domingo, 21 de mayo de 2017

La dignidad personal es reconocer que merecemos algo mejor



Las personas tenemos un precio, un valor indiscutible llamado dignidad personal. Es una dimensión incondicional que nos recuerda cada día que nadie puede ni debe utilizarnos, que somos libres, seres valiosos, responsables de nosotros mismos y merecedores a su vez de un adecuado respeto.
La dignidad es sin duda uno de los conceptos más interesantes a la vez que descuidados dentro del campo del crecimiento personal. De algún modo a muchos se nos ha olvidado que esta dimensión no depende del reconocimiento externo, nadie tiene por qué otorgarnos un valor determinado para que nosotros mismos nos sintamos merecedores de obsequios.
“Obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca meramente como medio”
                                                                                       Immanuel Kant

La dignidad es una cualidad inherente que viene de “fábrica”. Tal y como dijo Martin Luther King una vez, no importa cuál sea tu oficio, no importa el color de tu piel ni cuánto dinero tengas en tu cuenta bancaria. Todos somos dignos, y todos tenemos la capacidad de construir una sociedad mucho mejor basada en el reconocimiento de uno mismo y en el de los demás.
Sin embargo, dignidad y vulnerabilidad siempre van de la mano. Porque esta cualidad innata depende directamente de nuestro balance emocional y de la autoestima. De hecho, en ocasiones basta con que alguien nos quiera mal para que no nos sintamos dignos de ser amados. Basta también con que pasemos una temporada sin empleo para llegar a pensar que no somos dignos ni útiles para esta sociedad.
Te proponemos reflexionar sobre ello con nosotros.

Qué no es dignidad personal

Entender desde bien temprano que merecemos lo mejor, que debemos ser respetados por lo que somos, tenemos y nos caracteriza, no es orgullo. Defender nuestra identidad, nuestra libertad y nuestro derecho a tener voz propia, opinión y unos valores, no es narcisismo. En el momento que entendemos todo esto nuestra personalidad se refuerza y conseguimos una adecuada satisfacción interna.

Sin embargo, hemos de admitirlo, si hay una dimensión de nuestro bienestar psicológico que más secuelas deja tras haberla descuidado, olvidado o dejado en manos de otros, es ella, la dignidad. De ahí, que siempre debamos recordar algo muy sencillo a la vez que ilustrativo: la esperanza no es lo último que una persona debe perder; en realidad, lo que jamás debemos perder es la dignidad personal.
Veamos a continuación de qué maneras se nos escapa este valor, este principio de fortaleza interior.

Perdemos la dignidad personal cuando…

La dignidad no son unas llaves que ponemos en nuestros bolsillos y que de vez en cuando, dejamos a otros para que nos las guarden. La dignidad no es una posesión material es un valor intransferible, incondicional, propio y privado de cada uno. No se deja, no se pierde ni se vende: va contigo SIEMPRE.
  • Las personas perdemos nuestra dignidad cuando nos dejamos humillar y boicotear de forma sistemática.
  • Perdemos nuestra dignidad de forma fulminante cuando dejamos de amarnos a nosotros mismos.
  • La dignidad se pierde cuando nos volvemos conformistas y aceptamos mucho menos de lo que merecemos.
  • Por curioso que nos parezca, también podemos dejar escapar esta dimensión en el momento en que nos excedemos, en que exigimos privilegios y vulneramos el sentido del equilibrio y la igualdad respecto a nuestros semejantes.
Tal y como podemos ver, no solo la falta de seguridad personal y de amor propio genera la pérdida de esta raíz de nuestro bienestar. A veces, hay quien se vuelve indigno en el momento en que da el paso hacia el abuso, hacia la falta de consideración y el egoísmo extremo.

Los 5 pilares de la dignidad personal

La dignidad es quizá un tema mucho más tratado por la filosofía que por la psicología. Kant, por ejemplo, definió en su momento a la persona con adecuada dignidad personal como alguien con conciencia, voluntad propia y autonomía. Sin embargo, en las definiciones más clásicas sobre esta dimensión se descuida un aspecto esencial: la dignidad también se expresa cuando somos capaces de conseguir que quienes nos rodean, se sientan respetados, dignos y valorados.
“Todo ser humano es persona. Hay que respetar a la persona como referente, con independencia de que posea o no la propiedad de la conciencia”
                                                                                          Evandro Agazzi
Estamos pues ante un valor personal, pero también ante una actitud proactiva. No importa que nos venga de “fábrica” como señalábamos al inicio. Debemos ser capaces de propiciar y crear entornos donde impere la dignidad, ya sea en nuestras familias, en nuestros entornos laborales y en la propia sociedad.
Veamos ahora qué pilares sustentan esta valiosa dimensión.

Cómo aprender a ser personas con una dignidad más fuerte

El primer aspecto es comprender que somos dueños de nosotros mismos. Somos nuestros directores de orquesta, nuestros gurús personales, nuestro timón de mando y nuestra brújula. Nadie tiene por qué llevarnos ni arrastrarnos a océanos que no son nuestros, a escenarios que nos traen la infelicidad.
  • El segundo pilar es sin duda algo tan simple como complicado en ocasiones: darnos permiso para alcanzar aquello que queremos. Muchas veces no nos sentimos merecedores de algo mejor, de algo bueno y enriquecedor. Nos limitamos a aceptar lo que la vida ha querido traernos como si fuéramos actores de reparto en el teatro de nuestras vidas.
  • Define tus valores. Aspectos tan básicos como una identidad fuerte, una buena autoestima y unos valores sólidos configuran las raíces de nuestra dignidad personal, y esos aspectos que nadie puede ni debe vulnerar jamás.
  • Autoreflexión y meditación. A lo largo del día, es conveniente que tengamos un instante para nosotros mismos. Es un espacio propio donde tomar contacto con nuestro ser para hacer un adecuado diagnóstico sobre cómo nos sentimos. La dignidad queda “tocada” de muy diversas formas a lo largo de cada día, y es necesario identificar esos golpes, esas pequeñas heridas que sanar.
Por último, y no menos importante, es vital también que seamos capaces de cuidar de la dignidad de los demás. Lo señalábamos antes, porque ser digno es también saber reconocer al igual, sea cual sea su condición, su situación, su origen, su estatus o su raza. Aprendamos por tanto a crear sociedades más justas empezando siempre por nosotros mismos, por nuestra dignidad.
Psicología/Valeria Sabater
https://lamenteesmaravillosa.com

sábado, 20 de mayo de 2017

¿Qué es “más fuerte que yo”?

►Debemos reconquistar la ingenuidad infantil ejercitando el arte de olvidarnos de nosotros mismos.




Esta frase la escucho continuamente, en general referida a emociones desbordadas, a heridas de la niñez, a traumas, a actitudes enquistadas. Tiene la fuerza de un destino escrito, de una condena eterna, de un castigo merecido.
Se origina en la concepción equivocada de que hay cosas que están fuera de tu control. Obviamente que hay cuestiones que no funcionan bajo tu dominio, pero todo lo que se refiere a tu ser interno y a lo que éste puede crear en el exterior constituyen tu derecho y tu responsabilidad.
Un área en la cual repites mucho esta aseveración es con las emociones. Como son tan intensas y te toman de lleno, crees que son demasiado poderosas para ti. En principio, ellas provienen de ideas, no aparecen de la  nada, son pensamientos pasados al cuerpo. Tú puedes pensar que Juan es un agresivo y no te pasa nada. Pero, si Juan viene y te dice algo que no te gusta, tú reaccionas con una emoción de enojo, que te acelera la respiración y te tensa los músculos; quizás te energizas buscando responder o te reprimes callándote.
Esto te pasa siempre. Tus concepciones acerca de ti, de la sociedad, de las relaciones, del trabajo,  provienen de un relato personal, aprendido en la niñez y la adolescencia. Ese relato funciona como la Plantilla Normal de tu sistema y tú creas tu mundo de acuerdo a ella, pensando y sintiendo ciertas cosas y no otras. Funcionas “por defecto”, sin elección consciente… pura reacción predeterminada. 
Como las emociones están atadas a nuestros Niños Internos, ellos te manejan ante cada hecho que les recuerda algo que les sucedió. Debido a que ellos no podían con esa situación y eran invadidos por emociones incontrolables, tú sigues creyendo que tampoco podrás, que son más fuertes que tú. El tema es que tú ahora eres (parece) un adulto. Tal vez, has creado nuevos pensamientos desde esa posición acerca de esos asuntos, pero no los has incorporado. Son teorías, tus Niños siguen manejándote con el pasado.
Entonces, el tema es que comiences a darte cuenta de este juego y te dediques a sanar a esos Niños, explicándoles lo que no comprendieron, dándoles reconocimiento y cariño, permitiéndoles jugar en tu vida con su alegría, su inocencia, su ilimitada  creatividad, su fuerza.
Desde un punto de vista espiritual, la personalidad que tú desarrollaste desde tu infancia contiene el aprendizaje que tu alma decidió hacer en esta encarnación. No podrás escapar de él nunca, porque no es solamente un trauma pueril para esconder debajo de la alfombra sino la oportunidad de sanar aspectos y de liberar el potencial de felicidad y plenitud que trajiste y que es tu derecho. Así, no serás verdaderamente tú hasta que liberes los condicionamientos que tu Niño Interno te propone como aprendizaje. ¿Es difícil? Es más fácil de lo que imaginas. El universo conspira para que despiertes, te conectes y seas libre.
En esta hermosa labor, estás siendo guiado y sostenido por tu Ser y por entidades de Luz… si tú accedes.  Como tienes libre albedrío, ellos no pueden intervenir si tú no das el permiso, si tú no pides ayuda. Eso no significa que te sientes a esperar que el Cielo se abra y Dios en persona baje a asistirte.  El trabajo es tuyo. Una vez que tú demuestres que estás dispuesto a perseverar, irás recibiendo el apoyo necesario en cada tramo del camino, progresivamente. No es necesario que sepas todo el recorrido: da el primer paso y espera confiado que el camino vaya surgiendo en cada pisada.
¿Qué puede ser más fuerte que el Amor y la Luz que residen en ti, esperando que los actives? ¿Cómo permites que tu Niñ@ siga sufriendo lo mismo año tras año, mientras aguarda que lo abraces y lo contengas? ¿Qué mundo estás repitiendo, cuando hay otro que aguarda ser creado desde la sencillez, la fluidez, la abundancia, la alegría? ¿Cuándo comenzarás? Un universo luminoso espera por ti.

viernes, 19 de mayo de 2017

Conclusionismo: El arte de hipotecar tu felicidad a los resultados


¿Te has preguntado alguna vez si tu valía como persona está determinada por las cosas que has construido, hecho, producido o terminado o si tu valor reside simplemente en vivir intensamente cada instante con pasión, amor, curiosidad y deseo de crecer? 

¿Te has preguntado si marcarte una meta y perseguir determinados objetivos realmente te hace feliz o, al contrario, se convierten en una fuente de tensión y ansiedad

¿Te has preguntado si no estarás hipotecando tu felicidad, subordinándola a los resultados que alcanzarás, hipotéticamente, en un futuro?

La vida es mucho más que una serie de ciclos frenéticos en busca de resultados


Desde hace siglos la filosofía oriental, sobre todo el budismo y el taoísmo, nos dice que el secreto de la felicidad consiste en aprovechar el “aquí y ahora”. Sin duda, es una idea fascinante que también ha llegado a la Psicología, pero lo cierto es que muy pocos logran ponerla en práctica. De esta manera, termina por convertirse en una frase vacía que repetimos de vez en cuando.

Sin embargo, la sociedad actual, que anda muy desligada de ese tipo de pensamientos, nos transmite un mensaje muy preciso y erróneo que nos obliga a vivir bajo presión y nos impide desarrollar al máximo nuestras potencialidades. 

Desde pequeños nuestros padres nos transmiten la idea de que debemos dejar de jugar y de soñar lo más pronto posible, debemos aprender a usar los instrumentos de nuestra cultura, esos que nos permiten construir cosas, aprender una profesión y producir resultados. El mensaje es muy claro: la vida consiste fundamentalmente en ciclos que se dividen en: proyectar, ejecutar y concluir.

Si lo pensamos un poco, nos daremos cuenta de que todo lo que hacemos se rige por estas tres fases. Desde pequeños nos motivan, primero en el ámbito familiar y luego en la escuela, a proyectar, ejecutar y terminar un proyecto detrás de otro. Primero son los estudios, luego la carrera, después el trabajo... y debemos mostrar los resultados como prueba de nuestra valía. Los resultados tienen la prioridad sobre el proceso, sobre las actividades en sí mismas. 

En la escuela nos motivan a estudiar, pero todo está configurado de tal forma que lo más importante es la calificación. En el deporte también somos juzgados por nuestros resultados, no por la pasión o el esfuerzo que ponemos en el entrenamiento. En el trabajo ocurre lo mismo, así como en la vida social, nuestro valor es directamente proporcional a las cosas que hemos construido, realizado, terminado o acumulado.

De hecho, diferentes expresiones que usamos a diario lo confirman: “es un gran emprendedor, ha construido una empresa importante” o “es una excelente escritora, ha vendido muchos libros”. Por otra parte, para indicar que una persona ha fracasado utilizamos frases como “no ha hecho nada en su vida”. 

En resumen, todo parece indicar que las personas son más valiosas, importantes, capaces, inteligentes o incluso felices en la misma medida en que hayan sido capaces de terminar algo. De esta forma, el éxito y la felicidad se entrelazan con los resultados, y la pasión, el esfuerzo y el amor quedan fuera de la ecuación. Nos convertimos en víctimas del “conclusionismo”, si se me permite el neologismo.


El conclusionismo: La trampa mortal en la que todos caemos


Con el paso del tiempo, la presión por terminar las cosas y alcanzar resultados se convierte en una parte de nuestra personalidad, en una vara que usamos para medirnos. No puede ser de otra manera si cuando miramos a nuestro alrededor solo encontramos a personas que miden su valor en términos de lo que han logrado o, peor aún, acumulado.

Sin embargo, no nos damos cuenta de que esa presión por terminar y tener resultados genera un estrés continuo que terminará agotándonos, física y mentalmente. Por eso, muchas personas, cuando llegan a ese punto en el que ya no pueden más, se preguntan qué sentido tiene su vida si no han logrado esas cosas que para la sociedad son importantes. Se sentirán como unos fracasados, aunque no lo sean. Y en esos casos, no es extraño que aparezca la depresión o la ansiedad. 

Sin embargo, en realidad se trata simplemente de una cuestión de perspectiva, y de cambiar las preguntas que nos planteamos.


¿Por qué? La pregunta mágica


Para salir de la tela de araña que nosotros mismos hemos construido a nuestro alrededor, debemos plantearnos una pregunta que los niños se hacen continuamente: ¿por qué? Esa simple pregunta abre muchas puertas porque a partir de ella surgen otras preguntas, como “qué quiero de verdad” o “qué necesito realmente para ser feliz”.

Estas preguntas se convertirán en instrumentos que nos ayudarán a crear un mapa, a determinar una ruta indicativa que nos guíe a lo largo del camino. Por supuesto, podemos desviarnos un poco, pero siempre motivados por la pasión, el deseo y la curiosidad, no por la obligación o las opiniones ajenas.

Por ejemplo, si eliges un trabajo en base a lo cerca que queda de casa, el salario que cobrarás o lo cómodo que podrás estar, tu vida no cambiará. Te quedarás en tu zona de confort, donde morirás un poco cada día a mano del aburrimiento, la rutina y la falta de estímulos. 

Sin embargo, si eliges el trabajo pensando en lo que te gusta y satisface, este no será una obligación sino que terminará enriqueciendo tu vida pues es probable que te obligue continuamente a ampliar tu zona de confort. Se trata de un cambio de perspectiva importante porque tienes que empezar a pensar en lo que te gusta y en lo que quieres, y luego elegir aquello que te permite caminar en ese sentido. 

Regresando a la filosofía budista, si en tu vida solo cuentan los resultados, y crees que solo te sentirás feliz cuando termines algo, tu mente siempre estará en el futuro. Esa presión te impedirá ser feliz y disfrutar del aquí y ahora. Si vives así, es probable que al final te preguntes qué sentido ha tenido todo. Quizá solo entonces te darás cuenta de que los resultados son simplemente números vacíos y de que el conclusionismo no conduce a ninguna parte.

Colaboración especial de Fabio Ruini
Psicologia/Jennifer Delgado
http://www.rinconpsicologia.com