jueves, 14 de enero de 2016

La Soledad

La soledad es algo inherente al ser humano, pues a través de ella venimos al mundo y sobre ella le abandonamos. En ella nos relacionamos con nosotros mismos, por eso muchas veces la rechazamos por completo. 

La soledad que no es deseada puede ser abrumadora y absorber por completo al sujeto que la padece. No es la soledad en sí la que puede desagradar, sino el sentimiento que produce la misma. Inmersos en ella no hay escapatoria ni con lo que entretenerse, por ello emergen todas las sensaciones de insatisfactoriedad, imponiéndose ante la persona y eliminando por completo la capacidad de disfrute consigo misma.
Por no disponer de un sosiego interior y un talante equilibrado perdemos la oportunidad de relacionarnos con la soledad, ya que, como hemos dicho, se verá entorpecida por impedimentos que brotan de lo más profundo de nosotros mismos y sabotearán toda intención de establecernos en ella. La soledad provoca vernos cara a cara, excluidos del escaparate exterior.

Si amigamos con ella podemos ver la otra cara de la moneda, pues es en esa dimensión donde nacen todos los potenciales creativos, donde la inspiración encuentra su canal de acceso y donde hallamos la puerta hacia el silencio interior.
El poeta, el místico, el pintor… todos ellos se dejan abrazar por la soledad para después sentirse renovados, rellenos, realizados… En ella encuentran el manantial de lo que todo brota y la dimensión en la que poder expresarse.
La soledad siempre está ahí, a veces solapada por los acontecimientos del exterior, pero en el momento en el que se disipan nos vuelve a envolver y acaparar.

La soledad como evasión

A veces, frente a la soledad se produce lo contrario, es decir, en vez de rechazo o aversión, un profundo apego, pues en ella encontramos un refugio más elevado que el puramente renovador. Lo que puede ser un espacio para uno, se convierte en una armadura infranqueable o un refugio donde aislarnos. Entonces la soledad sirve de escapatoria ante los hechos del exterior, queriéndolos excluir y provocar mediante su propio desgaste, extinguir.

La inclinación a la soledad constante es fruto de miedos, evasión y falta de disponibilidad para enfrentar los sucesos que se van presentando en el escenario exterior. La persona se vuelve más y más adicta a ese refugio, creyendo que está segura de acontecimientos negativos, cuando en realidad no hay nada seguro y todo sigue su dinámica fluctuante. La persona inmersa en esa burbuja, aun teniendo deficiencias anímicas, ha aprendido a familiarizarse con ellas y pierde la oportunidad de, mediante esa soledad, poner los medios para remediarlas, pues identificada con sus automatismos mentales pierde la intuición de mejoramiento vital.

La soledad se desvanece entonces como instrumento válido para la instrospección consciente y se pierde en el sonambulismo psíquico. La persona convierte su rutina en una foto en blanco y negro, mutila sus posibilidades de relación, debilita el crecimiento que deriva de la interactuación de relacionarnos con los demás, y convierte su libertad en un grillete que la encadena, pues lo que comenzó sintiéndose como dueña de su liberación, acaba siendo presa del mismo. En el estancamiento ha perdido la capacidad de fluidez, permanece repostando en vez de continuar su viaje; ha caído en la tela que anteriormente ha tejido.

La soledad debe ser un apartado más de nuestra configuración existencial. Nos debe servir como ¨un alto en el camino¨, reorganizar nuestro mundo interior y nuestra psiquis. Es signo de salud emocional no volverle la espalda a la soledad, sino saber darle su peso especifico. En ella pondremos a examen todo lo que se vaya presentando: tedio, aburrimiento, angustia, rabia, pensamientos repetitivos… Y después, mediante técnicas de interiorización como el yoga o la meditación, purificar dichos estados para enfriarlos en lo posible. Es un gran autoconocimento observar qué reacciones se producen estando inmersos en la soledad, pues se abren todas las compuertas que, mediante entretenimientos y quehaceres cotidianos, manteníamos cerradas.

En ella se revela la angustia existencial, el vacío que en algún momento todos hemos sentido. Gracias a ella chequearemos nuestras deficiencias emocionales para, constructivamente, darles un giro y armonizarlas. Veremos nuestra radiografía, veremos lo que aflora de nosotros mismos que, hasta ahora cubierto por el  ruido de fuera, no éramos capaces de escuchar.

En la soledad sentiremos plenitud una vez nos pongamos manos a la obra en trabajar nuestro interior; completud, una vez desarrollada. En ella encontraremos el espejo que nos refleja fielmente.
Será nuestra fiel confidente, nos procurará renovación anímica y un espacio para, poder así, desplegar las alas de la Sabiduría.
Raúl Santos Caballero 

La paciencia

Considerada por la mayoría de los sabios como la más dura de las ascesis, es sin duda una de las virtudes más difíciles a desarrollar. La paciencia irrumpe en la persona para apaciguar los ánimos a la espera, por ejemplo, de un resultado. Proviene de una actitud de equilibrio que le permite ser catapultada y así desplegar su potencial más oculto. 

Las vivencias no son igualmente vividas sin paciencia, pues en su ausencia hay un afán impulsivo de querer adelantar los acontecimientos. La falta de paciencia es agitación, desasosiego y una actitud de no aceptación sobre el curso natural de los hechos. Ante la falta de paciencia se procede mecánicamente y sin la posibilidad de ser consciente, pues el marco de acción queda reducido y su falta de espacio no permite disfrutar el transcurso de una situación.
Nada bello puede surgir de la impaciencia, pues de manera externa todo lo que se realiza en base a ella deja la duda de poder ser corregible, y de manera interna, la persona experimenta una externalización que le impide proceder en consecuencia sin analizar los posibles puntos de vista que, en cambio, sintonizado con la paciencia, estos puntos son más visibles y permiten detectar su demarcación.

La paciencia puede ser en algunas personas innata, y en otras, deberá ser ganada. Quien nace con ello vislumbrará destellos contemplativos sin proponérselo y encontrará su ángulo de quietud aun en las situaciones más extremas. Quien no dispone de esa virtud, deberá identificar las situaciones que disparan su impaciencia para tratar de aplacarla con la genial ecuanimidad. Ésta anestesiará la agitación que produce la impaciencia y el sujeto observará cómo cambia su visión, ya que al estar esclarecida como las aguas calmas de un lago, permitirá ver reflejada la realidad tal cual es, sin la distorsión que producen las ondas de la tribulación.

Los frutos que produce la paciencia internamente son: sosiego, claridad de mente, pensamiento correcto, visión de transitoriedad de todo lo fenoménico y una ubicación en el propio eje de quietud. De manera externa: acción más diestra, analítica asemejada a la realidad tal cual es y fluidez asociada a la naturaleza de lo acontecido.
Todo recorrido requiere paciencia, todo florecimiento necesita un espacio de tiempo donde desarrollarse. La paciencia a veces es ardua, árida…, pero sus frutos son selectos, regidos a un orden de sincronización con la dinámica existente.
Impacientarse es desarrollar la desesperación frente a la inaceptabilidad de lo procesable. Querer buscar atajos a cualquier situación o circunstancia dada, es caer en la necedad de sentirnos excluidos de la naturaleza de las cosas no viéndolas como son, y perdiendo el carácter relevante de la espera consciente.

Un bálsamo ante el frenético ritmo de vida

La paciencia no es dejadez o resignación fatalista; es comprensión y entendimiento de que si se puede agilizar algo se hará, pero si no, nos rendiremos sin resistencias inútiles ante el margen necesitado y no haremos de nuestra impaciencia una ilusión de naturaleza intrínseca que pueda resolver por sí misma el desacelerado ritmo que sentimos desajustado.
La paciencia embellece a la persona, pues adquiere un rasgo categorizado de Sabiduría. Envuelta en un halo de paciencia, la persona ejecuta sus acciones, palabras y pensamientos, filtrándolo por el colador del entendimiento correcto y la aceptación consciente.

La impaciencia acartona, enfurruña, se proyecta una agitación que proviene de lo más interno, se instala un mecanismo de conducta que nace de las creencias erróneas de cómo deben ser las cosas. Esa sensación fricciona y produce malestar y una exclusión temporal de la circunstancia vital presentada. Una vez pasa la impaciencia, el sujeto deja de estar enemistado con su entorno para conectar de nuevo con la sucesión cambiante de los hechos. La impaciencia contrae, deriva a emociones insanas como la ira, impotencia, indignación…, ante lo que lo provoca, como la intolerancia, rechazo, resentimiento y animadversión, entre otras.

Para el arte, la creatividad, la relación con los otros seres, el trabajo y conocimiento de uno… Para todo ello se requiere paciencia. La paciencia es la disponibilidad de un entendimiento correcto que impera ante el afán de ir más allá que el propio ritmo marcado en la dinámica envolvente. Es un bálsamo ante el frenético ritmo de vida que a veces desarrollamos, pues de alguna manera cubre la pulsión inconsciente de desarrollar una acción agitada y torpe, lejos de la consciente y diestra. Ser paciente produce menos aversión, menos reacción anómala ante estímulos externos e internos, y se gana margen al núcleo de quietud del que todos disponemos y que, por identificación a los sucesos cambiantes y su falta de observación, solapan su ubicación en lo más recóndito de uno.

Una gema difícil de tallar

La paciencia debe servir para el deleite de quien accede a ella y pueda alcanzar a quienes les rodea. No debe servir para la conveniencia de los demás y su posterior reproche por falta de la misma en circunstancias que se alejan de nuestros intereses. La persona que trabaje en la paciencia deberá darle el uso debido y no derrocharla en fines alejados de la realización personal. Decidirá cuándo o no disponer de ella, sobre todo a ojos de los demás, ya que incluso en posicionamientos de firmeza deberá hacerlo con actitud paciente y arreactiva. De ese modo la paciencia no se torna moneda de cambio ni de exigencias impositorias.
No entender la paciencia es caer en colorearla de desistimiento o actitud negligente, perdiendo su fragancia balsámica que se esparce desde el centro de la serenidad. Su ausencia es irritabilidad que desencadena en todo tipo de enfados, cambios de humores y una escéptica visión panorámica del hecho, pues se acaba en la creencia condicionada de que todo confabula invisiblemente hacia nosotros.

El buscador se ha topado con una gema difícil de tallar. Su ansia de búsqueda se cruza con la Sabiduría de la paciencia, siendo ésta quien la frene para armonizar y equilibrar sus mejores energías. Una y otra vez perderá la paciencia, dándose de bruces con la naturaleza que posibilita la sostenibilidad de todo lo manifestado. Ese golpe le mandará de nuevo al punto de partida, pero algo habrá cambiado en él, siempre y cuando instrumentalice el error de impacientarse y lo emplee para ganar consciencia de la inutilidad de su actitud.
A medida que se gana paciencia va obteniendo sus frutos, pues estos son dulces a diferencia de la amarga espera. Observa que ha conectado con el ritmo cósmico que todo lo alcanza, para así ir de la mano y no desfallecer en la senda que se ha propuesto recorrer.

Raúl Santos Caballero 

miércoles, 13 de enero de 2016

IMPORTANCIA DE LA ABUELA MATERNA EN NUESTRA VIDA‏

¿Qué tan importante puede ser nuestra abuela materna?. Pues ella es clave a la hora del traspaso de información genética y de programas. Resulta que cuando ella estaba embarazada de tu mamá, el feto ya tiene los ovocitos formados.
Y de estos ovocitos, van a salir los dos millones de óvulos que tendrá tu mama durante su vida. Uno de estos óvulos, lleva tu nombre. Así que este óvulo lleva la información de la abuela.

¿A qué información te refieres?
A todo lo que la abuela vivió, sintió y cómo lo vivió. Si era el momento adecuado para tener hijos, si era deseado el embarazo, si se sentía protegida por su marido, …etc. Saber qué necesidades biológicas no tenía cubiertas la abuela. Todo esto y mucho más es información que se queda grabada en cada célula del feto. Por lo tanto llevas información de la abuela cuando estaba embarazada de tu mamá
.
¿Has oído hablar alguna vez que la genética. . .
. . . a veces se salta una generación?. Pues es justamente esto. El óvulo del que sales lleva la información de la abuela materna.

¿Por qué de la abuela y no del abuelo?
Porque la abuela pone el óvulo y el abuelo el espermatozoide. Y el óvulo aparte de la información genética, lleva la información mitocondrial, que está en la membrana celular.
Mientras que en el abuelo, la información está en la cola del espermatozoide, y como sabes en el momento de la fecundación, la cola se queda fuera. En la mitocondria es donde está guardada la información a niveles de programas que se heredan. Información biológica.
Y tú, ¿qué sabes de tu abuela materna?

Alejandro Jodorowsky