viernes, 11 de septiembre de 2015

Abandonar a tiempo: ¿Cómo saber cuándo ha llegado el momento de cambiar el rumbo?


Siempre hay que ir hacia delante. Para atrás, ni siquiera para tomar impulso.
Hay que esforzarse. Darse por vencido es de fracasados.
Si la vida no se detiene, tú tampoco puedes.
Tienes que aspirar siempre a algo más.


Estas y otras creencias forman parte de nuestra cultura. A lo largo de la infancia nos las han repetido, las hemos vuelto a escuchar durante la adolescencia y, cuando finalmente podemos tomar las riendas de nuestra vida, se convierten en nuestra brújula.


Es cierto que la clave del éxito radica en la perseverancia pero la clave del fracaso también. Y es que en la mayoría de los casos, la línea que divide la constancia del empecinamiento es muy sutil. Cuando durante años nos han martillado con la idea de que debemos mantenernos firmes en nuestros propósitos, y cuando estamos demasiado vinculados emocionalmente, es difícil saber cuándo ha llegado el momento de abandonar, de detenerse y cambiar el rumbo. Y es que una retirada a tiempo, puede ser una victoria.

Tres fenómenos psicológicos que nos impiden abandonar un barco que se hunde

  1.  Refuerzo intermitente. El refuerzo intermitente genera una gran dependencia. Básicamente, se trata de una alternancia de situaciones positivas y negativas, de éxitos y fracasos, de desesperanza e ilusión. Esta situación es muy usual en las relaciones de pareja, sobre todo cuando una persona se comporta de forma violenta pero después se excusa con un regalo o una cena romántica. De esta manera, la persona que está siendo sometida, recibe un refuerzo positivo intermitente que le impide romper la relación ya que, en realidad, no es completamente negativa. Así, esa persona seguirá involucrada en una relación que le hace daño, o seguirá persiguiendo una meta, a despecho de que las señales de progreso sean negativas.
  2.  Costos hundidos. Se trata de una falacia que los economistas y emprendedores conocen muy bien, aunque en realidad nos ocurre en todas las facetas de nuestra vida, no solo en los negocios. Los costos hundidos hacen referencia a nuestra tendencia a seguir invirtiendo tiempo y esfuerzo, solo porque no queremos echar por la borda el tiempo y esfuerzo que ya hemos invertido. Dicho de esta forma, puede parecer un contrasentido, es como si continuáramos metiendo grano en un saco que sabemos tiene un agujero, pero es el típico caso de la pareja que quiere salvar el matrimonio solo porque llevan dos décadas casados, no porque realmente tengan puntos en común o una buena razón por la cual luchar. Una vez que hemos invertido nuestros recursos en algún proyecto, una vez que hemos establecido un vínculo emocional, nos resulta difícil abandonar porque es como reconocer que hemos fracasado.
  3.  Miedo a la incertidumbre. Si existe algo que a la mayoría de las personas nos resulta difícil gestionar, es la incertidumbre. No saber qué sucederá, no ser capaces de prever las consecuencias genera una gran ansiedad, miedo y frustración. Como nos resulta muy complicado lidiar con esos sentimientos, a menudo preferimos “un malo conocido que un bueno por conocer” y pensamos que “más vale pájaro en mano que cien volando”. El miedo a la incertidumbre nos paraliza y, por ende, nos mantiene atados a proyectos o a relaciones que ya no funcionan, que no tienen perspectiva de futuro y que nos hacen infelices. Y es que abandonar algo que conocemos puede implicar un enorme acto de fe, un salto hacia un futuro que desconocemos, junto a las consecuencias emocionales que ello implica.
La especiación: Cuando cambiar es cuestión de vida o muerte
Cada cierto tiempo tiene lugar periodos de especiación cultural, un concepto que proviene de la Biología y que se refiere a un cambio en las especies. En práctica, existe una especie madre, de la cual surge una especie nueva. Sin embargo, esto no solo ocurre entre las plantas y los animales sino también en las culturas, solo que en este caso el periodo de cambio suele ser mucho más breve, no necesita siglos.

En el proceso de especiación cultural, existe una serie de personas que se alejan de la especie madre en la búsqueda de algo nuevo. ¿Qué se entiende como especie madre? No es más que nuestro círculo de conocidos, los medios de comunicación habituales, el estado y, en sentido general, todo el sistema preestablecido en el que hemos nacido.
Sin embargo, en cierto punto de nuestro camino, ese mundo se puede convertir en un espacio demasiado estrecho, nos aprieta de la misma manera en que nos apretaban los zapatos cuando éramos pequeños. No obstante, en aquel momento teníamos claro que la solución era cambiar de zapatos, sabíamos que no podíamos empequeñecer los pies y que tomar analgésicos para el dolor no tenía sentido porque solo sería una solución momentánea. Simplemente cambiábamos los zapatos.

No obstante, cuando se trata de nuestra vida, solemos optar por las soluciones más disparatadas, porque las más sencillas nos dan miedo. Alejarse de la especie madre implica recorrer un camino nuevo, en el que no sabemos qué vamos a encontrar. Por eso, muchas personas deciden apegarse a las tradiciones, seguir viejos hábitos y quedarse en su zona de confort, donde se creen al "seguro".
Hay otros que, aunque no saben qué encontrarán, comprenden que seguir el camino de la especie madre no les satisfará sino que cada vez consumirá más su energía y, al final, terminarán agotados y frustrados. Por eso, deciden cambiar el rumbo, abandonar lo que habían construido, deshacerse de las certezas y comprar un billete hacia lo desconocido.

Las señales inequívocas de que ha llegado el momento de cambiar
- Insatisfacción. Si lo que estás haciendo ya no te satisface como antes, si no encuentras el mismo placer y la motivación ha mermado hasta casi desaparecer por completo, quizás ha llegado el momento de replantearte tus objetivos. Es normal que necesites nuevos estímulos, así que no tiene nada de malo cambiar los objetivos.
- Agotamiento. Esforzarse es positivo y recoger los frutos después de haber trabajado duro es muy reconfortante pero todo en la vida debe ser valorado con prospectiva. ¿Realmente merece la pena tanto esfuerzo? Si la respuesta es negativa, quizás debes mirar en otra dirección. No se trata de seguir el camino fácil, sino el camino que realmente te motiva y que encierra más satisfacciones.
- Pérdida de sentido. Si un día te levantas, miras a tu alrededor y no logras comprender qué estás haciendo en ese lugar, es porque ese sueño ha dejado de ser tuyo, ha perdido el sentido. Es algo perfectamente comprensible ya que con el paso del tiempo, cambiamos. Lo que es incomprensible es que continúes persiguiendo una meta que carece de sentido para ti.
- Emociones negativas. Es recomendable que cada cierto tiempo, hagas un balance de las emociones que estás experimentando. Si en cierto punto ese trabajo o relación comienzan a generar más emociones negativas que positivas, si crean más problemas de las necesidades que satisfacen, es porque ha llegado el momento de replanteárselos.

Cuando notes estas señales, no te apresures a tomar una decisión. Da un paso atrás, intenta adoptar una posición objetiva y valora en qué punto del camino estás, cuánto te falta por recorrer y, sobre todo, si merece la pena continuar por ese trayecto. Quizás es mejor cambiar rumbo.

Psicología/Jennifer Delgado

Resiliencia

A veces la vida nos pone a prueba, nos plantea situaciones que superan nuestras capacidades: una enfermedad, una ruptura de pareja particularmente dolorosa, la muerte de un ser querido, el fracaso de un sueño largamente anhelado, problemas económicos… Existen diferentes circunstancias que nos pueden llevar al límite y hacer que nos cuestionemos si tenemos la fuerza y la voluntad necesarias para continuar adelante. En este punto tenemos dos opciones: dejarnos vencer y sentir que hemos fracasado o sobreponernos y salir fortalecidos, apostar por la resiliencia.
                             
                                 
         

  Resiliencia: definición y significado

La resiliencia es una capacidad que nos permite afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas y salir fortalecidos de ellas. La resiliencia implica reestructurar nuestros recursos psicológicos en función de las nuevas circunstancias y de nuestras necesidades. De esta manera, las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo su potencial.
Para las personas resilientes no existe una vida dura, sino momentos difíciles. Y no se trata de una simple disquisición terminológica, sino de una manera diferente y más optimista de ver el mundo ya que son conscientes de que después de la tormenta llega la calma. De hecho, estas personas a menudo sorprenden por su buen humor y nos hacen preguntarnos cómo es posible que, después de todo lo que han pasado, puedan afrontar la vida con una sonrisa en los labios.

La práctica de la resiliencia: ¿Cómo podemos ser más resilientes?

La resiliencia no es una cualidad innata, no está impresa en nuestros genes, aunque sí puede haber una tendencia genética que puede predisponer a tener un “buen carácter”. La resiliencia es algo que todos  podemos desarrollar a lo largo de la vida. Hay personas que son resilientes porque han tenido en sus padres o en alguien cercano un modelo de resiliencia a seguir, mientras que otras han encontrado el camino por sí solas. Esto nos indica que todos podemos ser resilientes, siempre y cuando cambiemos algunos de nuestros hábitos y creencias.
De hecho, las personas resilientes no nacen, se hacen, lo cual significa que han tenido que luchar contra situaciones adversas o que han probado varias veces el sabor del fracaso y no se han dado por vencidas. Al encontrarse al borde del abismo, han dado lo mejor de sí y han desarrollado las habilidades necesarias para enfrentar los diferentes retos de la vida.

¿Qué caracteriza a una persona resiliente?

Las personas que practican la resiliencia:
  1. Son conscientes de sus potencialidades y limitaciones. El autoconocimiento es un arma muy poderosa para enfrentar las adversidades y los retos, y las personas resilientes saben usarla a su favor. Estas personas saben cuáles son sus principales fortalezas y habilidades, así como sus limitaciones y defectos. De esta manera pueden trazarse metas más objetivas que no solo tienen en cuenta sus necesidades y sueños, sino también los recursos de los que disponen para conseguirlas.
  2. Son creativas. La persona con una alta capacidad de resiliencia no se limita a intentar pegar el jarrón roto, es consciente de que ya nunca a volverá a ser el mismo. El resiliente hará un mosaico con los trozos rotos, y transformará su experiencia dolorosa en algo bello o útil. De lo vil, saca lo precioso.
  3. Confían en sus capacidades. Al ser conscientes de sus potencialidades y limitaciones, las personas resilientes confían en lo que son capaces de hacer. Si algo les caracteriza es que no pierden de vista sus objetivos y se sienten seguras de lo que pueden lograr. No obstante, también reconocen la importancia del trabajo en equipo y no se encierran en sí mismas, sino que saben cuándo es necesario pedir ayuda.
  4. Asumen las dificultades como una oportunidad para aprender. A lo largo de la vida enfrentamos muchas situaciones dolorosas que nos desmotivan, pero las personas resilientes son capaces de ver más allá de esos momentos y no desfallecen. Estas personas asumen las crisis como una oportunidad para generar un cambio, para aprender y crecer. Saben que esos momentos no serán eternos y que su futuro dependerá de la manera en que reaccionen. Cuando se enfrentan a una adversidad se preguntan: ¿qué puedo aprender yo de esto?
  5. Practican el mindfulness o conciencia plena. Aún sin ser conscientes de esta práctica milenaria, las personas resilientes tienen el hábito de estar plenamente presentes, de vivir en el aquí y ahora y de tienen una gran capacidad de aceptación. Para estas personas el pasado forma parte del ayer y no es una fuente de culpabilidad y zozobra mientras que el futuro no les aturde con su cuota de incertidumbre y preocupaciones. Son capaces de aceptar las experiencias tal y como se presentan e intentan sacarles el mayor provecho. Disfrutan de los pequeños detalles y no han perdido su capacidad para asombrarse ante la vida.
  6. Ven la vida con objetividad, pero siempre a través de un prisma optimista. Las personas resilientes son muy objetivas, saben cuáles son sus potencialidades, los recursos que tienen a su alcance y sus metas, pero eso no implica que no sean optimistas. Al ser conscientes de que nada es completamente positivo ni negativo, se esfuerzan por centrarse en los aspectos positivos y disfrutan de los retos. Estas personas desarrollan un optimismo realista, también llamado optimalismo, y están convencidas de que por muy oscura que se presente su jornada, el día siguiente puede ser mejor.
  7. Se rodean de personas que tienen una actitud positiva. Las personas que practican la resiliencia saben cultivar sus amistades, por lo que generalmente se rodean de personas que mantienen una actitud positiva ante la vida y evitan a aquellos que se comportan como vampiros emocionales. De esta forma, logran crear una sólida red de apoyo que les puede sostener en los momentos más difíciles.
  8. No intentan controlar las situaciones. Una de las principales fuentes de tensiones y estrés es el deseo de querer controlar todos los aspectos de nuestra vida. Por eso, cuando algo se nos escapa de entre las manos, nos sentimos culpables e inseguros. Sin embargo, las personas resilientes saben que es imposible controlar todas las situaciones, han aprendido a lidiar con la incertidumbre y se sienten cómodos aunque no tengan el control.
  9. Son flexibles ante los cambios. A pesar de que las personas resilientes tienen una autoimagen muy clara y saben perfectamente qué quieren lograr, también tienen la suficiente flexibilidad como para adaptar sus planes y cambiar sus metas cuando es necesario. Estas personas no se cierran al cambio y siempre están dispuestas a valorar diferentes alternativas, sin aferrarse obsesivamente a sus planes iniciales o a una única solución.
  10. Son tenaces en sus propósitos. El hecho de que las personas resilientes sean flexibles no implica que renuncien a sus metas, al contrario, si algo las distingue es su perseverancia y su capacidad de lucha. La diferencia estriba en que no luchan contra molinos de viento, sino que aprovechan el sentido de la corriente y fluyen con ella. Estas personas tienen una motivación intrínseca que les ayuda a mantenerse firmes y luchar por lo que se proponen.
  11. Enfrentan la adversidad con humor. Una de las características esenciales de las personas resilientes es su sentido del humor, son capaces de reírse de la adversidad y sacar una broma de sus desdichas. La risa es su mejor aliada porque les ayuda a mantenerse optimistas y, sobre todo, les permite enfocarse en los aspectos positivos de las situaciones.
  12. Buscan la ayuda de los demás y el apoyo social. Cuando las personas resilientes pasan por un suceso potencialmente traumático su primer objetivo es superarlo, para ello, son conscientes de la importancia del apoyo social y no dudan en buscar ayuda profesional cuando lo necesitan.

La resiliencia en los niños

                                                           
                                         

Si queremos que nuestros hijos afronten las dificultades de la vida con fortaleza es importante educarles en la capacidad de ser resilientes, para ello es fundamental nuestro ejemplo, no sobreprotegerles y sobre todo creer en ellos. No se trata de evitar que se caigan, sino de enseñarles a levantarse, y para ello tenemos que confiar en que ellos pueden. Por supuesto, tampoco se trata de exponerles a peligros o ambientes agresivos “para que se hagan más fuertes”, afortunadamente no estamos en Esparta. Aportar seguridad y protección es necesario. Algo importante que podemos preguntarles a los niños cuando tienen un contratiempo si queremos que aprendan a desarrollar la resiliencia es ¿qué puedes aprender de esto? o ¿qué puedes sacar bueno de esto que ha ocurrido?




Por Rosario Linares

jueves, 10 de septiembre de 2015

Cuando confías en lo que sucede, descubres quién eres


Cuando miras a tu alrededor y sólo ves caos, sufrimiento, miedo y tensión, es difícil confiar en las circunstancias. Cuando la vida parece ir cuesta arriba y nada sale como esperábamos, confiar es casi un acto de fe, nos resulta más natural desesperarnos, imprecar y negar lo que está sucediendo. 

Sin embargo, es precisamente en esos momentos cuando más necesitamos confiar en las circunstancias y, por supuesto, en nosotros mismos. 
En ese momento es cuando debemos dejar de aferrarnos a las preocupaciones para poder soltar el peso y ser más libres. Y solo podemos lograrlo si tomamos conciencia del aquí y ahora, si confiamos en nosotros mismos y tenemos la certeza de que en nuestro camino nos aguardan cosas maravillosas.

¿Por qué es tan importante confiar en lo que sucede?


Considera que todo lo que te rodea no existe si no lo percibes, no tiene un sentido para ti si no lo conoces. Por eso, cuando percibimos algo, ya sea una circunstancia, una persona o un simple objeto, no podemos abstraernos de nosotros mismos, vemos el mundo como somos. 

Como resultado, cuando conocemos algo o alguien, en realidad nos redescubrimos. Cuando percibimos algo, nos conocemos a través de eso. Así ocurre un milagro: mientras más buceamos en nuestras circunstancias, más profundo podemos llegar en nuestro interior. A la vez, mientras más escudriñamos dentro de nosotros, mejor podremos comprender las circunstancias. Porque todo está unido, indisolublemente.

En el momento en que empiezas a confiar, sin oponer resistencia, es como si todas las piezas de un rompecabezas encajaran. Hasta ese momento, tus preocupaciones, apegos y emociones solo te permitían ver la maraña de hilos que se esconde detrás del tapiz, es como si estuvieras mirando desde abajo. Sin embargo, cuando aprendes a fluir, todo cobra sentido porque puedes ver el tapiz de frente, puedes apreciar las situaciones desde una perspectiva más amplia. Eso amplía tu comprensión de la vida y de ti mismo.

Si miras a tu alrededor sin resistencias, llegarás a tu interior


Un principio taoísta señala: “Aprende a confiar en lo que está ocurriendo. Si hay silencio, déjalo aumentar, algo surgirá. Si hay tormenta, déjala rugir, se calmará”. La clave radica en convertirse en un espectador atento, sin intervenir constantemente porque de esa forma solo bloqueamos el proceso. 

Es lo que se conoce como “no resistencia”. Aunque se trata de un principio difícil de poner en práctica porque estamos demasiado acostumbrados a luchar por el control. No obstante, resistirnos implica aferrarnos, apegarnos al sufrimiento, a las situaciones que nos generan estrés y a las relaciones tóxicas

La persona que se resiste no solo se opone al cambio, que es una constante en la vida, sino que también deja de confiar en sus capacidades. Resistirse al cambio implica que no confías en tu capacidad para hacerle frente a esa nueva situación, por lo que, en el fondo, es un acto que denota miedo e inseguridad.

Vale aclarar que la no resistencia no implica convertirse en espectadores pasivos de nuestra vida o someterse a la voluntad de los demás. No significa dejar que las circunstancias nos arrastren, renunciando a nuestro poder de decisión. El concepto de la no resistencia está vinculado al "wu wei", que significa no forzar sino aprender a fluir, para no quedarnos atascados en las circunstancias que nos dañan.

La no resistencia es soltar nuestros temores y sufrimientos, entregarnos y dejar de luchar. En ese estado nos sumergimos por completo en las circunstancias, sin pensar, sin hacer, solo estando presentes. Así aprendemos a confiar en la vida y en su proceso, aprendemos a confiar en nosotros mismos, con la certeza de que, antes o después, todo estará bien.

La práctica de la no resistencia te brinda la posibilidad de detenerte un momento, para conectar con tu “yo” e identificar cómo te sientes y qué necesitas. Una vez que hayas identificado las emociones que te perturban, no debes aferrarte a ellas, libéralas. Cuando cambies tus pensamientos, cambiará tu realidad. Solo debes confiar.

Cinco principios básicos para aprender a confiar

1. Tómate el tiempo que necesites. Cuando tienes tiempo para reflexionar, puedes ver con mayor claridad lo esencial de ti mismo y de los demás. Recuerda que cuando vas por la vida demasiado rápido, tu propia velocidad te aturde. Mientras más apremiantes sean tus sentimientos y más te atormenten tus preocupaciones, más necesitas pasar tiempo contigo mismo. 

2. Libérate del empeño. No te esfuerces, deja que todo fluya. Mientras más te liberes de esa obsesión por controlarlo todo, más abierto y receptivo estarás y con más facilidad sabrás qué está ocurriendo a tu alrededor. El taoísmo nos enseña que “cuando no entiendas lo qué dice una persona, no persigas cada una de sus palabras. Ríndete y silénciate interiormente para escuchar tu ser más profundo”. 

3. Busca la calma. Una de las habilidades más valiosas que puedes aprender en tu vida es a retirarte en ti mismo y calmarte. Cuando una persona se siente en calma, lo complejo se hace simple, porque es capaz de despejar la nube de las emociones que le impedía ver las cosas con claridad. Cuando buscas la calma conectas contigo mismo y comprendes qué quieres y necesitas realmente.
4. Despréndete de todo lo innecesario. Un principio taoísta indica que “solo cuando te desprendes de lo que tienes, recibes lo que necesitas”. Y es que en nuestra sociedad estamos demasiado aferrados a las cosas y a las personas, de manera que no logramos conectar con nuestro “yo” más profundo para saber cuáles son nuestras verdaderas necesidades. Sin embargo, la felicidad no está en nada que se desgaste, se rompa o deje de funcionar. Por eso, solo cuando nos deshacemos de lo superfluo, podemos descubrir qué nos hace felices.

5. Simplifica. Toda situación, por amplia o complicada que sea, empezó de manera simple y pequeña. Desde los problemas de pareja hasta las guerras, tuvieron un inicio pequeño. Por eso, la clave para resolver muchos de los problemas que tenemos en nuestra vida consiste en regresar atrás y reconocer los comienzos.

¿Cómo aplicar estos principios a tu vida cotidiana?


El objetivo final es que, a través de las circunstancias y sin oponer resistencia a estas, puedas conectar con tu “yo” más profundo, para recuperar la confianza en ti mismo y comprender qué necesitas para vivir de forma más plena.

- Mira a tu alrededor y bucea en tu interior. El primer paso para aprender a confiar en lo que sucede consiste en convertirse en un observador atento. Mira a tu alrededor, observa las circunstancias y las personas con las que compartes tu día a día. No critiques ni juzgues, tan solo observa. Intenta reconocer la forma de ser de esas personas y comprende las circunstancias que os rodean. Inmediatamente reconocerás los sentimientos que estas generan en ti y en los demás. No los rechaces ni intentes apartarlos, tan solo déjalos fluir. Reconoce la existencia de dolor, ira, frustración o tristeza. Recuerda que en este punto no se trata de entender sino tan solo de sentir.

- Toma las riendas. No intentes culpar a nadie por lo que sucede, porque de esta forma solo estarás alimentando más sentimientos negativos. Tampoco se trata de culparte porque así solo añadirás más peso interno al que ya llevas. En vez de eso, asume la responsabilidad a partir de ese momento. El pasado ya no existe, pero puedes escribir el presente. Toma las riendas y cambia lo que te molesta. Transforma tu realidad para que puedas vivir con mayor armonía. Avanza sin cargas en la espalda y sin rencores, abierto a las nuevas experiencias de la vida.

Confía en lo que está sucediendo porque es un regalo, son perlas de sabiduría que puedes utilizar para crecer y conocerte mejor. Permite que las circunstancias se desenvuelvan ante tus ojos sin oponer resistencia. Tú solo confía…

Psicología/Jennifer Delgado