lunes, 30 de octubre de 2017

Estar bien con uno mismo es mejor que estar bien con todos


Entender que estar bien con uno mismo es preferible a estar bien con todos es sinónimo de salud y bienestar. Es como el aprendizaje que se adquiere después de un largo viaje, ahí donde poco a poco se dejan determinadas situaciones atrás para avanzar ligero, libre de cargas en la mochila y piedras en los zapatos. Es un despertar que nos permite llevar la vida con más integridad.
A pesar de que la teoría, en apariencia, sea fácil de entender y que dé incluso para escribir más de un libro sobre crecimiento personal, cabe decir que en la práctica fallamos muchos. Para entenderlo mejor daremos un pequeño ejemplo sobre el que reflexionar. Imaginémonos a nosotros mismos mirando por la ventana algo que ocurre cada mañana a la misma hora. Ahí está nuestro vecino, sacando cada día su pequeño bonsái para que reciba de forma regular la luz del sol. Lo atiende con esmero y obsesiva dedicación: lo poda, lo riega, lo nutre…, incluso podríamos decir que le da cariño.
► Cuando te amas y te respetas a ti mismo, la desaprobación de alguien no es nada que haya que temer o evitar.
                                                             Wayne Dyer
Es algo que a nosotros mismos nos llama mucho la atención por un hecho muy concreto. Nuestro vecino nunca nos ha parecido una hombre especialmente feliz, tiene un trabajo que no le agrada y es la clásica persona que intenta estar bien con todo el mundo. Su abnegada necesidad por complacer ha hecho de él una marioneta de la que tira casi cualquier persona: la familia, los jefes, los amigos… De hecho, estiran tanto sus “hilos” que estos ya han empezado a ceder: nuestro joven vecino ya ha sufrido su primer amago de infarto.
Cada día cuando lo vemos salir con su bonito y cuidado bonsái nos preguntamos por qué no se atiende a sí mismo con la misma dedicación y amor como lo hace con su pequeño árbol. Estar bien con uno mismo es algo que sin duda debería aprender a practicar nuestro vecino, podando quizá determinadas relaciones, nutriendo autoestimas y buscando ese calor con el que recuperar dignidades, autoestimas y bienestares…

Estar bien con uno mismo, cuestión de lógica y necesidad

Decía Epícteto que “al igual que cuando caminamos intentamos no pisar un clavo o torcernos un tobillo, en la vida deberíamos conducirnos con la misma atención”; es decir, evitando que otros nos dañen, evitando dañar y salvaguardándonos sabiamente de todo mal. Sin embargo, en ocasiones no lo hacemos: nos descuidamos con nocturnidad y alevosía. Nos olvidamos de que, dejar de estar bien con uno mismo, para priorizar a otros, no es sano.
Pasamos por alto, tal vez, que intentar complacer a todos aplazando las propias necesidades no es lógico ni recomendable. Asimismo, permitir que se nos vaya la vida sintiéndonos mal con nosotros mismos por esto y aquello, percibiéndonos vacíos, indecisos y frustrados nos obliga a pagar un precio alto. 
Recordemos que lo que se cuida prospera, y que aquello que se defiende y se nutre da sus frutos. Así, algo en lo que deberíamos reflexionar también es que hay momentos donde sería necesario dejar a un lado los aspectos emocionales para hacer uso de la razón. Separar lo que sentimos y recordar lo que necesitamos es a menudo prioritario.
Somos conscientes de que la Inteligencia Emocional tiene mucho peso a día de hoy; sin embargo, existen instantes muy concretos donde el pensamiento más lógico y racional es el que mejor funciona. ¿La razón? Es este tipo de enfoque mental es el que más nos insta a tomar decisiones firmes para iniciar cambios en beneficio propio.
► Todo va a estar bien al final. Si no está bien, no es el fin.
                                                            John Lennon   

Decía Erich Fromm que las personas tenemos la sutil capacidad de vivir en una contradicción constante. Ello hace que en ocasiones nos digamos aquello de que si los demás son felices yo soy feliz, de que si le digo a tal persona que me parece bien lo que hace aunque no sea así, lograré su aceptación y complacencia, y ello me ofrecerá bienestar.
Semejantes dualidades son destructivas, son situaciones de un elevado coste emocional donde debería primar ante todo el sentido y la razón: si algo no me gusta, me alejo, si no estoy de acuerdo lo digo, si me hace daño me defiendo, si no soy feliz actúo para serlo a mi manera.

El camino para estar bien con uno mismo

El camino para estar bien con uno mismo parte del sentido del equilibrio. No se trata ni mucho menos de practicar la auto-complacencia y de priorizarnos casi en cualquier terreno, momento o circunstancia. El bienestar más saludable no deriva en el narcisismo, sino en esa sana convivencia donde uno entiende que para “ser” también hay que “dejar ser”.
Para lograrlo, podemos reflexionar en las siguientes dimensiones. Cada una de ellas requiere de una adecuada interiorización para poder integrarla en nuestras vidas, con valentía y adecuada solvencia psicológica:
  • Auto-confianza. Creer en los propios recursos internos nos permitirá ser más competentes a la hora de tomar decisiones, de avanzar sabiendo quién sí y quién no, qué necesitamos en cada momento y cómo podemos lograr esos objetivos.
  • Aprendo a racionalizar mis pensamientos. Cuando dejamos de estar bien con nosotros mismos se debe casi siempre a ese diálogo interno desgastante, crítico y negativo que pone muros a nuestro crecimiento personal. Aprendamos por tanto a racionalizar pensamientos, a derribar miedos y a dejar de ser nuestros propios enemigos.
  • Seamos amigos de la vida. En lugar de querer ser “amigos de todo el mundo”, de estar bien con todos para sentirnos aceptados, cambiemos un poco el enfoque. Seamos amigos de la vida, seamos receptivos a las oportunidades, al optimismo, al sentido de la libertad y no al de la complacencia y la dependencia ajena.
  • Descubre el potencial que hay en ti. Cuando descubrimos nuestras fortalezas, cuando sacamos partido de nuestras virtudes, capacidades y talentos todo en nosotros se armoniza. Nos sentimos valientes para iniciar cosas sin depender de otros, cosas que nos satisfacen y que van permitiéndonos avanzar sintiéndonos bien.
Para concluir, recordemos que cuando alguien se siente bien con sigo mismo, lo que le depare el azar le empieza a importar menos. En su interior hay tanta energía, confianza y optimismo que nada podrá detener sus pasos. No desperdiciemos esa valía que todos llevamos dentro.

Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

domingo, 29 de octubre de 2017

Prānāyāma, la expansión de la energía vital

Para el Yoga, la respiración es un bien preciado que podemos utilizar a nuestro favor, tanto para vigorizar nuestro cuerpo como para calmar nuestra mente. Más sutil que el trabajo postural, la disciplina respiratoria logra armonizar el mundo emocional y darnos el vigor suficiente para empujar nuestra propia vida y las responsabilidades sociales que derivan de ella.


El prānāyāma nos ayuda a purificar las vías respiratorias y a aumentar nuestra capacidad pulmonar; a incrementar nuestro aporte de oxígeno y a equilibrar el sistema glandular; a regular los flujos de energía, calmar la ansiedad y también a desarrollar nuestra capacidad de concentración y de voluntad, entre otros muchos beneficios. (…)
Para hacer un trabajo eficaz con la técnica respiratoria, previamente debemos observar nuestra respiración y hacer un buen diagnóstico de ella. Esa respiración que se da en lo cotidiano desde que nos levantamos, desayunamos, conducimos y trabajamos, y así hasta que nos vamos a dormir y seguimos durmiendo, adolece muchas veces de sensibilidad, profundidad y capacidad de adaptación a cada momento.

Barreras respiratorias

A menudo, nuestra respiración se limita a un movimiento superficial porque la caja torácica alberga una gran cantidad de tensiones musculares que le impiden una adecuada apertura. Es evidente que las desviaciones de la columna vertebral, tales como la cifosis o la escoliosis (por citar las más evidentes) deforman la caja torácica, enrollan las costillas y hunden el pecho, acortando la musculatura pectoral necesaria para una buena respiración.
Unos abdominales demasiado tónicos y una parrilla costal rígida pueden dificultar el movimiento del diafragma, principal músculo inspiratorio, así como su correcta expansión. Por otro lado, la misma ropa que vestimos, desde el cinturón del pantalón, sujetadores muy ceñidos, corbata muy apretada y hasta la misma goma de las medias o leotardos pueden inhibir una respiración más amplia y natural.
También nos limitan los malos hábitos respiratorios: respirar con esfuerzo, con ruido o de forma intermitente. Hay un gran porcentaje de personas que respiran por la boca, ya sea a causa de rinitis, alergias, desviación del tabique nasal o mala oclusión dental, entre otras. Pero respirar por la boca puede suponer una insuficiencia de oxigenación, e incluso provocar que padezcamos apneas. Y no es necesario remarcar, dado que es evidente, que las enfermedades del sistema respiratorio (como bronquitis, asma, enfisema, etc.) van a socavar nuestra plena capacidad respiratoria.
Una de las características de esta respiración ordinaria que estamos analizando es que es demasiado rápida, fruto en la mayoría de los casos de una mente agitada y de una vida estresada. Este aumento de la frecuencia respiratoria arrastra también al corazón y acaba por influir en todo el sistema.
Ahora bien, aunque las patologías respiratorias, las desviaciones de la columna, las corazas musculares o la forma de vestir son contundentes y dejan su huella en nuestra respiración, no podemos olvidarnos de la actitud emocional o psicológica que están detrás de nuestros hábitos respiratorios. El nerviosismo, el temor, la dispersión, la desgana, la depresión, la excitación, la ira o la tristeza, entre muchas otras, pueden dejar con el tiempo una impronta energética o una tendencia corporal que incidirá sin duda sobre la respiración. (…)

La respiración funcional

Una respiración es funcional cuando sostiene sin problemas la actividad vital que llevamos en cada momento. Por ejemplo, cuando caminamos un buen trecho, corremos tras el autobús que se escapa o subimos las escaleras de nuestro edificio… la respiración debería darnos el oxígeno necesario para hacerlo sin claudicar, sin entrar necesariamente en disnea respiratoria. Una respiración natural se adapta sin esfuerzo a nuestra actividad, ya sea plácidamente cuando leemos un libro o contemplamos el paisaje por la ventana, o más enérgicamente cuando hacemos el amor o practicamos nuestro deporte aeróbico favorito. (…)
Uno de los errores en la divulgación del Yoga es la introducción de técnicas avanzadas cuando las estructuras físicas, emocionales y psíquicas del practicante todavía están débiles. Y Patañjali es muy claro en este sentido: la práctica del prānāyāma debería ir a continuación de un trabajo ético y personal, y de una intensidad sobre āsana ¿Quiere esto decir que no podemos trabajar con la respiración hasta una etapa muy avanzada en la práctica de Yoga? Por supuesto que no, tenemos un trabajo imprescindible de escucha de nuestra respiración, sensibilización y purificación, pero dejando para más adelante técnicas y ritmos mucho más intensos.
Si el cuerpo está tenso, si las emociones están a flor de piel y la mente está agitada, hemos de proceder de forma diferente. A veces, sólo con tumbarse sobre el suelo, con las piernas dobladas, y poner las manos en el vientre para sentir la respiración, podemos producir un efecto apaciguador extraordinario. Dirigir la atención a sentir, sin modificar todavía la entrada y salida del aire, las zonas que se abren o se cierran, la sensación de frescor y de calor alrededor de la nariz, las diferentes fases de la respiración y las pequeñas pausas entre ellas, puede ser suficiente para empezar. En todo caso, nunca hemos de forzar el trabajo de respiración e ir más allá de los límites personales. (…)
La respiración ordinaria suele ser, la mayoría de las veces, inconsciente, superficial, rápida, esforzada e irregular, fruto de una mente agitada. Nuestra mente está alterada porque está condicionada e impregnada de patrones que no hemos revisado. Nuestra confusión, miedo, deseo o aversión, entre otras emociones y tendencias, puede generar en nuestro interior una tormenta de contradicciones e inseguridades. Incidir directamente sobre esos patrones inconscientes no resulta nada fácil, de ahí que la respiración constituya un atajo para ello. La respiración está tan a nuestro alcance que podemos regularla conscientemente, pues partimos de la hipótesis de que la respiración está tan estrechamente vinculada con los procesos mentales que somos capaces de actuar sobre ellos de forma indirecta.

¿Cómo empezar a regularla?

En primer lugar hay que tomar consciencia de cómo respiramos, de los malos hábitos adquiridos y de los síntomas asociados a ellos. Sólo si sabemos con claridad cuál es nuestro punto de partida, podremos diseñar una práctica personalizada que sea efectiva y que no genere más tensión de la que pretendemos eliminar. No seríamos los primeros (ni seguramente los últimos) que después de una sesión de prānāyāma se van a la cama sin poder conciliar el sueño.
Lo importante en esta personalización es acercarse de forma progresiva, avanzando paso a paso. Podremos observar, en principio, cómo es la entrada y salida del aire, si el flujo es continuo o irregular. Observar también las diferentes fases de la respiración, desde la inspiración a la espiración, sin olvidar, aunque sean breves, los espacios de retención en lleno y vacío. Tenemos que percibir si la respiración es más abdominal, costal o pectoral, o si el ritmo es lento o rápido.
Hay todo un universo respiratorio en cada uno de nosotros en permanente metamorfosis. En concreto, Patañjali nos recuerda en el sūtra 50 del Sādhana-pāda los elementos que podemos utilizar para esta regulación necesaria de la respiración. Nos dice que contamos con cuatro fases (inspiración, retención en lleno, espiración y retención en vacío) para hacer una verdadera alquimia con nuestro estado energético y mental. Y también nos recuerda que su control está determinado por los espacios respiratorios, la duración de cada ciclo y el número de respiraciones que vamos a hacer en cada ejercicio. Nos recuerda, por último, que la respiración tiene que ser larga y sutil. (…)
Si en el capítulo de la disciplina corporal habíamos recordado que Patañjali define āsana como un equilibrio entre sthira y sukha, esto es, entre una cualidad de firmeza y otra de abandono, también, de forma inteligente, define el prānāyāma como un equilibrio entre dīrgha y sūkshma. (Nos quiere decir que la respiración tiene que ser larga y sutil.)
De un lado, es importante que la respiración sea larga y profunda, que tenga un ritmo lento que involucre todo el espacio respiratorio como si fuera una burbuja de aire que se expande en todas direcciones. En las respiraciones más superficiales, el ápice de los pulmones no termina de ventilarse adecuadamente y es necesaria una respiración más amplia que movilice y ventile todas las porciones de los pulmones. Por otro lado, las respiraciones largas ejercen una gimnasia importante a todo el parénquima o tejido pulmonar manteniendo la necesaria flexibilidad que se va perdiendo con la edad. Y otro elemento importante es que las respiraciones profundas logran recolocar la columna en la verticalidad evitando una caída de las costillas y una sobrecarga en la zona torácica que puede llevar, con el tiempo, a una cifosis.
En el otro extremo de este delicado equilibrio se encuentra el aspecto sutil de la respiración. Podríamos decir que la respiración no es sólo una cuestión de cantidad de aire inhalado, sino que también es importante la calidad de esa respiración. Uno podría hacer una respiración larga con brusquedad e incluso con ruido. Los deportistas están preparados para respiraciones profundas que sostienen los enormes retos de resistencia y fuerza a los que se someten, pero no es exactamente eso lo que busca el Yoga.
Debemos complementar la longitud con un mayor refinamiento de la respiración hasta volverla fina, sutil, delicada y silenciosa. Esto se traduce en una mente extraordinariamente atenta y sensible.
Dīrgha, el aspecto de longitud de la respiración, nos lleva a una mayor calma de nuestra mente al introducir profundidad y ritmo. En cambio, sūkshma, el aspecto sutil, mantiene nuestra mente en atención. Un exceso de dīrgha hará, como hemos indicado, que se pierda la sutilidad. Y un predominio de sutileza puede atenuarla hasta el punto que acabe por perder profundidad. La clave está en el equilibrio. (…)
Seguramente todos hemos pensado alguna vez que el pez vive en el agua pero que no es consciente de ella. Nosotros vivimos en un mar de aire del que muchas veces tampoco somos conscientes. Los astronautas han fotografiado esa minúscula capa de pocos kilómetros de la atmósfera que nos permite respirar, en realidad una línea azulada en la inmensidad del cosmos. Una capa de aire limitada que ha sido respirada innumerables veces por la inmensidad de plantas y animales desde el inicio de la vida. Podríamos decir que cada bocanada de aire que respiramos tiene la impronta de toda la vida y, al final, el aire se convierte en una matriz que aúna a todos los seres, en un cordón umbilical que nos va nutriendo.
Es cierto, respiran nuestros pulmones y evidentemente nuestro cuerpo, pero a menudo nos olvidamos de que también respira nuestra alma. Lo que es el oxígeno para el cuerpo, es armonía para nuestra mente luminosa. La mente se centra y el alma busca un vuelo para abrazar la totalidad. Todos sabemos que por muy largas que sean las alas del pájaro, necesita aire bajo ellas para poder batirlas. El alma, como proceso íntimo, se apoya en la respiración, se inspira en ella, se deja flotar y se vacía de tanto y tanto dato anecdótico que acumulamos en el vivir. Por supuesto, se trata de dejarse respirar.


Julián Peragón (Arjuna)

Ilustración: Eva Veleta

http://www.yogaenred.com

sábado, 28 de octubre de 2017

Después de estar media hora en absoluto silencio y soledad, ¿qué nos sucede?

No es ninguna contradicción: los instantes de soledad, de silencio y desconexión son necesarios para motivar nuestro impulso vital con más autenticidad. Es como oprimir un botón de reinicio donde cada pieza encaje con mayor sentido, donde hallamos esa claridad mental con la que comprender mejor a las personas, con la que poner filtros, definir prioridades y objetivos personales.
Miles Davis fue uno de los trompetistas y compositores de jazz más conocidos de la historia. Una vez, cuando unos músicos jóvenes le pidieron consejo sobre cómo conseguir su nivel de maestría y originalidad, Davis les dio sin duda una respuesta que no olvidarían jamás: si no existieran los silencios, la música no sería lo que es.
► La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.
                                                          Friedrich Nietzsche
Les indicó a su vez que la vida es como una partitura, ahí donde uno consigue hallar el ritmo al combinar instantes de actividad con momentos de soledad, silencio y reflexión. Solo así conseguimos hallar la inspiración y esa melodía escondida en nuestro interior, esa que de otro modo no podríamos escuchar.
Es sin duda un consejo acertado y evidente. Sin embargo, por lógico que nos parezca no siempre lo ponemos en práctica de forma efectiva. En nuestro mundo actual, por curioso que parezca, abunda en mayor grado un tipo de soledad camuflada y a instantes patológica de la que no siempre se habla.
Nos referimos a esa donde nos sumimos en la hiperactividad -buscando una falsa hiperproductividad- y en la hiperestimulación. Nos pasamos el día trabajando, conectados a las tecnologías, haciendo cosas, cumpliendo objetivos, satisfaciendo a los demás, envueltos en el ruido de nuestras ciudades. Y sin embargo, este rumor incesante y esa actividad imparable no siempre merecen las preocupaciones que nos generan o el tiempo que nos roban.
Si a ello le añadimos que a veces nuestras relaciones nos traen más soledad que felicidad, entenderemos por qué cada año ascienden las tasas de depresión y otros tipos de trastornos de salud que no podemos descuidar…

Los instantes de soledad son beneficiosos para nuestro cerebro

Debemos incidir antes que nada en un hecho importante. La soledad que nos beneficia y que revierte en nuestra salud física y psicológica es esa donde se combinan los instantes de soledad y aislamiento con la posterior conexión con el mundo, con su sonido, su forma, sus colores y riquezas sensoriales y sobre todo, con relaciones sociales significativas, ya sean amigos, pareja, familia, compañeros de trabajo
El ser humano no está preparado para vivir en completo y permanente aislamiento. Un ejemplo llamativo lo tenemos sin duda en la cámara anecoica de los Laboratorios Orfield, en Minneapolis. Se trata de un espacio donde distintas empresas estudian el sonido de sus productos: teléfonos, motos, lavadoras… Es una habitación ultrasilenciosa donde el 99,99% del ruido es absorbido por las paredes de acero y fibra de vidrio, y donde a su vez se suelen llevar a cabo distintos experimentos psicológicos.
► Se ha podido ver que, en promedio, nadie ha logrado estar en la cámara anecoica más de media hora. Las personas suelen salir desesperadas y presas del pánico al no poder resistir un silencio tan hueco, asfixiante y vacío.
En este espacio, la quietud es tan extrema que es común escuchar los sonidos del propio corazón o nuestra propia circulación sanguínea. Algo para lo que el cerebro no está preparado, algo que va en contra de nuestra naturaleza, de nuestra programación genética: fin y al cabo, somos seres sociales que necesitan conectar con su entorno más cercano, y cuando este carece de estímulo alguno, sencillamente, entra en pánico.
Por otro lado, mientras el aislamiento total afecta a nuestro equilibrio psicológico, el ocasional y delimitado en el tiempo lo beneficia. Los científicos nos dicen que los instantes de soledad bien distribuidos a lo largo del día son como “descargas eléctricas” capaces de reiniciarnos, de permitirnos recobrar la energía, el sentido y la inspiración.

Programa tus instantes de soledad para ganar en salud

Vivimos en una sociedad que adora la independencia, pero que sin embargo está cada vez más alineada, sobrecargada y acelerada. El avance de las nuevas tecnologías nos facilita que estemos más conectados que nunca los unos con los otros. Nuestras ciudades están cada vez más sobrepobladas. Asimismo, cada vez estamos más rodeados de luz artificial, somos menos activos físicamente porque tenemos la oportunidad de hacer infinidad de cosas sin pedirle más pulsaciones a nuestro corazón.
Los médicos, neurólogos y psicólogos nos dicen que nuestros cerebros se están “cableando” de forma muy diferente a cómo se cableaban hace 100 años. Recibimos tantos estímulos a lo largo del día y por tantas frentes que es casi “vital” que gestionemos un poco mejor todo este caos sensorial. Necesitamos calma, necesitamos silencio y soledad de vez en cuando para integrar todo ese torrente de información. El objetivo no es otro que hallarle un sentido.
Sin embargo, hay quien no sabe, aun más, hay quien siente un miedo casi atávico a quedar un día consigo mismo en soledad para conversar, para reflexionarTal encuentro puede ser casi tan terrorífico como permanecer media hora en la cámara anecoica de los Laboratorios Orfield.
Porque al igual que en ese espacio uno puede escuchar los sonidos del propio cuerpo, los instantes de soledad en lugares más cómodos pueden hacer que afloren los vacíos del propio ser, los miedos, las angustias, el nudo de los asuntos pendientes y la desnudez de una infelicidad no reconocida.
► Seamos valientes, programemos en nuestra agenda un par de instantes de soledad al día donde tomar un café con nosotros mismos y dejar que la mente se aclare, que bajen las mareas de las preocupaciones para atisbar las auténticas necesidades. Hagamos de la soledad elegida y puntual nuestro auténtico bálsamo.

Psicología/Valeria Sabater
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