martes, 19 de enero de 2016

Samadhi

El fuego de la meditación lo purifica todo, absolutamente todo. Lo que en un principio fue una débil llama encendida casi como una curiosidad, termina convirtiéndose en un fuego devastador que no cesa hasta no dejar rastro de nada, ni siquiera del propio meditador, dando lugar al estado de meditación.

                                               
                                                            “La conciencia es la única realidad”
                                                                                                 Ramana Maharshi

Incluso las técnicas –esas, las primeras– arden en tal llama purificadora, pues llega un momento en el que carece de todo sentido su práctica, e incluso llega un punto en el que las técnicas, por muy maravillosas que se crea que son, llegan a ser hasta un elemento obstaculizador debido al apego que pudieran generar.

La técnica es un medio y jamás puede ser un fin. Pero a la mente, en su necesidad de proyección, gusta de engancharse a las técnicas igual que a las personas, los objetos, los pensamientos, las ideas, conceptos, emociones, sensaciones, recuerdos… etc. Cualquier cosa le es válida a la mente con tal de mantenerse con vida.

Sin embargo, si se persevera en la práctica –y este es el auténtico problema del practicante, sobre todo en los comienzos–, todos estos elementos en apariencia perturbadores no desaparecen –ni tendrían por qué hacerlo–, sino que más bien se trascienden para quedar el practicante instalado en el espacio dimensional de la conciencia pura.

Desde el estado de meditación, tan próximo y lejano a la vez, nada se hace sino que más bien todo sucede. No queda nadie que haga algo, sea bueno o malo, pues tales pares de opuestos son también trascendidos.
Y, así como desaparecen los pensamientos, emociones y sensaciones, llega un momento en el que tampoco queda nadie que observe, asampragyata samadhi, pues en última instancia también Sakshi, la consciencia testigo, queda diluida, absorbida en la conciencia pura. Y esto es el Samadhi.

En ese momento todo es adecuado, todo es tal y como debiera de ser. No hay separación entre el hacedor, lo hecho y el propio acto de hacer. A cambio, el silencio, la paz, el amor… todo al mismo tiempo. Entonces, es cuando Jñana, el conocimiento intelectual de la no-dualidad, pasa a ser Vijñana, la vivencia de tal conocimiento.
Quizás, y sólo quizás, esa vivencia sea lo único que importe.

Emilio J. Gómez

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