viernes, 23 de febrero de 2018

La parábola de la naranja: Lo que hay dentro cuenta


Hace varios años, Wayne Dyer decidió comenzar su conferencia sobre Desarrollo Personal en Canadá de una manera diferente. Con una naranja en mano, le preguntó al público:

- Si exprimiera esta naranja, ¿qué saldría?

Un joven que estaba sentado en la primera fila lo miró con cara de que estaba perdiendo el juicio, pero aún así le respondió:

- Zumo de naranja, ¡por supuesto!

- ¿Crees que podría salir zumo de manzana de ella?

– ¡No! - le respondió sonriendo el joven.

– ¿Y zumo de toronja?

– ¡Tampoco! – negó categóricamente.

– ¿Qué saldría de ella?

– Zumo de naranja.

– ¿Por qué? ¿Por qué cuando exprimo una naranja sale zumo de naranja?

El joven estaba visiblemente confuso, probablemente pensaba que Dyer les estaba tomando el pelo, pero aún así respondió:

– Bueno, es una naranja y eso es lo que hay dentro. 

Dyer asintió con la cabeza y prosiguió:

– Cierto. Pero vamos a suponer que esta naranja no es una naranja, sino que eres tú y alguien te aprieta, te presiona, te dice algo que no te gusta o te ofende y respondes con ira, odio, amargura o miedo. ¿Por qué sale eso? La respuesta, como acaba de decir este joven, es: sale lo que llevamos dentro. No podemos controlar cómo se comportarán los demás, pero lo que llevamos dentro es decisión nuestra.

Con esta sencilla metáfora, Dyer nos da una gran lección: cada vez que respondemos con ira o miedo cuando alguien nos pone contra las cuerdas, sin importar quién es la persona, es porque, de cierta forma, estamos externalizando lo que ya tenemos dentro.

Dyer no se refería a que debemos sufrir pasivamente cuando los demás nos presionan o manipulan, se refería a que debemos ser mucho más conscientes de nuestras reacciones y comprender de dónde provienen realmente. 

Se refería a que en muchas ocasiones atribuimos nuestro enfado, ira, rencor, angustia, agobio, ansiedad, hastío o frustración a los demás cuando a veces, esos sentimientos ya se encontraban dentro de nosotros y esa persona solo los ha amplificado. A veces, las actitudes, palabras y comportamientos de los demás son solo un diapasón con el que hacemos resonancia.

De hecho, es bastante común que cuando estamos nerviosos, cualquier comportamiento de nuestra pareja o hijos termine irritándonos, cuando en otras situaciones esos comportamientos simplemente pasarían desapercibidos. 

A veces, cuando alguien nos aprieta, lo que sale de nosotros es lo que hemos alimentado durante todo el día o quizá por años.

Locus de control externo vs. Locus de control interno


El locus de control es uno de los conceptos menos conocidos pero más importantes de la Psicología en el ámbito del Desarrollo Personal. El locus de control es el sistema de creencias de una persona respecto a las causas de sus experiencias y los factores a los que atribuye su éxito o fracaso.

Este concepto se divide en dos categorías: interno y externo. Si una persona tiene un locus de control interno, atribuirá tanto el éxito como el fracaso a sus esfuerzos y habilidades. Una persona con un locus de control externo, atribuirá su éxito o fracaso a la suerte o al destino, de manera que estará menos motivada por esforzarse pues piensa que, al fin y al cabo, los resultados no dependen de ella. También se ha apreciado que estas personas son más propensas a padecer ansiedad y depresión pues creen que no tienen el control de sus vidas. 

Las personas con un locus de control interno, al contrario, suelen ser más proactivas, están más orientadas hacia los logros y son menos vulnerables a padecer trastornos psicológicos. Por supuesto, estas personas son conscientes de que existen factores que escapan de su control, pero eligen enfocarse en aquellos que pueden controlar, en las cosas que realmente dependen de su esfuerzo.

De la misma manera, cuando nos “aprietan”, nuestra primera reacción puede ser de enfado, frustración o desilusión, pero si tenemos un locus de control interno, en vez de dar rienda suelta a esas emociones, alimentándolas y convirtiéndonos en marionetas de las circunstancias, reflexionaremos y decidiremos cómo actuar. Esa es la gran diferencia entre reaccionar y actuar. Al respecto, Dyer decía: "No siempre se puede controlar lo que sucede en el exterior. Pero siempre se puede controlar lo que sucede en el interior".

Ventilar las emociones negativas puede hacernos sentir peor


Una creencia popular dice: "mejor fuera que dentro", para referirse a que es mejor sacar todo lo negativo. Sin embargo, esta creencia solo es cierta en parte. La manera en que ventilamos las emociones cuenta. De hecho, un grupo de psicólogos de la Universidad de Arkansas se dieron a la tarea de revisar los resultados de los estudios realizados en las últimas décadas sobre la expresión de la ira y descubrieron que ventilar esa emoción puede hacernos sentir mejor inmediatamente pero no es la mejor estrategia a largo plazo.

Lo comprueba una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Búfalo, quienes incluso afirman revelan que ventilar la ira después de haber sufrido un trauma no es tan bueno como se cree. Estos investigadores dieron seguimiento durante dos años a 2.138 personas que de alguna manera habían estado implicadas en los sucesos del 9/11 para analizar cómo lidiaban con ese trauma. Algunas personas decidieron expresar su ira y frustración ante lo ocurrido, otras no lo hicieron. Curiosamente, quienes ventilaban la ira eran más propensas a sufrir estrés postraumático.

Estas y otras investigaciones sugieren que, al contrario de la creencia popular, dar rienda suelta a esos sentimientos negativos puede ser contraproducente, sumiéndonos en un bucle de negatividad que no nos permite superar la situación. Eso no significa sufrir pasivamente, sino encontrar la manera de responder de manera más asertiva.

Debemos comprender que, en el fondo, la asertividad emocional a quien más nos beneficia es a nosotros mismos. La ira, la desilusión, la indefensión, el rencor y la culpa, entre otros, son emociones y sentimientos compresibles y válidos, pero alimentarlos terminará haciéndonos más daño que bien. En su lugar, deberíamos esforzarnos por cultivar un estado de paz interior y equilibrio mental. Debemos recordar que lo que hay dentro de nosotros cuenta, y mucho.

Psicología/Jennifer Delgado
https://www.rinconpsicologia.com

Fuentes:
Seery, M. et. Al. (2008) Expressing thoughts and feelings following a collective trauma: Immediate responses to 9/11 predict negative outcomes in a national sample. Journal of Consulting and Clinical Psychology; 76(4): 657-667.
Lohr, J. M. et. Al. (2006) The Pseudopsychology of Venting in the Treatment of Anger: Implications and Alternatives for Mental Health Practice. (pp. 119-142). In T. Cavell & K. Malcom (Eds.), Anger, aggression, and interventions for interpersonal violence. New Jersey: Erlbaum.

jueves, 22 de febrero de 2018

Abierto a este momento



¿Dónde te encuentras cuando aparecen los pensamientos? ¿Identificarse con ellos continuamente o ser consciente de lo que sucede sin apego?

Sin apego. Aquí y ahora. Abierto a este momento. 
Presente en la aceptación radical de este momento. Ves surgir, ir y venir tu respiración, escuchas, observas, tocas, hueles, saboreas …


Saboreas todo cuanto surge, dejas ir, porque estás aquí presente, más allá de los conceptos mentales, de los objetos de la mente … ellos pasan como troncos flotando en el río, y tú estás en la orilla, no vas tras ellos, eres un testigo que permanece observando, viendo pasar, dejando ir, permitiendo y aceptando la vida.
En ese vacío, en ese continuo desprenderse, hay una presencia vasta, un espacio impersonal sin forma, una receptividad natural y espontánea.


maestroviejo
http://selenitaconsciente.com

miércoles, 21 de febrero de 2018

El sentido de la vida


Conforme la capacidad de percepción del ser humano evoluciona, observamos que ésta atraviesa el mundo de la apariencia y se adentra en capas de cebolla más profundas. Se trata de niveles en los que habita la fuente del sentido que moviliza el camino de la vida.
Sucede que, cuando tenemos un motivo profundo para hacer las cosas, el esfuerzo se minimiza y, en su lugar, aparece una corriente de «fuerza». ¿Acaso la vida en sí misma tiene sentido? No sabemos si un gato puede hacerse esta pregunta, ni tan siquiera si la necesita. Sin embargo, hay seres que al atravesar determinados tramos de la existencia se hacen tal pregunta desde la hondura de sus raíces, tal vez por sentir llegada su hora de madurar en el alma.
Si el rumbo de nuestra navegación por la vida tiene sentido, los vientos a favor o en contra no serán vividos como casuales ni impedirán continuar la travesía. En este sentido resulta curioso comprobar que, cuando nuestro acto de remar hacia adelante está enraizado al significado profundo, aparece un faro en la tormenta. Y bien sabemos que el hecho de tener un motivo profundo en la travesía permite llevar grandes cargas.
Al señalar el sentido de la vida, no puede menos que evocarse a Viktor Frankl, el psiquiatra austríaco que padeció años de tortura y privación en los campos de concentración nazis de Alemania. Victor Frankl observó que sus compañeros morían irremediablemente ante la extrema dureza de las circunstancias. Y, por el contrario, reconoció a personas que, al igual que él, desplegaban una increíble fuerza para sostener el infortunio y la vejación de aquella locura humana.
¿Qué era lo que permitía a algunos seguir con vida y no morir en la impotencia? ¿Qué factor convertía en invencibles aquellos cuerpecillos desnutridos y castigados por la crueldad y la venganza? Frankl señaló que quien poseía un sentido en su vida y, por consiguiente, un sentido a lo que incluso atormentaba, sobrevivía tal y como sobrevivió él, desplegando capacidades vitales insospechadas.
Valoremos la fuerza que emerge al tornarnos conscientes del sentido que tiene lo que ocurre cada día. El sentido que para cada cual tiene la vida no solo es una fuente de fuerza que deviene del propósito, sino que además conforma nuestra propia misión de vida, y con ella, la vocación que nos inspira.
►Quien tiene un para qué puede soportar cualquier cómo.
Cuando el dolor llega y nos vemos fuera de nuestra zona de con- fort, resulta muy reconfortante encontrar sentido a lo que sucede y no tirar la toalla. Podremos sostener mejor el dolor de nuestros hijos, de nuestras parejas y familias, de nuestros amigos y de la humanidad entera, tal vez porque el hecho de acompañar y sostener tiene sentido en nuestra vida. Sostendremos también nuestras íntimas desavenencias y contradicciones si detrás de cada obstáculo que hay que superar se revela un significado en sintonía con el propósito raíz de nuestra vida.
¿Cuál es el propósito último que nos moviliza? ¿Acaso haber sido encontrados por un propósito profundo es parecido a disparar flechas en dirección a una gran diana? La conciencia ordinaria vive en las superficies, por lo cual carece de sentido, en todo caso se mueve para acercarse al placer; y, por el contrario, allí donde huela a dolor tenderá a escapar rauda. Sin embargo, la conciencia pro- funda y el consiguiente significado que desde su nivel aparece per- mite sostener el dolor cuando este es comprendido como un tránsito a territorios de mayor armonía y más alta frecuencia vibratoria.
No parece raro que miremos atrás y nos preguntemos: ¿tuvo algún propósito mi vida?, ¿tuvieron algún sentido mis sucesivas experiencias? Bien sabemos que un barco sin rumbo naufraga más fácilmente en las tormentas. Desde la lógica científica, la vida podrá tener o no sentido y, además, no sabemos si la presencia de este será necesaria en la mente de un gato o en quien ya devino Buda. Lo que sí sabemos es lo saludable que resulta para el ser humano hacer cada día lo que resuena con su propósito y, por el contrario, lo frágil que resulta deambular desconectados de nuestra esencia.
Tal vez no podamos encontrar el sentido que la vida tiene tan solo merodeando por los rincones de la filosofía. El sentido existencial quizás sea un regalo que, cuando llega nuestro momento, es él que nos encuentra y se revela. En realidad la identidad pequeña, es decir, nuestro «yo persona», no puede controlar ni manejar la infinitud de la dimensión transpersonal, tan solo puede mantenerse atenta para que, cuando llegue el momento y esta le busque, tenga encendida la llama de su pequeña lámpara.
Con respecto al sentido último de la vida, recordemos la «pirámide de necesidades» que formuló el psicólogo transpersonal Abraham Maslow. En ella se hace referencia a la escala de las necesidades humanas. En el primer nivel básico se hallan las necesidades fisiológicas: respiración, alimentación, descanso y sexo. Más tarde, el ser humano despliega un segundo nivel inherente a las necesidades de seguridad, por el que se orienta al empleo, propiedad, familia, así como la seguridad física y moral. El tercer nivel corresponde a sus necesidades sociales o de pertenencia, para lo cual busca amistad, afecto y formar parte de un grupo. El cuarto nivel señala la necesidad de estima, una etapa en la que se busca el reconocimiento del prestigio y de la autovalía. Finalmente se corona lo alto de la pirámide, en donde se halla la necesidad de autorrealización, un nivel que corresponde a la creatividad, al desarrollo de los potenciales y al sentido de la vida. El ser humano entonces precisa de un desarrollo más profundo desde el que contribuir a la sociedad ejerciendo su misión de vida.
Es por ello por lo que el sentido de la vida no es un plato para quienes todavía no han recorrido determinados niveles de la escala. En realidad, tal sentido no aparece dándole vueltas a la cabeza, sino que brota desde el corazón como gestor directo de la autoconsciencia. Este motivo, si nuestra vida tiene sentido, significará que la inteligencia transpersonal se ha desplegado y, que muy a menudo, viviremos en consonancia con los niveles de bondad, verdad y belleza que laten en el alma humana.

José María Doria
http://josemariadoria.com