prioridades: hacerlo supondría actuar acorde con ellas y alejar la disonancia que produce que la mente y los actos estén “desintonizados”.
“La felicidad es la experiencia espiritual de vivir cada minuto con amor, gracia  y gratitud”
-Denis Waitley-

 Comenzó por una decisión: dejar atrás lo que la ataba al suelo, por decirse un poco más que era especial y por mantener junto a ella la luz que había dejado de ver. Al fin y al cabo ella era la defensora de sus sueños, la mejor aliada de su autoestima y tenía consigo gente que con su cariño no dejaban de alumbrarla.


Quería ser alguien que comprendiera que su paz interior pasaba por encontrar su lugar en el mundo y por mantenerse conectada a él: sonriendo a la panadera que vivía dos manzanas cuando fuera a comprar, agradeciendo los pequeños detalles, repartiendo cariño a los suyos. Solo así el equilibrio volvería y los monstruos ya no harían tanto ruido.

La paz interior no es una posibilidad, es un derecho

En los días sucesivos se dio cuenta de lo que de verdad quería decir aquella profunda voz que había escuchado: tenía derecho a estar bien y eso no era una posibilidad a negociar. Tenía que luchar por su serenidad, por su calma y paz interior, dado que solo así sería capaz de ir encontrando un poco de felicidad entre tanta sobra.

“Los malos momentos vienen solos, pero los buenos hay que buscarlos”
-Dulce Chacón-


Merecía la pena encontrar la forma de conseguirlo, sobre todo porque el estado de bienestar le permitiría ver que la paz interior es “un habitar en uno mismo”, sabiendo que eres feliz con lo que tienes, con lo que haces y con lo que compartes. A partir de entonces, prometió no dejar de mirarse al espejo cada mañana, así nunca lo olvidaría.


Cristina Medina Gómez / https://lamenteesmaravillosa.com









El miedo a sufrir es peor que el propio sufrimiento


Emilio Duró en una de sus conferencias más conocidas llamada “Optimismo e ilusión” dice que el 99% de todo lo que nos preocupa son cosas que nunca han pasado ni pasarán. Si lo pensamos con detenimiento, es cierto, porque gran parte de nuestro sufrimiento y de sus causas están dentro de nuestro cerebro, y lo que realmente ocurre es que tenemos miedo a sufrir.
El miedo es una reacción muy humana, que forma parte de nuestro instinto de supervivencia natural, pero en ocasiones nos traiciona porque se activa ante situaciones en las que no hay un verdadero peligro. Es en esas situaciones en las que tenemos que aprender a controlar nuestros temores.
        “Todo lo que siempre has querido está al otro lado del miedo”
                                                                                             -George Adair-

Tendemos a sufrir más ante la sola idea del sufrimiento que ante una situación que puede dar lugar a un sufrimiento real. Muchas personas temen amar o enamorarse, por miedo a sufrir después, y se esconden tras una coraza sin darse cuenta de que de esa forma no pueden ser ellas mismas, ni conocer el amor.

Cómo funciona el miedo en nuestro cerebro

Para saber cómo funciona el miedo en el cerebro, se llevó a cabo un experimento por científicos del Centro de Salud Mental de la Universidad de Texas en Dallas (EEUU). Contaron con la participación de 26 adultos (19 mujeres y 7 hombres) con edades comprendidas entre los 19 y los 30 años.


El experimento consistió en mostrar a los participantes 224 imágenes al azar, entre las que había imágenes reales (divididas en imágenes de peligro y situaciones agradables) e imágenes irreales sin ningún indicador que diferenciara a las imágenes de las dos categorías.
Se les pidió a los participantes que apretaran un botón con el dedo índice derecho cuando vieran una foto real y que presionaran otro botón con el dedo medio derecho cuando vieran fotos irreales y se midieron los resultados mediante electroencefalografías.
“Nos envejece más la cobardía que el tiempo, los años solo arrugan la piel, 
pero el miedo arruga el alma”
-Facundo Cabral-

Los resultados del electroencefalograma revelaron que las imágenes amenazantes provocaban un aumento precoz de actividad de ondas theta del lóbulo occipital (el área del cerebro donde se procesa la información visual).
A continuación, se producía un aumento de actividad theta en el lóbulo frontal (donde se producen las funciones mentales superiores tales como la toma de decisiones y la planificación). De la misma forma, también se identificó un aumento en las ondas beta relacionadas con el comportamiento motor.
Por lo tanto, en base a todo lo anterior, se llegó a la conclusión de que el cerebro da prioridad a la información amenazante sobre otros procesos cognitivos y el experimento realizado nos muestra cómo sucede este proceso en el cerebro.

Elige dejar de tener miedo a sufrir

Para dejar de tener miedo a sufrir no existen fórmulas mágicas, no hay una forma en la que podamos dejar de sufrir y olvidarnos de todo, pero sí existen determinadas reflexiones que podemos hacer y que nos ayudarán a dejar de lado ese temor, tan irracional a veces.

Elegir no tener miedo significa gestionar nuestras emociones y lograr que no nos dominen, conocernos y elegir estar bien y en paz con nosotros mismos. Para ello es importante pasar por un proceso en el que reflexionemos sobre lo que sentimos y por qué lo sentimos.

Identifica el sufrimiento

Para luchar contra el miedo a sufrir, es esencial no caer en la negación y ser conscientes de que sufrimos. En este sentido, para lograr una visión objetiva, podemos observarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de qué pensamos, cómo lo pensamos y qué hacemos.
Pero además de esa observación interna, es necesaria una observación externa, mira tu cuerpo y observa qué te está intentando transmitir. Se trata de preguntarte: ¿qué te dice tu cuerpo? Escucha a tu cuerpo e identifica ese sufrimiento.

Elige dejar de sufrir

Una vez realizado el análisis interno y externo de nosotros mismos, es hora de elegir dejar de sufrir. Para ello, podemos comenzar con dejar de lado pensamientos negativos que solemos tener como: “No puedo superar esto”, “Me lo merezco”, “No tengo tiempo”, “No vale la pena”.
 “Una gota de pura valentía vale más que un océano cobarde”
-Miguel Hernández-

Junto con esos pensamientos negativos también es importante superar creencias limitantes que solemos tener arraigadas como que “sufrir por amor es la manera más elevada de mostrar amor verdadero.” Dejar de lado pensamientos negativos y creencias limitantes, es un paso esencial para que el sufrimiento no nos invada y elegir la felicidad.

Expresa lo que sientes

Es habitual que sintamos miedo a sufrir y que además tengamos miedo a exteriorizarlo por lo que puedan pensar otras personas, pero expresar nuestros miedos más profundos es lo que nos hace valientes y honestos, con los demás y con nosotros mismos.

Decir lo que sentimos, ponerle palabras al miedo es un acto que requiere un gran coraje pero que nos hará romper las barreras que nos limitan y descargarnos del peso de lo que nos hace sufrir y no nos permite disfrutar de todo lo bonito que hay en la vida.

Arantxa Alvaro Fariñas

lunes, 23 de mayo de 2016

Con los años, he aprendido a evitar discusiones que no tienen sentido


Tal vez sea la madurez, los años o incluso la resignación, pero siempre llega un momento en que nos damos cuenta que hay discusiones que ya no valen la pena. Es entonces cuando preferimos optar por ese silencio que calla y sonríe, pero que nunca otorga, ese que comprende, por fin, que no sirve de nada dar explicaciones a quien no desea entender.
Ahora bien, a pesar de que a menudo se diga aquello de que discutir es un arte donde todos tienen la palabra pero muy pocos el juicio, en realidad, es un problema que va más allá. Las discusiones, a veces, son como una partitura donde la música está desafinada, donde no siempre se escucha y en la que todos desean tener la razón o la voz cantante. En ocasiones, es una práctica agotadora.
Hay discusiones que antes de empezar ya son batallas perdidas. Puede que sean los años o simple cansancio, pero hay cosas de las que ya no deseo hablar más…
Una buena parte de la psicología y de la filosofía nos han enseñado durante mucho tiempo determinadas estrategias para salir airosos en cualquier discusión. Buenos argumentos, el uso de los heurísticos o una adecuada gestión emocional serían sin duda algunos ejemplos de ello, pero...¿Y si lo que buscamos es no iniciar determinadas discusiones que ya damos por perdidas desde el principio?
Te proponemos reflexionar sobre ello.

Discusiones y discursos que ya no tienen importancia para nosotros

La madurez no depende de la edad, sino de llegar a esa etapa personal donde ya no deseamos engañarnos a nosotros mismos, donde luchamos por un equilibrio interno donde cuidar de nuestras palabras, respetar lo que escuchamos y meditar cada aspecto que optamos por callar. Es entonces cuando somos conscientes de qué aspectos merecen nuestro esfuerzo y cuáles nuestra distancia.

Es posible, por ejemplo, que nuestra relación con un familiar cercano fuera compleja hace unos años, tanto, que mantener una simple conversación era como caer sin paracaídas al abismo de la tensión, de las discusiones y los malos ratos. Ahora, sin embargo, todo aquello ha cambiado, y no es porque nuestra relación haya mejorado, sino porque hay una aceptación de  nuestras diferencias. Optamos por un silencio que no otorga, ni se deja vencer, pero que se respeta.
Eran Halperin es un psicólogo israelí especialista en discusiones y resolución de conflictos en el ámbito político, cuyas teorías, pueden aplicarse perfectamente al ámbito cotidiano. Según nos explica él mismo, las discusiones más complejas y acaloradas tienen como componente psicológico la “amenaza,” la sensación de que alguien pretende vulnerar nuestros principios o nuestras esencias.

Madurar es también disponer de una adecuada confianza interior para considerar que determinadas personas y sus argumentos ya no son una amenaza para nosotros. Quien antes nos enervaba con sus palabras ahora ya no nos da miedo ni nos enfada. El respeto, la aceptación del otro y esa autoestima que nos salvaguarda, son nuestros mejores aliados.

El arte de discutir con inteligencia

Sabemos ya que hay discusiones por las que no vamos a perder la calma ni nuestras energías. Sin embargo, comprendemos también que la vida es negociar casi cada día para poder coexistir en armonía, para mantener esa relación afectiva, para lograr objetivos en nuestro trabajo, e incluso, por qué no, llegar acuerdos con nuestros propios hijos. Las discusiones no están pues exentas en ninguno de estos ámbitos.
                Aprender a oír es natural, pero saber escuchar es vital.
El arte de discutir de manera inteligente y sin efectos secundarios, requiere no solo de una hábil estrategia, sino de una adecuada gestión emocional que todos deberíamos saber aplicar en nuestros entornos más cercanos. Te invitamos a tener en cuenta estas sencillas claves.

Uno de los primeros aspectos que debemos tener en cuenta es que las discusiones no terminan obligatoriamente con un ganador, el arte de discutir con eficacia requiere la sutil sabiduría de permitir que ambas partes lleguen a un punto de confluencia, a algún entendimiento. Algo así solo puede conseguirse de la siguiente forma:
  • Oír no es lo mismo que escuchar. Ningún diálogo será efectivo si no somos capaces de aplicar una adecuada “escucha” empática.
  • La poderosa habilidad de entender la perspectiva de la otra persona. Es algo que requiere de un gran esfuerzo y de una adecuada voluntad, pero comprender el mensaje y la visión particular de quien tenemos en frente es algo esencial.
  • Debemos evitar ponernos a la defensiva. Aquí entraría una vez más la idea propuesta por Eran Halperin: en el momento en que nos sentimos amenazados la discusión se vuelve agresiva y aparecen los muros personales de cada uno. El entendimiento jamás podrá acontecer.
  • AutocontrolEs imprescindible desplegar una adecuada gestión de nuestras emociones. Debemos controlar por encima de todo, enemigos como la ira o la rabia. Son bombas de relojería que gustan estar presentes en muchas discusiones.
  • Confianza. Es importante confiar en que finalmente, vamos a comprendernos. Para ello, hay que poner voluntad, ser cercano y respetuoso/a, y hacer uso de términos como “te entiendo”, “sé que eso es verdad”, “es posible”… Todo ello son puertas hacia el entendimiento, pequeños y delicados umbrales hacia ese encuentro donde todos podemos salir ganando.
Porque las discusiones que sí valen la pena son aquellas que nos permiten llegar a acuerdos para coexistir en equilibrio y felicidad.

Psicologia/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

Ya no me enojo, solo miro, pienso y me alejo si es necesario


A fuerza de tener que lidiar con situaciones complicadas, aprendemos a tomar distancia emocional, a gestionar nuestro malestar y a pensar antes de tomar una determinación. Como con todo, para aprender esto es necesario tiempo y experiencia. Mucha experiencia.
Así, podríamos decir que la distancia emocional es un código no escrito que nos permite ver y sentir las cosas de otra manera, pues damos tiempo para que emociones como el enfado pierdan fuerza y podamos dar paso a los sentimientos, los cuales nos permiten comprender con más claridad qué pensamos en realidad y cómo queremos actuar.
Es decir, que hacer esto nos sirve para manejar mejor nuestras emociones y así conseguir más coherencia entre nuestras opiniones y nuestras acciones sobre un tema determinado como por ejemplo la actitud de una persona.

¿Qué necesitamos para tomar distancia emocional?

Ahora bien, ¿cómo podemos tomar distancia emocional? Esta respuesta no tiene una receta mágica, pues depende de muchos factores personales y circunstanciales, así como de relación.
Hay personas a las que llevamos dentro hasta la raíz y distanciarse de las emociones que nos genera el estar con ellos es, sin duda, una de las tareas más complicadas que tenemos que llevar a cabo a la hora de rearmar el puzzle que nos permite comprender qué es lo que sucede.
No obstante y aunque no tenemos la receta que nos conduce a toma de distancia emocional de la manera ideal, sí que podemos destacar la mayor parte de ingredientes que nos hacen falta para lograr alejarnos emocionalmente de aquello que cuesta manejar.
Como ya hemos comentado, es indispensable que nos demos tiempo para conseguir templar nuestras emociones. Pongamos como ejemplo para ilustrar esta cuestión los tres colores de un semáforo: rojo, ámbar y verde.

Ante una afrenta probablemente se ilumine en ámbar para luego pasar al rojo. Es decir, cuando por ejemplo estamos invadidos por el enfado, por la tristeza, por la alegría o por cualquier otra emoción, nuestro semáforo está en rojo y, por lo tanto no debemos tomar decisiones.
Con el semáforo en rojo debemos frenar nuestra reacción emocional y tomarnos un tiempo para lograr mantener un control sobre lo que pensamos, sentimos o hacemos.
Observa, mira y aléjate si es necesario, pero no tomes decisiones permanentes sobre emociones temporales, aunque tengas ganas de decirle cuatro cosas a esa persona o de gritar y marcharte para siempre. Date tiempo para que tus emociones se calmen, sal a darte un paseo, ponte a colorear o deja pasar unos días antes de hablar o ver a una persona que te ha enojado o que te ha entristecido.
Cuando el tiempo pasa simplemente ciertas cosas dejan de tener importancia y algunos detalles que entonces nos angustiaban, pasan a ser nimiedades que relativizamos y aceptamos como propias de las circunstancias.
Digamos que gracias al tiempo nos alejamos y dejamos de comprometernos con la intensidad emocional que generan las decepciones, las expectativas, las traiciones, etc. Lograr no ser controlados por nuestras emociones es posible y como toda habilidad se aprende con la práctica.

La brújula interna, un gran beneficio de poner en práctica la distancia emocional

Una vez que logramos poner distancia emocional ante lo sucedido, podremos escuchar a esa brújula interna que nos genera sensaciones sobre lo que está bien y lo que está mal. Estas intuiciones muchas veces son acertadas puesto que se basan en nuestros sentimientos, mucho más duraderos que nuestras emociones.
Entonces las decisiones que tomemos respecto a los demás y a lo que nos ha sucedido serán mucho más acertadas o más bien acordes con aquello que pensamos y sentimos.  Aquí podremos saber qué nos merece atención y qué queremos ignorar, fomentando que nos sintamos mejor y no suframos tanto por aquello que no podemos controlar.
En resumen, es muy importante que ante situaciones complicadas o con demasiada carga e intensidad tomemos distancia emocional, pues lograremos que los aspectos más pasajeros de nuestras emociones no nos entorpezcan y no hagan que nos arrepintamos de actuar de una u otra manera.
Psicologia/Raquel Aldana
https://lamenteesmaravillosa.com

domingo, 22 de mayo de 2016

Hay un juez llamado tiempo que pone a todos en su lugar



Todos nosotros somos libres de nuestros actos pero no de las consecuencias. Un gesto, una palabra o una mala acción ocasionan siempre un impacto más o menos perceptible, y aunque no lo creamos, el tiempo es un juez muy sabio. A pesar de no dar sentencia de inmediato, siempre suele dar la razón a quien la tiene.
El célebre psicólogo e investigador Howard Gardnerpor ejemplo, nos sorprendió hace poco con uno de sus razonamientos: “una mala persona nunca llega a ser un buen profesional”. Para el “padre de las inteligencias múltiples” alguien guiado únicamente por el interés propio nunca alcanza la excelencia y esta es una realidad que también suele revelarse en el espejo del tiempo.
Cada uno cosecha lo que siembra y, aunque muchos sean libres de sus actos, no lo son de las consecuencias porque, tarde o temprano, ese juez llamado tiempo dará la razón al que la tiene.
Es importante tener en cuenta que aspectos tan comunes, como un tono de voz despectivo o el uso excesivo de burlas e ironías en el lenguaje, suelen traer serias consecuencias en el mundo afectivo y personal de las víctimas que lo reciben. El no ser capaz de asumir la responsabilidad de dichos actos responde a la falta de madurez que, tarde o temprano, trae consecuencias.
Te invitamos a reflexionar sobre ello.

El tiempo, ese juez tan sabio

Pongamos un ejemplo: visualicemos a un padre educando con severidad y ausencia de afecto a sus hijos. Sabemos que ese estilo de crianza y educación traerá consecuencias, sin embargo, lo peor de todo, es que este padre busca con estas acciones ofrecer al mundo personas fuertes y con un determinado estilo de conducta. No obstante, lo que conseguirá probablemente es algo muy diferente de lo que pretendía: infelicidad, miedo y baja autoestima.

Con el tiempo, esos niños convertidos en adultos, dictaran sentencia: alejarse o evitar a ese padre, algo que tal vez, esta persona no llegue a entender. La razón de ello está en que muchas veces quien hace daño “no se siente responsable de sus actos”, carece de una adecuada cercanía emocional y prefiere hacer uso de la culpa (mis hijos son desagradecidos, mis hijos no me quieren).
Una forma básica y esencial de tener en cuenta que todo acto, por pequeño que sea, tiene consecuencias, es hacer uso de lo que se conoce como “responsabilidad plena”. Ser responsable no significa solo asumir la culpa de nuestras acciones, es entender que tenemos una obligada capacidad de respuesta hacia los demás, que la madurez humana empieza haciéndonos responsables de cada una de nuestras palabras, actos o pensamientos que generamos para propiciar nuestro bienestar y el de los demás.

La responsabilidad, un acto de valentía

Entender que, por ejemplo, la soledad de ahora es consecuencia de una mala acción del pasado es sin duda un buen paso para descubrir, que todos estamos unidos por un finísimo hilo donde un movimiento negativo o disruptivo, trae un como consecuencia un nudo o la ruptura de ese hilo. De ese vínculo.
Procura que tus actos hablen más que tus palabras, que tu responsabilidad sea el reflejo de un alma; para ello, procura tener siempre buenos pensamientos. Entonces, ten por seguro que el tiempo te tratará como mereces.
Es necesario tener en cuenta que somos “propietarios” de gran parte de nuestras circunstancias vitales, y que una forma de propiciar nuestro bienestar y de aquellos que nos rodean es mediante la responsabilidad personal: todo un acto de valentía que te invitamos a poner en práctica a través de estos sencillos principios.

Claves para tomar conciencia de nuestra responsabilidad
El primer paso para tomar conciencia de “la responsabilidad plena” es abandonar nuestras islas de recogimiento en las que focalizamos gran parte de lo que acontece en el exterior en base a nuestras necesidades. Por ello, esta serie de constructos son adecuados también para los niños. Utilizándolos con ellos podemos enseñarles que que sus actos, tienen consecuencias.
  • Lo que piensas, lo que expresas, lo que haces, lo que callas. Toda nuestra persona genera un tipo de lenguaje y un impacto en los demás, hasta el punto de crear una emocionalidad positiva o negativa. Hemos de ser capaces de intuir y ante todo, de empatizar ante quien tenemos delante. 
  • Anticipa las consecuencias de tus actos: sé tu propio juez. Con esta clave no nos estamos refiriendo a caer en una especie de “autocontrol” por el cual llegaremos a ser nuestros propios verdugos antes de haber dicho o hecho nada. Se trata solo de intentar anticipar qué impacto puede tener una acción determinada en los demás y, en consecuencia, también en nosotros mismos.
  • Ser responsable implica comprender que no somos “libres” del todo. La persona que no ve límite alguno en sus actos, en sus deseos y sus necesidades, practica ese libertinaje que, tarde o temprano, también trae consecuencias. La recurrida frase de “mi libertad termina donde empieza la tuya” adquiere aquí su sentido. No obstante, también es interesante intentar propiciar la libertad y el crecimiento ajeno, para de este modo, alimentar un círculo de enriquecimiento mutuo.
Vale la pena ponerlo en práctica.

Psicologia/-Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com