viernes, 23 de junio de 2017

10 comportamientos típicos de las personas altamente miserables


Paul Watzlawick, el psicólogo austríaco, pensaba que los seres humanos tenemos un talento innato para la tragedia. Lo demuestra en su libro “El arte de amargarse la vida”, en el cual esboza la idea de que convertir la vida en una experiencia miserable, tanto para nosotros como para quienes nos rodean, es un trabajo duro a tiempo completo.

El arte de arruinarse la vida está al alcance de todos


En la actualidad hay un imperativo que se puede encontrar por doquier: disfruta. El afán por alcanzar la felicidad ha llegado a límites insospechados. Sin embargo, aún así hay personas que ponen todo su empeño en ser miserables y amargarse la vida. De hecho, si les prestamos atención notaremos que dedican una enorme cantidad de energía a convertirse en verdugos de sí mismos. 

La imaginación es su herramienta más potente para convertir su vida en un calvario. No obstante, debemos prestar atención a estos comportamientos porque nadie está exento de caer en sus redes o de comenzar a amargarse la vida sin darse cuenta.

1. Tener miedo, a todo lo posible y lo imposible

El miedo es una emoción normal que tiene un rol adaptativo ya que nos mantiene alejados del peligro. Sin embargo, cuando llevamos el miedo a otro nivel dejamos de vivir. Vivir con miedo constante no es vivir, es morir lentamente. Las personas miserables se aseguran de que todo se convierta en una amenaza, de manera que terminan viviendo en una zona de confort cada vez más pequeña. 

2. Aburrirse, hasta la saciedad y aún más allá

Si quieres que el tiempo transcurra con mayor lentitud y que cada jornada cuente, haz algo nuevo cada día. Si quieres que las páginas del almanaque vuelen, consúmete en la rutina. La mejor estrategia para hacer que la vida sea miserable consiste en hacer siempre lo mismo, en seguir las mismas rutinas año tras año y cerrarse a lo nuevo. De esta forma esas personas tienen motivos de sobra para quejarse, sin darse cuenta de que ese muro a su alrededor lo han construido ellos mismos.

3. Desterrar el asombro al país de nunca jamás

No hay nada que nos haga sentir más vivos que el descubrimiento. Cuando descubrimos algo nuevo nuestro cerebro se activa y nos sentimos felices, satisfechos, eufóricos. Al contrario, las personas miserables se rodean de un aura de sabelotodos: nada les asombra, y lo que asombra a los demás es catalogado como plagio de algo ya existente. Así, en su vida todo se vuelve predecible, su existencia se llena de tedio porque le han cerrado las puertas a que algo maravilloso ocurra, por pequeño que sea.

4. Discutir por cosas tontas, por el dudoso “placer” de discutir

Para las personas altamente miserables, tener la razón es más importante que dialogar para encontrar un consenso. Se trata de un problema difícil de manejar fundamentalmente en las relaciones de pareja porque estas personas se encargan de fijarse en detalles para arruinarse el día y, de paso, arruinárselo a su pareja. El problema es que estas personas no discuten por cosas importantes ni para defender determinados valores sino que se van por las ramas, atacan y resulta imposible mantener una discusión civilizada.

5. Borrar la palabra “gratitud” del vocabulario, y si es posible del diccionario

Estas personas han ido desarrollando una visión muy negativa del mundo, por lo que no encuentran ninguna razón para sentir gratitud. No son capaces de hallar lo positivo en ninguna situación, no se dan cuenta de todas las “bendiciones” que tienen porque solo se centran en los fracasos, fallos y debilidades. A menudo piensan que solo los “tontos” pueden sentir gratitud y que el mundo es un valle de lágrimas donde nunca sucede nada bueno.

6. Quejarse, por todo y con todos

Dado que las personas miserables no tienen ningún motivo para sentirse felices o agradecidas, lo normal es que se quejen por todo, se convierten en quejicas crónicos. Tanto su conversación como su diálogo interior solo versa sobre las cosas negativas que les ocurren. Se quejan cuando llueve pero también cuando hay sol, cuando tienen trabajo y cuando lo pierden, cuando gana la derecha y también cuando gana la izquierda… De esta forma suelen perder muy buenas oportunidades porque no son capaces de ver más que la parte negativa de las situaciones.

7. El pasado determina el presente, ad infinitum

Lo que haya ocurrido en el pasado, sigue arrastrándose hasta el presente. Estas personas se las ingenian para seguir arrastrando las oportunidades perdidas, desperdiciadas o ignoradas. Recuerdan incluso la mala calificación que le dieron en la escuela, aunque ya hayan pasado 30 años. Piensan que “los malos recuerdos son para siempre”. Sin embargo, si el tiempo pasado fue mejor, entonces piensan que jamás volverán a ser tan felices y se resignan a morir un poco cada día.

8. Elegir la peor versión de uno mismo

Todos tenemos determinadas características de personalidad que no nos facilitan precisamente la vida. Hay quienes tienen una tendencia a la ansiedad, otros a la obsesividad, a la paranoia o a la hipocondría. Es lo que se conoce como “personalidades acentuadas”. La mayoría de las personas intentan compensar esos rasgos y limitar sus efectos potenciando otras características positivas. Las personas miserables, al contrario, los acentúan. Se encargan de ser la peor versión de sí mismos y dejan que esas características determinen su existencia. Así pueden dar por descontado que todos y cada uno de los días restantes de su vida serán malos.

9. Desconfiar de los demás en plan agente secreto paranoico

Nadie es una isla completa en sí mismo”, dijo Eduardo Galeano. Necesitamos de los demás, el contacto con los otros nos reporta muchísimos beneficios, pero solo cuando somos capaces de mantener relaciones interpersonales asertivas. Las personas miserables se aseguran de que no sea así. Desconfían continuamente de las intenciones de los demás y si les hacen un favor o les dedican un halago, inmediatamente piensan que hay una doble intención, que quieren algo o que se trata de una forma velada de humillación. La gente miserable siempre está pendiente de lo que los otros no dicen, más que de lo que dicen efectivamente. Obviamente, de esta manera terminan quedándose solas. Y así encuentran un motivo más para quejarse de lo miserable que es su vida.

10. Si todo falla, la culpa es de los otros

Para vivir infelices, hay un camino que nunca falla: culpar a los otros. El problema es que si asumimos la responsabilidad, eso significa que también tenemos la capacidad para ser felices y cambiar. Al contrario, las personas miserables apuntan su dedo acusatorio hacia los demás. Todas sus desgracias siempre son culpa de los otros: de los padres que no le dieron la educación adecuada, de haber tenido el hijo demasiado pronto, de un jefe déspota, de la pareja desconsiderada o del político de turno. Cualquier chivo expiatorio es bueno. Sin embargo, no hay nada mejor para ser miserable que el odio gratuito.

Psicología/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com

jueves, 22 de junio de 2017

NO CONFUNDIR ALIVIO CON SOLUCIÓN



En mi opinión, basada en bastantes años de tratar con personas que están en una situación muy dura y quieren hacer algo por salir de ella para mejorar su vida, hay muchas personas –muchas, muchas-, que cuando están muy desesperadas, muy hundidas, cuando llevan bastantes meses o años en la desesperación de haber tocado fondo y llevar mucho tiempo en él, toman una decisión -aparentemente firme- de hacer los cambios necesarios en su vida para salir de esa consternación, de ese abatimiento tan gravoso, y deciden hacer lo que sea necesario para salir de ese estado.

He conocido una cantidad muy alta de esas personas que se ponen en contacto con un profesional para que les ayude en el proceso de cambio, afirmando un compromiso de esforzarse, de involucrarse, de remover sus cimientos y enfrentarse a lo que sea para poder salir del agujero en que se ven, pero…

Empiezan con ganas, remueven su infancia en busca del origen de sus males actuales, comprenden las cosas que se les hace ver y empiezan a seguir las pautas, pero…

Cuando han contado todos sus problemas ya empiezan a notar que la carga es un poco más ligera, y cuando la persona que le orienta le hace ver algunas de sus cosas de un modo distinto y las empieza a comprender, algunas de esas cosas empiezan a aparentar ser un poco menos duras y más livianas, y algunas heridas comienzan a cicatrizar, pero…

Eso que sucede no es más que un poco de alivio, no es la solución. Es el principio de la solución, es la punta del iceberg, pero todavía no hay nada que se haya resuelto en el sitio donde se ha de resolver. Es un parche mental que la razón comprende, pero aún no se ha trasladado el efecto al sitio del inconsciente donde ha de surtir el efecto.

En demasiadas ocasiones las personas se confunden ante esto, y como ese primer paso las hace notar un cierto efecto de bálsamo, y se encuentran más desahogadas y ven un poco de luz, algo dentro de sí -que posiblemente no sean ellas mismas- les invita a conformarse, a dejarlo ahí, porque seguir adelante a la búsqueda de la solución definitiva va a implicar remover ciertas cosas y eso puede que no sea muy agradable, y porque los sacrificios no siempre resultan atractivos, y eso de tener que reconocer que se ha vivido en un error y que uno se ha equivocado más veces de las que había querido reconocer no es plato de buen gusto, y tener que salir de la rutina en la que uno lleva años navegando, aferrado de algún modo al “más vale malo conocido que bueno por conocer”, pues… tal vez no compense.

Cuando uno tiene una muela estropeada y tiene unos dolores tremendos, sabe que tiene que ir necesariamente al dentista para resolverlo, pero se toma un calmante y si eso le hace desaparecer el dolor también hace desaparecer las ganas de ir al dentista, y así aplaza la cita ineludible con la esperanza inservible de que la muela se arregle sola.

En la vida, y en muchas ocasiones, pasa lo mismo: uno prefiere que no duela y que se arregle sola.

Esa mentira es contraproducente, y lo que hace es alargar más la situación dolorosa en la que uno se encuentra. 

Lo que hace es aplazarlo, no resolverlo.

Lo que hace es aliviarlo, pero no solucionarlo.

►El Proceso de Desarrollo Personal requiere de una ética que no admite nada que no sea verdadero, justo, sincero, honorable, honrado, intachable…

El alivio inicial ha de servir para confirmar que realmente existe la posibilidad de solución y para demostrar que salir de donde se está ofrece a cambio un estado muy satisfactorio.

Sugiero o ruego a quien se encuentre en algún momento ingrato en cualquier aspecto de su vida que reúna todo su amor propio, toda su valentía desusada y escondida, toda su responsabilidad y sensatez, y ponga todo ello al servicio de su Mejoramiento.

Cualquier esfuerzo que se haga es largamente recompensado. Merece la pena.

Y mientras uno no se enfrente con firmeza y valentía a sus asuntos pendientes de solución, aportando todo el esfuerzo que sea necesario, implicándose al cien por cien, llegando hasta el final sin conformarse con menos, uno será el sufridor directo de su negligencia y padecerá innecesariamente. 

Míralo. Mírate.

Te dejo con tus reflexiones…


Francisco de Sales
http://buscandome.es

miércoles, 21 de junio de 2017

La Parábola del Águila


Las cosas siempre se ven mejor desde arriba, o desde fuera . . .


De igual forma que no puedes solucionar un problema con la misma mentalidad y desde la misma posición en la que este ha sido creado, uno debe salir y ver las cosas desde otra perspectiva para poder cambiarlas.
Y al igual que con los problemas de la vida, lo mismo sucede con nuestro crecimiento personal. Nunca podremos avanzar lo suficiente mientras no hagamos y ejecutemos cambios que nos hagan ver las cosas desde una nueva perspectiva, para poder elevarnos por encima de nuestras limitaciones y expandirnos para abarcar percepciones más amplias de lo que somos.
Ese crecimiento personal pasa sin duda por reconocer nuestra verdadera esencia, porque no somos lo que nos han hecho creer, sino lo que queda cuando quitas lo que nos han hecho ponernos para pretender encajar en el mundo. El trabajo más duro del mundo es dejar de ser lo que nos han hecho ser, para ser lo que siempre fuimos. No somos una personalidad determinada, un nombre escogido al nacer, una profesión quizás equivocada o una ocupación impuesta por la sociedad.
De hecho, si nos quitan todo eso, muchos de nosotros tendremos problemas para saber entonces que somos de verdad. Pero, lo que somos de verdad, es lo que queda cuando quitas todo eso, porque es el único momento en el que te sientes libre para abrir tus alas y, como dice James Aggrey en la parábola que os pongo a continuación, te das cuenta que siempre fuiste águila cuando te hicieron creer que eras pollo.

Parábola del águila (de James Aggrey)

Erase una vez un hombre que, mientras caminaba por el bosque, encontró un aguilucho. Se lo llevó a su casa y lo puso en su corral, donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a conducirse como estos. Un día un naturalista que pasaba por allí, le pregunto al propietario por qué razón un águila, el rey de las aves y los pájaros, tenía que permanecer encerrado en el corral con los pollos.
— Como le he dado la misma comida que a los pollos, y le he enseñado a ser como un pollo, nunca ha aprendido a volar, respondió el propietario; — se conduce como los pollos y por tanto no es un águila.
– -Sin embargo, insistió el naturalista, — tiene corazón de águila, y con toda seguridad se le puede enseñar a volar.
Después de discutir un poco más, los dos hombres convinieron en averiguar si era posible que el águila volara. El naturalista le cogió en sus brazos, suavemente y le dijo: “Tú perteneces al cielo no a la tierra, abre las alas y vuela”. El águila sin embargo estaba confusa: no sabía qué era y al ver a los pollos comiendo, saltó y se reunió con ellos de nuevo.
Sin desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevó el águila al tejado de la casa y la animó diciéndole: — Eres una águila, abre las alas y vuela; pero el águila tenía miedo del mundo desconocido y saltó otra vez en busca de la comida de los pollos.
El naturalista se levantó temprano al tercer día, sacó el águila del corral y lo llevó a una montaña. Una vez allí, alzó al rey de las aves y lo animó diciéndole: — Eres una águila y perteneces tanto al cielo como a la tierra. Ahora, abre las alas y vuela.
El águila miró alrededor, hacía el corral y hacía arriba, al cielo. Pero siguió sin volar. Entonces el naturalista lo levantó directamente hacia el sol; el águila empezó a templar y abrió lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante, voló alejándose hacia el cielo.
Es posible que el águila recuerde todavía a los pollos con nostalgia; hasta es posible que de cuando en cuando vuelva a visitar el corral. Que nadie sepa, el águila nunca ha vuelto a vivir vida de pollo. Siempre fue un águila, pese a que fue mantenida y domesticada como un pollo.
Cuando el hombre aun no era hombre, todos éramos águilas, conectados a la sabiduría inagotable del Ser del que provenimos, viviendo en comunión con todo lo que existía en el planeta y en el universo. Cuando el hombre empezó a ser hombre (lhumanu, tras las primeras manipulaciones genéticas), empezamos a ser pollos, se introdujo el componente de la mente predadora en cada uno de nosotros, se nos desconectó de aquello de donde veníamos, y se nos dio la realidad subjetiva en la que vivimos, encerrando al planeta y su satélite bajo el paraguas de la malla energética “de control” de la que ya hemos hablado tantas veces.
Milenios pasaron, y el hombre vivió como pollo sin saber que era águila. Pero llego el naturalista (millones de ellos), y nos dijeron que empezáramos a volar. Nos dijeron que extendiéramos las alas, y empezamos a hacerlo. Extender las alas dolía mucho, porque estaban llenas de programas y miedos insertados a los pollos para mantenerlos en el corral, pero a pesar de que varias plumas caían con cada esfuerzo por extender las alas, millones de supuestos pollos empezaron a abrirlas dejando ir las caretas que se habían puesto para poder adaptarse a la vida en el corral. Cuando la careta iba cayendo, la mente predadora se hacia más débil, y el águila recordaba más ser águila de verdad.
Hace poco, en una meditación, aquellos que yo llamo mis guías me dijeron “pase lo que pase, no mires atrás, mantente firme y siempre ve hacia delante”. Todos somos águilas, y hay que volar. Por mucho que quieran mantenernos como pollos, no hay nada ya que nos pueda atar al gallinero.

David Topí
http://davidtopi.com