No es ninguna contradicción: los instantes de soledad, de silencio y desconexión son necesarios para motivar nuestro impulso vital con más autenticidad. Es como oprimir un botón de reinicio donde cada pieza encaje con mayor sentido, donde hallamos esa claridad mental con la que comprender mejor a las personas, con la que poner filtros, definir prioridades y objetivos personales.
Miles Davis fue uno de los trompetistas y compositores de jazz más conocidos de la historia. Una vez, cuando unos músicos jóvenes le pidieron consejo sobre cómo conseguir su nivel de maestría y originalidad, Davis les dio sin duda una respuesta que no olvidarían jamás: si no existieran los silencios, la música no sería lo que es.
► La valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar.
Friedrich Nietzsche
Les indicó a su vez que la vida es como una partitura, ahí donde uno consigue hallar el ritmo al combinar instantes de actividad con momentos de soledad, silencio y reflexión. Solo así conseguimos hallar la inspiración y esa melodía escondida en nuestro interior, esa que de otro modo no podríamos escuchar.
Es sin duda un consejo acertado y evidente. Sin embargo, por lógico que nos parezca no siempre lo ponemos en práctica de forma efectiva. En nuestro mundo actual, por curioso que parezca, abunda en mayor grado un tipo de soledad camuflada y a instantes patológica de la que no siempre se habla.
Nos referimos a esa donde nos sumimos en la hiperactividad -buscando una falsa hiperproductividad- y en la hiperestimulación. Nos pasamos el día trabajando, conectados a las tecnologías, haciendo cosas, cumpliendo objetivos, satisfaciendo a los demás, envueltos en el ruido de nuestras ciudades. Y sin embargo, este rumor incesante y esa actividad imparable no siempre merecen las preocupaciones que nos generan o el tiempo que nos roban.
Si a ello le añadimos que a veces nuestras relaciones nos traen más soledad que felicidad, entenderemos por qué cada año ascienden las tasas de depresión y otros tipos de trastornos de salud que no podemos descuidar…
Los instantes de soledad son beneficiosos para nuestro cerebro
Debemos incidir antes que nada en un hecho importante. La soledad que nos beneficia y que revierte en nuestra salud física y psicológica es esa donde se combinan los instantes de soledad y aislamiento con la posterior conexión con el mundo, con su sonido, su forma, sus colores y riquezas sensoriales y sobre todo, con relaciones sociales significativas, ya sean amigos, pareja, familia, compañeros de trabajo…
El ser humano no está preparado para vivir en completo y permanente aislamiento. Un ejemplo llamativo lo tenemos sin duda en la cámara anecoica de los Laboratorios Orfield, en Minneapolis. Se trata de un espacio donde distintas empresas estudian el sonido de sus productos: teléfonos, motos, lavadoras… Es una habitación ultrasilenciosa donde el 99,99% del ruido es absorbido por las paredes de acero y fibra de vidrio, y donde a su vez se suelen llevar a cabo distintos experimentos psicológicos.
► Se ha podido ver que, en promedio, nadie ha logrado estar en la cámara anecoica más de media hora. Las personas suelen salir desesperadas y presas del pánico al no poder resistir un silencio tan hueco, asfixiante y vacío.
En este espacio, la quietud es tan extrema que es común escuchar los sonidos del propio corazón o nuestra propia circulación sanguínea. Algo para lo que el cerebro no está preparado, algo que va en contra de nuestra naturaleza, de nuestra programación genética: fin y al cabo, somos seres sociales que necesitan conectar con su entorno más cercano, y cuando este carece de estímulo alguno, sencillamente, entra en pánico.
Por otro lado, mientras el aislamiento total afecta a nuestro equilibrio psicológico, el ocasional y delimitado en el tiempo lo beneficia. Los científicos nos dicen que los instantes de soledad bien distribuidos a lo largo del día son como “descargas eléctricas” capaces de reiniciarnos, de permitirnos recobrar la energía, el sentido y la inspiración.
Programa tus instantes de soledad para ganar en salud
Vivimos en una sociedad que adora la independencia, pero que sin embargo está cada vez más alineada, sobrecargada y acelerada. El avance de las nuevas tecnologías nos facilita que estemos más conectados que nunca los unos con los otros. Nuestras ciudades están cada vez más sobrepobladas. Asimismo, cada vez estamos más rodeados de luz artificial, somos menos activos físicamente porque tenemos la oportunidad de hacer infinidad de cosas sin pedirle más pulsaciones a nuestro corazón.
Los médicos, neurólogos y psicólogos nos dicen que nuestros cerebros se están “cableando” de forma muy diferente a cómo se cableaban hace 100 años. Recibimos tantos estímulos a lo largo del día y por tantas frentes que es casi “vital” que gestionemos un poco mejor todo este caos sensorial. Necesitamos calma, necesitamos silencio y soledad de vez en cuando para integrar todo ese torrente de información. El objetivo no es otro que hallarle un sentido.
Sin embargo, hay quien no sabe, aun más, hay quien siente un miedo casi atávico a quedar un día consigo mismo en soledad para conversar, para reflexionar. Tal encuentro puede ser casi tan terrorífico como permanecer media hora en la cámara anecoica de los Laboratorios Orfield.
Porque al igual que en ese espacio uno puede escuchar los sonidos del propio cuerpo, los instantes de soledad en lugares más cómodos pueden hacer que afloren los vacíos del propio ser, los miedos, las angustias, el nudo de los asuntos pendientes y la desnudez de una infelicidad no reconocida.
► Seamos valientes, programemos en nuestra agenda un par de instantes de soledad al día donde tomar un café con nosotros mismos y dejar que la mente se aclare, que bajen las mareas de las preocupaciones para atisbar las auténticas necesidades. Hagamos de la soledad elegida y puntual nuestro auténtico bálsamo.
Psicología/Valeria Sabater
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