martes, 15 de agosto de 2017

Hay personas que te tocan sin abrazarte y te cuidan sin estar


El amor, la amistad o el cariño de los padres por los hijos van más allá de la piel y los sentidos. Porque lo que es auténtico se sostiene y trasciende como un tendón psíquico, como un flechazo sin flecha, demostrándote que hay personas que te tocan sin abrazarte, y personas que siguen ahí, cuidándote aún sin estar presentes, porque su vínculo sigue siendo irrompible, como el grafeno.
Pensar por un momento que la base de nuestras relaciones humanas y de nuestros afectos se limita en exclusiva a una fórmula química donde se combina la oxitocina, la dopamina y la serotonina puede restar algo de magia al asunto. El maestro Carl Sagan dijo una vez, con gran acierto, que en ocasiones el simple hecho de ver cómo avanza la ciencia dando respuestas a nuestras preguntas más comunes hace a veces que nos sintamos algo insignificantes.
“Finalmente todo se conecta: personas, ideas, objetos… La calidad de las conexiones es la clave para la conexión en sí”
                                                                 Charles Eanes

Por ejemplo, descubrir que vivimos en un pequeñísimo planeta azul de una “triste” estrella perdida, en una galaxia metida en una esquina olvidada de un universo, donde hay a su vez millones y millones de galaxias, puede sin duda desesperanzar un poco. Sin embargo, y aquí se halla lo verdaderamente grandioso del tema, el ser humano es algo más que un conjunto de células, tejidos y neurotransmisores. Somos algo más que un puntito resplandeciente en el vasto océano de eso que llamamos cosmos.
Las personas tenemos la capacidad de conectar los unos con los otros. Lo hacemos como la Luna con los océanos, como los satélites con sus planetas, como los restos de hielo fósil que conforman los anillos de Saturno. Conectamos entre nosotros sin necesidad de tocarnos, mediante esas emociones que nos ayudan y nos guían aún cuando ya no tenemos a algunas personas con nosotros…



El despertar de la conciencia mediante el contacto invisible de las emociones

En los últimos años estamos viendo cómo el siempre interesante tema de los robots y las inteligencias artificiales llenan cada vez más la sección de noticias científicas y también nuestra oferta televisiva. Hace unos meses pudimos reflexionar sobre el tema con la serie “Westworld”.
En ella se nos mostró esa delgada, pero fascinante línea, que en esencia nos hace humanos. Hablamos de la auto-conciencia y de esos procesos cognitivos tan sutiles que poco a poco edifican nuestro concepto de humanidad.
La serie nos mostraba cómo ese despertar a la conciencia de los robots o entidades no-humanas se lograba de dos formas: la primera era accediendo a los propios recuerdos a menudo traumáticos, a ese sustrato donde se hallan las experiencias pasadas que conforman la propia historia.
La segunda clave en este despertar eran las emociones. Los filósofos en realidad describen este proceso como “calidades”. Es decir, gracias a los sentidos somos capaces de captar sensaciones y, poco a poco, las sensaciones generan recuerdos agradables y desagradables.
Sin embargo, pocos elementos o seres tienen una causalidad biológica más rotunda que una emoción. Es como el cincel de un artista creando un rostro. En cada golpe aflora una forma, un trazo, una hermosa silueta. Para los expertos, fueron también las emociones y la conciencia fenoménica lo que hizo “despertar” también a nuestros antepasados ​​para dar forma a las mentes que tenemos hoy, ahí donde la conexión con los demás es el pilar fundamental.
Así, podríamos decir casi sin equivocarnos, que uno de nuestros mayores poderes como seres humanos es poder conectar con los demás emocionalmente. Lo hacemos a menudo mediante la mirada, sin necesidad de tocarnos y mediante esa cámara perfecta que según los científicos tiene 250 megapíxeles de resolución.
Nos basta ese contacto para evocar mil sensaciones, decenas de pensamientos, recuerdos y sensaciones que avivan aún más esa llama que conforma lo que somos: humanos que por encima de cualquier cosa desean ser amados y ofrecer el mismo cariño.

Las personas que nos guían sin estar con nosotros

Sabemos ya que las personas somos el resultado de una precisa ecuación conformada por una conciencia y un mágico tejido emocional. A estos factores deberíamos añadirle un tercero: la memoria. Pasamos gran parte de nuestro tiempo recordando cosas, hechos, eventos, vínculos del pasado, datos alegres y momentos difíciles.
Aquellas personas que no están dispuestas a pequeñas reformas, no estarán nunca en las filas de los hombres que apuestan a cambios trascendentales.
                                                                            Gandhi

En esta moviola que conforma la película de nuestra vida, es común evocar regularmente a esas personas que ya no están con nosotros y que fueron muy significativas en un momento dado. En este tipo de situaciones, tampoco hay contacto a través de los sentidos, son nuevamente las emociones quienes erigen, baldosa a baldosa, ese puente invisible entre nosotros y quien ya no está para dejar que nos guíen a través de los recuerdos, de los momentos vividos, de los consejos dados, de las conversaciones disfrutadas.

Por otro lado, y como dato curioso sobre el que reflexionar, vale la pena traer aquí la controvertida teoría de “la hipótesis de la resonancia mórfica”. Cuando Rupert Sheldrake la publicó en 1981 recibió un sinfín de críticas de la comunidad científica, y que sin embargo, tenía en su esencia un pequeño matiz que se ajusta muy bien a ese tipo de contacto invisible que tenemos las personas entre nosotros y que de algún modo, nos guía y nos determina.
Según el profesor Sheldrake, que haya personas que estén conectadas con otras de forma tan intensa, sin necesidad de contacto físico, se debería más bien a una especie de memoria colectiva. Una colección de recuerdos donde en ocasiones “reconocemos” a ciertas personas como más valiosas e importantes para nosotros.
Esta idea, a su vez, se relaciona habitualmente con las concepciones holísticas de la Psicología, las cuales nos recordaban que las personas, además de ser entes individuales pertenecemos a una colectividad que hay que saber aceptar y cuidar.
Para concluir, todos nosotros somos el resultado de nuestras relaciones y nuestros vínculos, tanto pasados como presentes. Somos en esencia, no solo lo que experimentamos físicamente a través de la piel y los sentidos, sino también lo que sentimos a través de las emociones y de aquello que nuestro cerebro a guardado en la memoria, ya sea la presente o quizá, en esa memoria colectiva de la que nos habló Carl Gustav Jung en su momento…

Psicología/Valeria Sabater
Imágenes cortesía de Catrin Welz Stein
https://lamenteesmaravillosa.com

lunes, 14 de agosto de 2017

Cómo limpiar las energías de tu casa.


Después de algún suceso negativo, como una enfermedad, una fuerte discusión o una pérdida de dinero, es conveniente limpiar las energías de la casa, en este artículo te describimos un método sencillo para hacerlo.

Un concepto clave de toda la metafísica china - incluido el feng shui - es el Chi. Chi se puede traducir como aliento o aire, pero en la metafísica china describe a una energía que fluye continuamente por toda la naturaleza: seres vivos, montañas, cielo, tierra, agua. En la medicina china la calidad de este flujo determina la salud y el bienestar físico y mental; en el feng shui, la calidad del Chi de la vivienda y sus alrededores definirá si la vivienda será auspiciosa o no para sus ocupantes.
Hay muchas maneras de influir sobre el flujo del Chi. La forma de nuestra casa lo hace, incluso la forma del terreno en donde está construida. Ciertos objetos, llamados curas, pueden también ayudar a armonizar el flujo del chi (puedes encontrar una descripición de las curas del feng shui AQUI). La actividad de las personas que habitan una casa y los eventos que ocurren allí también le imprimen una cierta calidad a la energía Chi. Después de algún suceso negativo, como una enfermedad, una fuerte discusión o una pérdida de dinero, es conveniente limpiar las energías de la casa. También cuando nos mudamos a una casa que ya estuvo habitada. En este artículo te describimos un método sencillo para hacerlo.

La Cura Aromática.

  1. Reserva la cáscara de tres o nueve naranjas (según la superficie de la vivienda, local u oficina que necesita limpiar).
  2. Rómpelas en trocitos más pequeños. Comenzando por la puerta de entrada, recorre toda la casa llevando los trocitos en la mano izquierda y con la derecha, espárcelos por todos los ambientes que necesiten ser limpiados.
  3. A medida que esparces los trocitos, visualiza una energía positiva y luminosa invadiendo todos los ambientes y eliminando todo lo negativo.
  4. Un método alternativo consiste en sumergir las cáscaras en agua caliente luego espacir el agua en lugar de las cáscaras.
  5. Abre la puerta de entrada y todas las ventanas de la casa, para permitir que el Chi se renueve completamente.
  6. Una vez terminado el ritual, los trocitos de cáscara de naranja se recogen y se tiran, imaginando que se llevan con ellos todo lo negativo. El agua sobrante, en caso de que hayas elegido esa variante, se tira y ya no debe volver a usarse.
  7. La pulpa de las naranjas utilizadas puede comerse, a modo de celebración una vez terminado el ritual de limpieza.
  8. Coloca un ramo de flores con aroma, como jazmines, por ejemplo, aproximadamente en el centro de la casa o de la sala de tu casa. Cambia las flores cada tres días, durante 27 días. El último arreglo de flores puede dejarse más de tres días, hasta que pierdan su frescura o aroma.

Es importante recordar que este ritual sólo limpia las energías de la casa después de algún evento negativo, pero no mejora el feng shui de la vivienda. Para modificar y ajustar efizcazmente el feng shui de una casa se requiere conocer la manera en que las formas de los ambientes y las energías invisibles que derivan de los puntos cardinales interactúan entre sí para formar un campo de energía beneficioso para sus ocupantes.
Marcelo Viggiano Director de Feng Shui Mundo

domingo, 13 de agosto de 2017

Personas que no aportan nada: ¿Cuándo dejarlas marchar?


Cuando el amor aprieta, es que no es de tu talla”. Esta frase, que leí en algún lugar, se me ha quedado impresa porque recurre a un símil particularmente esclarecedor. Cuando vamos a la tienda y nos probamos un par de zapatos o un vestido, si nos queda chico, pedimos una talla mayor, nos damos cuenta inmediatamente de que no está hecho a nuestra medida y debemos cambiar. Sin embargo, lo que resolvemos en cuestión de segundos en una tienda puede llevarnos años cuando se trata de las relaciones interpersonales. Y es que normalmente nos aferramos a las personas y a las experiencias que hemos vivido con ellas, aunque nos hagan daño o ya no nos aporten nada gratificante. 

A veces nos resistimos a aceptar que hay relaciones que están heridas de muerte y prolongar su agonía solo implica hacerse daño innecesariamente, es como hurgar en la herida para provocar más dolor. Cuando una persona no nos aporta nada, lo mejor es dejarla marchar. De esta forma ambos podremos pasar página con mayor rapidez y mirar al futuro.


Las señales que indican que una relación ha llegado a su fin


- Los intereses han cambiado. A veces conocemos a personas en determinadas etapas de nuestra vida, personas con las cuales conectamos inmediatamente pues descubrimos gustos e intereses comunes. Sin embargo, con el paso del tiempo todos cambiamos y no es difícil que desarrollemos intereses distintos que nos alejen. Cuando sentimos que “nada es lo mismo”, ha llegado el momento de replantearnos el sentido de la relación, sobre todo si la otra parte ya ha decidido que la separación es el mejor camino.

- Los acuerdos son una misión imposible
. Hay relaciones en las que cada una de las partes quieren cosas diferentes por lo que llegar a un acuerdo es casi imposible. En estos casos lo usual es que las discusiones sienten casa, se convierten en pan cotidiano y terminan afectando el equilibrio psicológico de todos los implicados. Cuando en vez de disfrutar del tiempo que pasamos con el otro, lo empleamos en discutir, ha llegado la hora de dejar ir esa relación pues aporta más cosas negativas que positivas.

- La confianza se ha esfumado. En cualquier tipo de relación, ya sea de pareja o de amistad, la confianza y la sinceridad son pilares fundamentales. Cuando se deja de confiar en el otro se comienza a desarrollar una relación basada en las dudas, la incertidumbre y el recelo. Este tipo de relación no es beneficiosa para nadie y, a la larga, si la confianza no se recupera, solo provocará dolor ya que es probable que ambas partes se hagan daño.

- El peso de la relación recae sobre una persona. Cuando sientes que eres el único que lucha para que la relación funcione, que llevas todos los problemas sobre tu espalda porque la otra persona no pone de su parte, ha llegado el momento de poner punto final. Una relación solo es satisfactoria cuando ambas partes están comprometidas y dispuestas a cambiar o a trabajar para solucionar las dificultades. Si solo una persona arrastra con el peso de los problemas, es porque el otro ha perdido el interés y eso significa que no tiene sentido seguir luchando por algo que ya no existe.



¿Por qué nos aferramos a este tipo de relaciones?


- Nostalgia. En muchas ocasiones nos aferramos a una relación simplemente porque hemos vivido buenos momentos y, cuando los recordamos, nos invade la nostalgia, un sentimiento que nos da la falsa sensación de seguridad. Simplemente preferimos mantenernos atados al pasado en vez de mirar al futuro.

- Miedo. Dejar ir a una persona que ha estado a nuestro lado durante mucho tiempo puede ser aterrador por lo que en ocasiones preferimos a “un malo conocido que a un bueno por conocer”. La creencia de que el futuro es incierto o de que no encontraremos a otra persona nos genera tal desasosiego que preferimos mantener el estado actual de las cosas.

- Hábito. Las relaciones que se han mantenido durante años han ido construyendo a su alrededor una serie de hábitos que han echado raíces. Abandonar estas costumbres y apostar por el cambio puede dar pereza y por eso, a veces preferimos quedarnos en nuestra zona de confort, al lado de una persona que en realidad ya no nos aporta nada.

- Esperanza. Detrás de la esperanza casi siempre se encuentra el amor, muchas personas se aferran a relaciones heridas de muerte simplemente porque tienen la esperanza de que el otro cambie. Sin embargo, recuerda que tampoco se le pueden pedir peras al olmo.

Dejar ir: Un proceso liberador


Cuando en una relación se llega al punto en el cual esta no nos reporta prácticamente nada positivo sino que se ha convertido en una carga de tensión, negatividad y problemas, lo mejor es dejar que esa persona se marche.

Al contrario de lo que muchos piensan, cuando ponemos ese dejar ir en la balanza, no suele ser doloroso sino liberador. Después de meses de discusiones, desencanto y estrés, poner punto final es un alivio. Por supuesto, eso no significa que sea sencillo y mucho menos fácil pero en muchas ocasiones es la única solución para poder continuar adelante.

Psicología/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com