sábado, 18 de junio de 2016

SOSIEGO: EL GRAN OLVIDADO

SOSIEGO: EL GRAN OLVIDADO

sosiego
De sosegar.
Quietud, tranquilidad, serenidad.


En mi opinión, el SOSIEGO contiene en su esencia una gran sabiduría, y ser sosegados nos aportaría algo 
que es bastante necesario. 

SOSEGAR es aplacar, pacificar… también es aquietar las alteraciones de ánimo, mitigar las turbaciones y movimientos o el ímpetu de la cólera e ira. ¡Qué más se le puede pedir!, ¿Por qué no estamos ya en un continuo sosiego?

Se merece una atenta reflexión para comprender dentro de uno lo que significa.

¿Cuántas veces hemos tenido una necesidad importante de tener sosiego y no lo hemos tenido? Muchas.

“¡Paciencia!”, nos pedimos a veces. Y cuando la pedimos estamos pidiendo saber esperar algo que se desea, pero… ¿Por qué no nos pedimos sosiego? ¡Es es que sosiego lo que realmente queremos! Queremos serenidad durante esa espera.

Queremos aplacarnos, pacificarnos, escaparnos de la tiranía y el descontrol del caos; tener la calma que a veces necesitamos para enfrentarnos a las circunstancias o para afrontar las situaciones difíciles. 

No es aplazar las cosas que tenemos que afrontar lo que necesitamos, sino tener la ecuanimidad suficiente para atrevernos con ellas desde un estado equilibrado y libre.

Y eso es lo que nos puede proporcionar el sosiego.

Nos permite desembarazarnos de esas emociones que tanto nos alteran, que tanto nos descontrolan, y cuyos resultados posteriores emocionales casi siempre son desoladores.

El carácter descontrolado que a veces se manifiesta en nosotros es fuente de posteriores diatribas internas, en las que nos reprochamos el descontrol, la falta de gobierno entonces es cuando nos prometemos que la próxima vez estaremos más serenos, que contaremos hasta diez antes de explotar –o hasta mil-, pero no lo haremos porque seguiremos a merced de los arrebatos de una personalidad sin asentar, sin aquietarse, lejos del estado de imparcialidad, objetividad, neutralismo y equilibrio que nos aporta el sosiego.

Y que quede claro que no estoy hablando de pasividad, de indolencia, de desidia, de indiferencia… nada de eso, porque se trata de afrontar lo que haya que afrontar pero desde un estado en el que el ímpetu descontrolado no tiene cabida, en el que la ira o la cólera no se manifiesten con su descontrol y furia, arrasando, a veces, de un modo tan destructivo que lo convierte todo en irreparable.

Sólo un Proceso de Desarrollo Personal puede acercarnos a ese sosiego.

Sólo mediante un Proceso de Autoconocimiento en el que uno descubra quién es por encima de quien está siendo, y desarrolle su propia escala de valores –que será quien dicte el orden de importancia de las cosas- es como uno puede acceder a ese estado en el que uno es capaz de apreciar las cosas en su justo valor y medida, en el que puede mantener la serenidad para que no le alteren en su esencia las cosas a las que se les da importancia aunque no sean importantes, y el aplomo conveniente para ver los asuntos complicados de la vida con la ecuanimidad que requieren.

Ser una persona sosegada es siempre interesante. Permite ver las cosas inquietantes con un cierto desapego que siempre es bienvenido, permite desdramatizar lo duro, y quedarse a salvo de los vaivenes inquietantes e innecesarios de la vida.

Recomiendo efusivamente que mediante la meditación, la relajación, el yoga, la lectura, la música relajante, o el medio que cada uno considere adecuado, uno contacte con esa parte que lleva dentro de sí que le hará salirse del personaje y ponerse más en contacto consigo mismo.

Te dejo con tus reflexiones…

Francisco de Sales 

jueves, 16 de junio de 2016

¿Qué hay detrás de los enfados frecuentes?


Detrás de todo enfado hay algún grado de frustración. Nos irritamos porque nos sentimos incapaces de controlar alguna situación, e incluso a alguna persona. Eso es claro. Como también lo es que todos, absolutamente todos, de vez en cuando tenemos ratos de mal humor. Pequeñas explosiones de carácter que pueden ser muy saludables cuando las origina una causa razonable.
Pero ¿Qué pasa cuando el enfado no cesa? ¿Cuando permanecemos casi todo el tiempo con el ceño fruncido, los ojos entreabiertos y a la caza de alguna pelea? ¿Será que pertenecemos a ese grupo de “gruñones por naturaleza”, o hay algo más ahí?
La respuesta es una sola: detrás de un enfado frecuente hay más que una frustración pasajera; lo que se esconde es una depresión encubierta.

El enfado crónico

En ocasiones el mal humor no es asunto de un rato, sino que se extiende por semanas, meses o años. A veces lo inusual no es que tengamos esos incendios repentinos en nuestro carácter, sino la serenidad. El enfado se va convirtiendo en nuestra manera “normal” de ser ante la vida. Todo nos molesta; nos volvemos intratables y salirnos de quicio es la nota predominante.
En este caso el enfado no está dirigido contra una persona o una situación en particular. Simplemente se siente todo el tiempo y se experimenta como intolerancia, fastidio, hastío.
A su vez, se expresa por medio de las actitudes clásicas: gritar, permanecer inquieto y tenso, y tener siempre a mano un comentario de auto-descalificación o de crítica para los demás. Físicamente  se manifiesta a través del ceño fruncido permanente, problemas digestivos y, muy probablemente, dificultades para dormir adecuadamente.
Si ese es tu caso, lo más probable es que no estés enojado con el mundo: en realidad, estás enojado contigo mismo.
Las razones que te han impulsado a enemistarte internamente con lo que eres, seguramente tienen que ver con los modelos mentales que manejas inconscientemente. Hay unos parámetros que has elegido para evaluarte, sin tener muy claro por qué, y que solo están sirviendo para reprobarte una y otra vez. También hay experiencias no resueltas en tu pasado. Por eso te enojas, pero no lo sabes.

El fuego y la llama

No es del caso entrar a analizar aquí todas las posibles razones por las cuales has decidido convertirte en uno de tus peores enemigos. Están en lo profundo de tu mente, en lo más remoto de tu historia. Pero lo que sí se puede esbozar es al menos una pregunta por qué tan válidas son las razones que te llevan a mantenerte enojado.
Olvídate de los demás, porque nunca se van a comportar exactamente como tú quieres o piensas que deben comportarse. Los otros son solamente una excusa que has utilizado para poder expresar tu enfado. No son sus fallas, ni la crisis económica, ni la tensión bélica en Corea lo que te ponen irritable.
Simplemente tienes una idea del “deber ser” en la vida y no logras ajustarte a él. Eso te hace sentir terriblemente mal; no solamente te juzgas severamente, sino que también te culpas y te atormentas. Paradójicamente, tu gigantesco ego no te deja ni comprenderte, ni perdonarte.
La ira es como un fuego interno que arde. Un elemento capaz de dar calor o de arrasar lo que encuentre a su paso. Esa ira indefinida es también una fuerza interna de la que no has logrado apropiarte. Puede ser el motor de grandes acciones, pero también la brasa donde se consuman los mejores momentos de tu vida.
Hay un asunto que está pendiente contigo mismo, no con los demás. Debes resolverlo y probablemente necesitarás ayuda para ello. ¿Qué esperas?
Imagen cortesía de Rodrigo Carmona.
Edith Sánchez

Nadie sabe lo que es, hasta que descubre lo que puede hacer


Cuando uno descubre por fín lo que hay más allá de la fronteras del miedo, del “tú no puedes” o del “tú no sabes” que nos inculcaron otros, nada puede detenernos. Porque la aventura de ser uno mismo en un mundo que se esfuerza cada día en que no lo consigamos, es sin duda el mejor de los logros.
Si pensamos en ello durante un momento, nos daremos cuenta de que vivimos en una sociedad que funciona a base de etiquetas. Es un mecanismo dañino para clasificar a las personas, para delimitarlas y alejarlas a su vez de su propia esencia. Su propia identidad. Lo peor de todo ello es que es algo que vivimos cada día en las escuelas, en los entornos laborales e incluso en nuestros núcleos familiares.
► Es mejor ser uno mismo que una mala copia de alguien más.
Es necesario que nos liberemos no solo de las “costras” de dichas etiquetas y de las atribuciones que otros han creado para nosotros. Para descubrir aquello que somos, para tocar con los dedos la grandeza que acontece en nuestro interior, hay que atreverse, hay que derrumbar los muros del miedo y la indecisión.
Porque la felicidad de ser uno mismo no aparece porque sí, es una lucha constante, un camino que se crea cada día avanzando más allá de la línea del miedo.

Cuando uno descubre que puede decidir

“Para ser feliz hay que tomar decisiones”. Seguro que has oído esta frase más de una vez, pero…¿lo ponemos en práctica realmente? Para entender un poco mejor esta cuestión recordemos un instante de la novela “Alicia en el País de las Maravillas”, de Lewis Carroll. Estamos seguros de que te va a invitar a una sencilla reflexión.
En un momento dado, Alicia le hace la siguiente pregunta al gato de Chesire: “¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?”, a lo que el gato responde: “Eso depende del sitio al que quieras llegar”, “La verdad es que no me importa mucho”, indica Alicia. A lo cual, el gato Chesire le responde lo siguiente “Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”. 
¿Qué enseñanza obtenemos de esto?
Para ser nosotros mismos debemos ser congruentes en las decisiones que tomamos. Porque en un mundo en el que existen ilimitadas posibilidades hay que tener claras nuestras prioridades. De lo contrario, lo más probable es que nos acabemos perdiendo.

Para conseguirlo, vale la pena poner en marcha los siguientes mecanismos:
  • Las expectativas que los demás tienen sobre nosotros nos determinan muchas veces sobre los caminos que debemos tomar Se “apropian” de pedacitos de nuestra vida hasta dejarnos sin voz ni voto. No lo permitas, descubre cuáles son tus prioridades y reclámalas, lucha por ellas.Puedes y debes decidir por ti mismo.
  • Decir “NO” a los demás cuando así lo creemos necesario, no es un acto de egoísmo, es un acto de autorrespeto, de necesidad vital. Quien descubre el valor de dar una negativa a tiempo se libera de increíbles pesos que vetaban la entrada a muchos de esos sendero soñados.
  • Si no sabes aún cuál es tu camino vital atiende a tus valores (a los tuyos y a los de nadie más) y escucha a tu corazón (al tuyo y de nadie más). Las palabras que te revelen serán la brújula en tus mapas personales del día a día.

Todo aquello que puedes hacer

Pasamos gran parte de nuestra vida rodeados de juicios de valor. Esos que nos “dejan caer de forma gratuita” en nuestros contextos laborales, en nuestros círculos de  amistad e incluso, por qué no, nuestras parejas. Tampoco podemos olvidar el ámbito familiar: padres y madres que etiquetan a sus hijos y programan sus futuros en base a  determinados juicios de valor, en ocasiones, poco acertados.

 Nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para que uno se ocupe de su propia alma.              -Epicuro-
Más tarde entramos en el complejo mundo educativo donde se nos juzga por notas y rendimiento, pero nunca por ese mundo interior que va más allá de las estructuras establecidas, esas que se empeñan cada día en decirnos lo que debemos hacer de acuerdo a lo que se espera de nosotros.Porque si has sacado un “4” en matemáticas, ni se te ocurra ser ingeniero.

Muchos de nosotros crecemos dando una gran importancia a la opinión de los demás, tanto, que poco a poco creamos unas barreras defensivas y una zona de confort en la cual instalarnos, para poder seguir así esos parámetros que los demás han creado para nosotros.
Carl R. Rogers, célebre psicólogo humanista, nos indicaba que no hay nada más desesperante que intentar ser lo que otros esperan, dejando de ser lo que uno desea. Es una incongruencia vital que nos enferma y nos apaga. Por ello, valdría la pena pensar unos instantes en las siguientes ideas.
  • Nadie descubre lo que es hasta que se da cuenta de todo lo que puede hacer, pero para ello, es necesario propiciar nuestras propias oportunidades. Atrévete por ejemplo a cambiar de escenarios, ponte a prueba y descubre hasta dónde puedes llegar.
  • Josh Billing fue un conocido humorista y escritor del siglo XIX que solía recomendar lo siguiente “sé como un sello, pégate a una cosa y no te detengas hasta que no llegues a tu destino”.
Esto mismo es lo que deberíamos poner en práctica. Así que no olvides encender la luz de tu autoestima, explorar todos los rincones de tu alma para recordar tus sueños y, por encima de todo, prestar más atención a tus necesidades.

Psicología/Valeria Sabater
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